sábado, 12 de octubre de 2019

10 de octubre del 2010: 28º domingo del tiempo ordinario


APRENDER A AGRADECER Y A SER AGRADECIDOS

Lucas 17, 11-19

 Yendo camino de Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y le dijeron a voces:
- ¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!
Al verlos les dijo:
- Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias; éste era samaritano.
Jesús preguntó:
 - ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?  ¿No ha habido quien vuelva para dar gloria a Dios, excepto este extranjero?
Y le dijo:
- Levántate, vete, tu fe te ha salvado.
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El evangelio de este domingo nos recuerda que hoy como en el tiempo de Jesús, la gratitud es una virtud escasa (rara)…y es triste constatar esto. No somos muy conscientes de la necesidad de AGRADECER.

El escritor Mark Twain escribía: “si usted recoge un perro hambriento y le da de comer y lo cuida, este  se mostrará agradecido, se apegará a usted y no le morderá. He aquí la diferencia principal entre un perro y un ser humano”. Esta comparación puede parecer injusta y pesimista, pero desgraciadamente es real.

Tenemos la impresión que la gratitud no hace parte de nuestras hábitos. Vivimos en una época donde los seres humanos creen que no deben nada a nadie, que ellos se han hecho a sí mismos, que son auto suficientes (es decir se hacen solos, a sí mismos). Lo que yo tengo, lo que yo soy no se lo debo a nadie más que a mí mismo.

A veces yo me hago la pregunta: yo que me creo inteligente, si diestro y tan recursivo, lleno de talentos, que he tenido triunfos en la vida, qué habría llegado a ser sin mis padres, mis amigos, mis profesores…Cual carrera hubiera sido la mía si hubiera nacido en el Congo, en Ruanda, en Brasil, en Irak, en Vietnam, en China?

Muchos afirman hoy no tener necesidad  de los otros, ni de Dios. Ellos son “independientes”, y no quieren depender de nadie.

Hemos recibido gracias a  alguien la vida, la educación, la salud, los talentos. Sin aquellos que nos rodean, no habríamos  logrado salir adelante, ni  triunfado. Esto debería invitarnos  a un poco más de simplicidad, de modestia y de agradecimiento.

Y el evangelio de este día no habla tan solo de ser agradecidos.  El samaritano curado de la lepra se devuelve para agradecer, pero también para rendir homenaje, dar gloria, alabar...en otras palabras, él viene a adorar:  “Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces  y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias”.

En nuestro mundo secularista tenemos tendencia a secularizar el evangelio. Aceptamos el aspecto social, la solidaridad humana y el amor de los pobres del evangelio, pero a uno le gustaría que todo se quedara ahí. Todo aquello que llamamos culto, alabanza, glorificación de Dios es puesto aparte.

“Y se echó a sus pies rostro a tierra” , un gesto que la gente de los países ricos no practican más. Se tiene el vientre tan lleno para arrodillarse o hacer reverencia profunda…Los hombres del Islam, que son capaces de doblarse en dos hasta poner la frente contra la tierra, nos dan ejemplo de esta manera de rendir homenaje, de adorar.

Quizás el abandono del culto dominical por miles de cristianos sea la mayor muestra o ilustración, la más característica de esta pérdida de alabanza y adoración. No se siente más la necesidad de decir GRACIAS, DE GLORIFICAR A DIOS. Delante el pequeño número de cristianos que viven la eucaristía dominical , uno se ve tentado como Jesús de decir: “Donde están entonces los otros? No son también ellos amados?”

En otro tiempo uno decía GRACIAS al SEÑOR antes y después de comer, se agradecía en la fiesta de ACCIÓN DE GRACIAS por las cosechas y la comida que nos daba la hacienda, los terrenos o la finca. Uno se reunía todos los domingos en  comunidad cristiana para decir GRACIAS por el don de la vida, por la familia, por la paz en nuestro país, por la comida abundante, por la alegría de ser cristiano. Hoy un buen número de personas no sienten más la necesidad de decir GRACIAS.

El cristiano no es aquel que hace largas oraciones,  pide gracias o favores...Cristiano es aquel que da gracias, que agradece. La palabra “EUCARISTÍA”  quiere decir “DAR GRACIAS “.  Participar en la eucaristía, es tomar parte en esta acción de gracias.

El samaritano del evangelio llega a ser no solamente el símbolo de la persona salvada, de la persona agradecida  sino que  también  llega a ser el símbolo de aquel que sabe dar gracias, que saber agradecer, que sabe arrodillarse.

La celebración de hoy es una excelente ocasión para recuperar una actitud de agradecimiento hacia Dios, una actitud que llega a ser acto de adoración, de glorificación…un himno de amor.

Aprendamos de nuevo a arrodillarnos para agradecer a Dios, para felicitarlo por todo lo que hace u obra en nuestras vidas. Así podremos renovar nuestra confianza en El, sabiendo que Él no nos dejara caer o desfallecer  en los momentos de tristeza, de enfermedad y de muerte.

Traducción del francés del P. Yvon -Michel-Allard. Congregación del verbo Divino.

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Gratitud y compasión
 
 
Hace sólo dos semanas, el texto del evangelio (Lucas 16, 19-31) dirigía nuestra atención sobre el binomio compasión/indiferencia. La primera constituye el “corazón” del mensaje de Jesús; la segunda, la actitud más denunciada en el evangelio. En aquel mismo texto, lo que se condenaba era la actitud del rico que no fue capaz de ver al pobre que yacía a su puerta.

Pues bien, en contraste con esa actitud, Jesús es presentado a lo largo del evangelio, como “el que ve”. Incluso en este caso, en el que los leprosos le habían hablado, el narrador no dice que Jesús los “escucha”, sino que “los ve”.
Ir por la vida con los “ojos abiertos” –ésa es la genuina espiritualidad cristiana-, para captar la necesidad de quien nos rodea –eso es lo que define a Jesús-, denota un corazón sensible y compasivo; es lo opuesto a la indiferencia –“ojos que no ven, corazón que no siente”- que nos encierra y aísla.

Pero, como decía en aquel mismo comentario, la compasión no la vive quien quiere, sino quien puede. Porque requiere dos condiciones: una sensibilidad limpia (vibrante, capaz de sentir) y un afecto liberado (o capacidad de amar en gratuidad). Hoy me gustaría detenerme en esta segunda condición.

La capacidad de amar se libera en el niño en la medida en que recibe respuesta su necesidad de ser amado, porque el amor humano es reactivo. Esto significa que, para crecer en capacidad de amar, necesitamos aprender a sentir amor hacia nosotros mismos; y para poder vivir la compasión hacia los demás, necesitamos vivirla hacia nosotros, sobre todo en aquellos aspectos nuestros más frágiles, débiles, “negativos” o vulnerables (nuestra “lepra”, por recurrir al tema del relato).

Cualquier malestar emocional que pueda sorprendernos encierra, en sí mismo, de entrada, un doble mensaje: ámate a ti mismo tal como estás y ven al presente. Y, en efecto, si somos capaces de acogernos y amarnos humilde y bondadosamente y, al mismo tiempo, venimos al momento presente, el malestar desaparecerá, dando lugar a una actitud profundamente positiva hacia nosotros mismos y hacia todos los seres.

Sin ninguna duda –el que lo ha experimentado, lo sabe bien-, el Amor es siempre liberación de Vida. Es su efecto primero. Y esto vale también para el amor a uno mismo.
Se trata, por tanto, de cuidar un sentimiento de acogida hacia sí mismo. En la medida en que conectamos con él –en tanto en cuanto somos capaces de sentir amor hacia nosotros mismos-, notaremos que “empezamos a vivir”. Y, con la Vida, todo se va colocando en su lugar: vuelve la esperanza, la serenidad, la lucidez, la alegría, el gusto por vivir y compartir…

Este “ejercicio” de amor o compasión hacia uno mismo no sólo no tiene nada de narcisista, sino que, a la inversa, posee la virtualidad de liberarnos del narcisismo. En ausencia de amor limpio hacia uno mismo, lo que aparece es la egocentración: el ego, que no se siente amado, tiene necesidad de sentirse el centro del universo y magnifica sus problemas… Únicamente le interesa él mismo, por lo que busca “imponer” sus pretensiones.

El amor a sí mismo, por el contrario, nos desegocentra. Y, de ese modo, se produce el “milagro”: la confusión generalizada se empieza a ver iluminada; el victimismo y la queja se transforman en objetividad; el aferrarse a la “solución” pretendida por el ego se transmuta en libertad interior; la apatía se convierte en creatividad y el aislamiento en interés, comprensión y cercanía a los otros…

Cuando la persona hace la experiencia de “pasar” de una situación de hundimiento, confusión o apatía, a otra de aceptación, gratitud y vitalidad, descubre, sorprendida y maravillada, los efectos reales del Amor en la medida en que lo sentimos y nos dejamos estar en él.

Descubre entonces que la “sanación” no viene de que la situación se modifique, sino de que la propia persona se sitúe de un modo distinto, en un “lugar” adecuado. Y ese situarse es posible gracias al amor y la acogida de sí mismo. Lo que la persona ha vivido, en ese proceso, es la compasión hacia sí misma. El resultado es el milagro del Amor.
 
Pues bien, ésa es la compasión en la que necesitamos ejercitarnos, si queremos que nuestros ojos estén abiertos para ver la necesidad de los otros, y nuestro corazón sea capaz de vibrar, ponerse en su lugar y conmoverse eficazmente por ellos.

En el relato evangélico, se dice que la curación se opera a partir de la compasión de Jesús, que había sido reclamada por los leprosos. Tal como ordenaba la ley (Libro del Levítico 13,1-3; 14,3-4), los envía a los sacerdotes para que, certificando su curación, se les permita integrarse en la sociedad con todos los derechos.
 
Pero, tras la curación, ocurre algo insólito: sólo uno vuelve a expresar la gratitud. Y el narrador tiene cuidado en señalar que era samaritano, es decir, un hereje renegado, a los ojos de la autoridad religiosa judía.
 
Gratitud y compasión corren paralelas. Quien ha hecho experiencia de la compasión, no podrá no ser agradecido, porque ha quedado admirado del cambio que se ha operado en él.

La gratitud, por otro lado, es, junto con el Amor, uno de los sentimientos más “terapéuticos” o sanadores. Recuerdo, a este propósito, un cuento antiguo.
 
En una ocasión, el demonio organizó una exposición con todas las herramientas que usaba para engañar y dañar a los humanos. Al enterarse, un ermitaño se acercó al lugar y, entrando en el recinto, observó que había una pared inmensa dedicada a un solo objeto. Al aproximarse, vio un cartel en el que podía leerse: “DESALIENTO”. Sorprendido, se dirigió al demonio para preguntarle si realmente esa herramienta era tan peligrosa. Este le contestó que era así: “Si consigues que una persona se desaliente o desanime, la llevarás donde tú quieras”. Intrigado y preocupado, cuando el ermitaño volvió a preguntar por el remedio que podía contrarrestarla, el demonio le respondió: “El único remedio es la gratitud. Una persona agradecida jamás se desalentará”.
 
El desaliento es característico del ego que ve frustrados sus proyectos. Totalmente egocentrado, el yo se rebelará contra todo aquello que él etiquete como “negativo” o “frustrante”.

La actitud sabia, sin embargo, empieza por la gratitud: de entrada, dar gracias por todo lo que es. Como dice Eckhart Tolle, “lo que es” no es sino la forma que, aquí y ahora, adopta el Presente. No sólo no tiene ningún sentido ir contra el presente, sino que una tal actitud termina encerrando en la prisión del ego y hundiendo en la impotencia más desesperante.

De lo que se trata es, justamente, de lo contrario. Una vez reconocido que no soy el ego que puede sentirse frustrado, sino el Espacio, la Presencia o la Conciencia ilimitada, la reconciliación con el presente se produce sola. Lo que es, es lo que ahora tiene que ser: no cabe sino la aceptación liberadora y la gratitud incondicional, la rendición agradecida al presente.

Lo cual no significa justificar la pasividad o la indiferencia. No; después de la aceptación, brotará de un modo sabio y ajustado lo que “tenga que hacerse” en una situación determinada. Pero lo que se haga no nacerá del yo, con todas sus secuelas egóticas, sino de la Presencia sabia y amorosa.
 
En síntesis, el relato parece que invita a identificarnos, tanto con Jesús compasivo como con los leprosos marginados. La parte de Jesús que hay en nosotros es la que tiene que “hacerse cargo” de nuestra propia “lepra”, para experimentar el milagro de la Vida, expresarlo en Gratitud por todo lo que es, y vivirlo como Bondad y Compasión hacia todos los seres.


 Enrique Martínez Lozano
  www.enriquemartinezlozano.com