martes, 2 de noviembre de 2010

7 de Noviembre del 2010: 32o domingo del Tiempo Ordinario C








EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
-- Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
-- En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

Palabra del Señor
A proposito de la muerte:

El mes de noviembre , un gran numero de personas sobre todo catolicas-cristianas y muchos grupos indigenas latinos, lo dedican  a la memoria de los difuntos. Es una ocasion tambien propicia para detenernos a reflexionar un poco mas sobre la muerte y lo que hay mas alla.

Nosotros los sacerdotes y entre ambientes y comunidades que dicen aun profesar una fe y una devocion en un Dios misericordioso y trascendente, nos vemos continuamente enfrentados a tan misteriosa realidad, tan desconcertador momento y a veces “destino tragico” dificil de asimilar o de aceptar.

En un principio e idealmente los sacerdotes estamos llamados a ser pastores de consolacion , transmisores de esperanzas y fe en una vida mas alla de la muerte. Siendo “otros Cristos” por nuestros gestos sobretodo y con nuestra enseñanza hemos de contagiar como lo haría Jesus una conviccion profunda, una aceptacion en paz y sin demasiados cuestionamientos del evento más misterioso de la vida humana.

Pero evidentemente las cosas no siempre son asi. El sacerdote no contagia esperanza, el cura no consuela ni mucho menos transmite fe porque quizas es el primer esceptico ante las realidades post mortem.

Se suele decir y escuchar que “como se vive se muere”...y es cierto, esto es verdad a nivel personal individual y a nivel social y eclesial.

Mientras no se respete la vida y se le considere sagrada dificilmente podra haber sentimiento de perplejidad y o admiracion ante su contraria la muerte.


En un país como Colombia, hoy por hoy se respira una gran perplejidad y estupefaccion ante la insensibilidad por la vida y la abigarrada violencia , fruto de ello que muestra como hay una sociedad enferma, raquítica y cada vez menos creyente en el verdadero Dios (no en falsas imagenes hechas por hombres).

Con seguridad que algo anda mal, no es normal que se violen y asesinen niños y menos normal es que sus verdugos hayan sido formados en instituciones que en principio velan y defienden los valores de la vida, el honor y la dignidad como los militares.

No es normal que los verdugos de los ni.os sean hombres consagrados a vivir y velar por el cumplimiento de los mandamientos divinos como los sacerdotes.

No es normal que los niños sean presa y objeto de satisfacción pervertida y egoísta en manos de sus propios padres o familiares, que deberían por el contrario ser sus primeros escuderos e intachables guardianes de su sagrada integridad...

Repito, si la vida no se considera delicadamente sagrada menos lo será la muerte.

Hoy hay una aparente insensibilidad ante la muerte como lo es cierto que también hay poco interes por lo trascendente, lo que está más alla del mundo de los sentidos...

“Desde que el hombre abandonó la metafísica, no hay sino muerte”, decía Fernando Gonzalez. Y desde mis tiempos de seminario algún profesor había cambiado la palabra metafísica por trascendencia...A mi se me ocurre cambiarla por Dios.

De las escuelas y colegios poco a poco se ha sacado a Dios, si y esto ocurre y sigue ocurriendo al omitirse las ciencias de humanidades (como la filosofia, la Etica y los Valores y la educación religiosa). En muchos claustros si al menos se han abolido , su intensidad horaria es nimia (digamos una hora por semana). Y el profesor de Humanidades y o religión es casi siempre el menos indicado, el más ignorante en esas lides (un pringado como dirían los españoletes)  o el que menos horas de clase tenga y se le da esas horas  para rellenarle su horario...

Cuántos chicos sufren de incomunicación con sus padres y maestros, y  están embebidos y sumergidos en las drogas y el alcohol, los juegos virtuales, la vida disipada...que los lleva al sinsentido, al tedio y por ende al suicidio...Les falta sabiduría, les falta palabras de vida, de trascendencia...

"Este mundo está muy confundido", esta sociedad esta enferma y lo seguira estando mientras pretendamos “prescindir y o deshacernos de lo trascendente” que al final es lo que da sentido a nuestras vidas.

Pretender ignorar a Dios, hacer como sino existiese, vivir sin estar enraizado y en comunicación con Él es caminar indudablemente hacia la perdición, hacia el sinsentido , hacia el suicidio.


Y a veces se justifica la lucha contra Dios, se pretende no nombrarlo y tenerlo en cuenta poco,  bajo el justificativo de la construcción de la sociedad laica o Estado laico, libre y autónomo...qué insensatez e ignorancia buscar lo fundamental, pretender ser libres y actuar con independencia sin un faro o un guía que lleven a feliz destino.

Quieren que les diga algo? Y creo que esto era lo que pretendia decirnos el famoso escritor suizo aleman Herman Hesse (PNL),  palabras mas , palabras menos :” el dolor, las enfermedades, el sufrimiento, la muerte no estan ahi para mitigarnos o amilanarnos, sino al contrario para fortalecernos y templar nuestro ser...”

Quizás la mayoria de las veces nos haga falta sufrir verdaderamente para encontrarnos el verdadero rostro y o esencia de Dios y de paso trascender y darle mas valor y estima a la vida .  Misteriosamente el dolor y la fe van unidos, como deben ser inseparables en su sentido sagrado la vida y la muerte.

Cuando estamos en la prosperidad, cuando en todo nos va bien, y "ni nos duele una muela" , es raro que nos acordemos de Dios, de darle gracias, de ser concientes de que nada hemos recibido gratuitamente, que todo es un don, un regalo...

Pero casi siempre cuando llega el sufrimiento, una enfermedad inesperada, un suceso terrible (accidente, ruina economica, desatre natural) ahi si quizas nos acordemos de Dios para pedirle ayuda...

La mejor muestra de todo esto es la vejez, cuando comenzamos a quedartnos solos, a experimentar la inutilidad, el olvido y la indiferencia, cuando presentimos cerca la muerte, ahi si nos mostramos más comunicativos y en relación con Dios (por eso los mayores en los países hoy por hoy descritianizados, son quienes más frecuentan los templos católicos ).

Pero en algunas personas puede ocurrir algo totalmente diferente a lo que expongo en los parafos anteriores. Hay personas y sociedades que por su misma prosperidad, su mismo situación holgada y asegurada, y  que les permite darse la “vida buena de Pachás” y saborear desde esta tierra “el cielo y el paraiso” , a su entender les hace pensar o creer que eso de los cielos y la tierra nueva del Apocalipsis, eso del cielo y la vida feliz eterna más alla, despues de la muerte , es pura carreta que porque el cielo comienza acá y Dios premia sólo acá  ...Más allá no hay nada...

Y  en parte tienen razón en lo que dicen...El cielo o el infierno lo empezamos a construir desde acá, desde la tierra...Pero no creer o suprimir  definitivamente  un destino supraterreno es insensato. Y ese fue el caso que nos presenta el evangelio de este domingo:

Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino -en lo que se jugaba la vida-, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.

La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los tiempos actuales. También nosotros, como sociedad culta que actualmente somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el juicio particular, el juicio universal, el purgatorio (si no el limbo), el cielo y el infierno... La teología (o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todos estos temas. Creía saber casi todo respecto al más allá y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común actual») se ruborizan de haber creído semejantes cosas, y se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan segura de sí misma. De hecho, en el ambiente general del cristianismo, se puede observar un prudente silencio sobre estos temas otrora tan vivos y hasta discutidos. No hablamos ya de los difuntos -en el acompañamiento a las personas con expectativas próximas de muerte, o en las celebraciones en torno a la muerte- de la misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente en la cultura moderna, que nos hace sentir la necesidad de no repetir sin más lo que nos fue dicho, sino de revisar y repensar lo que podemos decir/saber/esperar.

Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando...». Lo que sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir pero no concretar. Una resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos formados hace tiempo), hoy no parece sostenible, críticamente hablando.

Tal vez nos vendría bien a nosotros una sacudida como la que dio Jesús a los saduceos. Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe en la resurrección y con ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos un serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner de relieve su carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe perezosa y fundamentalista, sino seria, sobria, crítica, y bien formada.


 referencia bibliografica: