martes, 18 de octubre de 2011

23 de octubre del 2011: 30o Domingo del Tiempo Ordinario A



EVANGELIO


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 34-40


En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
-- Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
--“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.


Palabra del Señor

A guisa de introducción :


Un solo AMOR


El AMOR es la realidad más importante de la vida. No es necesario realizar encuestas o un sondeo para llegar a esta conclusión. 

Es este también el punto de vista de Jesús. No nos sorprende porque hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios que es AMOR.


No tenemos porqué escoger entre el amor a Dios y el amor al hermano ( o al prójimo).



Jesús nos invita amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos.


El une estos dos mandamientos y declara que el segundo es semejante al primero.


He aquí la novedad de sus enseñanzas!


Cómo seria de fácil y cómodo tener que amar solo a Dios. Pero su rostro llega a ser, en ciertos días, aquel mismo del prójimo poco amable o decepcionante (que nos desinfla).


Los dos mandamientos no se oponen. No hay más que un amor en el cual la cara oculta se refiere a Dios pero en el cual el rostro visible concierne a nuestros hermanos. Sí, un solo impulso y fuerza de amor para Dios y para todos aquellos que Él ama.



El AMOR es un lenguaje que todo el mundo comprende. Es amando al prójimo que mostramos el rostro de Jesucristo siempre vivo. “Esta es la señal por la que la humanidad reconocerá que ustedes son mis discípulos: el amor que ustedes se tengan los unos para con los otros” (Juan 13,35). No es esta la manera más convincente de decir a los demás quien es Dios? Y lo más maravilloso es que está a nuestro alcance.



Aproximación psicológica del evangelio:


El evangelio lo afirma de manera absoluta: El corazón (o centro) de la vida es el amor.


Lo que da éxito en la vida es el amor a Dios y al prójimo. Es el punto de vista de Dios que Jesús nos descubre con claridad.


Las muchas dificultades que  nos hacen sufrir en el amor, encuentran su origen en la mirada negativa que tenemos de nosotros mismos. El amor que recibimos determina el amor que nosotros le damos a Dios y al prójimo. La dificultad de amar en nuestra existencia proviene a menudo de la mirada negativa de nuestro ambiente (aquello que nos rodea) sobre nosotros. No hemos sido siempre amados con gran respeto. V.g, Sucede que alguno (a) fue abusado (sexualmente)  o violentado en su infancia o adolescencia, fue víctima del escarnio o la burla de algún otro, Y entonces resulta que hemos sido edificados (educados) en una “visión” pesimista de nosotros mismos, que hemos recibido de nuestro contorno.


Por suerte y o felizmente, el amor que Dios nos da manifiesta otra imagen distinta de nosotros mismos. Es esta imagen (ideal) la que alimenta y refuerza las relaciones de amor que nos damos a nosotros mismos e inspira nuestra relación de amor con los otros. En efecto, es necesario que nos amemos en referencia a ese prototipo (real y  tangible) del amor que  Dios nos ofrece, su amor que nos edifica y nos permite podamos entrar en el  verdadero AMOR.


En la versión paralela de este texto que encontramos en Marcos 12, 28-34,  no solamente leemos que  el doble mandamiento del amor recapitula el conjunto de las Sagradas Escrituras sino que también afirma que él vale más que todos los holocaustos y sacrificios.


Es decir, el culto, el rito no sirve para nada si ellos no son la expresión y celebración de un amor que es por otro lado, en la vida cotidiana, el motor de la vida. Solo nosotros somos muy hábiles y muy sutiles para evadirnos,  para encontrar burdas imitaciones (sustitutos)  o reemplazantes a un amor que ama como Cristo nos ama, es decir, dando nuestra vida (ver Juan 15,13).


Confundimos fácilmente el amor que se nos muestra en el evangelio (que se dona, que es oblativo, compasivo, pleno de ternura, desinteresado) con un sentimiento de afecto que a menudo no sobrevive a las pruebas y o dificultades (cfr, algunos matrimonios de hoy, las promesas o votos hechos en la vida consagrada). O confundimos ese amor (del evangelio) con una atracción física, psicológica o mismo sexual, que puede verificarse o palparse como un uso (o utilización) invertida del amor: la decisión del don de sí mismo se confunde entonces con su contrario, la voluntad de poseer, de gozar o utilizar el  otro egoístamente, véase dominarlo. Es por ello que debemos desconfiar cuando vamos repitiendo muy seguido “amor… amor”…


Para Pablo el amor, que preferentemente llama “caridad”, y que es el cumplimiento de la ley (Romanos 13,6-10), está por encima de la fe, que un día cederá el lugar a la visión; por arriba de la esperanza, que terminará cuando entremos en posesión de la vida  que ella espera y que es el lugar de acceso  al amor integral (1 Corintios 13). Amor, no lo olvidemos, es otro nombre de Dios.


El amor no es una moral


“Mi religión consiste en amar mi prójimo”. El compromiso honesto y perseverante al servicio de sus hermanos, sobretodo de los más pobres entre ellos, representa en efecto la moral que está en la  más profunda conformidad (y o acuerdo) con el evangelio.


 En otra parte, Jesús mismo afirma que es a partir de esta moral que nuestra vida será evaluada (cfr, Mateo 25,31-46, el juicio final). Ya lo decía san Juan de la Cruz, “…en la tarde de la vida seremos juzgados con, sobre  y por el amor”.


Acá, Jesús toma una posición clara de cara a esta moral: Él dice que es también importante tener una moral como tener una religión.

Pero él afirma al mismo tiempo que en la tradición espiritual judía ( y a la cual Él pertenece), queda todavía un lugar para una experiencia humana que es específicamente diferente de una ética social.


Dentro de esta tradición religiosa, lo que debe polarizar al creyente, es directamente la experiencia de Dios como tal.


Para el creyente enraizado en la tradición judío-cristiana, el compromiso social puede (y en muchos casos, debe) ocupar un gran sitio. Mas este compromiso esta manifestado (o aparece) para otra cosa y él desemboca en otra cosa.


Esta otra cosa, es la experiencia espiritual, es decir la conciencia de que hay en mí una dimensión de mi ser a la cual todas mis experiencias de vida  me llevan sin cesar, si yo me comprometo con suficiente profundidad.


Con esto nunca pretendemos afirmar o  querer significar que los no creyentes son personas que no viven con profundidad. Para ellos, esta dimensión espiritual tomará (o adoptará)  otra forma y ellos la nombraran de manera diferente.


Pero Jesús dice: Mi tradición espiritual me invita a poner a Dios (o a descubrirlo!) en el centro de mi existencia, a reconocerlo en la conjunción de mis pensamientos y de mis emociones. Y más aún. Yo estoy invitado a invertir todo mi potencial en mi experiencia de Dios. El pasaje del Antiguo Testamento citado este domingo acá, contiene en efecto: “Amarar a Yahvé (…) con todas tus fuerzas (tu poder) “ (Deuteronomio 6,5), esta citación será tomada de manera integral por Marcos 12,33 y Lucas 10,27.


Es por Dios que el creyente moviliza todo su potencial. Es de cara a Dios que él se pone disponible,  y que  ofrece todo lo que  él es y todo lo que él puede.


Cuando esta opción está  hecha  y que esta canalización está en curso, los seres humanos llegan a ser los compañeros de Dios en los proyectos más queridos por Él. Ellos devienen participantes de Dios en su deseo de ternura y de justicia, y ellos son remitidos a una vida y a una acción concretas asumidas en la libertad y la creatividad.


“Todo está ahí”, dice Jesús (v.40).



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“Tu amarás el Señor tu Dios: he aquí el más grande, el primero de los mandamientos”.  Este precepto del evangelio nos es sumamente conocido, y estamos  tan habituados a leerlo y o  escucharlo, que no percibimos con profundidad e intensidad su originalidad. Y por tanto este mandamiento representa una evolución importante y decisiva con respecto a ese otro tipo de relación con Dios que se podría resumir en la fórmula: “tu temerás al señor, tu Dios”. La mayoría de las religiones se han quedado allí (en el miedo a Dios, o a su respectiva divinidad) y mismo el cristianismo a menudo ”ha agarrado la cuerda del miedo a Dios”. Vean ustedes por otro lado las reacciones espontaneas de la  gente en la vida cotidiana: ellos reaccionan frente al miedo, que tiene un aire (apariencia) de ser más eficaz (es así como se afirman todas las formas de poder). El amor tiene el aire de (pareciera) ser una cosa totalmente abstracta, que permite no importa qué o es reservada a una sola persona debidamente elegida. El Dios de la Biblia quiere hacernos superar ese estado: “si su relación conmigo se debe al  temor o por ella quieren satisfacer de manera formalista los reglamentos o actos cultuales, eso me vale nada, no me interesa. Lo que yo espero de ustedes es ser comprendido en mis intenciones profundas de salvar el mundo, yo espero es que ustedes sean seducidos por este mensaje y que se adhieran a él de todo  corazón, y que ustedes se lo apropien, que llegue a ser suyo, y más intimo a ustedes mismos que ustedes mismos”. Solo una relación de amor  (y no de temor, miedo) puede darnos, no más eficiencia, pero si la eficiencia adecuada en el Reino de Dios.


Y en el fondo, mismo en las cosas de la vida corriente, en lugar de juzgar o de dejarnos juzgar sobre criterios de eficacia inmediata, superficial, sobre el éxito o la rentabilidad, no podríamos mejor preguntarnos: “Aquello que yo hago, todo lo que hago, lo hago por amor?” El amor de Dios (es decir, la preocupación, el cuidado  que Él tiene por salvar el mundo y nuestra adhesión a este deseo o empresa) tiene su lugar en lo que yo hago y en la manera como yo lo hago?


El segundo mandamiento; « Amaras a tu prójimo como a ti mismo » ha llegado a ser para nosotros tan normal y o habitual (al nivel de principio) que no vemos más tampoco la originalidad. En efecto, si  miran alrededor de ustedes (y quizás mismo en ustedes), el principio que parece regir las relaciones podría enunciarse como sigue: “yo te amaré en la medida que tu me ames también”. Este principio de reciprocidad es ya un enorme progreso en relación al principio de egoísmo (“Ámame, pero no esperes nada de mi”), pero Cristo (que aquí, no hace más que citar un precepto del  3er del A.T , del libro del  Levítico) bien seguro, nos exige mucho más.


"Amar al otro como a sí mismo”. Notemos en el pasaje que es supuesto (se pretende) amarse a sí mismo! Es una dimensión que el cristianismo ha ocultado mucho, sobre todo en ciertos periodos, en provecho de una teología del sacrificio, de la abnegación, del olvido de sí mismo (si no es del desprecio de sí mismo). Esto no es sano. El amor propio, si él se compaginara o encuadrara con el amor de Dios, no sabría caer en el egoísmo.  Al contrario él  (el amor a sí mismo) es condición indispensable para amar el otro. Yo debo poder presentarme ante el otro como una persona feliz, pacifica, confiada (plena de confianza), gracias a esta relación con Dios.


La lectura del Éxodo viene a enriquecer todavía más, nuestra comprensión del amor al otro. La razón que nos da el Éxodo en su precepto de “no maltratar al inmigrante”, tiene el aire de hacer sobresalir el principio de la reciprocidad.  Pero no es el caso. El texto habría dicho entonces: “porque los egipcios no los han oprimido cuando estaban en Egipto” , lo que por otro lado, habría sido falso. No, el texto nos hace caer en cuenta sobre el  hecho “todos nosotros somos, fundamentalmente emigrantes, extranjeros, sobre toda tierra, mismo aquella que nosotros creemos la nuestra (por otra parte, no hay tierra que pertenezca, como una propiedad privada, a alguien ni a ningún pueblo).


De igual modo, el amor a sí mismo no impide que nosotros (en cierta manera permanezcamos siempre extranjeros para nosotros mismos y que la persona que amamos de la manera más íntima debe permanecer siendo ella misma para que el amor sea verdadero.


Nuestra relación con Dios tiene que ver con nuestra relación con nosotros mismos y con nuestro prójimo. Que ella este hecha de dignidad y de amor.


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El gran mandamiento


Ellos se reúnen y uno entre el grupo lanza una pregunta para poner a prueba a Jesús. Una pregunta tramposa. Cuál es el mandamiento más grande?  Entre los 613 mandamientos que habían sido reseñados por  los doctores de la ley, en cuál de todos esos, uno debe esforzarse  mejor por observar, para estar en regla, para ser perfecto? Y El (Jesús) no se detiene en la trampa. El responde de modo sabio y sorprendente. No hay  más que un mandamiento: Tu amaras tu prójimo como a ti mismo. El amor a Dios, el amor a sí mismo, el amor al prójimo: constituyen un solo mandamiento.


Qué liberación! (cuánto peso se quita uno de encima!) No se trata ya más de tener una rigurosa – y a menudo meticulosa (escrupulosa)-  contabilidad de sus cumplimientos (deberes) para ver bien en donde se está en la propia perfección, para poder decirle a Dios: Epa!, yo aprovecho, lo tengo  bien merecido, yo espero mi salario. Basta con amar, y el resto se desprende de este amor.


Un mandamiento que es el más grande y a la vez el único? Es mucho más que eso. Una actitud de vida, un valor en el centro de la existencia, en el corazón de la vida y que llega a ser la motivación profunda, fecunda y actuante. Todo deviene simple. Basta amar. Todo llega a ser simple pero al mismo tiempo todo se hace complejo y comprometedor. Observar una serie de prescripciones, es estorboso, pero al mismo tiempo imprime confianza (tranquilidad, seguridad). Uno ve donde está. Y llega el momento  donde se  puede decir: está hecho. Todo está en orden. Pasemos a otra cosa. Pero se trata de amar, y ello no tiene más límites fijos.  No se puede, idealmente amar mucho. Desde el arranque (la partida, el despegue, o  el principio) esta proposición del amor, es difícil.


Toda vez, la verdadera dificultad, está en el amor que es demandado (pedido, exigido). Amar a Dios: alguien que uno no ve, que se le conoce mal. Amar al otro, al prójimo, quien es bien diferente a mí, que piensa diferente a mí, que tiene sus gustos, sus hábitos que no son los míos. El otro, el prójimo que muy a menudo no es particularmente amable. Y después: amarse a sí mismo. Es quizás frecuentemente lo más difícil, porque yo me conozco demasiado bien o, al contrario me conozco  muy poco  y mal. Y la cuestión si entendida con frecuencia y que monta en nosotros: se puede demandar (exigir, pedir) el amor? El amor tiene sus cambios de luces, sus variaciones de estaciones a la medida de mi humor, de acuerdo al grado de las actitudes y sentimientos del otro.


La gran novedad, el carácter único de la palabra de Jesús, es de convidarnos a una salida de nosotros mismos y de todos nuestros “porqué” y nuestros “cómo”, sobretodo de nuestros “cómo”.


Amar llega a ser una decisión a tomar. La decisión de liarse (ligarse, unirse) a alguien de quien se quiere el bien, y a quien se le otorga derechos sobre sí mismo. Una decisión que se traduce en actos concretos. Y esta salida de si tiene su razón, su justificación fuera de sí mismo. Dios, en primer lugar, nos ha amado de un gran amor. Él se ha prendido de (apegado a)  nosotros, nos ha dado derechos sobre Él. Se puede esperar en Él, recibir de Él, gritarle en la alegría o en la tristeza. A Dios, se le puede amar porque Él nos ha un rostro suyo en el prójimo que tiene el mismo rostro que nosotros.



Demos gracias a Dios por el amor desbordante y gratuito que nos da y que este amor nos posibilite AMAR como Él.



REFLEXIÓN EN TORNO A LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES


Lo importante es el amor y no la ley por la ley. Es esto lo que Jesús viene a recordarnos de una nueva manera. Lo que da valor a una vida es el amor que le ponemos. En efecto qué valen nuestras oraciones y nuestras prácticas religiosas si no hay un verdadero amor por Dios.  Cada día, y cada ves más, mucho más, nosotros nos vemos comprometidos en múltiples ocupaciones. Pero si no hay amor en nuestra vida, eso no sirve de nada. No valemos  más que por el amor y nosotros seremos juzgados sobre el amor.


En la vida, muchos escogen ocuparse de Dios sin ocuparse de sus hermanos. El evangelio está ahí para recordarnos que toda nuestra existencia debe estar totalmente dirigida (tornada) hacia Dios y hacia los otros. Es triste constatar que muchos no oran ya; son negligentes e indiferentes a la misa y los sacramentos (no quieren saber nada de ello). A través de todo esto, es de Dios que se alejan ya quien desprecian. Sobre la cruz, Jesús mira hacia el cielo, hacia Dios y sus brazos están extendidos hacia toda la humanidad.


En este día, el Señor nos hace un llamado a amar como Él. Dios y su Hijo, nos encuentran en todas las situaciones de nuestra vida para mostrarnos el camino de la santidad. Nosotros nunca estaremos a la altura. Pero Dios nos ama sin desfallecer. En este día, Él nos invita a tener la misma mirada que Él sobre nuestros semejantes. En particular hacia aquellos más desfavorecidos, los más pobres, los excluidos, los extranjeros.


En esta jornada mundial de las misiones, este llamado nos concierne y convoca a todos. Vivimos en un mundo que sufre por las guerras, por los atentados, los secuestros (oremos por nuestros secuestrados colombianos, con frecuencia tan olvidados). Las malas noticias no dejan de acumularse.


Es en este contexto que la Iglesia se esfuerza por permanecer fiel al gran mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Ella se hace presente para anunciar el evangelio de Cristo pero también para servir el ser humano en su integridad (totalidad o globalidad).  Este año, la semana misionera dirige su mirada (está orientada) hacia el continente oceánico. En estas islas, ella es el lugar indispensable de  unión social y de solidaridad. Ella contribuye al desarrollo, a la alfabetización, al mejoramiento de la salud de la población.


Jesús nos ensena a amar a todos los hombres y mujeres como el Padre les ama. Es un amor sin límite y sin fronteras, un amor que va hasta el perdón. Es por nuestro amor a los pequeños y a los excluidos que seremos juzgados. Y a través  de ellos, es Cristo quien se hace presente aquí y ahora.  Él nos llama a amar en la vida cotidiana a todos nuestros hermanos próximos (prójimos) y lejanos. Es importante que nuestra caridad sea activa y generosa. Los organismos de solidaridad están ahí para ayudarnos a que  ella  sea más eficaz. El Señor está aquí para acompañarnos y mostrarnos el camino. Mas que nunca, nosotros podemos decirle: “Yo creo en Ti Seño; Tu eres mi vida; Tu eres mi amor”.

Por la comunión, Jesús viene a vivir en nosotros. Él viene a nosotros  para amar nuestro Padre y a todos nuestros hermanos de la tierra. Le damos gracias:


Bendito seas Señor por este AMOR. Tu nos envías a irradiarlo alrededor de nosotros. Ayúdanos y guárdanos a ser fieles a esta misión. Que ella sea el programa de toda nuestra vida. Amen.




REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


Pequeño Misal « prions en Église », version de Quebec, Novalis 2011.


HETU, Jean-Luc, Les options de Jésus.

http://cursillos.ca:   Reflexión cristiana del P. Yvon-Jacques Allard, s.d.v

http://dimancheprochain.org:  homilía del P. Jean Campazieu