En este Domingo de Ramos y de la Pasión, la unidad de los textos de la Palabra de Dios es digna de resaltar. Toda nuestra atención se centra en Jesús: su última cena, su proceso injusto, sus sufrimientos de todo tipo, su compasión y su confianza en su Padre Dios. Él es ese siervo (servidor) sufriente anunciado por Isaías y también aquel que siendo de condición divina, se hace obediente hasta morir en la cruz. A pesar de todas las apariencias, Dios está siempre con su servidor que será proclamado Señor y salvador de todos los humanos.
Lectura del Evangelio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas:
A guisa de introducción:
Celebrar
“Jesús iba avanzando, montado en un borrico. Cuando se acercaba al Monte de los Olivos, la masa de los discípulos gritaba diciendo: Bendito el que viene cómo rey”. San Lucas, cap.19.
Celebrar no es solamente un verbo de tres sílabas que se conjuga cómo el verbo amar. Celebrar es sencillamente estar vivo. La naturaleza celebra el retorno de la luz y la bondad de la lluvia. El niño celebra la presencia de su madre. Aun los animales expresan si el visitante es amigo o desconocido.
La vida humana es una celebración en muchas dimensiones.
El juego es la celebración de lo que seremos y de lo que deseamos. El noviazgo es la fiesta de un amor que comienza. Celebramos los cumpleaños, el regreso de un amigo, las bodas, los negocios, los grados, las distinciones, las fiestas nacionales y también las exequias.
Por eso, de la vida misma, nace la celebración religiosa que significa la alegría de nuestra relación con el Señor.
Sus signos son la asamblea cristiana, los cantos, las luces, las flores, los vestidos, las plegarias, las procesiones.
Celebrar es recordar, es revivir, es renovar. Esta Semana Santa es la gran celebración cristiana. El Señor ha realizado en favor nuestro cosas maravillosas Llamó a Abraham desde Ur de Caldea para constituirlo padre de un pueblo innumerable. Selló un pacto con los patriarcas, nuestros antepasados en la fe.
Sacó a su pueblo de Egipto y lo condujo a través del desierto. Cuidó de los suyos por medio de reyes y profetas. Condujo de su mano la historia de Israel.
Un día en Belén, nació de Santa María Virgen y apareció visiblemente entre nosotros.
Aquella multitud que aclamaba a Jesús a su entrada en Jerusalén, celebraba la presencia del Señor en su pueblo.
Nosotros recordamos este episodio al iniciar la Semana Santa. El Señor nunca está lejos de nosotros.
Durante estos días, revivimos esa presencia del Señor por la oración, por la participación litúrgica, por los Sacramentos.
Los discípulos, cuenta el evangelista, desatan el borrico que Jesús necesita. Lo cubren con sus mantos y ayudan al Señor a cabalgar. La gente alfombra el camino con sus mantos, corta ramas de olivo y las tiende al paso del Maestro.
Nosotros, en distinto paisaje, pero con idéntica intención, hacemos un alto en el camino. Detenemos el frenesí de nuestra vida, levantamos los ojos hacia El y tomando de la mano a nuestros hijos, nos dirigimos al templo cercano a celebrar que Dios nos ama.
(Calixto)
Aproximación psicológica al texto del evangelio:
“Aquel que te golpee…”
A lo que se le ha llamado “enseñanza de Jesús” no tenía nada de académico. Por enseñanza, normalmente se entiende la transmisión de un contenido cognitivo de una persona a un grupo. Pero cuando Jesús habla, Él “saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo” (Mateo 13,52), él toma tanto de su experiencia personal inmediata como de la tradición espiritual de la cual se alimenta.
Y resulta que cuando Jesús enseña son sus convicciones profundas las que Él comparte, Él habla a sus auditores de aquello que le hace vivir. Esta realidad se encuentra puesta a la luz en los sucesos de su PASIÓN.
Jesús ya había invitado a responder al mal con amor: “Hagan el bien a quienes los odien” (Lucas 6,27). Él había abierto una pista desconcertante y misteriosa en el sentido de la no-violencia interpersonal: “A aquel que te golpee en una mejilla, preséntale también la otra” (Lucas 6,29). “Entonces ustedes serán hijos del Altísimo”, había dicho Él (Lucas 6,35).
Sin los sucesos de la Pasión, uno podría continuar preguntándose qué es lo que quería decir Jesús justamente, si Él pensaba verdaderamente lo que decía, si Él empleaba figuras de estilo aceptables en el marco de un sermón pero inutilizables en la vida cotidiana.
La actitud de Jesús durante la Pasión viene para responder con claridad a estas preguntas. Cuando Judas se acerca a Jesús y le da un beso, Marcos no menciona ninguna reacción de la parte de Jesús (Marcos 14,45), mientras que según Lucas, Jesús reacciona con un reproche: (“Judas con un beso entregas al Hijo del Hombre?” – Lucas 22,48), y que según Mateo, Jesús quiere pasar por esto rápidamente (“Lo que has de hacer hazlo pronto” - Mateo 26,50).
Pero hay un comentador de este pasaje quien remarca que la verdadera respuesta de Jesús ha sido dicha momentos antes, cuando Jesús dijo, en el contexto de la última cena: “Este es mi cuerpo”.
A aquel que te golpee en tu deseo de solidaridad, de comunión, preséntale también tu cuerpo para que él también llegue a ese nivel.
He aquí la verdadera reacción de Jesús ante la traición, ahí está el consentimiento, la aceptación de su destino, he ahí la verdadera unión entre su enseñanza y su vida, entre lo que ha dicho y lo que ha hecho. He ahí la profundidad a la cual invita sus discípulos que quieren ir tras sus pasos.
Por su fidelidad a Dios, por el perdón a sus verdugos y el don de su vida en el amor, Jesús toma el camino que conduce hacia la Pascua. Por qué no acompañarlo?
Después de la mañana de Pascua, el camino de la CRUZ se convierte en el camino de la vida, de la luz y de la liberación.
En Jesús resucitado, Dios nos asocia por bondad a su victoria sobre el mal y la
muerte y nos ofrece una vida nueva.
REFLEXION CENTRAL:
“Jesús, acuérdate de mí”
Este Domingo de Ramos y de la Pasión es complejo.
A mí me gusta la bendición y la procesión de los ramos y ese recuerdo o suvenir que nos llevamos a la casa para el resto del año. Hay mucha gente que sólo ve en esto solo algo que aportará felicidad, una especie de amuleto para protegernos del peligro o de la mala suerte. En la religión, la magia nos amenaza siempre. Mismo en nuestra época que se dice racional y científica, el pensamiento mágico está siempre a flor de labios, latente, desde los horóscopos, la carta astral, el tarot, hasta los remedios –milagro.
Es bueno estar en la ceremonia de Ramos y aclamar como los discípulos lo han hecho en la entrada de Jesús a Jerusalén.
En este sentido, los Ramos nos dan la esperanza en este inicio de semana santa, porque sabemos que Aquel que va a morir, es ya, a pesar de todo el rey mesiánico tanto tiempo esperado. El llega entre la pobreza y la sencillez, pero inaugura una era o época nueva. Aportar un ramo a la casa, no es como llevar una herradura o pata de conejo, ni es una protección mágica. Sino que es más bien recordar que la Pasión de Jesús tiene un mensaje universal, que ella tiene que ver con toda la ciudad donde vivimos. No es una cosa que uno encierra entre una iglesia, entre un grupo de fieles poco numeroso y envejecidos, esto tiene que ver con el destino del mundo. Es en el mismo sentido que el viernes santo, habrán marchas de perdón o vía-crucis como llaman en otros lugares. Muchas personas desfilarán por las calles, no para acusar o señalar aquellos que permanecen en sus ocupaciones, sino para decirles que el amor de Dios les concierne y que él también les es ofrecido, para su salvación, para su felicidad o realización.
En este sentido, los Ramos son indisociables de la Pasión. Este mismo Domingo escuchamos la lectura de la Pasión y este año, la versión de San Lucas. Estos relatos son sobrios y breves. Lo que se dice allí es absolutamente terrible, es la muerte del justo. Pero esto es dicho con total sobriedad y pudor: nada de gritos, nada de lágrimas, nada de complacencia en la violencia, no hay sangre. Algo para retener y