A guisa de introducción:
CREER PARA VER
Yo he conocido algunos “Tomás”. Uno de ellos fue mi profesor de filosofía en la Universidad. Un hombre fuerte, inspirador, que perseguía siempre la misión de estimular en sus estudiantes el gusto del cuestionamiento y de la búsqueda de la verdad.
Otro era un primo. Su padre había muerto antes de nacer, él debio confiarse al testimonio de los otros para reconocerlo, sentir su presencia en su vida y amarlo.
Agregaría a estos, los grandes Edison, Becket, Mann, Camus, Moore encontrados en la cadena y o colección de mis lecturas, sin olvidar Albinoni.
Mas, a mis ojos, el Tomás del evangelio, solo él encarna la pasión, la determinación, el realismo y la sinceridad de los otros.
El discípulo referido, al igual que los otros también esta impactado, sacudido en sus ideas y sentimientos por la muerte de Jesús. Pero, cuando sus amigos se esconden (quisieran desaparecer) ante el miedo, é lesta afuera en las calles de Jerusalén. Lucido y entero, no acepta lo que los otros le reportan (o cuentan). Que Jesús está vivo? Tomas solo creerá cuando toque sus heridas con sus manos!
El relato no dice que lo haya hecho. San Juan cuenta preferiblemente su reacción al ver al Señor. Y como se muestra feliz de haberse equivocado!
Su fe se expresa en la más bella profesión de fe: “Señor Mío y Dios Mío!”
Cristo vive! Es necesario creer para palpar su presencia, vivir en Él y ser testigos.
Creer para ver como la paz y la esperanza llegan a ser tangibles en nuestra vida, nuestra familia y nuestra comunidad…
Lise Hudon – Bonin
REFLEXION DE SERVICIOS KOINONIA
Hch 2,42-47: La primera comunidad cristiana
Salmo responsorial: Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
1 Pe 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva
Jn 20,19-31: La incredulidad de Tomás
Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.
Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.
Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Una vez que los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v.26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.
Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer.
Una aproximación psicológica
JEAN-LUC HETU
En “Les options de Jesús”
JESUS NO CREE EN MILAGROS
Para muchas personas que viven un cuerpo a cuerpo (en la lucha) entre sus dudas y su fe, las palabras que Jesús dirige a Tomás aparecen difíciles de aceptar.
En el sentido como se han comprendido habitualmente, es decir, “cree sin preguntarte, sin cuestionarte tanto”, esta frase o expresión es inaceptable. Y no solamente inaceptable, es totalmente contraria al pensamiento de Jesús.
En efecto, Jesús nos dice: antes de creer, antes de seguirme, antes de tomar la decisión de hacerte mi discípulo, tomate el tiempo para sentarte! ( es la parábola de la torre a construir y del ejercito a afrontar- Lucas 14,25-33). Examina, escudriña primero el terreno, aprende a conocerte, explora tu potencial. De otro modo tú te preparas para enfrentar preocupaciones, estar aburrido tener y dolores de cabeza!
San Pablo retoma la misma exigencia de exploración y de verificación rigurosa en lo referente a la vida espiritual, cuando el pide: “Verifiquen, examínenlo todo: lo que es bueno, reténganlo (quédense con ello) (1 Tes 5,21).
Sería entonces bastante inverosímil que Jesús reprochara a Tomas por poner cuidado a las cuestiones que surgían en su interior.
La reacción de Jesús se comprende mucho mejor si la situamos en el contexto de su actitud habitual de cara a aquellos que “piden o exigen signos”. Esta manera de exigir milagros para arreglar sus problemas de fe, indisponía profundamente a Jesús (Marcos 8,11-13) y hacia que se impacientara tanto que dejaba plantado allí todo el mundo en medio de la discusión (Mateo 16,4).
Jesús no creía en milagros, en los “signos”, para fundamentar la fe (Juan 2,23-25), y aquello lo frustraba tanto el que se asociara la fe con la vista de un milagro (Juan 3,48).
Así entonces, lo que le reprocha a Tomas no es que éste se cuestione (o se haga preguntas) acerca del sentido de los sucesos de la Pascua o sobre el sentido de su relación personal. Lo que le reprocha a Tomas, es que él piense que el simple hecho de verle (a él) a Jesús podrá arreglar todos sus problemas.
Bienaventurados (o felices) aquellos que no esperan después de respuestas ya hechas, pero que son capaces de situarse en su fe, yendo hasta el final de las preguntas que ellos portan consigo!
DESPUES DE UNA DECEPCION
El “descubrimiento” de la resurrección de Jesús, por parte de los apóstoles no ocurrió de un solo golpe. La fe en Jesús resucitado no fue una intuición pura e instantánea. Al igual que los peregrinos de Emaús, no partieron de cero. Ellos debieron hacer esfuerzos para digerir el viernes santo y así integrar su decepción y para salir de la sensación de vacuidad en la cual se encontraron al día siguiente después de aquellos sucesos.
Y cuan verdadero es aquello de que un hombre decepcionado es un hombre reforzado! Después de una grande decepción, el corazón se blinda, se protege de la posibilidad de nuevas heridas, se mantiene lejos de toda aventura que podría terminar en el mismo desenlace desdichado.
En este sentido, no hay de un lado 10 apóstoles que son crédulos, buenos y que han creído de una, de manera espontánea, y del otro, Tomas, el malo que se hace “halar (jalar) las orejas” para que crea. No hay sino hombres que poseen ritmos diferentes, algunos un poco más rápidos para integrar lo vivido, y hay otro que tiene necesidad de un poco más de tiempo.
Y en este sentido es muy revelador que Jesús reproche a los peregrinos de Emaús “Su lentitud para creer” (Lucas 24,25). Aquí el tiempo es un factor importante. Después de los sucesos que nos sacuden , después de las heridas, es normal que uno sienta la necesidad de recogerse, de darse tiempo para integrar lo vivido.
Pero una vez que el tiempo necesario pase, y que varíe de una persona a la otra, uno a veces continua arrastrando los pies lentamente, complaciéndose en sus fallas, uno persiste a quedarse en la timidez, a encerrarse delante toda ocasión para empezar de nuevo, como si se le impidiera a la vida de volver a encontrar su frescura de antes.
Esos son los sentimientos dudosos que Jesús sacude con virilidad acá.
LA FE NO ES UN DOGMA
Los sucesos de la Pascua conllevan un desplazamiento de acento en la fe de los discípulos. Durante todo el tiempo que había pasado con ellos, Jesús les había centrado en el Reino que emergía en sus vidas; Él los había sensibilizado sobre la ternura del Padre, Él les había hecho descubrir la importancia de la oración, Él les había hecho nacer a la gratuidad del amor fraterno.
Se tiene la impresión que con estos sucesos de Pascua, aquellas pistas están un poco olvidadas. Lo que llega a ser importante para los discípulos, ya no es más la riqueza de la vida a la cual Jesús les había iniciado, pero si lo que le sucedió a Jesús , a él mismo, después de su muerte.
Es así cómo, y si se comenta sin arreglos el versículo 31, uno es llevado a decir que lo que cuenta ahora no es más aquello lo que Jesús ha sido , la libertad, el coraje con las cuales Él ha vivido su búsqueda de Dios. Lo que importa ahora, es creer que Él es el Cristo. Al final, lo que salvaría a la persona, no será tanto vivir como Jesús sino creer que Él es el Mesías.
Las cosas suceden como si fuera más fácil propagar un enunciado dogmático sobre Jesús que sensibilizar lentamente las personas sobre la manera como Jesús ha vivido su vida. Es así como Pedro definirá la misión de los apóstoles: “testimoniar que Dios ha designado Jesús de Nazaret como juez de vivos y muertos” (Hechos de los apóstoles 10,42).
Era probablemente necesario que los apóstoles se centraran por un tiempo en el hecho de la Resurrección. Visto su carácter misterioso, era probablemente inevitable que ellos no reflexionaran sobre la transmisión de este evento con un vocabulario más parecido y cercano a la teología que no próximo a un testimonio de vida (juez, Mesías, Hijo de Dios, Señor, salvación…).
Mas estos hechos no pueden hacernos olvidar que Jesús no nos envía a proclamar dogmas que Él mismo no ha proclamado.
EL no nos envía tampoco (a) para defender una moral, porque estando vivo sobre esta tierra, Él estaba quizás del lado de aquellos a quienes atacaba la moral de su tiempo.
Estas observaciones arriesgan de chocar (molestar) a muchos cristianos que cada domingo de sus vidas, se han hecho encaminar de la mano de la moral del sermón en los dogmas del Credo.
Pero es suficiente con leer las cartas de Pablo, de Juan y de los otros, para captar, a través algunas expresiones a veces teológicas, la profunda continuidad entre aquello que el cristiano está llamado a vivir y lo que los evangelios nos refieren de la vida de Jesús.
La fe no es un dogma. Ella es la influencia de Cristo en nuestra vida.
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Gustavo Quiceno