domingo, 11 de mayo de 2008

En el día de la madre: semblanza de mi mamá


“Culicagao ya le hablé…es que no me va a hacer caso?”, “le voy a decir a su papá que le pegue una muenda pa que aprenda”, eso decía cuando estaba brava o enojada con nosotros. “Tiene frío mijo…Tiene hambre?”, “No se le olvide la sombrilla”, “acuérdese de llamarme”…estas eran otras preguntas y recomendaciones de ella , en diversos momentos.
Son frases inolvidables, proferidas por nuestras progenitoras…Palabras que me dirigía la mía , pero que hoy en día ya no escucho porque está en la eternidad.
Mucho de lo que somos, se lo debemos a nuestras madres. Ellas moldean los hijos desde el vientre mismo, pues sus palabras, sus sentimientos, estados de ánimo infundirán mucho en nuestras vidas. Sus actitudes con nosotros serán definitivos en nuestro existir. Las madres nos moldean el tipo de mujer que en calidad de varones u hombres elijamos en el futuro y algún día entonces seremos pareja de esa mujer que nos enseñó mamá , de acuerdo al decir de Freud y Arjona.
En calidad de hijo mayor al que seguirían cinco mujeres, fue conmigo con quien mi mamá empezó a entrenarse para la maternidad. Fui su primogénito cuando apenas superaba los quince años.
Mi madre se llama María Nelly Jaramillo Cardona y ahora está al lado del Padre Bueno y Eterno. Y a lo largo de casi 33 años a su lado poco después de su resurrección escribía esto en mi diario:
“los primeros recuerdos de mi madre datan desde los cinco años de mi existencia. Trabajadora, temperamental, malgeniada y voluble, esa esla impresión infantil que guardo de mi mamá.
En la época escolar, cuando emprendía con mis dos hermanas menores la aventura del conocimiento de lo que era el mundo circundante, siempre vi en ella el motor, la promotora, la abnegada madre que incita a sus hijos a aprender, disponiendo día a día la comida, el vestido y todo lo necesario para una buena educación y un efectivo aprendizaje.
El sentido profundo del sacrificio, de la responsabilidad, fueron infundidos en mí por mi papá ( y mi abuelo también llamado Tomás Antonio, así como por el abuelo materno Fabio Jaramillo), pero mamá también tuvo mucho que ver con ello.
Quizás no era muy buena (tal vez por su formación de familia) para demostrar afecto y el amor a sus hijos; ella raras veces nos acariciaba y nos besaba, pero sus actos y palabras reflejaban mucho más que una sequedad y el rostro adusto, también aquello que s ele hacía difícil expresar de una manera más abierta.
Mamá nos enseñó a todos sus hijos y a nuestro papá, el gran valor que tiene ayudar a los demás y sobre todo a los más necesitados. Me enseñó a amar a Dios y a ver en la Virgen santísima otra mujer digna de veneración y santa. Mucho tiempo demoraría para asumir con seriedad estos afectos divinos y así corresponderles para dejarles producir frutos buenos en mi vida. Mas gracias a la persistencia de ella en su fe y a su fidelidad e incondicional amor a Dios y a la Iglesia , fue posible que después de una oscura, rebelde y confusa adolescencia , ya en mi juventud decidiera decirle Si al Señor y empezara de este modo mi formación sacerdotal en el SEMISIONES de YARUMAL.
A partir de allí, Dios nos dio entonces la gracia de mejorar nuestra relación madre-hijo, ello nos permitió estrechar más los vínculos y comunicarnos más seguido. Fueron decenas de cartas las que fueron y vinieron entre el seminario y la casa. Recuerdo especialmente cómo venciendo su apatía por escribir (no le gustaba porque le temblaba en demasía su mano derecha) confeccionaba sus misivas con trazos dificultosos , pero en ellos se dilucidaba un gran amor y ternura por su hijo mayor, el futuro “padrecito” que la llenaba de ilusión.
Sin temor a equivocarme, el hecho de que ingresara y perseverara en el Seminario hacía mi madre muy feliz. Esta ilusión, este sueño maternal se convirtió también en el mío, pues su oración me animó e impulsó , y yo vi también en esta senda, en ese proyecto la mejor opción de vida para realizarme y quizás ser feliz.
Hubo un receso voluntario durante cinco años en mi formación y lo más lindo fue que mi madre nunca me recriminó o pretendió presionarme coartando mi libertad en mis decisiones, no , muy al contrario ella siempre manifestó que quería lo mejor para mí y que cualquier cosa que yo decidiera (si eso me hacía feliz) también estaba bien para ella.
Desde su juventud, la enfermedad y el dolor fueron compañeros constantes de mi madre y a lo largo de su relativa corta vida sobre esta tierra, pues no tenía 33 años y ya sufría erisipela, complicaciones de presión arterial y diabetes. A los 43 años sufrió una caída que le causó fractura grave de cadera, hubo que operarla y esto sumado a lo anterior aceleró el camino hacia su ocaso. En tanto que ser humano y al igual que el Divino Maestro en la cruz, ante tanto sufrimiento, algunas veces profirió sus “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”.
En los últimos cinco años, todos sus seres queridos fuimos los testigos de su prematuro ocaso, sin embargo también en sus labios, en muchas oportunidades afloró la sonrisa, testimoniando alegría y aceptación de la Voluntad del Señor en su existir.
Estos sufrimientos fueron un crisol para purificarse, ellos se constituyeron en la unión a la pasión y al dolor de Jesús en la cruz, disponiendo de este modo su ser entero para el encuentro definitivo con el Dios de todo consuelo.

(publicado en el Boletín Informativo No 450 de los Misioneros de Yarumal , Medellín, mayo del 2002 )