jueves, 17 de junio de 2010

Domingo 20 de junio del 2010: 12 del Tiempo Ordinario : QUIEN ES JESUS PARA NOSOTROS?

Para entender (comprender) bien este evangelio, debemos recordar lo que acaba de ocurrir: la muchedumbre (la gran cantidad de gente) está muy impresionada y maravillada por todo lo que hace Jesús. El acaba de sanar a todos los enfermos y ha multiplicado los panes para alimentar a toda esa multitud que le rodea.  Con aquellos milagros, la fama, el reconocimiento de Jesús está garantizado. Pero sabemos muy bien que aquello no le interesa a Jesús, eso de hacerse famoso no le pica. La popularidad no le atrae.  Entonces una vez llega el atardecer, el maestro se retira para orar por largo tiempo. Jesús quiere quedarse con el   Padre en un dialogo de corazón a corazón y no perderse del camino, salirse de su verdadera misión que es otra cosa muy diferente.

Todo esto es importante para nosotros: Vivimos en un mundo donde muchos corren tras lo maravilloso. Uno llama a quienes tienen poder. Es un signo de debilidad en la fe.

Hoy, Cristo quiero reencaminarnos hacia lo esencial. Por ello, somos invitados a unirnos a su oración y a beber de su fuente que es el amor. Cristo, El mismo pasaba largas noches en oración. Y es alimentándonos de la palabra de Cristo y de la Eucaristía que podremos estar en comunión con El.

Es necesario que entendamos muy bien la pregunta que Jesús dirige a sus discípulos. ¿Quién soy yo? ¿Quién dice (piensa) la gente que soy yo? Y ustedes, mis discípulos, qué dicen ustedes. Para la multitud, las respuestas son muy diversas. Algunos piensan que Jesús no es otro que Juan Bautista resucitado; otros lo toman por el profeta Elías. En sus respuestas, hay ya un punto positivo: Es la idea de la resurrección. Se le toma por Juan Bautista o por otro profeta. Una parte del pueblo judío, estaba entonces preparado (listo) para escucharle el mensaje de la resurrección de Pascua.

Pedro responde con espontaneidad: “Tu eres el Mesías de Dios”, aquel que ha sido ungido, aquel que posee el Espíritu de Dios y que viene instaurar el Reino de Dios. De otro lado, la multiplicación de los panes para Pedro es la mejor prueba: El Reino de Dios ya está presente. Bien seguro, Pedro ha dado la buena respuesta, pero no ha comprendido todo lo que eso comporta (que consecuencias trae, significa). El imagina un rey triunfante que va reunir la multitud de la gente de Israel y liberarlo, al pueblo de la ocupación romana. Es a causa de este malentendido que Jesús prohíbe fervientemente a sus discípulos de no decirlo a nadie.

Si, Pedro tiene razón al decir que Jesús es el Mesías. Y nosotros lo proclamamos junto con él, pero no es el Mesías que creemos. Jesús anuncia un Mesías que sufre: “Es necesario que el hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los Ancianos, los jefes sacerdotales y los escribas, que sea asesinado y al tercer día resucitara”. Cristo entonces quiere incitar a los discípulos a no opinar como el común de la gente. Él quiere ABRIRLES los ojos para que descubran su verdadera misión, una misión de servicio y no de poder.

La misma pregunta se nos formula a todos: ¿Quién es Jesús? ¿Qué dice la gente alrededor de nosotros y del mundo? Y los Medios de Comunicación cómo hablan, ¿qué dicen de Jesús? Todos hemos escuchado propósitos (opiniones, ideas) sorprendentes que no tienen nada que ver con la fe de los cristianos. Vivimos en un mundo, donde muchos no saben casi o nada al respecto. Ellos son competentes en diversos campos, más para aquello relativo a la fe de los cristianos, ellos no han seguido o no han estado totalmente al corriente. Y sabemos muy bien que los Medios de Comunicación comparten esta ignorancia. No sirve de nada lamentarse por ello. 

La verdadera cuestión es preguntarnos: ¿Quién es Jesús para nosotros? Es una invitación muy fuerte a ir al corazón (centro) de la fe y verdaderamente ponerla en el núcleo de nuestra existencia. Jesús nos llama a un corazón a corazón con El en la oración. Es absolutamente necesario para poder resistir en medio de las tempestades de este mundo.

Si nosotros nos dejamos guiar por Él, seguramente nos conducirá por los caminos que no habíamos previsto. El mismo nos advierte: “Aquel que quiera salvar su vida la perderá y aquel que pierde su vida por mí la salvara”. Un cristiano no busca primero su triunfo personal, ni su comodidad, ni su seguridad. Un discípulo de Cristo, es aquel que arriesga todo. Su verdadera prioridad es Jesucristo, es el Reino de Dios. Para adquirir ese tesoro, él está dispuesto a sacrificar todo el resto.  

Cuando Jesús nos invita a tomar su cruz cada día, Él no quiere decir que esto será el viernes santo, las lágrimas y la muerte atroz a cada instante. Él quiere simplemente recordarnos que cada día, como su maestro, el discípulo dará su vida en pequeñas dosis.

Tomar su cruz, significa que primero se ha de cumplir cada día con las tareas propias de manera responsable. Es rechazar la idea o el gesto de aplastar los otros y de rechazarlo por hacerse a sí mismo un buen puesto, un buen lugar (buena plaza). Tomar su cruz es moderar los apetitos, es aceptar de poseer menos para que otros tengan un poco más; es librar combates que llevaran a recibir golpes, combates por la justicia, la verdad, el respeto de las personas. Si queremos estar en comunión con Cristo, no podemos olvidar que Él ha venido no para ser servido sino para dar la vida por la salvación (salud, bienestar) de toda la humanidad.  Es sobre este camino que nosotros escogemos (hacemos la opción) de seguirle.

Hoy, señor Jesús tu nos invitas a reconocerte en el pan de la Eucaristía. Con Pedro y los apóstoles, nosotros sabemos que Tu eres el Enviado del Padre de los Cielos. Con toda la Iglesia, sabemos que tú eres el Hijo de Dios. Cada uno de nosotros te admira como un protector, un hermano, un amigo. Danos la posibilidad de seguirte cada día allá donde nos llevas, sobre este camino donde uno salva su vida perdiéndola.

Traducción del francés, 
De diversas fuentes.

SUGERENCIAS PASTORALES
De catholic.net




1. La mejor respuesta se da con la vida. La cuestión Jesucristo no es un problema que a base de pensar y pensar logramos solucionar de alguna manera. Menos aún, una cuestión obsoleta, carente de importancia, que sea indiferente el que se resuelva o no. En realidad, es la única cuestión que vale absolutamente la pena, y que además no puede resolverse sino con la vida. Porque está claro que el que Jesucristo haya aceptado ser un Mesías de cruz, el que decir Jesús equivalga a decir Hijo de Dios, sobrepasa nuestros esquemas mentales y nuestra misma capacidad de raciocinio, y jamás el hombre conquistará esas verdades de nuestra fe a golpe de silogismos. Sólo cuando el hombre comienza a recorrer el camino estrecho de la cruz, y, fijos los ojos en Jesús, sigue las huellas de su historia, descubre que la cuestión Jesucristo camina al mismo paso que la cuestión hombre, y que sólo resolviendo la primera queda también resuelta la segunda. Quien sabe por experiencia lo que es el sufrimiento y percibe el valor redentor del mismo tanto para el sujeto que sufre como para la persona o las personas por las que se sufre, entonces está en condiciones de captar un poquito al menos la razón de un Mesías de dolores. Quien vive su condición de hijo de Dios, la grandeza de su dignidad filial y la actitud de obediencia propia de un hijo, estará en grado de responderse a sí mismo quién es Jesucristo y de poder proclamarlo con convicción ante los demás. En pocas palabras, si vivimos enteramente como cristianos, no habrá ni siquiera necesidad de preguntarnos quién es Jesucristo, porque nuestra vida será nuestra respuesta.


2."Ora para entender, entiende para orar". Los misterios de la fe se conocen mejor en la capilla que en el escritorio, se conocen mejor con la oración que con el estudio, aunque ambos sean necesarios. Dios es El único que tiene la llave de los misterios. Sólo Él puede abrirnos ese sagrario de su corazón. La inteligencia, cuando está abierta a la fe, nos prepara y nos pone ante el sagrario del misterio. La inteligencia, una vez que Dios nos ha permitido entrar en el misterio, nos ayuda a darle vueltas y a captar algún que otro átomo de su realidad superior e infinita. Pero únicamente la oración, si es humilde, constante, confiada, mueve a Dios a abrirnos el sagrario del misterio. Dentro de ese sagrario, el alma se extasía y el entendimiento comienza a navegar por mares desconocidos. La teología más auténtica es la que se hace no sólo desde la fe, sino sobre todo desde la oración, desde la inteligencia orante y adorador del misterio. Igualmente, la predicación más verdadera es la que ha pasado las verdades de la fe por el horno de la meditación. En las cosas de Dios, el que ora entiende, y el que no, no entiende nada, o casi nada. Si los cristianos orásemos más y mejor, los problemas de fe disminuirían en gran número o desaparecerían por completo. En un mundo que a veces parece sin sentido, la oración puede encontrarle sentido. ¡Vale la pena!

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Gustavo Quiceno