viernes 29 de octubre de 2010
Tomado de :
BLOG DEL CUENTADOR
CUALQUIER OTRA COSA / HENRI DUNANT
“Lo que un hombre puede hacer es soñar
Lo que un hombre puede hacer es amar
Lo que un hombre puede hacer es cambiar el mundo
Y hacer que sea de nuevo joven
Aquí ves lo que un hombre puede hacer”.
Traducción mía de un extracto de la canción “What one man can do” de John Denver.
Mi tío Talabarto me dijo un día que cambiar el curso de un río era una cosa relativamente sencilla. Yo le dije que no, que ello era más bien una tarea titánica y él me apostó un almuerzo a que podía hacerse en un muy poco tiempo, si yo tenía bien a acompañarlo. Acepté la apuesta y entonces fuimos a un río; al llegar, mi tío me pidió que intentara mover yo solo una piedra del tamaño de un baúl grande que se encontraba cerca del agua. Hice el esfuerzo, pero no pude; entonces él me ayudó a moverla y luego me indicó que entre los dos la trasladásemos justo hasta la orilla del río. El agua que pasaba por ahí se desvió ligeramente a causa de la nueva piedra. El almuerzo de ese día es uno de los que he pagado con mayor gusto en mi vida.
Mañana 30 de Octubre se cumplirán 100 años de la muerte de Henri Dunant (en la ilustración a la izquierda de este párrafo), un activista suizo a favor de la causa humanitaria cuyos postulados sirvieron para la creación de la Cruz Roja Internacional y de los Acuerdos de Ginebra. En 1901 Dunant recibió, en conjunto con el pacifista francés Frédéric Passy, fundador de la Liga de la Paz, el primer premio Nobel de La Paz de la historia.
Conozco –porque además estoy casado con una humanitaria– algo de la influencia que han tenido los planteamientos de Dunant en el mundo; considero también que infortunadamente, todavía se ignora mucho sobre cuánto la Cruz Roja Internacional y otras organizaciones han hecho por aliviar el sufrimiento de tantos. Creo que vale la pena insistir en el tema.
No será suficiente un breve artículo de blog para hablar como es debido, sobre este hombre y su visión, pero contemos al menos que durante un viaje de negocios, el 24 de Junio de 1859, Dunant pasó por Solferino, población al norte de Italia, justo después de una sangrienta batalla de 9 horas en la que los ejércitos de Francia y Cerdeña derrotaron al ejército austríaco. Alrededor de 38.000 hombres muertos y heridos yacían después en el campo sin recibir prácticamente ninguna asistencia.
Frente a tal horror, Henri Dunant decidió organizar en lo posible a la población cercana, en su mayoría mujeres y chicas jóvenes, a fin de asistir a los heridos, sin importar de qué bando formaban parte. En tanto la población carecía de recursos, él mismo organizó la compra de materiales y ayudó a levantar hospitales de campaña. Aparentemente no hablaba italiano, de manera que mientras auxiliaba insistía en dos palabras: “Tutti-Fratelli” (Todos hermanos) que aprendió de sus colaboradoras. La frase aún identifica hoy a los socorristas, cuyo día se celebra cada 24 de Junio en recuerdo de aquel esfuerzo.
De regreso en Ginebra, Dunant escribió el libro “Recuerdo de Solferino”, que publicó con sus propios medios en 1862. En él relata su experiencia en aquel campo y propone crear una organización neutral que asista a los soldados heridos. Dunant promueve luego su idea en Europa y el 3 de Febrero de 1863, Gustave Moynier, entonces presidente de la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público, decide tratar el asunto en una reunión. Se crea así un comité de cinco personas, Dunant entre ellas, cuya primer encuentro oficial se realiza el 17 de Febrero de 1863, fecha considerada como la de la fundación del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Un libro que nació a raíz del encuentro más bien fortuito de un negociante suizo con la guerra y en el que tal vez el autor quería exorcizar las atrocidades que observó, se traduce hoy en 186 sociedades nacionales dedicadas a ofrecer entre otros, servicios de apoyo en rescate de accidentes, emergencias o catástrofes, programas sanitarios y sociales, y asistencia a personas afectadas por guerras y conflictos.
Yo he tenido la suerte de compartir una parte de mi vida con voluntarios. Me he encontrado con gente angustiada ante las complejidades del mundo que quisieran cambiar todo de una buena vez, pero que viendo ejemplos como el de personajes como Ghandi, Martin Luther King o Nelson Mandela, sienten que lo que hacen no es suficiente.
Cierto es que a veces surgen personas capaces de aglutinar a su alrededor una fuerza tal que modifica algo para siempre. Pero estos casos son excepciones fundamentales a una regla que dice que las iniciativas menores, sostenidas en el tiempo, trasforman al mundo mucho más que una acción puntual, por espectacular que esta sea. Creo firmemente que el conjunto de simples decisiones diarias que toman los ciudadanos con el propósito de hacer que al menos una parcela de este mundo sea mejor, si se mantienen en el tiempo, tiene más impacto que cualquier otra cosa.
Estoy seguro de que prácticamente ninguno de los colosos cuyos ejemplos pueden llegar hasta a abrumar, hicieron lo que hicieron con el objetivo de convertirse en tales. Eso sí, escogieron un área específica de insatisfacción sobre la que sentían que valía la pena intentar una mejora, le dedicaron una buena cantidad de energía y fueron capaces de sostenerse en ello en el tiempo. En cualquier caso, tampoco lo hicieron en solitario; cuando ponemos el foco en la visión que aportaron, corremos el riesgo de olvidar que otros los acompañaron.
Permítame entonces una sugerencia final: si usted siente que hay un dominio específico en el cual cree que sería valioso mejorar, en el que usted puede aportar algo y al puede dedicar una parte de su tiempo sin afectar demasiado otras áreas importantes de su vida, no se amilane ante modelos ilustres, que el planeta está repleto de otros más sencillos y modestos, pero cuya sumatoria es al final mucho más grande e importante. Son muchos los ríos cuyo curso puede ser cambiado y además, como decía mi tío Talabarto, si arreglásemos TODAS las cosas que no marchan bien en el mundo, ¿qué dejaríamos para los que vienen?
El mismo Henri Dunant nos ayuda al respecto cuando en “Recuerdo de Solferino” dice: “Un llamamiento de esta índole se dirige tanto a las damas como a los caballeros, tanto a la princesa sentada en los peldaños de un trono como a la humilde sirvienta huérfana y abnegada, o a la pobre viuda sola en la tierra, y que desea dedicar sus últimas fuerzas a aliviar los sufrimientos de su prójimo; se dirige tanto al general o al mariscal de campo como al filántropo y al escritor que puede, desde su despacho, divulgar, en sus publicaciones, una cuestión que afecta a toda la humanidad y, en un sentido más restringido, a cada pueblo, a cada comarca, incluso a cada familia, dado que nadie puede considerarse invulnerable contra los avatares de la guerra”.
Sirvan los 100 años de la desaparición de Dunant para saludar los próximos 100 años de iniciativas ciudadanas cotidianas que se llevan silenciosamente a cabo en todas partes del mundo. Si usted es parte de alguna de ellas, reciba también mis felicitaciones. Todos podemos hacer algo, pero recuerde que mover una piedra es no sólo más fácil si lo hacemos con otra persona, sino también más divertido.
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Gustavo Quiceno