Dios invita,
Dios siempre ha querido reunirnos
para compartir la vida, en fraternidad, en alegría…
Dios quiere convocar a toda la
humanidad sin distinciones de ninguna índole y hacernos partícipes de su
banquete, de las bodas de su Hijo Jesucristo…
Pero será necesario esperar el fin de
los tiempos? El apocalipsis? El juicio final?
No, Dios nos invita aquí y ahora, a
cada instante y nosotros nos hacemos presentes en él, lo saboreamos, tenemos un
aperitivo cuando compartimos, nos ayudamos, oramos en comunidad, comulgamos el
cuerpo y la sangre de Cristo en la misa.
Toda esta imagen del banquete de
bodas como la de la viña, son para que nos hagamos una idea cercana de lo que
es el REINO DE DIOS. Y Jesús sabia cuán difícil es describir con palabras
humanas los misterios del Reino de Dios; y por ello se exprime como un poeta.
Él utiliza parábolas, imágenes y
comparaciones que nos ayudan a comprender mejor lo que se dice. Por lo tanto
estas parábolas no nos facilitan siempre la tarea (la misión).
Acá es cuestión de un rey que invita,
de invitados que desprecian la invitación y matan los servidores del rey, de
ese mismo rey que hace matar los asesinos, de un hombre maltratado porque no
portaba (vestía) el vestido de bodas…
Es acaso esto el Reino? Tanta
violencia! Jesús, Él mismo será rechazado por los suyos, al igual que tantos
profetas, pero sabemos que después de
Pascua, Él abre el Reino a todos: buenos y malos.
Como hacer resonar esta “Buena Nueva”?
La Palabra nos sacude, nos quiebra y nos lleva forzosamente a hacernos
preguntas, lo que es una buena señal.
Ella punza (aguijona) nuestro corazón
para que destaquemos las huellas de un Dios escondido que se deja buscar, para
que construyamos su Reino que está ya aquí y siempre está por venir.
Vemos sobretodo en esta parábola, el
deseo de un Dios esposo, donde el amor no es amado por todos y que sufre al ver
que si bien son muchos los invitados, “los elegidos” (o decididos) como dice la
canción misionera, son pocos (v.14).
“Todo está listo: vengan al banquete
de boda” (v.4) Todo el mundo es interpelado por esta gran invitación de la
parte de Dios, a unirnos con Él. Los profetas del Antiguo Testamento hablaban
ya desde antiguo de esta unión nupcial entre Dios y su pueblo. El Evangelio
presenta a Jesús como el esposo de esa boda esperada. Ahora, todo está listo.
Decir SI a esta boda divina, es aceptar que esta relación nos transforma profundamente,
como en una vida de pareja, pero siempre para lo mejor.
Dios no puede sino esperar: Él no
obliga a nadie a responder, así como Él tampoco obliga a nadie a entrar a la
sala de la fiesta de la boda. En otra parábola, el hermano mayor del hijo
prodigo se rehúsa a festejar ya que se escandaliza del amor gratuito de su
padre que se traduce por el perdón. Como los invitados a la fiesta de bodas, él
no sabe que el nombre del padre es AMOR.
La salvación está “servida” por el
mismo Jesús. Pongamos nuestro “vestido de domingo” (el `dominguero` que
llamamos) este vestido de bodas que es Cristo. En la cultura de la época de Jesús,
el vestido exprimía, significaba la persona. Vestir el hábito de la boda, es
vestirse de Cristo y participar así en el ser mismo de Dios. Y hay con esto una exigencia a vivir conforme a la fe en
Cristo. Nuestro cuerpo entero debe ser un eco vibrante del evangelio que invade
todo.
El banquete ofrecido en cada eucaristía
nos permite llegar a ser un poco más Aquel que recibimos en su Palabra y en su
pan.
REFLEXIÓN
UNA
PARABOLA RETOCADA
Había una vez un empresario en colección
de impuestos que al hacerse rico, organiza una gran comida para los consejeros
municipales de su ciudad, con el subterfugio
(o la intención escondida tras su pensado) de que fuera aceptado en los medios
y o ambientes políticos, gracias a su dinero. Pero los políticos ignoraron la invitación de este nuevo rico. Llevado por la cólera,
este último hizo que se diera a los pobres el frugal banquete que estaba ya
cerca y listo, para demostrarle bien a los políticos que él no quería saber ya más
nada de ellos.
Esta historia, que figura en el Talmud
palestino, ha servido seguramente como punto de partida a Jesús para su parábola
del festín. El relato es más claro en la versión paralela de Lucas que queda
muy desnuda, sin tantos matices, mientras que Mateo por su parte ha hecho de su
texto una alegoría sistemática de la historia de la salvación.
Y esta es la nueva significación de
cada elemento de la historia retocada: Dios Padre es el rey; el primer grupo de
servidores son los profetas del Antiguo Testamento; el segundo grupo de
servidores son los apóstoles y los misioneros cristianos, entre los cuales
muchos murieron mártires; el envío de
otros servidores al cruce de los caminos es la misión en tierra extranjera; la
entrada en la sala con el vestido de boda es el bautismo acompañado de la conversión;
la visita del rey es el juicio final y las tinieblas exteriores es el infierno.
Este cuadro es impresionante, pero la
intención de Jesús no era tan ambiciosa! El mensaje que Él quería transmitir a
las autoridades religiosas de su tiempo se resumía en esto: si ustedes rechazan
la invitación de Dios a la fiesta del Reino, no se sorprendan si Dios invita a
otros que no sean ustedes.
El desarrollo de los versículos 11 a
13, que no aparece en el relato de Lucas, constituía probablemente originalmente
una parábola independiente sobre la vigilancia necesaria para acoger la salvación
cuando Él venga. Semejante a “es necesario vigilar” (Mc 13,35) y conservar su lámpara
encendida (Lc 12,35), es necesario también vestirse con el atuendo de fiesta,
es decir, estar listo (preparado) en todo momento para reconocer a Dios y
acogerlo.
Mateo habría agregado esta parábola aquí,
para evitar todo malentendido en relación con la gratuidad de la salvación:
Dios ofrece su fiesta para todos “malos y buenos” (v.10) pero todavía, hace falta acoger esta salvación
en el compartir, la justicia y el amor.
El remate de la parábola “modificada” no se refiere más acá a la invitación
a los pobres y a los pecadores como
consecuencia del rechazo de los “justos”, sino sobre las exigencias de la vida
cristiana. He aquí un bello ejemplo de la manera como los evangelistas han
utilizado sus materiales en función de las necesidades concretas de sus
comunidades cristianas.
En cuanto a nosotros, podemos
aprovecharnos de los dos mensajes como también de aquel de Jesús: Dios quiere
tenernos en su fiesta, pero debemos decidirnos como en el mensaje de Mateo: y si
nos decidimos, esto va a traer implicaciones concretas en nuestro estilo de vida.
REFLEXION
El Reino
de Dios es comparable (se parece) a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
En el texto de hoy, Mateo nos
presenta dos parábolas de Jesús, la una seguida de la otra: la del banquete de
bodas y la del vestido de fiesta. Cada de ellas aclara un aspecto importante del
Reino de Dios.
En lo que se refiere a la cólera del
rey, al final de la primera parábola (las tropas que matan y queman la ciudad),
es claro que Mateo tenía en su cabeza los eventos trágicos que habían sucedido
poco tiempo antes de la redacción de su evangelio : la revuelta judía
contra el imperio romano y la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén
por los ejércitos de Tito en el año 70. Millares de judíos fueron masacrados y
ese fue el fin del Estado de Israel que solo renacerá 19 siglos más tarde en
1948.
El Reino de Dios no es una sociedad
de gente perfecta, sino de pecadores perdonados.
La primera parábola nos recuerda que
el encuentro con Dios es una gran fiesta. El Banquete es signo de amistad y la
puerta está abierta para todos: “ellos reunirán a todos aquellos que
encuentren, los malos y los buenos”. Nadie puede decir: “Yo no soy digno. Yo
no soy invitado”. La separación de Buenos y Malos ha desaparecido. Todas las
barreras caen : « vayan al
cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren ». Como bien lo dice San Pablo : « en la
casa del Padre, no hay ni griego ni judio, ni circuncidado ni incircunciso, ni
hombre ni mujer, ni esclavo ni hombre libre” … blancos y negros, cristianos y
musulmanes, jóvenes y viejos, ricos y pobres…todos están invitados.
En la antigüedad, una comida (banquete) de fiesta era muy exclusiva (o).
Solo los miembros de la familia o del clan eran invitados. El hecho de que los
primeros cristianos acogieran todo el mundo en la eucaristía y en el ágape, que
el esclavo estuviera sentado en la misma mesa que el propietario, que los
pobres y los ricos, los hombres y las mujeres compartieran la misma comida,
provocaba serios problemas que podemos encontrar narrados en el libro de los
Hechos y las cartas de San Pablo.
La parábola es clara: el rey invita a
todo el mundo. El Reino de Dios no es una sociedad de gente perfecta, sino de
pecadores perdonados. La discriminación y el apartheid
no existen ya.
En el ritual de la Eucaristía, hay
una muy bella formula que nos repiten antes de cada comunión: “Felices somos nosotros
de ser invitados a la cena del Señor…”
Muchos cristianos ignoran esta invitación, por indiferencia, o porque sucede
que están muy ocupados. Otros responden a la oferta con agresividad. Ellos están
en contra de aquellos que van a la iglesia, contra el clero, contra la religión
en general. Jesús pinta (designa) acá estas dos categorías de personas.
Hoy todavía, encontramos esos mismos
grupos de personas. Es suficiente con dar algunos ejemplos de antes: “Como quiere usted que yo vaya a la misa? Yo
no cuento nada más que con el día domingo para hacer deporte y divertirme un
poco. Es el día que salimos de paseo. Es mi jornada de reparaciones y arreglos
en la casa. Y luego pues, tengo mis deberes que hacer y mis exámenes para
preparar…”
Enseguida, encontramos también aquellos
que atacan las religiones calificándolas como “organismos de gran oscuridad y
desgracia” y que no creen que en su propia religión laica.
La segunda parábola, la del vestido
de bodas (o para el banquete) es bien diferente de la primera. Dios continua
invitando, pero el pide nuestra participación: Él quiere partenaires (socios, compañeros)
activos que participen en la construcción del Reino de Dios.
El vestido de fiesta hace parte de
todas las civilizaciones. En toda la Biblia encontramos rastros de este vestido
especial. Por ejemplo, en la historia
del hijo prodigo, el padre da un nuevo
vestido a su hijo que regresa al hogar. En la Iglesia de los primeros
siglos, los nuevos bautizados se ponían un vestido blanco durante toda una
semana como símbolo de una vida nueva. Esta larga tradición de vestidos de
fiesta es transmitida por los jóvenes casados, por el niño presentado en la
fuente bautismal, por los estudiantes que celebran la obtención de su diploma y
o sus pergaminos, etc.
Como vestido de fiesta, San Pablo nos
propone una bella sugerencia: « como
elegidos de Dios, mis bien amados, revístanse con el vestido del amor y de la compasión,
de la bondad, de la humildad, de la dulzura y la paciencia. Sopórtense unos a otros. Perdónense los uno a los otros, como
Cristo les ha perdonado. A su turno, coloquen por encima de todo la caridad,
ese vínculo (lazo) perfecto” (Colosenses, 3,12-15) o todavía, en su carta a
los Efesios: “Despójense del hombre viejo…y vístanse con el hombre nuevo,
creado según Dios, en la justicia y la santidad de la Verdad” (Efesios
4,22-24).
Esta segunda parábola nos recuerda
que la salvación no es nunca automática: es necesario responder a la invitación
de Dios transformándonos y convirtiéndonos.
El invitado al banquete, que no tenía
el vestido de fiesta, no podía participar porque le faltaba una disposición fundamental:
el alma festiva y el espíritu de servicio. La parábola del regreso del Hijo
prodigo nos ayuda a comprender aún más esta referencia al vestido de bodas. El
hijo mayor que vuelve del campo y escucha la música de la fiesta está furioso
con su hermano y con su padre. Él se niega a entrar y el padre sale para
invitarle a la fiesta. Este hijo no está preparado para participar en la celebración,
él todavía no ha se puesto el vestido de fiesta!
REFERENCIAS:
Pequeno misal "Prions en Eglise" , version canadiense
HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
http://cursillos.ca