A guisa de introducción:
Llegar a ser luz
Este hombre nunca ha visto una sonrisa, ni lágrimas. Él no puede admirar el azul del cielo ni el verde de la primavera. Vive en un mundo sin luz, donde solo cuentan el tacto y el oído. A la salida del templo, Jesús lo ve. En él reconoce a todos los seres humanos, esos ciegos que andan a tropezones en un mundo de tinieblas y de horizontes cerrados. Es ahora cuando Jesús toma la iniciativa de repetir el gesto del Creador (Gen 2,7). Con el barro y por su palabra: “ve a lavarte…”, hace del ciego un ser nuevo. El invidente pasa de las tinieblas de la noche a la luz del día, a la luz de la fe que abre los ojos de su corazón: “yo creo Señor”.
Además de mostrar a Jesús como el Salvador, esta curación del ciego nos ensena la profunda significación del bautismo. Por este sacramento, llegamos a ser hijos de la luz. Recibimos la luz de Cristo resucitado: luz de Pascua que ha vencido la noche de la tumba y es fuego de Pentecostés que inunda nuestros corazones del amor de Dios y de los demás.
Esta luz, la hemos recibido para vivir todos los días y propagarla alrededor de nosotros.
Una de las Gracias de la Cuaresma es tomar conciencia de que somos bautizados llamados a vivir como hijos (as) de la luz.
Una aproximación psicológica:
Tu estas bien seguro de que ves?
En su primera carta, Juan nos pide de mantener nuestras “entrañas abiertas” de cara a nuestros hermanos; es decir, de dejarnos invadir interiormente por aquello que ellos son y por lo que ellos viven (1 Jn 3,17).
Cuando por egoísmo o por miedo, yo cierro mis entrañas, cuando yo me vuelvo duro interiormente, la realidad exterior no puede tocarme más ni tampoco interrogarme. El dialogo extraído de este pasaje del evangelio, ilustra bien este fenómeno de insensibilidad, presentándonos la reacción de fariseos después de la curación realizada en el hombre y ante quien sus ojos están cerrados.
-
N - No es aquel que estaba ciego;
- - Sí, es él;
- - Sí, pero ha sido curado un día de Sabbat, entonces Jesús no viene de Dios;
- -…Y por tanto Él ha hecho un milagro…;
- - Vamos a preguntarle a sus padres si él estaba verdaderamente ciego;
- - Si, él lo estaba;
- - Nosotros, de todas formas preferimos ser discípulos de Moisés;
- - …ustedes, a pesar de todo, están en presencia de alguien que hace milagros en nombre de Dios…
- - Tú, no vengas para darnos lecciones, tú no eres nadie!
Los fariseos de ninguna manera se dejan interpelar por los eventos nuevos, mismo si Jesús les recuerda que su misión consiste justamente en cuestionarse. Él les dice: “si ustedes fueran ciegos no tendrían pecado” (v.41).
Dicho de otra manera, si ustedes admitieran que tienen un problema, y que hay cosas en las que ustedes tienen dificultad de ver, de comprender, ustedes no tendrían pecado, pero ustedes niegan su problema, su dificultad de ver: “ustedes dicen: nosotros vemos; por eso su pecado permanece”.
Jesús interroga a todo el mundo. Cuando digo que yo no veo, yo estoy preparado para interrogarme, para morir (renunciar) a mis viejas creencias o actitudes que me impiden ver. Y de pronto yo llego a ser capaz de aprender de nuevo a ver, a amar y a vivir. Porque Jesús hace que me pregunte en mi incapacidad confesada y me dice: estas bien seguro de que tu no ves nada? Fija tu mirada acá (sobre mí) para ver…y yo comienzo entonces a comprender cosas…
Inversamente, Jesús les dice a aquellos que dicen ver, o que se dicen “que todo está bajo control”: “estás plenamente seguro de que ves claro, y que comprendes todo?” Y de repente, la persona llega a comprender que no ve todo, que no todo está bajo control como pensaba. Y una vez que ella acepta o dice: “Yo no veo”, se alista para nacer de nuevo, para comprometerse en el momento indicado en su liberación personal.
El pecado no es tener problemas, sino más bien que el pecado consiste en negarlos para evitar de tomarlos en serio a la mano…Como nos decía un viejo profesor sabio en el seminario: “no te preocupes o te despreocupes… ocúpate!”
Para un cuestionamiento:
Jesús afirma: “es para una interrogación (una dificultad, una protesta) que yo he venido al mundo”. Acoger la salvación, es aceptar dejarse interrogar o cuestionar por Jesús. Esta afirmación puede llevarnos a parafrasear la primera carta de San Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (Jn 4,20) llegando a ser: “Aquel que no se deja inquietar (cuestionar) por su hermano, a quien ve, no puede dejarse interrogar por Jesús a quien no ve”. Aquel que no tolera que se le hable de sí mismo, de sus actitudes y de sus comportamientos, no tolerara en suma que Jesús lo haga de igual manera por su Palabra”.
Una de las razones por las cuales nosotros rechazamos los cuestionamientos, es evidentemente por nuestro miedo a cambiar algo en nuestra manera de ver y de hacer. Es por ello que nosotros somos- de manera más tendenciosa- llevados a mantener los otros (“a raya”) a distancia, por miedo a que un verdadero encuentro con ellos no venga a iluminarnos nuestra vivencia. “En efecto, todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas” (Jn 3,20).
Como Jesús lo dice aquí, nosotros no queremos ser desenmascarados, preferimos conservar nuestra mascara de modo que los demás no sepan que se pasa en realidad en nuestra vida. Pues, si ellos llegaran a conocernos tal como realmente somos, quizás entonces dejarían de amarnos. Y si hay algo que no queremos perder, es bien seguro, la estima de los otros. En efecto, cuando nosotros funcionamos (lo que ocurre frecuentemente) teniendo como principio extravagante (raro, loco…) que si los otros dejan de pensar bien de nosotros, nuestra vida no tiene ningún sentido.
Ahora, Jesús ha vivido justamente lo contrario y nos dice también exactamente lo contrario. Relájate tú, no intentes pretenderte perfecto, no ambiciones nunca de ningún modo arreglar tus problemas antes de dejarte conocer. “Quien buscara conservar su vida (a los ojos de los hombres) la perderá, y quien la perdiera la salvará” (Lucas 17,33). Si quieres salvar todo sin arriesgar nada, sin cambiar nada, tú perderás todo. Pero si aceptas arriesgar cosas (la bella imagen que los otros tienen de ti, tu seguridad interior…), si asumes el riesgo de reconocer y o admitir tus limitaciones, tus errores y tus contradicciones, tu saldrás adelante. Y es para ayudarte a vivir este caminar de cuestionamiento por lo que yo he venido…
REFLEXION DU PERE JACQUES-YVES ALLARD (1)
(http://CURSILLOS.CA)
“Yo solo sé que estaba ciego y ahora veo”
A través de muchas imágenes y símbolos, San Juan nos revela la identidad de Jesús. Él es el vino nuevo de las bodas de Caná; el buen pastor que guía sus ovejas; el agua fresca del pozo de Sicar; el pan compartido para la multitud en el desierto; el nuevo templo de Dios; la luz del mundo; el camino, la verdad, la resurrección y la vida. En todos sus textos se encuentra la proclamación pascual de la divinidad de Jesús.
El tema de la luz aparece por 5 veces en el evangelio de Juan y afirma que Jesús es la luz del mundo.
El episodio de la curación del ciego de nacimiento es una ilustración de esta revelación evangélica.
En los 41 versículos del relato de hoy, en dos solamente (v. 6-7) se hace alusión propiamente dicha a la curación del ciego. Esto nos indica que el interés del evangelista no se sitúa en el aspecto maravilloso y extraordinario de la curación, sino sobre su función de signo y de revelación. Juan nos dice que “esos signos” (milagros) han sido puestos por escrito, para que nosotros creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos la vida en su nombre (Jn 20,31).
En el arte cristiano de las catacumbas, la escena de la curación del ciego de nacimiento aparece 6 veces y casi siempre como ilustración del bautismo. A partir del siglo 4º, el texto de hoy con el texto de la samaritana (leído el domingo anterior) y aquel de la resurrección de Lázaro (domingo próximo), preparaba a los nuevos cristianos para recibir el bautismo durante la liturgia de la vigilia de Pascua. Aquella noche, los nuevos bautizados mientras cantaban el salmo 22 (El señor es mi Pastor), recibían el sacramento de la confirmación y participaban en su primera eucaristía.
El bautismo era visto como el debut de una relación con Dios, una fuente de agua viva, una vida nueva. Este sacramento permitía hacer parte del Reino de Dios.
Estos textos de los domingos de cuaresma eran una preparación para los catecúmenos, pero a la vez invitaba a los cristianos a renovar sus promesas bautismales. La fe no es jamás estática; ella es un camino, un crecimiento, una maduración que progresa a lo largo de la vida y cada año el tiempo de cuaresma es una excelente ocasión para profundizar nuestra fe y madurarla más.
El texto de hoy cuenta entonces mucho mas que un milagro. El encuentro de Jesús y del ciego de nacimiento sucede poco después que el señor había dicho: “Yo soy la luz del mundo. Aquel que me sigue no camina en tinieblas y tiene la luz de la vida” (Jn 8,12)
Cristo le ha permitido al ciego de ver con sus ojos pero sobretodo, Él le ha posibilitado una nueva visión de la vida y del mundo.
El ciego incapaz de distinguir la luz y los colores es la imagen de todo ser humano desorientado, que busca ver y comprender. Nosotros estamos habituados nada más que a percibir el exterior de las cosas, el aspecto más superficial. Nuestra cultura afirma que las personas son hermosas en función de su belleza física, de sus vestidos, de sus bellas casas, de sus autos lujosos, de su posición social, de sus grandes riquezas, etc. Pero ello puede ser una máscara que esconde una realidad más angustiante y mucho más materialista que espiritual…(aparente)
Saint- Exupéry en su libro “El Principito” decía: “No se ve que con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Nuestros encuentros de domingo nos permiten ver con el corazón, de ver el mundo a través de los ojos de Dios. Jesús nos invita a mejorar nuestra manera o modo de ver las cosas. Él nos propone una nueva visión de la vida de familia, de nuestra relación con los otros, de nuestra capacidad de perdonar, de nuestra fragilidad humana, de la enfermedad y de la muerte. Él nos invita a ver todo ello con los ojos de Dios!
Esta nueva mirada puede aportarnos la alegría, la serenidad y la paz. Dios está con nosotros, Él nos acompaña y nos ofrece una solución de amor para los problemas cotidianos. San Pablo agrega: “En otro tiempo ustedes eran oscuridad, pero ahora (en el presente) ustedes son luz en el Señor; conduzcámonos como hijos de la luz, porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5,8-9).
Como cristianos no podemos contentarnos de ser iluminado, debemos también ser « testigos de la luz » (Jn 1,8) En el drama de Paul Claudel, El Padre humillado, la joven ciega decía a un cristiano: “ustedes que ven, que han hecho de la luz?”
La fe no se reduce a una serie de creencias teóricas, de tradiciones y de costumbres. La fe es una nueva manera de ver el mundo y de vivir bien su vida.
La realidad iluminada por el Señor Jesús toma entonces otra coloración.
DE CALIXTO (2)
(http://tejasarriba.org)
Nuestro barro
“Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupiendo en la tierra, hizo barro y se lo untó en los ojos. El ciego fue a lavarse en la piscina de Siloé y volvió con vista”. San Juan, cap. 9.
Los hebreos amaban el barro. El autor del Génesis les enseñó, con oportuna pedagogía, que en el principio Dios había formado de barro al primer hombre. En Egipto, el pueblo escogido pasó largos años de esclavitud fabricando ladrillos y luego, en la Tierra Prometida, levantó también con barro ciudades y fortalezas.
En la cultura hebrea, la alfarería ocupaba un lugar preeminente. De barro se fabricaban tinajas, platos, vasos y lámparas. Y San Mateo no deja de apuntar en el capítulo 27, que los sumos sacerdotes, con las treinta monedas de Judas, compraron el llamado “Campo del Alfarero”, donde se sepultaba a los peregrinos.
Cristo sana a un ciego de nacimiento, untándole en los ojos barro amasado con saliva. Una mezcla no muy digna tal vez, según nuestra manera de apreciar las cosas. Así el Señor nos enseña que aún la tierra humilde, al influjo de su poder, puede realizar maravillas.
Algunos han visto en ese pasaje un anuncio de los sacramentos. Dios nos salva por medio de elementos materiales: Agua, aceite, diálogo, pan y vino... y amor de hombre y mujer. A estas cosas humanas les da el Señor un poder y les confiere un misterio.
Pudiéramos pensar en la carta de un amigo lejano que, aparte del papel y la escritura, encierra se presencia. O en un billete de banco que, a pesar de su fragilidad, contiene una eficacia multiforme: Abre puertas, doblega voluntades, domina las conciencias. Se convierte en ciencia, salud, poder, en paz y en guerra. Abarca el universo.
Así son los sacramentos. Dios entra a nuestra vida a través de cosas humanas. Son ellas la consecuencia lógica de un Dios encarnado, de un Dios que encierra todo su poder dentro de los pequeños límites de un hombre.
Pero a nosotros quizás nos han parecido ordinarios los sacramentos. Los quisiéramos más fastuosos, más distantes de los objetos que manejamos cada día.
En esta curación del ciego de nacimiento, Dios nos dice que El no siente vergüenza de trabajar con barro y con saliva. Nos explica a nosotros tan exquisitos, que nada de este mundo fuera del pecado, es ajeno a su plan de salvación. Las personas mediocres que nos rodean, los oficios corrientes que realizamos, las circunstancias ordinarias en que vivimos, las cualidades normales que ejercitamos... allí esconde el Señor su presencia, su poder de transformación, su posibilidad de alegría y para cada uno de nosotros.
Ese Cristo no cura al invidente con luz del Tabor, ni con polvo de los astros, nos sanará a nosotros con lo que somos y tenemos. Con tal de que, en algún recodo del camino, postrados como el ciego, le digamos: ¡Creo, Señor!
ORACION
Hay días Señor,
en que la indiferencia o los prejuicios me enceguecen.
Los ojos se me cierran ante la grandeza y belleza de los demás.
Permíteme ver todo el amor que tú les ofreces.
En los momentos de debilidad, de fatiga,
mismo en los días que yo pierdo de vista la razón de mi vida,
tócame Señor.
Pon barro sobre los ojos de mi corazón para que yo vea
todas las personas que me aman, me guían y me dan seguridad.
Ellas son la luz sobre la ruta de mi fe.
Abre mis ojos ante todo lo que es bello y bueno alrededor mío:
El arroyo que canta en el verano,
las parejas que irradian la confianza,
la ternura de mi esposo (a), la de mis suegros y mi madre,
la mirada luminosa de mis nietos.
Permíteme ver Señor,
las personas que tienen necesidad de mis manos y de mi inspiración
para que ellas vuelvan a encontrar el gusto ante la vida y la alegría.
(Lise-Hudon-Bonin)
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Gustavo Quiceno