viernes, 19 de agosto de 2011

En los 81 años del nacimiento del autor de LAS CENIZAS DE ANGELA


“Cultivad vuestra mente, es vuestro tesoro y nadie puede entrometerse en ella. Si la llenáis de basura se pudrirá en la cabeza. Podéis ser pobres, llevar los zapatos rotos, pero vuestra mente…vuestra mente es un palacio”. 

(palabras en clase  del profesor del curso de McCourt, en la película basada en el libro LAS CENIZAS DE ANGELA).



Mi encuentro con McCourt y su obra

Por allá en 1997 , justo después de haber recibido el Premio Pulitzer Había oído hablar de él y su célebre libro que después sería llevado a la pantalla grande.

Frank McCourt cuyo nombre me ha sido siempre difícil memorizar, nació  UN DÍA COMO HOY EL 19 de agosto  pero de 1930 en Estados Unidos pero se crio en Irlanda país de sus raíces y orígenes de familia.

Las Cenizas de Ángela es un relato trágico-cómico de su infancia y  parte de su juventud vividas en la antigua república irlandesa, católica y compleja de los años  30s y 40s.

Año 2003. Fue estando como misionero en África y gracias a un compañero que me adentré en el mundo de McCour, como me ha sucedido con las buenas novelas, una vez empezada, no pude abandonarla, despertando en mi un vivo interés por el relato autobiográfico junto a Gabo con “Su vivir para contarla”, devorados casi que simultáneamente en horas de soledad y calma y cuando el libro se presentaba como una alternativa de compañía.

Para mí ha sido de los libros más conmovedores y que  a la vez me ha enseñado mucho y entretenido, al tornar sus páginas se encuentra uno con pasajes que muestran el amor sin condiciones por la figura maternal,  la complicidad padre-hijo, la comprensión de la realidad y la vida contada y vista por los ojos de un niño,   se aprenden valores como la compasión, la amistad y se da cuenta uno que la rebelión y la protesta  frente a la miseria y la intolerancia (política y o religiosa) no tienen fecha ni lugar.

McCourt logra un relato entrañable que nos hace llorar y reír a la vez, su lenguaje es sencillo y profundo, refleja la humanidad, pero también la miseria y dignidad que conviven en el ser humano.

La obra de McCourt tiene como trasfondo una crítica mordaz, sin tapujos, irreverente  de la Iglesia la religión católica tradicional irlandesa. Al principio del libro el autor lo advierte: “Cuando rememoro mi niñez me pregunto cómo sobreviví. Fue, claro, una infancia miserable: la infancia feliz difícilmente vale la pena para nadie. Peor que la infancia miserable común es la infancia miserable irlandesa, y peor aún es la infancia miserable católica irlandesa”.

El 19 de julio del 2009 murió después de haber sucumbido a un cáncer, irónicamente me di cuenta de su muerte casi un año  después…

Como tarea me he propuesto en estos días releer sus dos primeros libros: Las cenizas de Ángela y Lo es, y leer por primera vez Profesor su penúltima obra, donde narra sus experiencias de docente en USA…dicen que sus libros, especialmente este último deberían leerlo todos los maestros y  pedagogos, y aprender así de la experiencia de un hombre que con seguridad tiene mucho que enseñarnos…

Alrededor del autor y su opera prima

Frank McCourt  nacio en  Brooklyn , New York, hijo de Malachy McCourt   (1901-1985) que pertenecía  a la iglesia presbiteriana de Irlanda del Norte y de Angela Sheehan (1908-1981) que había sido criada en la iglesia católica irlandesa.

McCourt vivio en New York con sus padres y sus 4 hermanos y hermanas más jóvenes: Malachie que nació en 1931, los gemelos Oliver y Eugene, nacidos en 1932 y una hermana menor, Marguerite, que murió unas semanas después de su nacimiento, en 1935. Después de esta primera tragedia su familia decide volver a Irlanda, donde mueren los hermanos gemelos un ano después de su llegada y donde  nacen los más  pequeño de sus hermanos Michael  (1936) y Alphie (1940).

La vida en Irlanda, y especialmente en Limerick, no era fácil en aquella época (años 30 y 40), y el libro la recoge con crudeza. La familia McCourt vive en una casucha minúscula en una callejuela sucia, con una sola bombilla y conviviendo con las pulgas y los chinches, y comparten una única letrina con sus demás vecinos. El padre, vago y alcohólico, apenas logra mantener ningún trabajo, y cuando lo hace es sólo para poder comprar más bebida. Así, la familia se ve obligada a vivir de la caridad, subsistiendo principalmente a base de té y pan.

El padre de Frank consigue finalmente un empleo durante la Segunda Guerra Mundial, en una planta de defensa en Coventry (Inglaterra), pero pronto deja de enviar dinero a su familia, que depende únicamente de lo que logra obtener la madre de Frank, sin trabajo y con escasa ayuda de sus familiares, que no aprueban su matrimonio con un norirlandés. Los hermanos mayores, Frank y Malachy, comienzan a ayudar en lo que pueden, recogiendo trozos de carbón o madera de las calles, hasta que el joven Frank cae enfermo, con tifus y conjuntivitis. Poco después, la familia se ve obligada a abandonar su casa e irse a vivir con un familiar lejano que no siente ninguna simpatía por ellos. Frank consigue poco después sus primeros trabajos como repartidor de telegramas, y comienza a soñar con la posibilidad de volver algún día al lugar donde nació, los Estados Unidos. De hecho, el libro termina cuando Frank consigue ver cumplido este sueño, embarcándose para América a la edad de 19 años.


Frank McCourt es un personaje atípico. Empieza a escribir ya jubilado. No asciende escalón por escalón la larga senda de la fama sino que su primer libro lo catapulta como a ninguno. Infancia y adolescencia miserable, en un ambiente que nada pronostica para su futuro. Y efectivamente, hasta la aparición de Las cenizas de Angela  en 1996, a sus 66 años, era un oscuro maestro en Nueva York, para ser inmediatamente después uno de los 35 personajes más famosos del año según Vanity Fair, figurar 70 semanas seguidas en la lista de los best sellers del New York Times, estar traducido a más de 20 idiomas y figurar en más de 50 entradas en Internet. ¿Vocación tardía o escritor inédito?

Pero también es típico de un sector contemporáneo de la población. Marginado en una región marginada, desarraigado, sobrevive contra toda esperanza.

Las Cenizas de Angela tiene magia que atrapa. A años luz del realismo mágico del llamado boom latinoamericano de las últimas décadas, McCourt se inscribe en un realismo cruel y descarnado más bien emparentado con Dickens. Sin artilugios de tiempo ni espacio, narra linealmente los sucesos de su infancia y adolescencia como los rescata de la memoria sesenta años después. Pareciera que con ellos se libera de viejos fantasmas. Función catártica de la literatura.

La narración es descarnada y cruel como lo fue su infancia. La Nueva York de la gran depresión no tiene campo para inmigrantes, aun cuando tampoco lo tiene para nadie la Irlanda de los alrededores de la 2ª Guerra Mundial. El tiempo de la novela coincide con el tiempo del autor narrador. Novela autobiográfica. Completa el suceso exterior con la percepción desde la perspectiva del niño y adolescente que fue sobre el mundo que le ha tocado en mala suerte. A la edad en que escribe, mira su infancia con un dejo de humorismo cínico cercano al sarcasmo y la narración va tomando los tonos propios del habla de cada edad.

¿Y cuál es ese mundo? La Irlanda secularmente sometida al inglés, empobrecida por las depresiones no superadas de la entreguerra europea, la fuerte tradición católica en que se cría, enfrentada a la visión protestante dominante. El catolicismo lo encierra en el círculo infernal de la culpa por el pecado. Su contraparte es el mal encarnado. Y la guerra. La guerra que conduce a la paradoja en que se encuentran los irlandeses de apoyar con mano de obra barata al protestante inglés, del cual apenas acaban de liberarse formalmente, en su enfrentamiento con el alemán. El peor sometimiento, sin embargo, ha quedado: el de la cultura religiosa opresiva del espíritu (“...condenación. Es la palabra favorita de todos los sacerdotes en Limarick “), el de la desigualdad y la pobreza, el de ser periféricos frente al vecino imperio decadente.

Podemos concluir, como el autor, con la única palabra del XIX capítulo de su novela: ¡AJA!. Sí, ¡ajá!, aquí hay un gran novelista del interior del hombre. De un hombre que nos hace resonar fibras internas a muchos hombres. Del interior oprimido y desarraigado del hombre de siempre. ¡Ajá!, aquí nos identificamos con ese pequeño Frankie de dos, tres años con hambre permanente cuando nos acordamos que en nuestro desayuno solo había un pequeño pan con agua de panela. ¡Ajá!, acá nos acercamos a su escolaridad, a su sometimiento a la dura escuela de tradición inglesa donde el castigo es norma y la letra, aún ahora, con sangre entra. ¡Ajá!, aquí lo vemos recibir los continuos portazos en las narices cuando pretende acceder al mundo religioso vedado para el marginal, ya sea del colegio de élite, de la sacristía implacable en la cual creía ilusamente su madre que podía llegar a ser monaguillo, del monasterio o de la casa de jesuitas cuando se acerca a ellas intentando limpiar su culpa interna exacerbada por las primeras cervezas la última noche de sus quince años.

¡Ajá!, ahora no le queda más remedio que estar destinado a la condenación eterna por haberse masturbado en lo alto de la colina, frente al pueblo y ante el mar y por el iniciático y desritualizado acto sexual con la tierna y tísica Teresa Carmody, que muere de eso, de tísica y deja en el adolescente apenas despertando a la vida, el penoso sentimiento de haberla arrojado al infierno sin posibilidad de redención.

¡Ajá!, y sólo entonces le queda el sueño americano. Para su Nueva York natal regresa después de ahorrar durante cuatro años, en un intento por recuperar el único asomo de felicidad en esos 19 años: el recuerdo de un país luminoso donde hay comida y las películas son el alimento de sus sueños. Y a los 19 años, este país deslumbrante no lo frustra y lo recibe con fanfarrias de placer en casa de mujeres solitarias y marchitas que tratan de compensar su fracaso amoroso en farras de fin de semana mientras sus esposos cazan venados.

¡Ajá!, y acá nos deja, mirando desde cubierta junto a sus sueños, río Hudson arriba, el titilar de las luces de América, con la nostalgia de que, a pesar de lo que dice, la infancia miserable y la adolescencia solitaria y culposa, son iguales en todas partes.


Continuaciones y adaptaciones

Frank McCourt escribió una continuación a Las cenizas de Ángela: Lo es ('Tis) (1999). Luego publicó su tercer obra El profesor (Teacher Man), en la que cuenta sus vivencias como docente (2005) y, por último, Angela and the Baby Jesus con una dulce historia de la niñez de su madre (2007).

Además, Las cenizas de Ángela fue adaptada al cine en 1999, en una película con el mismo título, dirigida por Alan Parker y protagonizada por Emily Watson y Robert Carlyle.

ver la pelicula aca:


Premios

Las cenizas de Ángela recibió tras su publicación el Premio Pulitzer de 1997, mismo año en el que recibió el premio Boeke. Obtuvo también el National Book Critics Circle Award de 2006

Título

Muchos no se explican la razón por la cual el autor dio este nombre a su obra, dado a que Ángela no es el foco principal de la misma. En varias entrevistas McCourt confesó que la obra completa fue pensada para ser publicada en un solo libro, que terminaba con la muerte de su madre; sin embargo, decidió fragmentar su relato en dos obras independientes, bautizando la segunda como Lo es ('Tis), ya que ésta es la frase (o palabra) con la que el autor concluye Las cenizas de Ángela.

Otros atribuyen su nombre a las cenizas que derramaban los innumerables cigarrillos que Ángela fumaba sumida en la preocupación. Otros, en cambio, consideran que se debe a los restos dejados por la chimenea que se encendía en invierno. Una teoría más profunda, dicta que Las cenizas de Ángela recibió su nombre por los tres hijos que ésta mujer perdió.

En conclusion:


Hay una cosa en la que McCourt nunca me defrauda: cuenta su vida con crudeza, realidad, ironía, sátira y verdadera pasión. Es desde luego la historia de un superviviente. Y no ahorra detalles, por sórdidos o desagradables que sean, para contar su experiencia vital. 4 libros que se deben leer consecutivos y una película que merecen la pena y que te hacen coger cariño a FRANK McCOURT. Recomendable 100%.      


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS: