miércoles, 21 de noviembre de 2012

El nuevo libro del Papa sobre la Infancia de Jesús: La interpretación y o creencia popular de ciertos pasajes bíblicos

"Las palabras de Jesús (yo agregaría también “las de la Biblia”)  son siempre más grandes que nuestra razón. Siempre supera nuestra inteligencia".   
                                                           (Benedicto XVI)





El Papa Benedicto XVI además de ser el vicario de Cristo y el líder católico de la Iglesia, es un excelso teólogo, un brillante escritor y maestro.

Pero lo que quiero hacer en este articulo no es ampliar sobre el contenido de su ultimo libro sobre “la infancia de Jesús”, donde confirma entre otros dogmas “la concepción virginal de María” y “La resurrección de Cristo”, sino más bien, es cierto, partir de una de las primeras afirmaciones que hacen “boom” en este momento sobre las redes sociales (“en el pesebre no había ni mula ni buey”); por ejemplo Don Jediondo (caracterizado por Pedro Gonzalez) dice en twitter "que claro no estaban en el pesebre porque nos estaban representando como diplomáticos en La Haya por el caso del conflicto fronterizo territorial de los cayos con Nicaragua…"je,je…

Es cierto que se han enclavado y vuelto afirmaciones casi que indiscutibles y verdaderas, algunas interpretaciones surgidas a raíz de ciertos pasajes bíblicos como el del fruto prohibido del libro del Génesis (2); los sabios venidos de oriente (que visitan a Jesús) (Mateo 2) , la conversión de San Pablo camino de Damasco (Hechos de los apóstoles 9)…Y ahora se suma (a las que mi mente recuerda) los hipotéticos testigos animales del nacimiento del Hijo de Dios citados por Benito XVI: la mula y el buey...
                       
Comencemos por el pasaje del Génesis, donde nos han ensenado que en la culpa o pecado de desobediencia (orgullo, soberbia) de nuestros primeros padres Adán y Eva tuvo mucho que ver un fruto que se les había  prohibido comer…Y siempre el imaginario popular ha identificado ese fruto con la manzana…mismo si el texto bíblico no especifica cual es la fruta…

Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase.

16. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer,
17. mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.»

por qué?  Algún  pintor que recreara la escena hace largo tiempo vistió al fruto prohibido de manzana…

LA MANZANA, ¿FRUTO DEL PECADO ORIGINAL?



18 julio, 2011         · by Wikicurios      · in Cultura, Noticias.       ·


Según el Génesis, Jesús vino al mundo a salvarnos del Pecado Original. Pero en este libro no se hace ninguna referencia al tipo de fruto que comieron Adán y Eva del Árbol Prohibido. ¿Es por lo tanto una manzana?

 En el libro del Génesis, primero de la Biblia, se hace la siguiente cita: “Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”.

Y ahora, ¿por qué muchos piensan que el fruto de este árbol era una manzana? La respuesta es la siguiente: en numerosos mitos, la manzana es símbolo de amor y deseo en sus dos aspectos: el positivo y el peligroso. La manzana que se le ofreció a Afrodita, la diosa griega del amor, dando a entender que era la preferida de entre las diosas, fue la provocante de la Guerra de Troya (tal vez en 1194 -1184 a. C.)

 Alberto Durero, pintor alemán, fue pionero en pintar “Adán y Eva”, cuadro en el que se muestra a los dos individuos desnudos ante el Árbol Prohibido, teniendo éste como fruto la manzana. Esto lo hizo porque, aun estudienda en una escuela medieval, tenía influencias de pintores italianos que, en la Antiguedad Clásica, ponían la idealización de figuras y la mitología.

 Por tal motivo, y al tener esa influencia, Durero “nombró” la manzana como el fruto del Pecado Original por lo que representaba en la era mitológica, sin tener en cuenta que en las futuras generaciones la manzana fuera la “representación del Pecado Original”.


LOS MAGOS VENIDOS DE ORIENTE:
Ni eran 3, ni eran reyes, ni eran magos?



Siempre identificados como los “3 reyes magos”, que como nos decía un experimentado y sabio sacerdote profesor en el seminario “ni eran 3, ni eran reyes, ni eran magos”. ni tampoco estuvieron en el pesebre

Leamos el pasaje exacto de San Mateo:
 “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos” – Mateo 2:1
La Biblia hace mención de unos “magos” (en el idioma original, “μάγος,” que se usaba también para referirse a sabios), no “reyes magos.” No hay mención de que fueron tres. No hay mención de raza alguna. Ni siquiera nombres. La próxima vez que les mencionen los nombres de Melchor o Gaspar, indaguen de dónde proviene eso. Si les contestan que está en la Biblia, ya saben que no es así.
Del mismo modo, los reyes magos tampoco estuvieron en el “nacimiento” como se acostumbra representarles.
“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron…” – Mateo 2:11
La palabra clave es “casa.” No dice “establo.” El motivo por el cual encontraron al niño en su casa fue porque habían transcurrido por lo menos dos años después de su nacimiento.
“Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos.” – Mateo 2:17

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Los Magos de Oriente ni eran reyes ni eran tres
Según el historiador italiano Franco Cardini


Los Magos de Oriente ni eran reyes ni eran tres, según el historiador italiano Franco Cardini

Según explica el historiador italiano Franco Cardini, autor del libro Los Reyes Magos, historia y Leyenda, los Magos de Oriente que fueron a Belén a adorar a Jesús, no eran Reyes ni eran tres, y ni siquiera viajaban en dromedario, sino que todas estas singularidades les fueron atribuidas en interpretaciones teológicas posteriores al evangelio.

En una entrevista concedida a la agencia Efe, Franco Cardini resaltó que el único evangelio de los cuatro canónicos que hace referencia a estos populares personajes es el de San Mateo. El evangelista se limita a consignar que «unos magos que venían del Oriente», sin especificar cuántos, se presentaron en Jerusalén conducidos por una estrella, que señalaba el nacimiento del Rey de los Judíos.

Los historiadores consideran que, con el término «mago», San Mateo se refería a astrólogos o sacerdotes persas que profesaban el mazdeísmo, la religión de Zaratustra, explica Cardini en su libro, recientemente publicado en español por Península.

El evangelio de San Mateo especifica también que los magos ofrecieron al niño Jesús como presentes oro, incienso y mirra. A partir de aquí, explica Cardini, «el número de tres magos se fija bastante rápidamente» entre los Padres de la Iglesia, dado que «se hace una relación entre el número de regalos y el número de magos» No obstante, hasta entrado el siglo V, en algunos escritos seguían hablando aún de cuatro magos. El primero que convirtió en Reyes a los magos fue Tertuliano, quien descubrió en el Antiguo Testamento, concretamente en los Salmos de David, un pasaje que aseguraba que unos Reyes acudirían a ver al Mesías poco después de su nacimiento. El tratamiento de Reyes era mucho más aceptable para los teólogos que el de Magos que «se asociaba con nigromantes o brujos», explica Cardini.

San Agustín, por su parte, determinó que los Reyes habían llegado hasta Belén montados en dromedarios para salvar una incongruencia temporal. «Según la tradición cristiana occidental, la estrella subió al cielo en el momento en que Jesús nació, el 25 de diciembre, y los Reyes llegaron desde Asia a Belén en 13 días, lo que es difícil de creer para la época», indica Cardini. Ante esta contradicción, y haciéndose eco de un evangelio apócrifo que aseguraba que los Magos viajaron en camellos, San Agustín dedujo que los Reyes debieron montar en dromedarios «porque él era africano y sabía que eran más veloces que los camellos».

Según Cardini, los Reyes Magos acabaron convirtiéndose en la tradición teológica e iconográfica occidental en «un símbolo de todos los paganos que se convierten al cristianismo sin pasar por la tradición judía». «Los tres Magos son los representantes de todos los pueblos de la Tierra y cada uno de ellos se convierte en rey de uno de los tres continentes conocidos y en encarnación de las razas humanas: hay un europeo, un asiático y un africano», asegura el historiador italiano, quien precisa que, a partir, del siglo XII y XIII, se coloca ya habitualmente «un mago negro».

Franco Cardini relata como los Reyes Magos «son también símbolo del tiempo, del pasado, el presente y el futuro, y por eso sus figuras representan un hombre anciano, uno de mediana edad y uno joven». Además, los Magos son símbolos de la Trinidad y encarnan los tres papeles de Cristo como Dios (la divinidad), como Rey (el alma) y como hombre (el cuerpo), según el historiador italiano. Asimismo, sus regalos representan el poder político (oro), la divinidad (el incienso) y la resurrección (la mirra).


La mula y el buey…ausentes en el pesebre y en el momento del  nacimiento de Jesús?

      No hay Belén o simple Nacimiento en el que falten los entrañables buey y mula junto al pesebre. Pero los Evangelios no dicen nada de que en el establo hubieran un buey y una mula. ¿De dónde viene entonces la tradición de representarlos junto a la Sagrada Familia en el Nacimiento?
           Siguiendo a Benedicto XVI, debemos indicar que para entender este punto hay que retrotraerse a la época de los Padres de la Iglesia, y a la interpretación que hicieron de un famoso pasaje del Libro de Isaías (1, 3):

           Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende.



El Niño, el buey y la mula

2007-12-21

Por Leonardo Boff (http://servicioskoinonia.org)


  Los evangelios no hablan del buey y la mula que habrían estado en el pesebre junto a Jesús sobre las pajas. Pero la tradición habla de ellos. Su historia es conmovedora y encanta a niños y adultos. Y en estos tiempos ecológicos adquiere un significado especial. Vamos a contar la verdad de esta historia antigua que es narrada a su manera en cada lengua.
Un campesino tenía un buey y una mula muy viejos e inservibles para el trabajo en el campo. Se había encariñado con ellos y le habría gustado que muriesen de muerte natural, pero se consumían día a día. Así que resolvió llevarlos al matadero. Cuando tomó la decisión se sintió mal y no consiguió dormir en toda la noche.
El buey y la mula notaron que había algo raro en al aire. Movían inquietos sus osamentas sin poder dormitar. La vida había sido dura. Habían pasado por varios dueños. De todos habían recibido muchos palos. Era su condición de animales de carga.
Hacia la media noche, de repente sintieron que una mano invisible los conducía por un estrecho camino hacia un establo. Decían entre sí: «¿Qué nos obligarán a hacer en esta noche fría? Ya no tenemos fuerzas para nada».
Fueron conducidos a una gruta donde había una lucecita trémula y un pesebre. Pensaban que irían a comer algo de heno. Quedaron maravillados cuando vieron que allí dentro, sobre unas pajas, tiritando, estaba un lindo recién nacido. Un hombre inclinado, José, procuraba calentar al niño con su aliento. El buey y la mula comprendieron inmediatamente. Debían calentar al niño. También con su aliento. Acercaron sus hocicos. Cuando percibieron la belleza y la irradiación del niño sus viejos esqueletos se estremecieron de emoción. Y sintieron un fuerte vigor interno. Con sus hocicos bien cerquita del niño empezaron a respirar lentamente sobre él, y así se fue calentando.
De repente, el niño abrió los ojos. «Ahora va a llorar», dijo la mula al buey, «verás que le asustaron nuestros feos hocicos». El niño, por el contrario, los miró amorosamente y extendió su pequeña mano para acariciar sus hocicos. Y seguía sonriendo, como si fuera una cascada de agua.
«El niño ríe», dijo José a María. «No para de reír». «Debe ser que le hizo gracia el hocico del buey y la mula». María sonrió y quedó callada. Acostumbrada a guardar todas las cosas en su corazón, sabía que era un milagro de su divino niño.
El hecho es que los propios animales se sintieron alegres. Nadie les había reconocido ningún mérito en la vida. Y he aquí que estaban calentando al Señor del universo en forma de niño.
Cuando volvían hacia casa notaron que otros burros y bueyes los miraban con un aire de admiración. Estaban tan felices que al avistar la casa, hasta se arriesgaron a un galope. Y ahí se dieron cuenta de que estaban realmente llenos de vitalidad.
Volvieron al establo. Por la mañanita vino el patrón para llevarlos al matadero. Ellos lo miraron compungidos, como diciendo: «¡déjanos vivir un poco más!». El patrón los miró sorprendido y dijo: «¿pero son éstos mis viejos animales?, ¿cómo es que están tan vigorosos, con la piel lisa y brillante y las patas firmes y fuertes?»
Y dejó que se quedaran. Durante años y años sirvieron fielmente al patrón. Pero él siempre se preguntaba: «Dios mío, ¿quién trasformó de repente en jóvenes y robustos a aquella mula y aquel buey tan viejitos?» Los niños, que saben del niño Jesús, pueden darle la respuesta.


En el camino de Damasco cuando ocurrió su conversión…San Pablo cayo yendo a pie…o se cayo de un caballo?


¿Qué sabemos del famoso caballo del que cayó San Pablo cuando de camino a Damasco vio o escuchó a Jesús produciéndose su repentina conversión, que le llevó de perseguir cristianos a ser el más apasionado, vehemente y carismático de entre ellos?

            Pues bien, el famoso caballo del que se cayó San Pablo, nunca existió. Que San Pablo se convirtió al cristianismo en especiales circunstancias es un hecho fehaciente del que los siglos han dejado hermosa constancia en la fabulosa comunidad cristiana de casi 2.000 millones de seres que somos hoy los cristianos gracias, entre otras cosas si no sobre todo, a la labor evangelizadora de San Pablo. De que la conversión de San Pablo coincidió con una caída que debió de ser virulenta hasta el punto de quedar el apóstol de los gentiles preso de una ceguera de la que tardó hasta tres días en curar, cabe menor duda aún. Pero lo que es el caballo ese del que supuestamente se cayó el apóstol de los gentiles para convertirse, de ese caballo precisamente, lo único que podemos decir es que... ¡¡¡no existió nunca!!!

            La conversión de San Pablo no es un hecho baladí en los textos canónicos, hasta el punto de que se narra en nada menos que tres ocasiones. Una de ellas, (cronológicamente hablando, la última de las tres, sin embargo la más descriptiva e importante) en los Hechos de los Apóstoles, donde se hace en los siguientes términos:

            “Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer.» Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en Damasco. Pasó tres días sin ver, y sin comer ni beber” (Hch. 9, 3-9)

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 Brown (2002). Introducción al Nuevo Testamento, II, p. 588-589: «Se ha afirmado a menudo que la famosa red romana de carreteras facilitó la expansión del cristianismo, y las películas de romanos nos pintan a las cuadrigas deslizándose a lo largo de esas vías pavimentadas con duras losas. Sin duda alguna Pablo aprovechó tales caminos cuando pudo pero en muchas regiones no pudo gozar de tal lujo. El Apóstol, además, fue un artesano itinerante que hubo de luchar para conseguir dinero para alimentarse. Un vehículo con ruedas habría estado fuera de sus posibilidades. Viajar a caballo era dificultoso, puesto que no se utilizaban estos animales para largas distancias y se necesitaba estar ducho en equitación (dada la ausencia de sillas y arreos tal como hoy los conocemos). Pablo probablemente no tuvo posibilidades o deseos de gastar dinero en un asno que transportara su equipaje, puesto que los soldados se sentían inclinados a requisar tales animales de los viandantes que no podían ofrecer resistencia. De este modo podemos imaginarnos a Pablo marchando a lo largo de los caminos acarreando sus limitadas posesiones en un saco, cubriendo cada día un máximo de treinta kilómetros.»

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Por Caravaggio, en la Iglesia de Santa María del Popolo, en Roma. En las obras de arte y en la creencia popular se tiene la imagen de que Pablo cayó de su caballo, cuando ni en las epístolas paulinas ni en los Hechos de los Apóstoles se menciona la caída de un caballo. Podría tratarse, pues, de un anacronismo.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:













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Gustavo Quiceno