sábado, 12 de octubre de 2019

10 de octubre del 2010: 28º domingo del tiempo ordinario


APRENDER A AGRADECER Y A SER AGRADECIDOS

Lucas 17, 11-19

 Yendo camino de Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y le dijeron a voces:
- ¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!
Al verlos les dijo:
- Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias; éste era samaritano.
Jesús preguntó:
 - ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?  ¿No ha habido quien vuelva para dar gloria a Dios, excepto este extranjero?
Y le dijo:
- Levántate, vete, tu fe te ha salvado.
1
El evangelio de este domingo nos recuerda que hoy como en el tiempo de Jesús, la gratitud es una virtud escasa (rara)…y es triste constatar esto. No somos muy conscientes de la necesidad de AGRADECER.

El escritor Mark Twain escribía: “si usted recoge un perro hambriento y le da de comer y lo cuida, este  se mostrará agradecido, se apegará a usted y no le morderá. He aquí la diferencia principal entre un perro y un ser humano”. Esta comparación puede parecer injusta y pesimista, pero desgraciadamente es real.

Tenemos la impresión que la gratitud no hace parte de nuestras hábitos. Vivimos en una época donde los seres humanos creen que no deben nada a nadie, que ellos se han hecho a sí mismos, que son auto suficientes (es decir se hacen solos, a sí mismos). Lo que yo tengo, lo que yo soy no se lo debo a nadie más que a mí mismo.

A veces yo me hago la pregunta: yo que me creo inteligente, si diestro y tan recursivo, lleno de talentos, que he tenido triunfos en la vida, qué habría llegado a ser sin mis padres, mis amigos, mis profesores…Cual carrera hubiera sido la mía si hubiera nacido en el Congo, en Ruanda, en Brasil, en Irak, en Vietnam, en China?

Muchos afirman hoy no tener necesidad  de los otros, ni de Dios. Ellos son “independientes”, y no quieren depender de nadie.

Hemos recibido gracias a  alguien la vida, la educación, la salud, los talentos. Sin aquellos que nos rodean, no habríamos  logrado salir adelante, ni  triunfado. Esto debería invitarnos  a un poco más de simplicidad, de modestia y de agradecimiento.

Y el evangelio de este día no habla tan solo de ser agradecidos.  El samaritano curado de la lepra se devuelve para agradecer, pero también para rendir homenaje, dar gloria, alabar...en otras palabras, él viene a adorar:  “Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces  y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias”.

En nuestro mundo secularista tenemos tendencia a secularizar el evangelio. Aceptamos el aspecto social, la solidaridad humana y el amor de los pobres del evangelio, pero a uno le gustaría que todo se quedara ahí. Todo aquello que llamamos culto, alabanza, glorificación de Dios es puesto aparte.

“Y se echó a sus pies rostro a tierra” , un gesto que la gente de los países ricos no practican más. Se tiene el vientre tan lleno para arrodillarse o hacer reverencia profunda…Los hombres del Islam, que son capaces de doblarse en dos hasta poner la frente contra la tierra, nos dan ejemplo de esta manera de rendir homenaje, de adorar.

Quizás el abandono del culto dominical por miles de cristianos sea la mayor muestra o ilustración, la más característica de esta pérdida de alabanza y adoración. No se siente más la necesidad de decir GRACIAS, DE GLORIFICAR A DIOS. Delante el pequeño número de cristianos que viven la eucaristía dominical , uno se ve tentado como Jesús de decir: “Donde están entonces los otros? No son también ellos amados?”

En otro tiempo uno decía GRACIAS al SEÑOR antes y después de comer, se agradecía en la fiesta de ACCIÓN DE GRACIAS por las cosechas y la comida que nos daba la hacienda, los terrenos o la finca. Uno se reunía todos los domingos en  comunidad cristiana para decir GRACIAS por el don de la vida, por la familia, por la paz en nuestro país, por la comida abundante, por la alegría de ser cristiano. Hoy un buen número de personas no sienten más la necesidad de decir GRACIAS.

El cristiano no es aquel que hace largas oraciones,  pide gracias o favores...Cristiano es aquel que da gracias, que agradece. La palabra “EUCARISTÍA”  quiere decir “DAR GRACIAS “.  Participar en la eucaristía, es tomar parte en esta acción de gracias.

El samaritano del evangelio llega a ser no solamente el símbolo de la persona salvada, de la persona agradecida  sino que  también  llega a ser el símbolo de aquel que sabe dar gracias, que saber agradecer, que sabe arrodillarse.

La celebración de hoy es una excelente ocasión para recuperar una actitud de agradecimiento hacia Dios, una actitud que llega a ser acto de adoración, de glorificación…un himno de amor.

Aprendamos de nuevo a arrodillarnos para agradecer a Dios, para felicitarlo por todo lo que hace u obra en nuestras vidas. Así podremos renovar nuestra confianza en El, sabiendo que Él no nos dejara caer o desfallecer  en los momentos de tristeza, de enfermedad y de muerte.

Traducción del francés del P. Yvon -Michel-Allard. Congregación del verbo Divino.

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Gratitud y compasión
 
 
Hace sólo dos semanas, el texto del evangelio (Lucas 16, 19-31) dirigía nuestra atención sobre el binomio compasión/indiferencia. La primera constituye el “corazón” del mensaje de Jesús; la segunda, la actitud más denunciada en el evangelio. En aquel mismo texto, lo que se condenaba era la actitud del rico que no fue capaz de ver al pobre que yacía a su puerta.

Pues bien, en contraste con esa actitud, Jesús es presentado a lo largo del evangelio, como “el que ve”. Incluso en este caso, en el que los leprosos le habían hablado, el narrador no dice que Jesús los “escucha”, sino que “los ve”.
Ir por la vida con los “ojos abiertos” –ésa es la genuina espiritualidad cristiana-, para captar la necesidad de quien nos rodea –eso es lo que define a Jesús-, denota un corazón sensible y compasivo; es lo opuesto a la indiferencia –“ojos que no ven, corazón que no siente”- que nos encierra y aísla.

Pero, como decía en aquel mismo comentario, la compasión no la vive quien quiere, sino quien puede. Porque requiere dos condiciones: una sensibilidad limpia (vibrante, capaz de sentir) y un afecto liberado (o capacidad de amar en gratuidad). Hoy me gustaría detenerme en esta segunda condición.

La capacidad de amar se libera en el niño en la medida en que recibe respuesta su necesidad de ser amado, porque el amor humano es reactivo. Esto significa que, para crecer en capacidad de amar, necesitamos aprender a sentir amor hacia nosotros mismos; y para poder vivir la compasión hacia los demás, necesitamos vivirla hacia nosotros, sobre todo en aquellos aspectos nuestros más frágiles, débiles, “negativos” o vulnerables (nuestra “lepra”, por recurrir al tema del relato).

Cualquier malestar emocional que pueda sorprendernos encierra, en sí mismo, de entrada, un doble mensaje: ámate a ti mismo tal como estás y ven al presente. Y, en efecto, si somos capaces de acogernos y amarnos humilde y bondadosamente y, al mismo tiempo, venimos al momento presente, el malestar desaparecerá, dando lugar a una actitud profundamente positiva hacia nosotros mismos y hacia todos los seres.

Sin ninguna duda –el que lo ha experimentado, lo sabe bien-, el Amor es siempre liberación de Vida. Es su efecto primero. Y esto vale también para el amor a uno mismo.
Se trata, por tanto, de cuidar un sentimiento de acogida hacia sí mismo. En la medida en que conectamos con él –en tanto en cuanto somos capaces de sentir amor hacia nosotros mismos-, notaremos que “empezamos a vivir”. Y, con la Vida, todo se va colocando en su lugar: vuelve la esperanza, la serenidad, la lucidez, la alegría, el gusto por vivir y compartir…

Este “ejercicio” de amor o compasión hacia uno mismo no sólo no tiene nada de narcisista, sino que, a la inversa, posee la virtualidad de liberarnos del narcisismo. En ausencia de amor limpio hacia uno mismo, lo que aparece es la egocentración: el ego, que no se siente amado, tiene necesidad de sentirse el centro del universo y magnifica sus problemas… Únicamente le interesa él mismo, por lo que busca “imponer” sus pretensiones.

El amor a sí mismo, por el contrario, nos desegocentra. Y, de ese modo, se produce el “milagro”: la confusión generalizada se empieza a ver iluminada; el victimismo y la queja se transforman en objetividad; el aferrarse a la “solución” pretendida por el ego se transmuta en libertad interior; la apatía se convierte en creatividad y el aislamiento en interés, comprensión y cercanía a los otros…

Cuando la persona hace la experiencia de “pasar” de una situación de hundimiento, confusión o apatía, a otra de aceptación, gratitud y vitalidad, descubre, sorprendida y maravillada, los efectos reales del Amor en la medida en que lo sentimos y nos dejamos estar en él.

Descubre entonces que la “sanación” no viene de que la situación se modifique, sino de que la propia persona se sitúe de un modo distinto, en un “lugar” adecuado. Y ese situarse es posible gracias al amor y la acogida de sí mismo. Lo que la persona ha vivido, en ese proceso, es la compasión hacia sí misma. El resultado es el milagro del Amor.
 
Pues bien, ésa es la compasión en la que necesitamos ejercitarnos, si queremos que nuestros ojos estén abiertos para ver la necesidad de los otros, y nuestro corazón sea capaz de vibrar, ponerse en su lugar y conmoverse eficazmente por ellos.

En el relato evangélico, se dice que la curación se opera a partir de la compasión de Jesús, que había sido reclamada por los leprosos. Tal como ordenaba la ley (Libro del Levítico 13,1-3; 14,3-4), los envía a los sacerdotes para que, certificando su curación, se les permita integrarse en la sociedad con todos los derechos.
 
Pero, tras la curación, ocurre algo insólito: sólo uno vuelve a expresar la gratitud. Y el narrador tiene cuidado en señalar que era samaritano, es decir, un hereje renegado, a los ojos de la autoridad religiosa judía.
 
Gratitud y compasión corren paralelas. Quien ha hecho experiencia de la compasión, no podrá no ser agradecido, porque ha quedado admirado del cambio que se ha operado en él.

La gratitud, por otro lado, es, junto con el Amor, uno de los sentimientos más “terapéuticos” o sanadores. Recuerdo, a este propósito, un cuento antiguo.
 
En una ocasión, el demonio organizó una exposición con todas las herramientas que usaba para engañar y dañar a los humanos. Al enterarse, un ermitaño se acercó al lugar y, entrando en el recinto, observó que había una pared inmensa dedicada a un solo objeto. Al aproximarse, vio un cartel en el que podía leerse: “DESALIENTO”. Sorprendido, se dirigió al demonio para preguntarle si realmente esa herramienta era tan peligrosa. Este le contestó que era así: “Si consigues que una persona se desaliente o desanime, la llevarás donde tú quieras”. Intrigado y preocupado, cuando el ermitaño volvió a preguntar por el remedio que podía contrarrestarla, el demonio le respondió: “El único remedio es la gratitud. Una persona agradecida jamás se desalentará”.
 
El desaliento es característico del ego que ve frustrados sus proyectos. Totalmente egocentrado, el yo se rebelará contra todo aquello que él etiquete como “negativo” o “frustrante”.

La actitud sabia, sin embargo, empieza por la gratitud: de entrada, dar gracias por todo lo que es. Como dice Eckhart Tolle, “lo que es” no es sino la forma que, aquí y ahora, adopta el Presente. No sólo no tiene ningún sentido ir contra el presente, sino que una tal actitud termina encerrando en la prisión del ego y hundiendo en la impotencia más desesperante.

De lo que se trata es, justamente, de lo contrario. Una vez reconocido que no soy el ego que puede sentirse frustrado, sino el Espacio, la Presencia o la Conciencia ilimitada, la reconciliación con el presente se produce sola. Lo que es, es lo que ahora tiene que ser: no cabe sino la aceptación liberadora y la gratitud incondicional, la rendición agradecida al presente.

Lo cual no significa justificar la pasividad o la indiferencia. No; después de la aceptación, brotará de un modo sabio y ajustado lo que “tenga que hacerse” en una situación determinada. Pero lo que se haga no nacerá del yo, con todas sus secuelas egóticas, sino de la Presencia sabia y amorosa.
 
En síntesis, el relato parece que invita a identificarnos, tanto con Jesús compasivo como con los leprosos marginados. La parte de Jesús que hay en nosotros es la que tiene que “hacerse cargo” de nuestra propia “lepra”, para experimentar el milagro de la Vida, expresarlo en Gratitud por todo lo que es, y vivirlo como Bondad y Compasión hacia todos los seres.


 Enrique Martínez Lozano
  www.enriquemartinezlozano.com
 

sábado, 5 de octubre de 2019

3 de octubre del 2010: 27o domingo ordinario C


  EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

Lucas 17, 5-10

5 Los apóstoles le pidieron al Señor:
- Auméntanos la fe.
6 El Señor contestó:- Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, le diríais a esa morera: “quítate de ahí y tírate al mar”, y os obedecería.
7 Pero suponed que un siervo vuestro trabaja de labrador o de pastor. Cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “Pasa corriendo a la mesa”? 8 No, le decís: “Prepárame de cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como; luego comerás tú”. 9 ¿Tenéis que estar agradecidos al siervo porque hace lo que se le manda? 10 Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

INTRO

Jesús hoy nos habla de la fe, quizás la palabra más corta del diccionario teológico, pero a la vez la que más incidencias e importancia tiene en nuestra vida de cristianos, porque antecedida o precedida por el amor, ante la mirada de fe nos jugamos la vida, ella nos lleva a consecuencias existenciales y por ello hemos de abordarla con toda la seriedad que se debe.

Veamos cómo  Jesús la aborda y toma una pequeña parábola para darnos una profunda enseñanza sobre ella, empujado por sus propios discípulos que han ensayado de curar (sanar) a algún enfermos,  pero no lo han podido hacer, se han sentido inermes e inútiles…son conscientes de que les falta algo esencial y vital para hacer suceder el milagro, y ese algo es la Fe, la  que piden a Jesús con toda espontaneidad…

Nos corresponderá  a nosotros de mirar desde nuestra experiencia particular y nuestra vocación singular qué relación –conexión tiene la fe, la capacidad de transformar la realidad, las personas, uno mismo con  LA ORACIÓN INSISTENTE, LA MEDITACIÓN PROFUNDA Y COTIDIANA DE LA PALABRA DE DIOS…DESPUÉS, QUIZÁS PODAMOS MOVER MONTAÑAS O HACER QUE SE PLANTEN ARBOLES EN EL MAR…


UNA APROXIMACIÓN PSICOLÓGICA AL TEXTO DEL EVANGELIO:

El deber cumplido no otorga ningún derecho sobre Dios. A Dios no se le compra ni con grandes obras ni con misas solemnes. El amor exige la acción, pero la acción no fuerza u obliga al amor.

Desgraciadamente es posible trabajar fuertemente por alguien sin amarle verdaderamente, sin dejarse llevar a vivir la ternura y la reciprocidad con esa persona, sin dejarle vivir con toda su diferencia. Cuántos esposos y padres de familia trabajan como “burros” o “esclavos ”, por sus esposas y sus hijos, y enseguida se comportan con ellos (de manera injusta, opresora) como si el trabajo les diera derechos sobre ellos.

En el mismo sentido, Pablo hace ver que el amor puede faltar, mismo si “yo tengo toda la ciencia”, “la fe más grande”, y que “si yo distribuyo mis bienes entre los pobres…” (1 Corintios 13,1-3).

Porque el amor es un don, pero también es receptividad; implica que uno haga cosas por los otros, pero también implica que uno se deje transformar por ellos y se deje amar (es decir recibirlo). Y este alivio y libertad interior que prodiga el amor debe conservarse en los trabajos y tareas más acaparadores y en los combates más difíciles.

Y se trata de lo mismo de cara a Dios y frente al compromiso que Él me pide. Yo debo comprometerme en la historia, desarrollar todas mis capacidades y mi creatividad, emplear todas mis fuerzas en los combates que yo he descubierto y que son los más importantes para mis hermanos…Y al mismo tiempo creer que no soy yo quien los salva. La salvación crece, se hace representativa gracias a Aquel quien la ha dado, el Reino de Dios surge, emerge por su propia fuerza y yo me doy cuenta un día que al construirlo, yo no hacía más que acogerlo.

He aquí el sentido de la verdadera humildad, no la antigua humildad virtuosa que me llevaba a creerme o sentirme menos ,  pues la humildad existencial es una experiencia de FE. Yo no me atribuyo ningún mérito, ya que he descubierto que en cada segundo de mi vida y de mi compromiso, yo estoy precedido (me antecede) (de)  por un amor que me da la vida, el movimiento y el ser (Hechos 17,28). 

Y de cara (de frente) a esta dinámica misteriosa, yo soy de modo radical inútil, como el recién nacido apegado a su madre y que recibe todo de ella. Pero una vez hecha ésta experiencia, ella me lleva a descubrir que- solo en los casos de traumas o problemas psicológicos-, es rigurosamente indiferente para la madre que su hijo sea útil o inútil. Lo que importa a la madre es amar a su hijo, que éste acoja  su amor paulatinamente con menos pasividad, cada día con más libertad, con más conciencia de todo lo que está implicado en esa relación madre-hijo. Inútil pero precioso! “Tú eres muy importante para mí, tú eres precioso y yo te amo”, dice Dios a su creatura (Isaías 43,4).

De koinonia

El profeta Habacuc nos pone en el contexto del diálogo entre el profeta y Dios, donde el primero toma la iniciativa y pregunta a Dios por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea. La injusticia, la violencia y la desigualdad parecen convertirse en la única forma de vivir de la sociedad en muchos momentos, no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también de la historia de la humanidad. La queja del profeta es clara: no hay justicia; se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocados por la anomia y la confusión de su tiempo. Sin embargo, la respuesta del Señor, ante la situación, no se hace esperar. El Dios de la historia y la creación hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Dios se encuentra con el ser humano en la justicia, en la resistencia pacífica y en la esperanza del ser humano en él.

En la segunda carta a Timoteo el autor nos presenta de dónde procede el ser apóstoles del Señor: del plan divino de la salvación de Dios. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad; por tanto, este don recibido demanda una respuesta oportuna. Ante la situación tan compleja, adversa y confusa de nuestra situación mundial, los carismas del Espíritu del resucitado se nos dan para dirigir a la comunidad humana con valentía y dar testimonio de la liberación y salvación del Señor. Dichos dones recibidos de la gracia de Dios, son también, tarea humana, y necesitan ser cultivados e incrementados constantemente para evitar caer en el absurdo y la desesperanza.

Comentarios de Pedro Olalde

Monseñor Casaldáliga, candidato al premio Nóbel de la Paz por su lucha a favor de los indígenas, y que ha estado a punto de ser mártir, testimonia tímidamente en unas confesiones escritas: “Creo que creo”…
Si él solamente “cree que cree”, ¿qué podremos decir otros? Y es que la fe es esencialmente humilde. La fe presumida no existe.
Confesaba un convertido de una fe rutinaria a una fe gozosa: “El creer que creía me ha hecho más daño que una blasfemia”.
Fue Arquímedes el que dijo: “Dadme un punto de apoyo y removeré la tierra”. Algo así podríamos decir: “Dadme un hombre de fe, que realizará lo imposible”.
Eso es lo que significa el poder de transplantar la morera, un árbol de profundas raíces, en medio del mar. Lo cual no hace falta entenderlo al pie de la letra, porque expresa la fuerza, el dinamismo que la fe origina en el creyente, que le permite enfrentarse a todo, por más difícil que sea.
La parábola que sigue nos muestra la actitud que el hombre debe tener ante Dios. Está dirigida a los fariseos, que creían que con el cumplimiento de la ley, se hacían acreedores a que Dios les premiase. Se olvidaban que todo lo que recibimos de Dios (vida, salud, amor, bienes…) es puro don, pura gracia.
Lo que Dios nos concede no es, pues, algo que podemos exigir, como el obrero puede pedir un salario justo a su patrono. Como creyentes, debemos tener una conciencia muy arraigada de que Dios es pura gratuidad, por más que nos afanemos en corresponder a su amor con todo nuestro corazón. ¿Qué es tener fe en Jesús, fe en Dios? La fe es una decisión global por Jesús y por Dios, tomada con argumentos de peso y con un sentimiento amoroso fuerte. Si constato que Dios es amor universal a todo: a nuestro tiempo, a nuestro espacio, a nuestra naturaleza, al mundo, al prójimo, entonces podré creer en Dios, dándole mi confianza y echándome en sus brazos, fiado en que no me defraudará.
Si experimento que Dios es un ser amoroso y cercano que me plenifica y me ayuda, no como un solucionario de mis problemas, sino como potenciador de mis cualidades, para que yo mismo las utilice para superar los obstáculos, entonces podré creer plenamente en ese Dios.
No hablamos de la fe como conocimientos de verdades. No decimos que la fe es creer verdades. Fe es fiarse, confiar, es un acto de confianza. La fe nos lleva a poner nuestra seguridad en las manos de Dios.
Podemos conocer poco de Dios, saber poca doctrina y, sin embargo, tener una gran fe, una gran seguridad en Dios. Y al revés, es posible ser un gran teólogo y saber mucho sobre Dios, y al mismo tiempo, tener poca fe, fiarse poco de Dios.
¿Cómo puede crecer la fe? La fe, como la hoguera, para que no se consuma y se apague, precisa ser alimentada. Una fe que no se alimenta, se puede decir que ya está muerta. La leña que hay que echar al fuego de la fe es ésta:
La oración. La fe del corazón se cultiva en la oración afectuosa. Cristianos que oran poco son cristianos de fe fría, de sentimiento superficial. Y es bueno pedir el don y el crecimiento de la fe, como hicieron los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”. O como el padre del chico enfermo: “Señor, yo creo; pero ayúdame en lo que falta a mi fe”..
Vivencia de la fe. Se alimenta la fe cuando, impulsado por ella, sirvo al Señor en mis hermanos desde mi tarea profesional y mis compromisos cotidianos, como lo haría Jesús si estuviera en mi lugar. Cuando se vive como se cree, la fe va cobrando una hondura increíble.
Compartir la fe. Medio milagroso para crecer en la fe es compartirla. Ya decía San Cipriano: “Un cristiano solo no es ningún cristiano”. Mucho más hay que decirlo hoy, en que sufrimos tantas agresiones directas e indirectas contra la fe: “Si no fuera por el grupo de fe, decían unos cuantos cristianos, no queremos ni pensar qué hubiera sido de nosotros”.
Formarse. La lectura de buenos libros religiosos, la participación en grupos, cursos y charlas nos ayudan a profundizar en ella. Para alimentar la fe, hay que acercarse a la fuente de la misma, que es la Palabra de Dios.
Los cristianos podemos hacer mucho bien si ponemos todo nuestro talento y buena voluntad en insuflar fe y esperanza a todos los que podamos, para que la gente no vaya a la deriva y sea cada vez menos vulnerable, ante las dificultades de la vida ordinaria, y pueda afrontar, cuando lleguen, los fracasos personales, las enfermedades y la muerte.

 Comentarios de Patxi Loidi

Hoy tenemos dos grandes enseñanzas: la fe y la gratuidad de Dios.
La oposición entre Jesús y los fariseos está sobre todo en la fe y la gratuidad. Los fariseos pretendían conquistar a Dios y salvarse por sus propios méritos, como gran parte de los cristianos actuales.
Jesús nos enseña que no nos salvan las obras, sino la fe; o sea, nos salva Dios, si tenemos fe; y nos salva gratuitamente.
Las obras buenas, la vida santa no es la causa de nuestra salvación, sino su consecuencia. Dios nos perdona y nos salva gratuitamente por la fe, y esa salvación hace que produzcamos toda clase de obras buenas.
Nuestra vida santa es la consecuencia y el test de la fe verdadera.  Cuando hay fe verdadera, hay obras buenas. El intento de conquistar a Dios con nuestros méritos denota idolatría. Todo es gratuito. Por eso Jesús nos dirá que, cuando nos sacrificamos y obramos bien, “sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”, porque Dios ya nos ha dado su gracia (V.10).
Desgraciadamente, la formación que se da en muchos grupos cristianos es la del fariseo bueno: yo hago obras buenas con mi esfuerzo y así conquisto el amor de Dios y conquisto mi salvación. Tenemos que dar la vuelta completa a ese paradigma, que no es cristiano.
El premio del verdadero cristiano es Dios mismo. Otros premios, como el gusto del deber cumplido, el agradecimiento de la gente o la satisfacción interior son premios menores, que pueden venir o no venir.
Guía para la oración personal con este pasaje.

V. 5.
La palabra “Señor”. ¿Es Jesús realmente el Señor de mi vida?
Auméntanos la fe. Hermosa oración, para repetirla muchas veces.
V. 6.
Si tuviéramos más fe, nos sacrificaríamos más, nos lanzaríamos a obras imposibles y las sacaríamos adelante. Escucho al Señor que me habla del grano de mostaza. Puedo cantar la canción: “Si tuvieras fe como un granito de mostaza, esto dice el Señor”, etc.
V. 7-9.
No soy siervo, sino hijo de Dios. Pero no tengo mérito en lo que hago, poco o mucho, porque todo es pura gracia de Dios.
V. 10.
Todo lo que tengo y hago es pura gracia de Dios. Debo desechar la religión mercantil. No vale, ni siquiera para salvarme, porque la salvación es pura gracia. Y si hago más cosas que otros, es pura gracia de Dios y soy afortunado. ¿Aprenderé a ser gratuito y no cobrar, ni siquiera con alabanzas y agradecimientos? Pero si me las dan, las dirigiré al Señor.

De Calixto

Como un grano de mostaza

“El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esta morera: “Arráncate y plántate en el mar” y os obedecería”. San Lucas, cap. 17.

Medir la fe por granos de mostaza es tan extraño como tasar en millas la paciencia, o en metros la humildad. Pero dice el Señor que, si tenemos fe, podremos cambiar las cosas de este mundo: Ordenarle a una morera, o a un monte, que se traslade al mar.

Se cuenta que San Gregorio Taumaturgo tuvo la ocurrencia de correr, con su bastón de peregrino, una colina que estorbaba la construcción de un templo. Pero nuestra fe no se arriesga a semejantes aventuras. ¿Será más pequeña que un grano de mostaza?

¿Qué es la fe? Hemos oído muchas definiciones. Escojamos una, simple y elemental, para nuestra reflexión: “Fe es contar con Dios en nuestra vida”. Una pareja regresa al hogar, después del nacimiento del primogénito. Todo es igual en derredor, pero a la vez todo comienza a ser distinto. Hay una presencia que invade desde la mente y el corazón de los padres, hasta los más remotos rincones de la casa. Ellos dos han empezado a contar con el hijo.

Llega desde lejos un amigo a visitarnos. Por él reorganizamos nuestros quehaceres y reformamos nuestro horario. Nos esforzamos en compartir con él, en atenderlo. Contamos con él en nuestra vida.

Así es la fe. No consiste en adherirnos fríamente a una serie de conceptos teológicos.
Tampoco es la fe un sentido de la ley, que trata de orientar nuestra conducta. Ni menos aún la práctica de un conjunto de ritos.

La fe tiene ante todo un elemento indispensable: El amor. Como ciertos medicamentos que contienen un estimulante. De lo contrario dañarían el organismo.

Nuestra fe es con frecuencia un ensayo incipiente. No alcanzamos todavía a “contar con Dios” y esto a veces nos desalienta. Salimos de viaje a la madrugada, aramos la tierra, alzamos los brazos al cielo, aprendemos a soñar y a sufrir, inventamos fetiches de uso personal, escrutamos el firmamento, gritamos en la noche. Pero sólo podemos contar con Dios cuando El se revela a nuestro asombro. Pudo ser un día en que triunfamos. Comprendimos que tantos dones sólo podrían ser obra de sus manos. O nos llegó su amor a través de un amigo, por la presencia amorosa del cónyuge o del hijo.

O tal vez el golpe de una pena nos apartó las vendas de los ojos. Entonces despertamos a un mundo maravilloso y nuevo. Comprendimos que El estaba cerca hacía ya tiempo y nos levantamos de nuestra sombra para estrecharlo en una alianza perdurable. Vimos con inmensa sorpresa que Dios tenía rostro de hombre, porque había nacido de una mujer, Santa María la Virgen.

Reorganizamos nuestros quehaceres para contar con El y modificamos nuestro horario en beneficio de nuestros hermanos.

¿Será nuestra fe mayor que un grano de mostaza? ¿Quién lo sabrá? Pesarla en la balanza es tarea del Señor. De Él nos dice el libro de Job que conoce el peso de los vientos y sabe a perfección cuánto miden las aguas del abismo.

Referencias bibliogràficas:

HETU, Jean-Luc. LES OPTION DE JESUS. Fides. Pgs 239-240. Traducción del francés.