martes, 4 de junio de 2013

9 de junio del 2013: décimo Domingo Ordinario (C)

Hoy, todavía, el Señor está cerca de nosotros, viene a visitarnos y se interesa en todo lo que vivimos. Ël siente compasión por nosotros, especialmente cuando vivimos momentos difíciles. Dejémosle tocarnos. Él quiere darnos la VIDA.
Primera lectura
Primera lectura: 1R 17,17-24

Lectura del primer libro de los Reyes:
En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?» Elías respondió: «Dame a tu hijo.» Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?» Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: «Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.» El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo: «Mira, tu hijo está vivo.» Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que eres un hombre

de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.»

Salmo
Salmo responsorial: 29

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.



Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío,
te daré gracias por siempre.

Segunda lectura
Segunda lectura: Ga 1,11-19

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas:
Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Habéis oído hablar de mi conducta pasada en él judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él.

Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.
Evangelio
Evangelio: Lc 7,11-17

Lectura del santo evangelio según san Lucas:




En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
 
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

A guisa de introducción:

 “Tú has cambiado mi luto”

 En mi experiencia  de más de 25 años como misionero, y en diversas culturas he visto las diferentes maneras  de enfrentar la muerte,  hacer el duelo y enterrar a sus muertos. Por ejemplo cuando estuve en la sierra ecuatoriana en 1993, particularmente en Molleturo, los campesinos velaban por 3 días sus difuntos, sacrificaban una res, se comía abundantemente, se bebía el vino o bebida tradicional, especie de aguardiente artesanal (“candelazo”, o “floreadito”) y decían que hasta que no se acabara la carne no se enterraba al “difuntito”.  Recuerdo que allí mismo, una vez me invitaron a un barrio vecino de la parroquia, hacer una oración  por un padre de familia muy apreciado y que había muerto por causas naturales, una vez terminado el rezo, sin problemas y sin ningún escrúpulo acomodaron mi mesa y mi plato con abundante carne al lado del cadáver, solamente envuelto en una sábana. Aunque no expelía olor, yo recuerdo que con mucha dificultad pude avalar solo una parte de la comida.
En los velorios y reuniones para acompañar a los difuntos y sus familias, tanto en Ecuador, como en Buenaventura (Colombia) y la África del semidesierto (Camerún), vi como elemento común la fiesta, el regocijo, pero también vi a las personas que velaban sus difuntos, imbuidas de esperanza y  la seguridad que se pasaba a un mejor estado, a una “mejor vida”, esta última expresión, sin tintes irónicos como pasa en ciertos medios agnósticos o ateos, tan presentes en nuestra sociedad actual.
En todos esos pueblos: quichuas, afrodescendientes, mafas, siempre vi una manera particular de honorar a los muertos.
Cuando una persona muere, se le vela en la casa al menos dos días y toda una noche.
El día del funeral, se visita al difunto por última vez.  El cuerpo se conduce a la iglesia o capilla acompañado de una cruz. Después de las exequias, el cuerpo es depositado en tierra o por mejor decir “devueltos a nuestra madre tierra”.
Nuestros rituales funerarios han cambiado bastante después de algún tiempo (tanto en Colombia como acá en Canadá). La exposición o velación es menos larga (cuando no es que se incinera la persona lo más rápido posible). Ya no se pasa siempre por la