miércoles, 6 de abril de 2011

10 de abril del 2011 5o Domingo de Cuaresma




A guisa de introducción:

No recuerdo muy bien si era mañana o pleno medio día, quizás sería tarde, pero en todo caso el sol no era muy fuerte, aquella jornada era más bien gris para todos.

Pero en todo caso lo cierto es que había muerto mi tía Odilia, la hermana menor de mi abuelo materno Fabio,  cuando apenas frisaba los 40.  La primera muerte de un ser querido que impactaba mi mundo infantil, pues “Odi” compartió con nosotros varios años en casa, acompañando a mi madre y ayudándole en el cuidado de sus 5 hijos existentes hasta ese momento… en aquel año de 1981 yo había cumplido 12 abriles.

El cortejo funeral se detuvo por un instante justo a la entrada del campo santo; en el ambiente había mucha tristeza, otros lloraban, yo “volaba entre ensueños” mucho como de costumbre. De repente levante mi mirada sobre el muro del umbral del cementerio y leí esta frase que ya nunca más se borraría de mi mente: “Yo soy el camino, la resurrección y la vida” y de pronto una tranquilidad y o serenidad se apodero de todo mi ser. Por primera vez en mi existencia joven concebí la idea de una vida que no se acaba nunca, vislumbre que no todo puede acabarse sobre este mundo…Que ese tal Jesús del cual había oído hablar someramente hasta ese momento tenía su “cuento” y que era importante que le diera la mayor importancia posible…  Aquel fue uno de los primeros momentos de revelación de Dios para mí, y aquel instante se convertiría en referente esencial y fundante en mi historia vocacional de sacerdote…
(memorias, Gusqui)

Y nosotros creemos lo que afirman los evangelios? Creemos que Jesús es el hombre que Dios ha escogido y consagrado para revelar plenamente su amor a su Pueblo (Israel) y a la humanidad entera? Creemos que Él es el Mesías?

Creemos totalmente que siendo uno de nosotros  y plenamente humano, Jesús venia de Dios, era su Hijo Bien Amado, era también Dios?

Creemos que después de haber conocido verdaderamente la muerte, Él ha resucitado de verdad, llegando así, a ser el primero de una larga e inmensa multitud de resucitados?

Creemos nosotros que reconociendo que “Él es la resurrección y la Vida” nosotros perteneceremos un día a esta multitud? Creemos que Jesús quien vive en los cielos- vive también en medio de nosotros? Creemos que su Espíritu habita en nosotros? Creemos que Él camina con nosotros, compartiendo todo lo que nuestra existencia puede tener de penas y de alegrías, de sombras y de luces, de fracasos y de triunfos?

Creemos que Jesús no es solamente un sabio y maravilloso maestro de Vida, pero que Él es también el Amo de la Vida?

Creemos que llegando a ser sus discípulos, siguiendo sus enseñanzas, nosotros iluminamos nuestra vida y caminamos hacia la felicidad?

Creemos que desde ahora y poniendo nuestra confianza en Él, podemos levantarnos después de haber caído, volver a ver la luz después de haber atravesado las tinieblas, encontrar de nuevo el gusto por la vida después de haberlo perdido?

Felices (bienaventurados ) somos nosotros si somos de aquellos y aquellas que creen.


REFLEXION : (1)

“Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá”

La liturgia de este domingo continúa preparándonos para la renovación de las promesas de nuestro bautismo durante la liturgia de la Vigilia Pascual. En el episodio de la samaritana, Jesús nos ha revelado que Él era una fuente de agua viva; luego del encuentro con el ciego de nacimiento, él se presenta como la luz del mundo; y hoy, a través de la resurrección de Lázaro, le dice a Marta que Él es la resurrección y la vida.

Vivimos en un mundo de muertes violentas y de tiranos de todo tipo, para quienes la vida de los demás no tiene ningún valor. Las películas de terror, de venganza y de guerras , los juegos electrónicos (o videojuegos), la televisión y el Internet parecen incapaces de saciar la sed de violencia y de destrucción de nuestro mundo. A la gente le gusta seguir los dramas pasionales, los ataques terroristas y las guerras en todas las partes del Globo, en directo y a todo color. Pertenecemos a una civilización (atraída por) atrapada en el tifón de la violencia, de la tortura, del asesinato, de las ejecuciones, de las guerras, de los genocidios y del terrorismo.

La resurrección de Lázaro, en el Evangelio de San Juan, es el último milagro de Jesús, el último signo ofrecido en este eterno proceso entre la luz y las tinieblas. Poco después comienza el drama de la pasión. Al regresar a Judea para salvar su amigo, Jesús arriesga su vida y avanza hacia su propia muerte.

El punto culminante del texto de hoy es el dialogo entre Marta y Jesús. Marta proclama su fe en Cristo: “Tu eres el Mesías…el Hijo de Dios”.

Es la profesión de fe que los otros evangelistas ponen en labios de Pedro.

Jesús dice entonces a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida, Aquel que cree en mi aunque muera vivirá; y todo aquel o aquella que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

Frente a la muerte, hay dos actitudes fundamentales:

La primera es aquella propia de las personas que creen que la muerte es el fin de todo. Ninguna intervención quirúrgica, ninguna medicina milagrosa, ninguna crema rejuvenecedora, ninguna dieta especial puede cambiar eso. Esta actitud es muy común (y o presente) en el mundo de hoy.

La segunda actitud, es la que comparten aquellos y aquellas que creen que después de la muerte la vida continua, pero de un modo diferente. Esto es la base de nuestro cristianismo.

Esta esperanza le da un sentido no solamente a nuestra muerte sino también a nuestra vida de todos los días, a nuestras fiestas, a nuestras alegrías, a nuestras enfermedades, a nuestros sufrimientos y a nuestras angustias.

Jesucristo nos dice que  no solamente nosotros seremos transformados y que continuaremos viviendo después de la muerte, mas Él nos invita a vivir plenamente desde ahora. “Salgan de sus tumbas, de sus vidas sin esperanza. Comiencen de nuevo a respirar la vida a pleno pulmón” (como dice en una de sus bellas canciones Alejandro Lerner)…”Yo he venido para que ustedes tengan Vida y la Vida en abundancia” (Jn 10,10). Sacúdanse de su inercia y pasividad y participen en la construcción de un mundo mejor, más justo, más fraterno. Dejen de lado su egoísmo y así compartirán la ternura de Dios con aquellos y aquellas que han sido maltratados por la vida y que tienen necesidad de amor y afecto.

Con Dios, hay siempre una nueva primavera en el horizonte, una nueva estación que hace reverdecer lo que el frio invierno parecía haber hecho morir. Como en el grano de trigo que se entierra y que parece descomponerse y morir, el Espíritu de Dios puede volvernos a dar una vitalidad creadora, una vida nueva. 

El profeta Oseas expresa este renacimiento de una manera poética:  “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos. Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano…serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano.”  (Os 14,5-7).

La promesa de Cristo nos invita desde ahora, a una vida plena de esperanza y de proyectos nuevos, y nos promete una nueva vida después de la muerte. 

Nunca hemos de resignarnos  y o creer en el fin de la vida. La resignación no es una actitud cristiana.

Las fuerzas del mal no saben sino amenazar, demoler, matar la esperanza y hacer morir. Tenemos el ejemplo de los campos de muerte de las SS, de los gulags soviéticos, de las masacres genocidas de los paramilitares, guerrilleros y fuerzas oficiales en Colombia, de las guerras preventivas, de las prisiones de tortura, de los dictadores que masacran sus conciudadanos antes que abandonar su poder ilegítimo…

A través de esta civilización atraída por la destrucción y la muerte, Jesucristo nos habla hoy de la vida y de la esperanza. “Aquel que cree en mi tiene (hoy, ahora) la vida eterna!”  El vuelve a decírnoslo, al llamar a Lázaro  fuera de su tumba : “Sal de la tumba…Yo soy la resurrección y la vida…Aquel y aquella que cree en mí, aunque muera vivirá”.
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Aproximación psicológica:

LA AFECTIVIDAD Y LA FE


Si se mira con atención esta escena de la muerte de Lázaro, uno podía deducir como que hay una superposición de  la muerte del mismo Jesús. Es decir, se puede entrever sobre esa escena de la muerte de Lázaro  la muerte de Jesús. Los discípulos dicen a Jesús: Si tú vas hacia Lázaro, es hacia tu propia muerte que tú te diriges (“No hace poco que los judíos querían lapidarte; y tú quieres regresar allá? “ (v.8).

Respondiéndoles que uno no tropieza en el día sino en la noche, Jesús opone la oscuridad y la muerte espiritual por el hecho que él  mismo es la luz y la vida. Pero en otro sentido, después del tiempo de la luz, él sabe que vendrá la hora de la oscuridad dentro de la que Él mismo caerá  (Jn 12,23-24).

Y en efecto, Juan precisa que es el día de su visita a su amigo Lázaro: “y fue aquel día que los fariseos decidieron matarle” (Jn 11,53).

Juan quiere mostrarnos en lo que le ocurre a Lázaro, un anuncio de lo que le sucederá a Jesús mismo, de tal manera que el desenlace feliz de este episodio prepara la fe de los discípulos para los acontecimientos de la pasión. El hace entonces decir a Jesús: “Yo estoy feliz por ustedes de no haber estado allí con el fin de que ustedes crean” (v.15). Mi ausencia (de Betania) les hará desembocar en la fe, más tarde, mi ausencia total  les hará desembocar en una fe más profunda todavía.

Es impresionante constatar que la fe de Jesús, su esperanza profunda y al límite, su control de los eventos, no le impiden de estar profundamente afectado emocionalmente, por lo que le sucede. Según las palabras mismas del relato, Jesús se conmueve interiormente…Él se emociona, Él llora, Él se conmueve de nuevo…(v.33-38).

Acá también, vemos como una superposición de la escena, eso que Jesús vivirá de cara a su propia muerte, ese combate entre la carne y el espíritu, entre las emociones y las convicciones.

Jesús ha dicho claramente a Marta, la hermana de Lázaro y su amiga, que su hermano resucitara y mismo si Él está convencido de lo que afirma, ello no impide que  también se muestre afectado por ésta muerte. Más tarde Él tendrá la satisfacción de sentirse Él mismo entre las manos del Padre, y ello no le impedirá a su cuerpo y a su afectividad de  resistirse (combatir) ante  la muerte.

La fe es una convicción no un anestésico (algo adormecedor, narcótico). La esperanza permite cargar el sufrimiento, hacerlo más llevadero, pero no lo hace desaparecer.

Al llamar Dios a Jesús para ir hasta el final de sí mismo, Dios no le privó de su afectividad, porque es  gracias a ella que “Jesús amaba Marta y su hermana y a Lázaro “(v.5), y es por ella  “que amando los suyos que estaban en el mundo, Él los amo hasta el extremo” (Jn 13,1).


DE SERVICIOS KOINONIA.ORG

Ez 37,12-14: Les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán
Rom 8,8-11: El Espíritu habita en ustedes
Salmo 129: Del Señor viene la misericordia
Jn 11, 1-45:  La reviviscencia de Lázaro

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. 

Para un desplazado no hay peor desgracia que morir en el destierro, lejos del suelo patrio, del paisaje familiar, de la tierra nutricia. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, enfrenta esta situación frente a su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Conocerá su pueblo que Dios es el Señor cuando El derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y dormir con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que se prestan fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne” es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre....

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto... pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota de la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro deciden matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climas del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan». Remitimos a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría (http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm) con ese mismo título. El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://www.untaljesus.net) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la «fe» o del «creer en Jesús», con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico tal vez no hizo ningún milagro... No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a Jesús de Nazaret y sus milagros... La fe en Jesús tiene que ser algo mucho más profundo.

Y un tercer tema -todavía más complejo- para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento... de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida... Pero «resucitar» es otra cosa.

Aquí habría que subrayar y proclamar y denunciar que es bien probable que en la cabeza de la mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado resucitado»: porque pensamos, o mejor, «imaginamos» la vida resucitada un poco como «prolongación, suplemento, continuación...» de ésta de ahora. Y no. No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»... No. Es que es otra cosa. Y es que es sobre todo un misterio. Nuestra llamada «fe en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos tras la muerte y allí «continuamos viviendo»... Podríamos decir que todas esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales, pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos «resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí primero para luego llevarnos a un lugar definitivo... Muchos pueblos primitivos han pensado esto, que es una forma plausible de interpretación de la vida humana en un determinado contexto cultural. Pero hoy, si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de la edad agraria... es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá también haga falta aceptar la ascesis de un no saber/poder expresar bien aquello en lo que «creemos»...

Es un punto demasiado importante y demasiado sutil como para llegar y ponernos directamente a hablar de la resurrección de Lázaro y de la nuestra sin necesidad de más preámbulos... (Sobre la transformación de las condiciones de credibilidad de las religiones en este nuevo tiempo sugerimos la lectura de los artículos 352 (http://servicioskoinonia.org/relat/352.htm), de Mariano Corbí, y 344, de Amando Robles (http://servicioskoinonia.org/relat/344.htm). Sobre la necesidad de «despedirse del piso de arriba», recomendamos la lectura del capitulo de igual título del libro de Roger LENAERS «Otro Dios es posible». Y sobre la resurrección, en un plan más netamente teológico, recomendamos la lectura de TORRES QUEIRUGA, «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003). Hay también un reciente número de la revista CONCILIUM dedicado a la resurrección (noviembre 2006). La Agenda Latinoamericana’2011 trae un artículo «¿Pero hay o no hay otro mundo arriba?» accesible en su archivo digital. La serie «Otro Dios es posible, de los hermanos LÓPEZ VIGIL aborda el tema de la resurrección en la entrevista 98, titulada «¿Resucitó?», accesible en http://emisoraslatinas.net.

Agenda + emisoras latinas

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 102 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «El amigo muerto». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: 
http://untaljesus.net/texesp.php?id=1500102
Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap102b.mp3

Para la revisión de vida
- A una semana de la semana mayor, ¿cómo la estoy programando, cómo la preparo? ¿Voy a encontrar tiempo también para mí mismo, para mi interioridad, para hacer un alto en el camino y examinar la marcha de mi vida, para hacer una revisión de mi relación con Dios? Estoy a tiempo...

Para la reunión de grupo
- Con el artículo de Ellacuría que hemos recomendado (http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm) se puede elaborar una provechosa reunión de estudio, muy recomendable.

- También con el citado episodio 102 de «Un tal Jesús» se puede montar una buena reunión de estudio.

- El caso de la amistad entrañable de Jesús con Lázaro y sus hermanas, nos presenta una faceta humana de Jesús que de alguna manera pasaba desapercibida antiguamente; no parecía «relevante« ni «revelante» para la «cristología vertical» que casi veía en Jesús un ser casi sólo divino, no humano. 

El Jesús que llora por la muerte de Lázaro, que se hospeda -o tal vez se refugia- en casa de estos amigos/amigas... es un Jesús «muy humano». La humanidad plena forma parte del seguimiento de Jesús. Comentar la relevancia de estos rasgos «tan humanos» de Jesús, y su porqué.

- ¿«Resucitó» Lázaro? ¿Qué hay en la «resurrección» de Lázaro de elementos que no tienen que ver nada con la «resurrección» en la que creemos para nosotros? «Re-suscitare», es la palabra latina por «resucitar», que fácilmente se ve que significa «volverse a levantar», creada a partir de la imagen del cadáver que recupera la vida. ¿No será que la palabra -y con ella el concepto mismo- es deudor de una imagen inadecuada? ¿Tendrá que haber reanimación de un cadáver para que haya «resurrección», de ésa que es objeto de nuestra fe? ¿Podríamos expresar con la máxima rigurosidad cuál es la esencia de la «fe en la resurrección», despojándola de todas las adherencias imaginativas, culturales...? ¿Cuál sería el núcleo esencial mínimo asegurado como contenido de la fe en la resurrección? La resurrección objeto de la fe cristiana, ¿no será uno de esos temas de los que es mejor no hablar si es que no se va a tener posibilidad de hablar con sumo respeto y con todas las matizaciones necesarias?

Para la oración de los fieles
- Por toda la Humanidad, para que mantenga siempre viva la utopía de la felicidad para todos. Oremos.
- Para que renazca la esperanza de los más pobres y oprimidos en un mundo más igualitario y compartido. Oremos.
- Para que aquellos que arriesgan sus vidas por el bien de los demás permanezcan firmes y no caigan en el desánimo. Oremos.
- Para que siempre se mantengan viva en nosotros la esperanza de alcanzar la utopía del Reino y llegar a vivirlo en toda su plenitud. Oremos.
- Para que apoyemos y defendamos siempre la vida en todas sus manifestaciones. Oremos.
- Para que todos los países supriman la pena de muerte. Oremos.
- Para que siempre se mantenga viva en nosotros la esperanza en la resurrección y transmitamos esta buena noticia a todas las personas. Oremos.

Oración comunitaria
- Dios, Padre y Madre universal, que inspiras desde siempre inspiras en los seres humanos el deseo de felicidad plena e incluso «eterna», una felicidad que triunfe incluso sobre la muerte. Te expresamos humildemente nuestro deseo de ser coherentes con esta fuerza interior que habita en nosotros, para buscar su realización con los medios más honestos y por el camino que sea más beneficioso para nosotros y para quienes nos rodean. En unión con todos los hombres y mujeres de todas las religiones, nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.


REFERENCIAS 


Pequeno misal de "Prions en eglise", NOVALIS,  CANADA

HETU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.

Reflexion del P. Yvon-Jacques Allard.





Para vivir la cuaresma día a día: 6 de abril del 2011 4º miércoles de cuaresma


EL DIOS QUE CONSUELA

Leemos hoy un pasaje de la segunda parte del libro de Isaías que va de los capítulos 40 al 55. Se le da a esta sección de la gran obra del profeta el nombre de “Libro de la consolación”, ya que se abre con estas palabras: “Consolad, consolad a mi pueblo”. El tema de la consolación es recurrente en cada página. Y en efecto, como consuela Dios?

Primero, El promete ocuparse de nosotros. Lo vimos el último lunes: Dios sabe cumplir sus promesas. El promete liberarnos de todo lo que nos esclaviza, de despejarnos el camino de dudas y de miedos entre la abundancia de la luz.

segundo, Él se asemeja a nosotros. El suprime lo que impide la comunicación entre nosotros…en fin, Dios encuentra las palabras que nos llegan directamente al corazón para reconfortarnos: Yo no te olvidaré nunca”.

Cuando alguien nos dice esto último, nos hace mucho bien. Imagínense lo que ocurre cuando es Dios mismo quien nos lo dice!