viernes, 24 de septiembre de 2010

26 de septiembre del 2010: Reflexion palabra de Dios del Domingo

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La palabra de Dios de este domingo es continuación del tema  de reflexión de la semana pasada: EL PELIGRO DE LAS RIQUEZAS que podría llevarnos a ser injustos, a ser insensibles y o indiferentes ante quienes sufren.

Y en la primera lectura  el profeta Amos se muestra implacable con los ricos samaritanos que creen ser felices en medio de sus comodidades, su lujo y todo esto a costa de los más pobres. Amos, no olvidemos, es el profeta de la denuncia de la injusticia social y por tanto aboga por la equidad, la justicia inspirada en Dios y sus mandamientos.

En el salmo se invita a cantarle y a alabar el Señor que satisface los pobres y hambrientos.  Una vez más, se nos recuerda que el Señor está del lado de quien sufre, del desposeído, del pobre, del marginado.

En La segunda lectura Pablo dice a su discípulo Timoteo y a nosotros que toda persona de Dios, que se dice creyente busca ser justo en su religión, en su vida y en todas sus cosas y de este modo da el verdadero e ideal testimonio (el mejor) ante la gente. En resumen, el que se dice cristiano, creyente, católico mostrará con su vida y sus actitudes la verdadera luz que ayudara a proyectar ese Reino de Dios querido y anhelado.

En el evangelio vemos como Jesús toma partido a favor de los pobres y no se muestra tan blando ante la ambición y lujuria de los ricos. Jesús sale para pronunciarse contra la falsa seguridad que ofrecen las riquezas. Pero a diferencia de Amos, nuestro Señor utiliza otros métodos para convencer a sus auditores. En el Evangelio de hoy, Jesús escoge la más dulce de las parábolas para denunciar la insensibilidad del rico ante el pobre Lázaro, pero también para que el rico reflexione y aproveche la oportunidad de ser compasivo con los pobres.

Jesús muestra ternura y dulce pedagogía, pero también se pone de lado del profeta Amos insistiendo sobre la urgencia de actuar desde ahora a favor de los pobres. La puesta en escena de la parábola es elocuente. El rico que se había mostrado indiferente (ciego) a las necesidades del pobre Lázaro, se da cuenta demasiado tarde que no ha cumplido con su deber de ser compasivo y espera encontrar (al suplicar)  con Abraham, el consuelo a sus sufrimientos tortuosos. “es muy tarde”, responde el patriarca, ya que es acá abajo que se construye y se decide el destino (la suerte) eterno(a).

Pero, quizás sería bueno dar una oportunidad  a los cinco hermanos del hombre rico y enviarles un mensajero desde el mas allá, para invitarles a abrir los ojos ante la necesidad de los pobres? “inútil”, responde Abraham, porque es aquí y ahora que es necesario comprender la ley de Moisés, la enseñanza de los profetas, quienes son unánimes respecto a las exigencias de justicia y de compasión…

También es necesario comprender desde ahora la enseñanza de Jesús: seremos juzgados por la acogida que hayamos proporcionado a los más pobres: “yo tenía hambre y me diste de comer, tenía sed y me diste de beber…” (Mateo 25,35).

No es necesario esperar una señal venida de ultratumba. Moisés , los profetas y Jesús lo han proclamado de una manera unánime, a una sola voz:

EL AMOR AL PRÓJIMO Y EN PARTICULAR A LOS MAS POBRES, ES EL SOLO CAMINO QUE PUEDE CONDUCIRNOS A LA FELICIDAD ETERNA.

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Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá, no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que no se revelen contra la injusticia y poder así seguir disfrutando los ricos de sus privilegios. Aunque haya que procurar superar el lenguaje de la época, el verdadero mensaje sigue siendo válido.

Para poder comprender  por qué el rico, que se vestía y comía de lo suyo, es lanzado al “hades” (no nuestro infierno), debemos explicar primero el concepto de rico y pobre en la Biblia. 

Para nosotros “rico” y “pobre” son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. 

En el AT, se elogia la riqueza como signo del favor de Dios, y se da gracias por ella. Fueron los profetas, sobre todo Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es el siguiente: La riqueza se amasa siempre a costa del pobre, esclavizándolo. El rico se erige en señor del pobre. Pero para un judío el único Señor es Dios, por lo tanto el rico usurpa el señorío de Dios y con ello está fallando religiosamente. 

Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo que no tenían nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, -el azar en hebreo- significa Dios ayuda). 

No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre, porque nada se podía desligar del aspecto religioso.

Para comprender que no es fácil descubrir el verdadero sentido del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Sin duda ninguna, Jesús manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza acumulada y no compartida, impide entrar en el Reino de los cielos; así lo predicó sin contemplaciones. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para con los ricos.

La clave de todo el relato es que el rico no descubrió a Lázaro que estaba a la puerta con los perros (animal impuro); aunque parece que después si lo reconoce cuando lo ve en el “seno de Abrahán”. Es aquí donde debemos ver el toque de atención de la parábola. Vivimos tan enfrascados en nuestro hedonismo, que no queremos ver la miseria que existe en el mundo. Y eso que hoy, ni siquiera tenemos que salir a la puerta para descubrirla, porque se está colando a todas horas, dentro de casa por la ventana de la televisión.

El mensaje del evangelio no está encaminado a solucionar un problema social, sino a denunciar una falsa actitud religiosa. La desaparición de la injusticia social, sería consecuencia inmediata de una correcta actitud ante Dios. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo o cualquier clase de igualitarismo impuesto.

Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en superar todo egoísmo y hacer de todos los hombres una comunidad de hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. 

El comunismo reparte los bienes, pero no elimina la tensión entre los seres humanos, de ahí que unos y otros se quedan sin motivación para seguir produciendo riqueza y al poco tiempo, no habrá nada que repartir. 

Lo que Jesús propone es compartir como fruto del amor que nos une. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero el camino recorrido humanizaría tanto al rico como al pobre. 

Con la palabra “amor” expresamos siempre una relación de amistad o cercanía a los demás, pero la mayoría de las veces esa atracción está motivada por la necesidad que tenemos de los demás y en vez de ser verdadero amor, no es más que un deseo profundo de que nos amen. Incluso podemos hacer un esfuerzo y dar pruebas de amor hacia el que esperamos que nos ame, para provocar que se fije en nosotros. Todo ello no es más que un refinado egoísmo que incluso se sirve de un falso amor para salirse con la suya. 

Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Está claro que esa actitud no cuenta para nada en orden a descubrir su verdadera actitud para con los demás. Un verdadero amor solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo de ninguna manera. 

El amor que nos pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es puro interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es “amor” sino interés radical, porque en ello le va la vida. La inmensa mayoría de las relaciones que calificamos como amor, no superan el listón del interés egoísta. El rico demostró su egoísmo porque ignoró la presencia del pobre, del que nada podía esperar. 

Ahora podemos entender por qué refugiarse en la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no puede ser excusa para no hacer nada.
Vuelvo a recordarlo, la denuncia no es de un problema social, sino religioso. Nuestra pasividad está demostrando que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar alguna seguridad espiritual a las seguridades materiales que nos tranquilizan. 

Jesús no te está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza como salvación. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Ahora bien, si los ricos dejásemos de acaparar bienes, terminarían por llegar a los pobres. 

Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participamos y del que tenemos la obligación de salir.

No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a criticar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Es lo que hacemos todos. Se trata de descubrir que aunque yo esté dentro de la más estricta legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con los hombres, y por lo tanto con Dios sea la correcta. 

La solución que propone Jesús no es simplemente externa. No basta con que los ricos sean despojados de su riqueza por la fuerza, porque los ahora pobres ocuparían inmediatamente su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución es la que propone Jesús y pasa por superar todos, el egoísmo y hacer un mundo de hermanos. 

Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero no es menos cierto que los pobres tampoco se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales. Pero también esas injusticias quedarían superadas con  un verdadero amor-compasión. 

Estamos engañados si creemos que podemos desarrollar nuestra humanidad o religiosidad sin contar con el pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación. Pecado es ofender a Dios y punto. 

El evangelio nos dice algo muy distinto. El único pecado que existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría.

De diversas fuentes:

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Gustavo Quiceno