viernes, 12 de junio de 2020

26 de junio del 2011: Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Senor Jesucristo



En otro tiempo uno llamaba esta fiesta « la fiesta del santo Sacramento » y se ponía el acento en la proclamación pública de nuestra fe: procesión en las calles con la custodia, aglomeración de todos los movimientos fraternales de la Iglesia, etc. Después del vaticano II, se llama a esta fiesta “Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo”. Ha sido un cambio significativo ya que se  ha puesto el acento en la celebración comunitaria de la Eucaristía más que en la proclamación exterior de nuestro catolicismo. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos invita entonces a renovar nuestro interés por la celebración comunitaria del Día del Señor.

La Eucaristia es ante todo la fiesta del recuerdo: “Hagan esto en conmemoración mía”. El texto del Deuteronomio (1ª lectura) comienza con las palabras: “Recuerden…” esta lectura recuerda que Dios ha acompañado a su pueblo en el desierto, y el milagro del agua que sale de la roca con la cual ha saciado su sed y el pan desconocido que ellos llamaron “el mana”.

Cuando el Deuteronomio fue escrito, los Hebreos después de mucho tiempo habían dejado el desierto y se habían establecido en Palestina. Ellos corrían el riesgo  de olvidar todo lo que Dios había hecho por ellos.

“Recuerda que Dios te ha liberado de la esclavitud en Egipto. Recuerda todo el camino que Yahvé tu Dios te ha hecho recorrer durante cuarenta años en el desierto”. Una vez en Palestina, sedentarios y prósperos, ellos pueden ahora aprovechar  su riqueza, pero ellos arriesgan de olvidarse que Dios les ha liberado. Cuando todo va bien, cuando la prosperidad hace parte de la vida, que la salud es excelente, uno se vuelve fácilmente autosuficiente y se tiene la impresión de no tener más necesidad de Dios. Es difícil  acordarse de Dios en los periodos de bienestar y o felicidad!

Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos, los medios de comunicación subrayaron o remarcaron  como la gente participaba más en los oficios religiosos. Una vez que la calma volvió, esta participación ha disminuido de nuevo. Parece ser que a medida que la gente se vuelve prospera y que no tiene que enfrentar problemas serios, la memoria se empobrece.

Los textos de hoy nos recuerdan que una mirada a nuestro pasado nos ayuda a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas y nos permite ver el futuro con confianza.

La memoria  de un pueblo es un poco parecido a las raíces de un árbol. El árbol vive gracias a ellas, el les debe su subsistencia y su crecimiento. Las flores, los frutos y las hojas pueden caer cada año, pero las raíces quedan. El futuro del árbol está en sus raíces.

Las Eucaristías que celebramos no están llamadas a manifestar  grandes prodigios o actos espectaculares, pero ellas deben activar el recuerdo de lo que nosotros somos. Ellas están ahí para recordarnos lo que Dios ha hecho por nosotros, El quien nos acompaña, en los buenos años como en los años más difíciles: “Recuerden…Hagan esto en memoria mía”.

La fiesta de hoy es entonces la fiesta del memorial. Ella es también la fiesta de la Unidad. Como lo dice San Pablo: “A pesar de ser muchos no formamos que un solo cuerpo, porque todos participamos en ese pan único” (1ª  Corintios 10,17).

Con frecuencia nosotros olvidamos la extraordinaria fuerza y llamado a la reconciliación que posee la Eucaristía. Al final del sermón de la montaña, Jesús decía: “Si tu vienes a presentar tu ofrenda y tu recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí y ve primero a reconciliarte con tu hermano y después regresa a presentar tu ofrenda al Señor” (Mateo 5,23-24).

La Eucaristía sigue siendo a través de los siglos, el símbolo de la unidad y la diversidad. Todos nosotros podemos participar en ella: liberales, conservadores, miembros de tal o cual partido, jóvenes, adultos, ancianos, tradicionalistas, innovadores, parejas, solitarios, gente de todas las orientaciones políticas, religiosas y sexuales.  Juntos con todas nuestras diversidades, formamos el Cuerpo de Cristo. Nuestra fuente de unidad no es el país, el partido político, la cultura , el color de nuestra piel…no, es Cristo quien nos invita a su mesa: “Vengad a mi , ustedes todos quienes sufren y que llevan sobre si pesadas cargas  que yo los aliviaré”.

EL gran San Agustín, hablando de la Eucaristía  exclamaba : «O mysterium unitatis, o vinculum caritatis»…O misterio de Unidad, o vinculo de caridad! Cuando dejamos la iglesia, al final de la Eucaristía, somos invitados a volver al interior de  nuestras familias, al trabajo, a los pasatiempos, para que construyamos un mundo de paz, de hermandad y de compartir, un mundo que se parezca más a la visión que Dios tiene de nosotros.

La celebración del Cuerpo y la sangre de Cristo es entonces muy importante porque ella subraya el valor único de nuestros encuentros dominicales. Es una fiesta que nos invita a recordar el papel primordial que Dios juega en nuestra vida. Ella nos ayuda también a llegar a ser cada vez más una verdadera comunidad en la unidad y la diversidad. Si nosotros compartimos la vida de Cristo , nuestra vida tendrá un gusto de eternidad.