sábado, 31 de agosto de 2019

29 DE AGOSTO DEL 2010: 22o domingo del tiempo Ordinario C

A guisa de entrada... 

Los buenos modales... ¿Se deben enseñar?

 Por favor, conteste francamente a las siguientes preguntas (no tema, no es una evaluación):

Su hijo...

• ¿La saluda con algo mejor que un gruñido al levantarse cada mañana?
• ¿Usa la expresión "por favor" cuando le pide que le compre ese par de zapatos que tanto desea?
• ¿Le da las "gracias" cuando usted le lleva hasta el colegio los libros que se dejó en casa?
• ¿Dice "lo siento" si la empuja por accidente cuando corre a contestar el teléfono?
• ¿Le escribe una nota de agradecimiento a la abuela por el regalo de cumpleaños que le ha enviado?

Probablemente, no muchos de ustedes han contestado "sí" a la mayoría de las preguntas. En este ejemplo y en los tiempos que vivimos, casi todas las respuestas son un "no".

Durante mis años como educador, he observado un drástico deterioro en lo que llamamos "buenos modales". No tengo una explicación exacta de los motivos que nos han llevado a ésto, pero así es. Creo que ha llegado el momento de que intentemos corregir la situación.

Los buenos modales son el primer paso del comportamiento civilizado. Nos dan el impulso para decir las palabras y mostrar el comportamiento que nos distingue del resto del reino animal. Demuestran nuestra consideración hacia los demás.

Es de buenos modales evitar emitir en público ciertos sonidos intencionales como  los eructos y las ventosidades ( por donde sabemos, jeje).  Pero hablando en serio, las buenas maneras acompañan todos los gestos que hacen que nuestro prójimo se sienta bien junto a nosotros. Nos empujan a evitar las palabras, sonidos y acciones que pueden hacer sentir incómodos a los demás y nos convierten en miembros dignos de nuestra sociedad civilizada.

Los buenos modales no se cogen automáticamente: se enseñan y se aprenden. Un niño o un adolescente no descubre por sí mismo, por arte de magia, que la dignidad y la amabilidad lo ayudarán a convertirse en una persona más agradable. Tampoco comprende por sí mismo que esos atributos le ayudarán a triunfar y a ser un individuo más feliz. Nosotros debemos enseñar estos conceptos a nuestros hijos.

¿Cómo podemos hacerlo? Las buenas maneras, como la mayoría de los valores, se deben practicar y vivir en el hogar si queremos que se conviertan en una parte permanente del carácter de nuestros niños. No debemos esperar que la escuela asuma la responsabilidad primaria de enseñar buenos modales. Siete horas al día durante nueve meses al año no hacen un tiempo suficiente para instalar principios duraderos o valores morales (en un año, un niño pasa 1.253 horas en el colegio y 7.507 horas fuera de él). Los maestros pueden forzar ciertas conductas ("Pídele perdón a Juan"), pero no pueden convertir las buenas maneras en una respuesta automática. Los padres sí.

¿Cómo? Pues mostrando buenos modales en casa día a día. Los niños oyen los sermones, pero practican lo que ven. Los padres, entonces, deben "predicar con el ejemplo" si quieren que las buenas maneras se conviertan en parte de la esencia de sus hijos. Y deben comenzar este proceso cuando los niños son bien pequeños.

La cortesía y los buenos modales abren las puertas a una vida adulta exitosa y feliz. Debemos proporcionarles a nuestros hijos las piernas que les permitan caminar por esa senda.

“La vida no es tan breve que no nos deje tiempo suficiente para la cortesía”.                                                        
Ralph W. Emerson

Tomado de  :

Comentario introductorio:   “Los buenos modales”

“No se debe hablar con la boca llena!”. “Los codos no se ponen sobre la mesa”. “solo se puede comenzar a comer cuando a  todo el  mundo  se le haya servido”. “No se debe sorber fuertemente la sopa , así esté caliente”. “Al masticar debes mantener la boca cerrada para que no se le escuche como a un cerdo!”…etc…

Cuántas veces nuestros padres y maestros han debido repetirnos estas frases para hacernos aprender “los buenos modales”. Porque había más que el arroz y la carne a veces en las comidas, había toda una formación, un arte de vivir, una transmisión de valores.

Recuerdo particularmente en el JUAN XXIII de Marquetalia  (cuando frisaba los 13 o 14 años)  las clases de urbanidad y civismo que nos daba el profesor Oscar Vélez  y como nosotros alumnos “alocados” nos mofábamos de una instrucción tan importante para la vida…Definitivamente los chicos no sabemos apreciar las cosas en su momento…

Los evangelios nos describen muchas comidas en las que Jesús compartió con amigos, con notables,  y frecuentemente con personas de reputación dudosa. No sabemos nada del menú de esas comidas, ni de las reglas de etiqueta que se observaban. Pero muy a menudo, Jesús aprovechaba para invitarnos a “los buenos  modales” de Dios.

Son esas maneras, y  modos de comportarse que sacuden nuestros hábitos, vuelcan nuestra escala de valores, rompen nuestros prejuicios. Porque Jesús nos invita a acoger todo el mundo, sin distinción de clases o de razas. Él nos pone en guardia (nos previene) frente  al orgullo y la soberbia que desprecia y divide, nos alerta contra la ambición que envenena las relaciones humanas.

Al observar “los buenos modales”  de Dios, nosotros podemos transformar nuestras comidas en comidas de bodas donde contraerán matrimonio nuestras diferencias y en donde se degustan el respeto y la acogida.

Hace falta mucho más que un curso de glamour y o etiqueta, para aprender los modales de Dios! Hace falta la fuerza del Espíritu, la paciencia de nuestro Padre, y una buena dosis de docilidad de nuestra parte.


COMENTARIO CENTRAL

Muy a menudo los evangelios nos hablan de la presencia de Jesús en un banquete o alguna comida. El comenzó su ministerio público con una comida de fiesta de bodas. Recordémolo, fue en Caná de Galilea. Y  termina su vida pública con la cena de Pascua. A lo largo de los evangelios, encontramos al maestro en casa de los fariseos, pero también en la casa de Zaqueo, en la residencia de Marta y María y  en muchas otras. De otra parte, sus enemigos no dudan en burlarse de él: “miren un comilón y un borracho” (Lucas 7,34). Es verdad que Jesús no desprecia ninguna invitación, ni de sus amigos, ni tampoco de sus adversarios que buscaban tenderle trampas.

A veces somos invitados a banquetes y comidas especiales, por ejemplo  cuando hay matrimonios, un bautismo, un cumpleaños, o simplemente cuando comemos con los amigos o familiares. Cuando estamos comiendo y hemos aceptado la invitación, sabemos que lo más importante no es tanto comer sino el hecho de estar juntos. Compartir una comida es mostrar la alegría de estar reunidos, es compartir la amistad, la vida, las  ideas, los sueños e ilusiones y también las penas. Para Jesús  una comida es justo eso  y bien mucho más. Si Él acepta las invitaciones a comer, es para decir a todos y a cada uno que ellos son amados por Dios. Él quiere llevar la Buena Nueva del Evangelio tanto a fariseos como a los publicanos. Él quiere salvar a toda la humanidad; es por esta razón que ÉL acepta todas las invitaciones, tanto de pobres como de ricos, como de pecadores y de justos, de sus amigos y enemigos…Su amor se ofrece a todos, sin hacer diferencias.

Cierto día, un viejo maestro preguntaba a uno de sus discípulos : “Dónde está Dios?” El discípulo le respondió: “El está en todas partes”. A lo que el Maestro replica: “No, Él está donde se le invita”, en casa del notable, del más pequeño, en casa del pobre como del rico. Y si queremos que Él esté en nuestra casa , debemos invitarlo , escucharle y acoger su palabra. Jesús viene a mi casa, entra en mi vida si yo le invito. Él se ha valido  también  de una comida para estar con nosotros. La Eucaristía es el maravilloso festín al cual nos invita  y se hace presente para compartirnos su Palabra y su pan. Ahí, nos repite o reitera su amor fiel. Allí,  nos hace vivir con Él como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros. La Eucaristía es la comida o el banquete más importante (de la vida, de la semana, del ano)  al cual podemos ser invitados ya que Dios es quien nos acoge.


En el evangelio de este domingo, Jesús nos deja unas recomendaciones  bien precisas. Y observa que algunos invitados buscan espontáneamente las plazas de honor. En la vida, esto pasa con regularidad. Esta tendencia a buscar el prestigio, los honores, el poder, es algo terrible. Este orgullo nos encierra en nosotros mismos y nos impide de abrirnos a Dios y a los otros. Hoy, Jesús nos invita a la humildad ya que quiere evitarnos las humillaciones.

La humillación fabrica o crea humillados, excluidos, personas oprimidas, pisoteadas por los poderosos de este mundo. Al contrario, la humildad fabrica humildes, que no es la misma cosa. Aquel o aquella que es HUMILDE permanece enteramente abierto (a)  (disponible para) a Dios y a los otros. La verdadera humildad consiste en saber que yo cuento mucho ante la mirada de Dios, que yo soy precioso, tengo un gran valor para El , no a causa de mis méritos , sino más bien porque Él me ama.

En adelante, no hay plaza o puesto para  escoger,  o más bien, no hay que un solo puesto, aquel que ocupa Jesús y que quiere compartir con nosotros. Este puesto, es el de servidor. Lo hemos visto la tarde del jueves santo cuando lavó los pies de sus discípulos. Y hoy en el mundo son muchísimos, aquellos que ocupan este lugar poniéndose al servicio de los pequeños, de los marginados y de todos aquellos que han perdido todo por las catástrofes y/o  desastres naturales. Lo importante es que permanezcamos en ropa de trabajo, en uniforme de servicio, siempre atentos a los demás. A través de ellos, es Jesús quien se hace presente. Si sabemos acogerlo, Él nos ha prometido que un día se pondrá el uniforme de trabajo y /o de servicio para servirnos a cada uno a nuestro turno. Él quiere que nosotros estemos con Él en el corazón del Padre. Este es el banquete eterno anunciado por sus comidas en la tierra.


ORACIÓN

Señor, Tú no has venido para ser servido sino para servir. Tú te has hecho el último. Tú que conoces nuestro orgullo y nuestros deseos de grandeza, te pedimos: Muéstranos la alegría que hay al dar la vida por aquellos que amamos para que lleguemos todos a experimentar la felicidad de tu Reino. Amen