5 de enero de 1932, Italia
"Habiendo llegado al final de mi pobre vida
de pecador, mi cabello ahora blanco, me dispongo a dejar en este pergamino mi
testimonio acerca de los asombrosos y terribles
acontecimientos que presencié en mi juventud a fines del año de Nuestro Señor de 1327. Que Dios me conceda la
sabiduría y la gracia para dar fiel
testimonio de los hechos que acontecieron en una lejana abadía del norte oscuro de Italia. Abadía
cuyo nombre parece prudente cubrir con
un piadoso manto de silencio."
(Comienzo de “En el Nombre de la Rosa” de Humberto Eco)
Hace 32 años, un versátil profesor de semiótica y
versado sobre todo en los estudios medievales, hijo de un padre contable y un
tatarabuelo tipógrafo, fumador de pipa y amante del whisky, publicaba en Italia
, bajo un título enigmático, una novela
policiaca con mezcla de mística y semiología,
que habría de marcar la historia de la literatura contemporánea por su increíble
suceso: historia de asesinatos en 1327 en una abadía benedictina, “EL NOMBRE DE
LA ROSA” , relato que sobre el papel no tenía nada, y por
tanto ninguna posibilidad de llegar a
ser un Best Seller probable.
Gracias a la película de cine que Jean-Jacques
Annaud adopta con base al libro, EL NOMBRE DE LA ROSA llegaría a cautivar a
millones de lectores en cerca de 50 lenguas (yo
me incluyo ahí dentro).
32 años después, Humberto Eco ha llegado a ser un
escritor mediático a quien se le rinden honores en el mundo entero.
Todos sus libros han tenido un éxito y boom
extraordinario. Eco ha logrado seducir a la vez el público y a la crítica
desmitificadora de la cultura sabia
(intelectual) o “sabionda”, haciéndola accesible
a todo el mundo. Como Historiador de la Edad Media, ensayista, semiólogo o crítico
de la cultura de masa, este pensador pluralista le place a sus colegas y nos
causa simpatía a todos…
Personalmente
en 1988 vi por primera vez la película que había salido en 1986. A pesar que en aquel
momento cursaba estudios para sacerdote y muy imbuido en el ambiente eclesial católico,
que por cierto sale muy mal librado en el filme, pude comenzar a hacer un análisis
crítico de la historia de la Iglesia, a preguntarme sobre el concepto VERDAD y
de alguno u otro modo sobre el sentido de la vida consagrada y misionera…
Después tuve
la grata e inolvidable experiencia de leer el libro en 1994 y como ocurre con
pocas películas basadas en libros, personalmente considero que la película fue
una aceptable adaptación, bien lograda por la dirección , la realización y la intervención
de los actores, entre ellos: Sean Connery, Christian Slater y Ron Pearl… Aunque
siempre será más enriquecedor y creo más conveniente leer primero el libro y después ver
la película en la que se basa…
Para hacer
homenaje al egregio escritor italiano de cumpleaños (81) en este día, pues nació
un 5 de enero pero de 1932…les dejo un video sobre su vida , obra y pensamiento,
luego un audio sobre el análisis de su
libro más renombrado y finalmente una entrevista puntual donde amplia detalles
sobre su best seller…si de la obra que ha logrado vender más de 15 millones de
copias desde su aparición en 1980: EL NOMBRE DE LA ROSA.
ENTREVISTA
A UMBERTO ECO (2005)
Y así le puse nombre a la rosa
ANTONIO GNOLI.
Hace
25 años, Umberto Eco publicó "El nombre de la rosa", libro
apasionante y erudito que recorre, a modo de novela policial, los problemas
filosóficos centrales de la Edad Media. En esta charla, responde preguntas
frecuentes: ¿cómo explicar la popularidad de una obra con profusos,
intraducidos párrafos en latín?, por ejemplo. Además, cuenta algunos secretos
del libro y muestra los dibujos que bocetaron y dieron forma y nombre al
fenómeno de esa rosa.
Hace
veinticinco años, pocos habrían imaginado que una novela cargada de ironía y de
doctrina, sorprendente en su amplitud y erudición, a mitad de camino entre lo
teológico y lo policial, se convertiría en lo que todo escritor espera que
suceda pero no confiaría ni siquiera a su mamá: el sueño de 15 millones de
ejemplares.
El nombre de la rosa fue eso. Pero también otra cosa, agregaría.
Tratemos de imaginar al autor. Un señor de cincuenta años que un buen día
decide dedicarse a la narrativa y lo hace de la manera más arriesgada. ¿Qué
lector tendrá la voluntad penitencial de leer una crónica medieval novelada,
salpicada sí de delitos e intrigas, pero también llena de difíciles citas en
latín y controversias teológicas? Tiene que estar un poco loco este semiólogo,
de cierta fama internacional, para ambientar su historia en la primera mitad
del siglo XIV y elegir como lugar de la acción una abadía aislada, atrincherada
en las pendientes de una montaña del norte de Italia.
Cuando no enseña en la universidad, cuando no toca la flauta dulce, o cuando no
inventa divertidos juegos de palabras, se encierra en una austera biblioteca
donde compulsa tratados medievales, crónicas de herejes, libros sobre historias
menores y desconocidas. Se ha dado cuenta de que la experiencia a la que quiere
dar cuerpo y alma es más compleja de lo que imaginaba. Y pensar que todo nació
como una broma, un desafío, un pasatiempo, una parodia. Ahora descubre que para
contar no basta con la fantasía, no basta con su bella tesis sobre Tomás de
Aquino. Hacen falta paciencia, escrúpulo, preparación. Se siente como un atleta
que cambia de especialidad. La empresa le da resultado. Ocho meses después de
la publicación del libro, exactamente el 9 de julio de 1981, El nombre
de la rosa, gana el premio Strega. Es un reconocimiento que consagra un
libro que ya vendió 300 mil ejemplares y está a punto de convertirse en un caso
mediático de proporciones monstruosas. Más tarde aprendimos a conocer el
talento narrativo de ese profesor, y la rara capacidad de hacer convivir
felizmente al estudioso y al novelista. No obstante, pasados veinticinco años
subsiste el misterio del hombre que supo darle el nombre justo a la rosa.
Por eso voy a ver a Umberto Eco a su casa milanesa, para comprender la parte
menos visible de su éxito, el trabajo que requirió, las huellas que dejó. De un
lugar poco accesible, en lo alto de la inmensa biblioteca saca un sobre con los
dibujos originales de la novela. Dice: "En realidad, una biblioteca
estadounidense quiso comprarlos, pero me resistí". Eco se baja de la
escalera, apoya la carpeta y se dirige a otro lugar de la biblioteca. La mano
toma con firmeza un tomo del Traité des poisons (Tratado de
los venenos). El libro tiene casi dos siglos, edición Crochard, 1815. "Se
lo compré por unos pocos francos a un bouquiniste del Sena;
pensé que encontraría una idea para ambientar los homicidios que tienen lugar
en la abadía".
Sorpresivamente, abre una habitación cerrada con llave. "Aquí están los
libros que fui consultando para las sucesivas novelas." Tiene todo el
aspecto de ser un estudio secreto, un espacio poco iluminado, pero sugestivo.
Sobre la mesa hay un atril con las planchas originales de una historieta. En
las paredes, textos raros: investigaciones sobre Rosacruz, primeras ediciones
de Ulisse Aldrovandi. En el estante de la biblioteca, dentro de un recipiente
cilíndrico de vidrio, flotan, irreconocibles, los testículos de un perro. Eco
sonríe: "Los menciono en mi última novela". Pero es tiempo de volver
a la primera.
- —¿Qué es lo
que no sabemos todavía de El nombre de la rosa?
- —Todos piensan que la novela fue escrita en
computadora, o que usé máquina de escribir. En realidad, la primera versión fue
hecha con lapicera. Pero recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola
línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé
cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en
lugares que visitaba.
- —¿Por qué esa exigencia visual?
- —Era una manera de tomarle confianza al ambiente
que estaba imaginando. Por ejemplo, necesitaba saber cuánto tardaban dos
personajes en ir de un lugar a otro. Y eso definía también la duración de los
diálogos que, por otra parte, no estaba tan seguro de poder lograr.
- —Entiendo los lugares, pero ¿por qué
dibujar también a los monjes de la abadía?
- —Necesitaba
reconocer a mis personajes, mientras los hacía hablar o actuar, de lo contrario
no habría sabido qué hacerles decir.
- —Dos años después de la publicación
de la novela, usted agrega un apéndice con las - Apostillas al nombre de la rosa- ,
abandonando así su idea de que una novela camina por su cuenta y el autor debe
desinteresarse.
- —Podría responder que en ese momento tenía en
mente las explicaciones que Thomas Mann había tratado de dar del Doctor
Faustus. Pero la verdad es que habían surgido muchos debates alrededor de
la novela. Y en mi apostilla, si se lee con atención, se verá que mis
consideraciones son externas al libro.
- —A veces da la sensación de que
usted no soporta más la repercusión que tuvo la novela. ¿Se siente asediado?
- —Es fatal sentirse acorralado. Por otro lado,
constatar que en torno de El nombre de la rosa se editaron
miles de páginas de crítica, centenares de ensayos, libros y textos de
monografías —la última me llegó la semana pasada— me hace sentir bastante
obligado a pronunciarme sobre algunas cuestiones de poética. Es legítimo que un
autor declare cómo trabaja, mientras que la crítica interviene respecto del
modo en que se lee un libro.
- —¿El hecho, entonces, de que - El
nombre de la rosa- sea una obra
"abierta" depende más de los otros que de usted?
- —Depende de la novela y no de lo que digo
después. Si bien hago alusión, como en las apostillas, a lo posmoderno, no hay
nada que obligue a leer el libro de determinada manera.
- —Llamaba la atención, en esas
páginas de explicación, el uso reductivo que usted hacía del término
"posmoderno".
- —El hecho es que "posmoderno" es una
especie de paraguas que termina por cubrir todo. Fue inventado en arquitectura
y después lo usó la literatura. En los Estados Unidos tenía un significado
diferente del que encontramos en Francia en los libros de Lyotard. Como ve, es
un lío. Si queremos restringir el significado, y yo citaba a John Barth, es
necesario ir a la Segunda Intempestiva, donde Nietzsche sostiene
que estamos tan cargados de historia que podríamos morirnos a menos que la
releamos irónicamente.
- —¿Podría decirse que con - El
nombre de la rosa- usted realizó una
operación moderna irónica sobre un gran fresco medieval?
- —Digamos, como sucede con otras obras, que mi
novela puede tener dos o más niveles de lectura. Si la comienzo diciendo:
"Era una noche oscura y tormentosa" el lector ingenuo,
que no comprende la referencia a Snoopy, gozará en un nivel elemental, y la
cosa puede terminar ahí. Después está el lector de segundo nivel que capta la
referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre
todo, ironía. Llegado a ese punto, podría agregar un tercer nivel, dado que el
mes pasado descubrí que la frase es el incipit de una novela
de Bulwer-Lytton, el autor de los Ultimos días de Pompeya. Es obvio
que también Snoopy estaba probablemente citando.
- —La sutil ironía literaria, hecha de
citas, referencias, alusiones es un homenaje a la inteligencia pura. Pero, ¿no
existe el riesgo de que la elaboración de la página termine teniendo poca
narración y mucha cabeza?
- —No son asuntos míos. Yo puedo ocuparme
legítimamente de apostillas, de esta charla, del hecho de que la novela fue
escrita en una época en la que se hablaba mucho de dialogismo intertextual y de
Bajtin. Si después usted señala que de esa manera muy pocos la leerán, yo le
respondo: es cosa del lector, no mía.
- —Es una afirmación muy perentoria.
- —La verdad es que cuando salió El nombre
de la rosa fui sometido a una auténtica ducha escocesa. ¿Por qué hizo
un libro difícil que nadie entiende? Y yo respondo como el guerrero africano de
Hugo Pratt: porque me gusta. ¿Y entonces por qué hizo un libro popular que
todos quieren leer?
Pongámonos de
acuerdo, ¿es difícil o popular?
- —Paradójicamente es ambas cosas.
- —En ese sentido, propondría un planteo interesante: hoy es popular un
libro difícil porque está naciendo una generación de lectores que quiere que la
desafíen.
- —Es una explicación sociológica.
- —De acuerdo, aunque es mejor que jugar con la
idea contradictoria del libro difícil pero popular.
- —A mí me parece una novela que
gratifica a las personas. Las hace sentir más cultas de lo que son.
- —No estoy tan seguro. El lector ingenuo que
confiesa qué frustración enorme es no haber comprendido las citas en latín, no
se siente en absoluto gratificado. O deberíamos llegar a la conclusión de que
es un tipo de lector que disfruta sintiéndose estúpido.
- —Digamos que advierte un problema y
se lo plantea.
- —Y ese es un modo diferente de reformular mi
hipótesis, o sea que hay una categoría de lectores que desea una aventura
literaria más exigente. ¿Cómo sobrevivirían, si no, muchos escritores contemporáneos?
- —Tengo la impresión de que usted
busca una respuesta a un problema insondable. ¿Qué decreta el éxito de un libro
como - El nombre de la rosa- ?
Reconocerá que en definitiva tiene algo de misterioso.
- —Es cierto, yo estoy buscando explicaciones. Pero
sólo porque usted me lo pide. Si de mí dependiera, prescindiría de eso. Lo que
sé y que comprendí es que si El nombre de la rosa hubiera
salido diez años antes, tal vez nadie se habría enterado, y si salía diez años
después, tal vez habría sido igualmente ignorado.
- —Hay un ejemplo que tenemos ante
nuestros ojos hoy: - El Código da Vinci- de Dan Brown. ¿Considera que si hubiera salido en otro momento no
habría tenido el mismo éxito?
- —Dudo que, de haber salido estando Paulo VI, El
Código da Vinci hubiera interesado a la gente. La explicación del fenómeno
que se generó en torno de una novela policial, en definitiva bastante modesta,
es que remite quizás a la gran teatralización de los hechos religiosos ocurrida
durante el pontificado de Juan Pablo II. En la novela de Dan Brown hubo una
inversión teológica de parte de la gente. Digámoslo de esta manera: escribió un
libro que salió en el momento justo.
- —Es precisamente la idea de
"momento justo" la que tiene algo de insondable.
- —Creo en el Zeitgeist, en ese
espíritu del tiempo que permite percibir las cosas y gracias al cual uno recibe
incitaciones que se traducen en algo completo y definido. De lo contrario, no
podría explicarme por qué precisamente en 1978, y no antes, se me ocurrió hacer El
nombre de la rosa. Aunque debo reconocer que ya en tiempos del Gruppo 63
había pensado en escribir una novela.
- —¿Qué forma pensaba darle?
- —Imaginaba un collage de obras salgarianas: la
tormenta en Mompracem, un diamante grande como una nuez, las pistolas con la
culata llena de arabescos. En suma, una operación irónica sobre la literatura.
- —¿Por qué abandonó la idea?
- —Sentía que no era el momento apropiado y debía
dejar reposar la idea.
- —En el fondo, hizo una operación
análoga algunos años después con - El nombre de la rosa- . ¿Por qué eligió ese título?
- —Era el último de una lista que incluía entre
otros La abadía del delito, Adso de Melk, etcétera.
Todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era
el mejor.
- —Es también el cierre de la novela,
la cita latina.
- —Que yo inserté para
despistar al lector. Pero el lector lo que hizo fue seguir todos los valores
simbólicos de la rosa, que son muchísimos.
- —¿Le molesta el exceso de
interpretación?
- —No, soy de los que piensan que a menudo el libro
es más inteligente que su autor. El lector puede encontrar referencias que el
autor no había pensado. No creo tener derecho a impedir que se saquen ciertas
conclusiones. Pero tengo el derecho de obstaculizar que se saquen otras.
- —Explíquelo un poco mejor.
- —Los que, por ejemplo, en la "rosa"
encontraron una referencia al verso de Shakespeare "a rose by any other name", se equivocan. Mi cita
significa que las cosas dejan de existir y quedan solamente las palabras.
Shakespeare dice exactamente lo opuesto: las palabras no cuentan para nada, la
rosa sería una rosa con cualquier nombre.
- —La imagen de la rosa termina la
novela. Pero el verdadero problema para un escritor, sobre todo si es
debutante, es cómo iniciarla. ¿Con qué disposición mental, con qué dudas se
puso frente a la primera página?
- —En un primer momento la idea era escribir una
especie de policial. Después, me di cuenta de que mis novelas nunca empezaron a
partir de un proyecto, sino de una imagen. Y en la imagen que se me aparecía me
recordaba a mí mismo en la Abadía de Santa Escolástica, frente a un atril
enorme donde leía las Acta Sanctorum y me divertía como loco.
De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un monasterio que mientras lee
la colección encuadernada del manifiesto muere fulminado.
- —Un homenaje irónico a la
actualidad.
- —Demasiado actual, y entonces pensé que sería mejor retrotraer todo al
medioevo. La idea de que un fraile muriera hojeando un libro envenenado me
parecía eficaz.
- —¿Cómo se le ocurrió?
- —Pensaba que era una creación de mi fantasía.
Después descubrí que existe ya en las Mil y una noches y que Dumas la había
copiado en el ciclo de los Valois. O sea que es un viejo topos literario.
Siendo un narrador de citas, me divirtió.
- —Usted al principio mencionaba el -
Tratado sobre los venenos- del catalán
Mateu Orfila. ¿Realmente pensaba que encontraría allí una respuesta a sus
dilemas toxicológicos?
- —Fue un intento, pero el libro resultó
inservible. Entonces le pedí ayuda a un amigo mío químico. Le escribí una carta
muy detallada. Después le pedí que la tirara, no sea cosa que cualquier día
alguien que conozco muera por accidente envenenado del mismo modo, encuentran
la carta y me dan treinta años de cárcel.
- —En un primer momento usted no tenía
intención de darle - El
nombre de la rosa- a Bompiani.
- —Era la editorial en la que había trabajado y
publicado todos mis libros. Es evidente que la habrían tomado sin abrirla. Pero
en un primer momento pensé entregársela a Franco Maria Ricci. Pensaba en una
tirada de mil ejemplares en una encuadernación fina.
- —¿Y en cambio?
- —Corrió el rumor de que Eco había escrito una
novela. Primero me llamó por teléfono Giulio Einaudi, después, me parece,
Paolini de Mondadori. La tomaban sin discutir. A esa altura ya daba lo mismo
que la publicara con mi editor.
- —En Francia la novela salió en
Grasset, después de haber sido rechazada por Seuil. ¿A qué se debió el rechazo?
- —Seuil había publicado Opera aperta. François Wahl, que era el director
editorial, me pidió el manuscrito. Debió pensar que no soy precisamente un desconocido. El
hecho es que recibí una carta en la que me escribía: "Estimado Umberto, la novela es
interesante, pero la ballena es demasiado grande para hacerla caminar".
Grasset tomó el libro y con Wahl seguimos siendo amigos.
- —Para ser una novela de nicho no
está mal. - El nombre de la
rosa- se publicó en 35 países. ¿Qué sensación le da saberse consagrado a
nivel internacional?
- —Más que la fama, que de todas maneras no hace
mal, mi gratifican las cartas de los lectores. Y desde ese punto de vista,
Estados Unidos fue una verdadera sorpresa. Me escribían no solamente de San
Francisco o Nueva York sino del Midwest. Uno escribió diciendo que el solo
hecho de haber nombrado a Eckhart, el gran místico, le traía a la memoria un
antepasado suyo europeo con el mismo nombre. Para muchos de ellos, era una
manera de conocer sus propios orígenes.
- —Es gracioso. Sale con la idea de
hacer una novela de mil ejemplares y llega a vender millones. Pero el éxito
puso a la crítica en su contra.
- —Se llegó al punto cómico en que un crítico que
había reseñado el libro enseguida y a favor, posteriormente tomó distancia.
- —Usted salía de la experiencia del
vanguardista Gruppo 63. No creo que los integrantes recibieran muy bien su
novela. Sanguineti dijo que su sonrisa franciscana le recordaba la sonrisa de
la acción católica.
- —Si es por eso, también Manganelli expresó
reservas similares sobre la novela. A propósito de la sonrisa, recuerdo que en
esa época yo decía que antes de morir quería escribir un libro fundamental de
estética de la risa que intentaría de todas las maneras posibles no publicar.
Así después de mi muerte se harían muchas tesis de graduación sobre ese libro
fantasma.
- —¿Lo que volveremos a encontrar en
la novela es la idea del capítulo desaparecido de la - Poética- de Aristóteles?
- —De alguna manera.
- —Volvamos a la crítica. No lo veo
afectado por el distanciamiento del Gruppo 63.
- —Mi opinión es que si no hubiera existido el
Gruppo 63 yo no habría escrito El nombre de la rosa. Y si de todos
modos hubiera escrito una novela, la habría escrito probablemente como Carlo
Cassola. O, si me iba bien, como el primer Calvino. Al Gruppo 63 le debo la
propensión a la aventura otra, al gusto por las citas y al colage.
Con una diferencia: ellos eran minimalistas. Mientras que yo he tratado de
impulsar la literatura a una dimensión maximalista. Nos unía, en todo caso, el
mismo gusto.
- —Con "maximalismo" ¿se
refiere a su propensión al gusto por la deformación paródica?
- —¿Qué es, por ejemplo, Diario mínimo si
no un juego literario de pastiches y deformaciones? Forma parte de mi clave, no
sabría hacer otras cosas. Nunca habría podido escribir El molino del Po.
Me siento más cómodo con Palazzeschi que con Bacchelli. Siempre he sido un
escritor paródico.
- —Tal vez por eso la crítica nunca lo
quiso. ¿Qué fiabilidad tiene un crítico? Se lo pregunto porque en el fondo
usted también, en cierto modo, es de la partida.
- —No soy un crítico. Analizo libros para poner a
prueba teorías literarias, no para decir si son buenos o malos. No es que la
crítica no me haya querido nunca, hay reseñas y ensayos que me han dado
muchísimo placer. Pero es que sobre mí he leído de todo. Y mire que soy lo
bastante equilibrado como para escandalizarme también por una reseña que es
positiva por las razones equivocadas.
- —¿Cómo reacciona a una crítica
negativa?
- —No me hago ningún drama. Cuando me doy cuenta de
que se puede decir lo contrario de todo, entonces llego a la conclusión de que
la crítica es una simple reacción de gusto.
- —¿Cómo hace, siendo un intelectual
que ama las reglas y la claridad, para tener una gran curiosidad por lo
deforme, lo monstruoso, lo irracional?
- —Me viene a la mente la comedia de Govi Colpi
di timone. Haciendo girar el timón se zigzaguea. Zigzaguear es viajar
contra el viento: un poco hacia un lado otro poco hacia el otro. Considero que
la poética del zigzagueo forma parte de mi actividad intelectual. Puedo
escribir un ensayo sobre Tomás de Aquino y acto seguido una parodia sobre el
mismo tema. Justamente como girar el timón. Zigzagueo para no tomarme demasiado
en serio lo que hago. Dicho esto, ¿le haría una pregunta así a Rabelais? Le
preguntaría: "¿Por qué te gusta lo deforme?" El respondería:
"Porque soy Rabelais". Mientras que al pobre Tasso nadie le haría
semejante pregunta.
- —Se nace escritor teniendo dentro
cierta idea del mundo. Usted escribió cinco novelas. - El
nombre de la rosa- vendió en Italia 5
millones de ejemplares; - El péndulo de Foucault- , 2 millones, después un millón y medio las
otras dos; por último, 500 mil ejemplares con - La misteriosa llama
de la Reina Loana- . Que su mayor éxito
haya sido la novela inicial, ¿qué le hace pensar?
- —Hay autores afortunados que alcanzan el pico de
ventas al final de su vida y autores desgraciados que lo alcanzan al comienzo.
Cuando se vende tanto al comienzo, después por más que escriba La
Divina Comedia nunca más se alcanzan esas cifras.
- —¿Considera como una especie de condena el hecho de que, haga lo que haga,
se volverá siempre indefectiblemente a - El nombre de la rosa- ?
- —Lo es sin ninguna duda. Pero también es una ley
de la sociología del gusto, o mejor dicho, de la sociología de la fama. Si uno
se hace famoso por haber matado a Billy de Kid, cualquier cosa que haga después
—desde llegar a ser presidente de Estados Unidos, hasta descubrir la
penicilina— a los ojos de la gente seguirá siendo siempre "el que mató a
Billy de Kid".
(c) La República y Clarín
“ Y
ahora que estoy viejo, muy viejo, debo confesar que de los rostros que se me
aparecen del pasado el que veo más claro es el de esa joven con quien nunca he
dejado de soñar durante todos estos años. Fue mi único amor terrenal aunque
nunca supe ni averigüé su nombre”.
(Última frase del libro “EL
NOMBRE DE LA ROSA”)
OTRAS REFERENCIAS INTERESANTES: