domingo, 18 de diciembre de 2011

19 de diciembre del 2011: 4º lunes de adviento B




Texto del Evangelio (Lc 1,5-25):


Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.


Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».


Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».


El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».


La prima

Encantadora Isabel! El evangelio de ayer recordaba de manera breve que ella también estaba embarazada. A unos cuantos días de la navidad, yo no puedo olvidar el episodio evangélico de la Visitación de María a esta prima que habitaba a unos cuantos kilómetros de Jerusalén. A la llegada de su prima María, Isabel podría haberle contado con ínfimos detalles su embarazo inesperado. No era ya un signo maravilloso de Dios puesto que se le llamaba “estéril”?  Como nosotros lo hacemos a menudo, ella habría podido apresurarse o a empujar para que todo se centrara en ella, en sus sentimientos, en su arrobamiento y en sus preocupaciones. Por el contrario, ella sale de sí misma, ella se centra en María y su misterio y no en su propia historia. Ella se admira por lo que le ha sucedido a María ya que ella llevaba en sus entrañas al salvador. Juan Bautista tenía que heredar de alguien, debía de haberle aprendido a su madre, cuando él también se disminuía delante  de Jesús: Isabel ha actuado de manera semejante ante su madre Maria.


Isabel, enséñanos tu bella humildad y muéstranos como darle prioridad al otro. Inspíranos el deseo y la decisión de salir de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones, de nuestro yo que invade…Que corramos delante del misterio de los otros para encontrar ahí a Cristo!