1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas corno las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse. (Isaías 40,27-31)
En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera." (Mateo 11,28-30).
1. Caminamos buscando al Señor. Esperamos su venida. A veces la espera se nos hace larga, y duro el camino de la búsqueda. Al Israel del destierro que empezaba a desconfiar de Yahvé, Isaías le recuerda: “¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?” Los desterrados han llegado a pensar que Dios no se preocupa de ellos. Pero el profeta les dice que no olviden que la misericordia del Señor “no se cansa, no se fatiga,” que “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.” Recordémoslo nosotros en los momentos de desaliento. Porque ¿de dónde vienen nuestras desesperanzas y cansancios? ¿No será que olvidamos cómo es nuestro Dios y el amor que nos ha mostrado en tantas ocasiones, y que, cuando hemos caminado de su mano, no hemos desfallecido, sino que hemos corrido sin cansarnos, hemos marchado sin fatigarnos?
2. El evangelio nos entrega hoy un texto muy breve pero ¡qué hermoso! Jesús mira quiénes son los que captan su mensaje y el sentido de las obras que hace y le siguen, y ve que no son los ricos ni los sabios, los entendidos, los que sobresalen; es la gente sencilla del pueblo, los pobres, los ignorantes, los enfermos, los que no son apreciados en aquella sociedad. A ellos mira y a ellos llama: "Venid a mí todos los que está-is cansados y agobiados, y yo os aliviaré.” Hoy es a nosotros a los que mira y llama Jesús. A nosotros que, a veces, nos sentimos cansados, dudando del amor de Dios u olvidándolo. Y nos invita, porque ha venido -y viene- para aliviar nuestros cansancios, para aligerar la carga de nuestros desalientos, de nuestros pecados. El que acude a él encuentra el descanso que necesita y el ánimo y la fuerza para no desfallecer. Señor, que hoy y siempre escuche esta invitación tuya tan cargada de cariño y comprensión. Que vaya a ti, Señor, para descansar y sentirme querido por ti, a pesar de mis fallos y pecados. Cuando he ido, ¡qué renovado he vuelto!
3. Otra invitación nos hace el Señor: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Cargar con su yugo es unirnos a él, seguirle y aprender de él que es manso y humilde de corazón. Es aceptar su nueva ley que es ley de amor y servicio. Y aceptarla con amor y por amor. Que entonces su carga ni agobia ni oprime, se hace ligera. Lo dijo San Juan de la Cruz: “el alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa.” ¿No has comprobado cómo el amor aligera hasta las renuncias más costosas y los trabajos más pesados? Y si es tu amor, Señor, ¡qué suaves y llevaderas hace todas las cargas! ¡Qué suave se torna la senda estrecha y empinada del servicio y la entrega, y con qué alegría se camina por ella cuando el que empuja es el amor, no el legalismo frío de los escribas y fariseos!
Señor, que nos mandas abrir camino a Cristo, el Señor; no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos la llegada saludable del que viene a salvarnos de todos nuestros males. (Colecta de la misa). Y tú, María, Madre de la Esperanza, ruega por nosotros para que, imitándote, seamos firmes en la espera.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
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Gustavo Quiceno