viernes, 6 de agosto de 2010

8 de agosto del 2010: Decimonoveno domingo del tiempo ordinario


INTRODUCCION

La sociedad de consumo nos invita a poseer todo lo que deseamos,  enseguida, de manera rápida: nuevo congelador, nuevo carro, nuevo computador…

Ya no tenemos la paciencia de esperar. No vemos ya la belleza, el valor y la alegría de esperar: esperar un amigo que viene de lejos después de muchos años, esperar a ser “grandes” para  actuar como “grandes”, esperar que el día de navidad llegue antes de entonar “ha nacido ya el niño en el portal de Belén”.
Nuestros antepasados en la fe sabían y esperaban ampliamente de Dios: sus pequeñas y grandes bendiciones, comida de “acá abajo” y aquella de “arriba”, la liberación del mal y de los opresores. Durante siglos ellos han esperado una tierra, la paz, la justicia, la salvación, el Mesías.

Como es de reconfortante escuchar la voz de los amigos de Dios que se expresan en los salmos: “Mi alma espera al señor,  más que un centinela la aurora” (sal 129,6) “Mis ojos se consumen de esperar a mi Dios” (sal 68,4).
Son hermosas las palabras de Jesús que nos invitan a permanecer fija la vista en el avenir que El ha prometido: “estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas”  (Luc  12,35), “Estén atentos porque no saben el día ni la hora” (Mat 25,13) ; “Aquel que persevere hasta el final se salvara” (Mat 10,22).

Aquel que no sabe esperar por largo tiempo no vera jamás la realización de sus más grandes deseos”.

Reflexion (I)

LAS PRIMERAS palabras del evangelio de hoy son un llamado a amilanar el miedo : « No teman…ya que al Padre le ha parecido bien darles en herencia el Reino ».

Lucas ha puesto de forma deliberada esta parábola de Jesus después de la parábola del rico insensato y sabiendo que la comunidad de creyentes afronta una época de miedo, en el transcurso de esta larga “subida a Jerusalén “. Jesús se dirige hacia su condenación a muerte (Lucas 9,51), y sus discípulos atemorizados le siguen con prevenciones y titubeos. Según todas las apariencias, es el fracaso definitivo lo que está cerca: el fracaso de un proyecto, el fracaso de una vida.

Cada uno de nosotros experimenta en su vida un poco el sabor de la derrota…una oportunidad no aprovechada, desilusión en nuestro proyecto de vida, enfermedad que debilita, incapacidad de poner fin a una manía o habito nocivo (vicio, dependencia)  que amenaza nuestra salud (cigarrillo, droga, alcohol, sexo), falta de tiempo para realizar nuestros sueños, fracaso en la carrera, peleas en la familia, vejez, sufrimientos, etc.

En la vida cotidiana, las personas viven inmersas en el miedo:  miedo de la soledad, del terrorismo, de la pérdida del empleo, de la violencia, de las enfermedades.

Muchos gobernantes utilizan el miedo para conservar el poder.  Ellos hacen todo lo posible para promover el miedo y enseguida prometen protegernos contra los peligros mortales. Se trata muy a menudo de manipulación orquestada para hacer que aceptemos todo tipo de medidas costosas y muy onerosas que aprovecharan a unos pocos ricos.

Dios no es de aquellos que utilicen el miedo para llevarnos a la sumisión. Muy al contrario, Él nos invita a la esperanza y a la acción: “Levanten la cabeza, no teman, conserven sus lámparas encendidas”.

Nuestra vida tiene un sentido, mismo si por alguna razón u otra, ella aparenta correr hacia el fracaso, igual la vida tiene sentido si somos traicionados por los amigos, derrocados por nuestros enemigos, incomprendidos por nuestra familia, abatidos por la enfermedad.

Dios nos invita a avanzar, como Abraham quien a una edad avanzada, deja su país, sin demasiadas referencias sobre el lugar al que iría. Como los hebreos que han huido de la esclavitud de Egipto para dirigirse hacia la Tierra Prometida.

En nuestra peregrinación plena de obstáculos, la fe nos dota de  una brújula, nos ofrece un punto de apoyo, nos garantiza la presencia de Dios. “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).

El texto evangélico de hoy nos invita a la esperanza, a la acción y a la vigilancia: “Sean como los servidores que esperan a su amo del regreso de sus bodas…conserven sus lámparas encendidas”, utilicen lo mejor posible el tiempo de vida que se les ha dado (confiado, otorgado).

No se trata entonces de escoger entre el cielo y la tierra, sino más bien de actuar de manera que esta tierra sea el lugar más bello posible , según el plan de Dios…una tierra donde reina la paz, la comprensión, la atención del otro, el compartir, la fraternidad y el amor…Una tierra donde se construye un mundo mejor.

Utilicemos nuestros talentos lo mejor posible. Se nos ha dado mucho, igual se nos exigirá mucho. “A quien se le ha confiado mucho se le exigirá mucho”, afirma el texto de hoy.

“Permanezcamos en ropa de trabajo (uniforme, con el delantal puesto) ) y conservemos nuestras lámparas encendidas…El Señor , a su llegada, nos hará pasar a la mesa y nos servirá a cada uno a su turno”.

(Basado en la traduccion del frances del P. Yvon-Michell-Allard. svd.)



REFLEXION (II)

Primera Lectura

 Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.

 La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.

Segunda Lectura

La fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.

La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.

Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.

Evangelio

El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la auto comprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.

Fitzmyer, ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).

El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.

La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.

La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.

(DE SERVICIOS KOINONIA)