sábado, 14 de marzo de 2020

27 de marzo del 2011: tercer domingo de Cuaresma A


A guisa de introducción:

El agua y la mujer: Fuentes de vida

El martes pasado,  cuando precisamente celebrábamos la Jornada internacional del agua, vino a mi memoria la escena recurrente de las mujeres que buscan y sacan el agua de los pozos profundos en las regiones desérticas.  Cuando estuve en el Extremo Norte del Camerún en África, tuve la oportunidad de ver esas figuras femeninas  que semejantes a signos de admiración:  altas y llenas de alegría, cantaban , conversaban y caminaban hacia la fuente…Sus cántaros sobre la cabeza eran cual puntitos de esos mismos signos…y uno se las cruzaba en el camino yendo a pie, en bici o en carro o se les encontraba allí justo en el centro o afueras de los pequeños pueblos mientras sacaban agua de la fuente con ayuda de lazos o cuerdas hechas de diverso material. En medio de todo ese complejo mundo negro, árido y cada vez menos lejano para mí, me daba cuenta del coraje y alegría de aquellas mujeres capaces de sonreír a pesar de los múltiples sufrimientos que con seguridad Vivian…Redescubría una vez más, como el agua era la fuente de la alegría, de la esperanza, la fuente de toda vida…

Nos dice el Evangelio que mientras Jesús se dirigía a Jerusalén debía atravesar la Samaria (Jn 4,4). Dios quería que se detuviera cerca del POZO DE JACOB en la hora más calurosa del día, para encontrar esta mujer que  ha venido a sacar agua.  Y he aquí que este extranjero le pide: “Dame de beber” (Jn 4,7). Como dice San Agustín: “era en realidad de su fe que el tenia sed” (homilías sobre el evangelio de Juan, XV,11).

Porque este hombre ha tocado su corazón, la samaritana ha visto en él un profeta. Y aun mas, ella ha reconocido en Jesús “El Mesías, aquel que es llamado Cristo” (Jn 4,25).

Porque Jesucristo supo reconocer su gran sed de amor, ella ha olvidado su sed. “La mujer, dejando allí su cántaro, volvió a la ciudad” (Jn 4,28). Ella va hacia los suyos para dar testimonio de Jesús y a causa de sus palabras, muchos creyeron en Él.

Este tercer domingo  de Cuaresma, Jesús se detiene todavía a la orilla (o al borde) de nuestro pozo y nos dice a cada uno de nosotros: “Dame de beber”. Él tiene sed de nuestra sed. Él sabe que tenemos sed del agua que brota para la vida eterna. Él sabe también, que como esta mujer, nosotros buscamos a veces nuestra sed en otro lado, lejos de Él.

Que podamos reconocer y acoger de nuevo a Aquel  que ha dado la vida por nosotros.

Que podamos asumir todavía el riesgo de ser sus testigos…



LA SAMARITANA ENCUENTRA AL FIN EL HOMBRE DE SU VIDA (2)

La liturgia de este tercer domingo de cuaresma nos invita a meditar una de las escenas más extraordinarias del evangelio, donde San Juan nos revela todo el misterio del Don de Dios. Este misterio se muestra bajo el símbolo del agua que fecunda la tierra y dona la vida al mundo.

Jesús se presenta en el pozo de Jacob como alguien que tiene sed, que necesita ayuda, que está cansado por la jornada. El calor de medio día, sabemos cómo es de agotador, y allí al bordo del pozo el maestro se sienta. El no domina, no se muestra imponente, solo busca el contacto. Su petición de agua, toma por sorpresa a la samaritana. En razón del odio que había entre los judíos y los samaritanos, los judíos contraían una impureza legal si aceptaban de parte de los samaritanos , un simple vaso de agua. De ahí la pregunta de la samaritana cuando Jesús le dice: “Dame de beber”: “Cómo, tu siendo judío , me pides de beber a mí que soy samaritana?

Por causa de sus seis maridos, la mujer de Sicar decide, para ir al pozo, una hora donde ella no corra el riesgo de ser la burla de las otras mujeres. Con su pasado tormentoso, la samaritana se ve mal “pillada”, en un mal día frente a Jesús. Ella ha caído en la miseria, que se deja ir a la suerte de las desdichas, de las caídas…Es una mujer ultrajada, asesinada. Ella ha sido el juguete que ha servido a una media docena de hombres. Sin embargo, es a ella a quien Jesús va revelar su secreto. Ella ha sido escogida para recibir la confidencia de Jesús sobre Él mismo  y llegar a ser una testigo (misionera, apóstol) de su identidad.

El extranjero fatigado, el judío detestado ha adivinado su herida. El escruta su corazón femenino con delicadeza, sin herirla. Él ha intuido su sed de felicidad la que no  satisface los amores de paso? Este amigo desconocido parece tenderle la mano para revelarle que, a pesar de sus experiencias dolorosas, su vida no puede ser un fracaso?

Cristo sabe quién es ella, pero no la señala con el dedo, no le muestra ante sí un espejo acusador diciéndole : mírate, como eres tu una pobre miserable. Él “no le saca en cara” todo lo que no ha funcionado (o ido bien) en su vida amorosa. El no trata de humillarla. Al contrario se confía a ella.

Cuando Él le pide que vaya a buscar su marido, ella responde que no tiene marido. El Señor le recuerda que ya ha tenido 5 y que el hombre con quien vive ahora no es su marido. Jesús revela su situación pero no la juzga. Y sintiendo que el dialogo se hace cada vez muy personal, la samarita intenta evadirse (escabullirse) haciendo una pregunta teológica sobre la montaña de samaria y la montaña de Jerusalén. Y Cristo no la maltrata, no la acosa. El dialogo se desarrolla  en la franqueza pero también en el respeto y la ternura.

Para devolverla la esperanza a esta samaritana en el pozo de Jacob, Jesús transgrede todos los tabúes: el tabú racial, el tabú sexual y el tabú religioso. Jesús es un hombre libre. El no cree en los bloqueos definitivos, en las etiquetas hirientes ni en los odios ancestrales. Como siempre, Él sabe comunicar o dar  esperanza a aquellos (as) que están abatidos por las dificultades de la vida: “vengan a mí, ustedes todos los que sufren y penan por las pesadas cargas (cansados y fatigados) , que yo les aliviare” (Mt 11,28).

Se trata para Jesús de hacer brotar en esta mujer el nuevo ser, como lo hará de  igual forma con Nicodemo, Zaqueo y María Magdalena. Jesús construye un pozo en esta nueva criatura, un pozo que llega a ser fuente de agua viva y de fecundidad. Él le revela que ella vale más que la suma de todos sus fracasos.
Es ahora cuando Jesús le confía dos revelaciones : la primera sobre la verdadera naturaleza de Dios (Dios es Espíritu , y aquellos que adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad ; y la segunda sobre su identidad propia: “Yo se, dice ella, que el Mesías debe venir, aquel que llaman el Cristo…Jesús le responde: Soy yo, quien te habla”).

El corazón de esta mujer ha sido salvado. En su vida superficial, desperdiciada por una existencia muy terrenal y materialista, una fuente de agua viva ha brotado. Ella al fin ha encontrado el hombre que buscaba. Ella no tiene más necesidad de este pozo y de su cántaro. Ella corre rápido para comunicar lo que ella acaba de descubrir.

El pleno mediodía, el calor, la fatiga de la ruta representan, en este maravilloso texto de San Juan, nuestra vida difícil y monótona (rutinaria) de todos los días. Quién tiene sed en este relato? Jesús, con toda seguridad. En la simbología de Juan, se puede comprender acá la sed de Dios por el ser humano, su búsqueda desde siempre:  “Adán, donde estás? (Gen 3,9) “Yo he venido para buscar los pecadores y las ovejas perdidas” (Marcos 2,17).

Esta samaritana que ha buscado su felicidad, su verdad en sus amores pasajeros y no ha conocido que fracasos, esta consumida por otra sed que Cristo va permitirle satisfacer. Ella no tendrá nunca más “sed” porque la fuente de agua viva esta en ella y ella es hija bien amada de Dios.

Y nosotros, donde estamos en nuestra vida? Donde buscamos la felicidad? Cuál o qué tipo de sed tenemos? Al igual que la Samaritana, el Señor puede hacer brotar un manantial de agua fresca, una fuente de vida nueva: “Aquel (lla) que beba del agua que yo le daré no tendrá nunca más sed, y el agua que yo le daré será para él (ella) una fuente  que brota para la vida eterna” (Jn 4,14).



APROXIMACIÓN PSICOLÓGICA AL TEXTO DEL EVANGELIO: (3)

El riesgo de un verdadero encuentro

Tenemos acá un texto de una muy fuerte densidad humana y que Juan , como es su costumbre, le ha inyectado un contenido teológico. No retendremos que algunos aspectos.

Jesús tiene un encuentro imprevisto, con una persona un poco complicada y en el momento en que él no tenía cabeza para discusiones teológicas. Él estaba en camino, y cansado de caminar, Él se sienta simplemente al lado del pozo” (v.6), a la espera de que sus amigos vengan de la ciudad con la comida (v.8).

Pero la mujer a la que encuentra  es una mujer capaz de implicarse, es decir, tomar partido , por otro lado,  un poco como Él.

No es sorprendente que las máscaras caigan rápidamente  y se llegue a lo esencial en la conversación.

Y como la relación es auténtica, verdadera según las dos partes, no es sorprendente que se desenvuelva bajo el signo de la reciprocidad. En la medida que Jesús interviene en la vida de esta mujer, El acepta revelarle su propio misterio. Para Jesús,  para su punto de vista,  la evolución en  la manera como la mujer se ubica frente a él es significativa.

La continuación de la conversación es impersonal y no comprometedora: “Tu, un judío…(v.9). Pero Jesús quien está tomando conciencia de lo que sucede, contemplando ante quien se encuentra, provoca que el tono cambie rápidamente: “Señor…”(v.11). Después de cierto tiempo, la mujer está en capacidad de penetrar un poco más el misterio de Aquel que está en frente suyo: “Veo que eres un profeta…” (v.19). Y el encuentro culmina en la interrogación que se hace luz en el espíritu de la mujer: “No será Él el Mesías (El Cristo)?” (.v.29).

El impacto de Jesús sobre esta mujer probablemente tuvo varias dimensiones, si se juzga por los temas abordados.

Miremos la manera como Jesús hace surgir (provoca) la cuestión del “sentido”, en la situación personal de esta mujer. Ante todo, ellos sitúan claramente los hechos: Yo hago el amor, pero no tengo marido. Y Jesús reacciona de un modo quizás retador  ante esta situación: tú has tenido seis maridos, pero nunca has tenido una verdadera relación de pareja. Tú vives tus relaciones en lo provisorio y tu pasas quizás, al lado de lo esencial (vv.16-18).

Tales “reclamos u observaciones”  sorprenden a la mujer profundamente. Ella se torna escurridiza (quiere huir)  y ensaya de desviar la conversación sobre una discusión litúrgica (como cuando decimos popularmente: no me cambie la hoja, o el tema) (v.20). Pero Jesús la trae o encamina de nuevo a lo esencial: la religión no consiste en frecuentar los lugares de peregrinación sino en situarse (poner la cara) ante un Padre con lo verdadero y genuino suyo (con lo que se es verdaderamente, como se es en verdad) (v.23).

La mujer es llevada de nuevo a retomar conciencia de su situación. La religión llega a ser una cuestión pertinente (importante), no solamente el día que ella decida escoger una iglesia o una comunidad de base, sino el momento en que ella decida mirar su experiencia de vida, su existencia total frente a frente.

Todo comienza ahí. Después, uno descubre a Dios, dándose cuenta que la vida nos supera, es más inmensa  (y o compleja) de lo que nosotros pensamos  y que es necesario que la recibamos. “Si tú supieras el don de Dios…” (v.10).


DE CALIXTO (4)

Un humilde adjetivo

“Llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar. Cansado del camino, se sentó junto al manantial. Era alrededor del medio día”. San Juan, cap.4.

San Juan nos ha conservado en su evangelio una palabra que equivale a una reliquia de la humanidad de Jesús: Un humilde adjetivo, guardado con cariño igual que la fotografía de un hermano ausente, o aquella nota marginal que un amigo colocó en nuestro libro predilecto. Jesús “cansado” del camino, se sentó junto al pozo.

La escena está enmarcada en una sobria sencillez. Es mediodía. Hace calor. Jesús descansa junto al brocal del pozo, donde una vez Jacob abrevó sus rebaños. Desde el pueblo cercano, va a llegar de pronto una mujer para llenar su cántaro de agua.

Pero antes, podríamos adelantarnos para reunir a cuantos estamos agobiados por múltiples cansancios.

Quienes perdimos toda esperanza de deshacernos de algo que nos hace daño. Esposos, fastidiados uno del otro, a punto de renegar del amor y del ideal. Padre de familia, cansados en la lucha por sus hijos. O tal vez inmensamente angustiados ante alguno de ellos tarado, vicioso o enfermo.

Jóvenes desorientados, sin nadie que les tienda la mano. Que ya no esperan nada del futuro. Apóstoles tensionados o pesimistas, porque creen infructuosa su tarea y sólo ven oscuridad por todas partes. Los que confesamos llanamente nuestra equivocación al elegir al cónyuge, pero sentimos la necesidad de seguir adelante con la responsabilidad de una familia.

Los que gastamos la vida al cuidado de los enfermos y dolientes, tentados contra la paciencia y la perseverancia

Los enfermos crónicos y los moribundos a la espera de una muerte demasiado lenta, demasiado dolorosa. Los que hemos pecado mucho y ahora, hastiados, venimos de regreso pero sin saber hacia dónde. Los cansados de adquirir cosas y de gozar comodidades, sin gusto para ninguna generosidad e incapaces de todo esfuerzo. Los hartos de doctrina social, política o religiosa, que anhelamos solamente actitudes concretas, realistas y eficaces, que transformen un poco el panorama del mundo.

Todos tenemos derecho a acercarnos a Cristo, quien nos ha invitado: “Venid a mí todos los que estáis cansados y sobrecargados y yo os daré descanso”. Encontraremos un Dios fatigado y por lo tanto humano, amable, amigo, compasivo.

Pero es necesario, como la mujer de Sicar, detenernos un poco, escuchar qué nos pide, contarle nuestra propia situación, dejar a un lado nuestro cántaro, donde guardamos esa agua común que no quita la sed, y regresar luego llenos de esperanza a nuestro diario trabajo.

Entonces se cumplirá en nosotros la palabra de Cristo: “El que bebe del agua que yo le daré no tendrá nunca sed. Porque ella se convertirá en su interior en un surtidor que salta hasta la vida eterna”.


*****


 De :

Pero había todavía otra barrera más que Jesús elimina en esta ocasión. La Samaritana era una mujer. Los rabinos estrictos tenían prohibido hablar con una mujer fuera de casa. Un rabino no podía hablar en público ni siquiera con su mujer, o con su hermana o hija. 

Había fariseos a los que llamaban graciosamente «los acardenalados y sangrantes» porque cerraban los ojos cuando iban por la calle para no ver a las mujeres y se chocaban con las paredes y las esquinas. Para un rabino, el que le vieran hablando con una mujer en público era el fin de su buena reputación. Pero Jesús no respetó esa barrera, ni por tratarse de una mujer, ni porque fuera samaritana, ni porque hubiera nada vergonzoso en su vida. Ningún hombre decente, y mucho menos un rabino, se habría arriesgado a que le vieran en tal compañía, y menos en conversación con ella. Pero Jesús sí.

Para un judío esta sería una historia alucinante. Aquí estaba el Hijo de Dios, cansado, débil y sediento. Aquí estaba el más santo de los hombres, escuchando con simpatía y comprensión una triste historia. Aquí estaba Jesús pasando las barreras de la raza y de las costumbres ortodoxas judías. Aquí tenemos el principio de la universalidad del Evangelio; aquí está Dios, no en teoría, sino en acción.





REFERENCIAS:



-Pequeno misal de "prions en église"  (Canada)


-http://cursillos.ca


-HETU, Jean-Luc. Les options de Jésus


-http://tejasarriba.org


-http://bendicionescristianaspr.com/?p=846