"No me siento ni clásico, ni romántico, sólo soy un cantautor que le
pelea todos los días a la vida, que le canta al amor, pero que también
se hace cargo de las injusticias y las canta"
(G.F Pagliaro)
Hombre, pues apenas me acabo de
enterar de la muerte de GIAN FRANCO PAGLIARO, el cantante italo-argentino. Inolvidable
para mi serán muchas de sus canciones, empezando por
AMIGOS MÍOS ME ENAMORE, mi preferida y otras como
NO TE VAYAS ENTONCES,
SI ME OLVIDAS TE OLVIDO,
ME GUSTARÍA,
AMANTE MÍA,
TODOS LOS PÁJAROS,TODOS LOS
BARCOS,
YO TE NOMBRO LIBERTAD
Anoche nos dejó después de
sucumbir a un paro cardíaco a la edad de 70 años…
Gracias PAGLIARO por tu melodiosa
voz, tu profunda y trascendental poesía y sobre todo por tu profecía-protesta a
través de canciones como YO TE NOMBRO LIBERTAD.
Te dejamos estas palabras y otras que los demás quieran agregar para decirte no adiós, sino hasta siempre!
Opinar| Enviar | Imprimir |
Opinión |3 Abr 2012 - 12:01 am
Sombrero de mago
Adiós al tano Pagliaro
Por: Reinaldo Spitaletta
En estos tiempos de arribismos y ordinarieces de narcotraficantes; en estos días de sequedades mentales y pornografía a la carta; digo que en estas calendas de vulgaridad y negocios ramplones, los juglares, especie en extinción, son seres extraños y necesarios.
Lo era, por ejemplo, el tano Pagliaro, al que se la paró el corazón tal vez de tanto usarlo en canciones, o quizá por haber “mandado a la mierda”, hace rato, a fascistas e izquierdistas o por haberse metido en líos al decir que los caminos de la libertad están llenos de esclavos (y de esclavistas, le agregaría).
En medio de tantas miserias, para los que conservan su capacidad de reflexión y crítica, para los que no tragan entero y sueñan aún en utopías y futuros de gloria para el hombre, los juglares, los poetas, los cantores, son imprescindibles para recordar la condición humana, las contradicciones sociales y las intrínsecas al ser, y para mantener vivo, ¿por qué no?, aquello que llaman la esperanza, sobre todo en tiempos de desamparos.
Gian Franco Pagliaro, el de la voz ronca de cigarrillo (había dejado de fumar hace cinco años) y asfalto, como una garganta con arena (así dirían del polaco Roberto Goyeneche), era, en esencia, un juglar. Cantaba para pocos, sin masificaciones ni chabacanerías. A él no se le podría asociar con el símbolo capitalista del “éxito” comercial. Tenía esa voz de canzonetta tristona que hablaba de mares remotos y naufragios de amor. O de un abrazo a una muchacha frente al golfo de Sorrento, como en el Caruso de Lucio Dalla.
Era una suerte de anarquista contemporáneo –en desuso-, siempre en lucha por la libertad (“Yo te nombro libertad” fue uno de sus piezas célebres en los setenta, con reminiscencias de Paul Eluard), por la intimidad y dignidad humanas. Era un trovador (término también en desuso) del amor y de lo contestatario, dos asuntos que, bien mirados, se complementan. Al amor sí que le cantó, sin cursilerías ni demagogias. Lo hizo de amores contrariados, de amores retardados, de amores a primera vista y de amores entre los cuales jamás se ha pronunciado un “te quiero”.
Como todos los napolitanos, Pagliaro nació cantando. Su padre, agente textil, quería que fuera arquitecto, pero al joven Gian Franco (nombres que asumió después), le gustaban las letras y la filosofía. Cuando a los dieciséis años llegó con su valija de inmigrante al barrio Caballito, de Buenos Aires, le dijeron en la barra que tenía buena voz. Y un productor (siempre hay un Colón de todas las cosas) le aconsejó que cantara en castellano con acento italiano. Y así comenzó su camino –que sigue abierto- por las protestas y las irreverencias. Apareció en listas negras en los negros años de la dictadura argentina. “Soy un bocón compulsivo, con pasaporte italiano”, dijo alguna vez.
Pagliaro cantó contra la intolerancia y la represión y cuestionó no sólo a la derecha sino a la izquierda. En la Balada del boludo (letra de Isidoro Blaisten) recomendaba no dar la espalda al llanto ni comprar “ningún tílburi en desuso”. En septiembre último, en una veloz visita que hizo a Medellín, lo invitamos al Centro de Historia de Bello, donde nos contó (y cantó) de su vida y obra. Y de sus raíces poéticas que se hunden (o hundían) en Ungaretti, Quasimodo, Montale Leopardi, pero también en Guillén y Neruda y Vallejo. “Fernando Pessoa –me dijo una vez- me abrió el corazón y la cabeza”.
Pudo haber sido el último romántico de una generación, pero, a su vez, el último de los cantores irreverentes de un mundo que se idiotiza con la robotización, el facilismo y la uniformidad de los discursos. Era dueño de sus dudas y un vendedor de jardines y arco iris: “vendo semillas y otras esencias que hacen milagros en la conciencia”.
Gian Franco Pagliaro, que también tenía el corazón mirando al sur, se fue a los setenta años a encontrarse con la luz. O con Jacques Brel y Georges Brassens, de los que aprendió palabras y actitudes. Se fue el juglar que supo, con Pessoa, que el poeta es un fingidor, “que llega a fingir que es dolor, el dolor que en verdad se siente”. Honor a su memoria.
En medio de tantas miserias, para los que conservan su capacidad de reflexión y crítica, para los que no tragan entero y sueñan aún en utopías y futuros de gloria para el hombre, los juglares, los poetas, los cantores, son imprescindibles para recordar la condición humana, las contradicciones sociales y las intrínsecas al ser, y para mantener vivo, ¿por qué no?, aquello que llaman la esperanza, sobre todo en tiempos de desamparos.
Gian Franco Pagliaro, el de la voz ronca de cigarrillo (había dejado de fumar hace cinco años) y asfalto, como una garganta con arena (así dirían del polaco Roberto Goyeneche), era, en esencia, un juglar. Cantaba para pocos, sin masificaciones ni chabacanerías. A él no se le podría asociar con el símbolo capitalista del “éxito” comercial. Tenía esa voz de canzonetta tristona que hablaba de mares remotos y naufragios de amor. O de un abrazo a una muchacha frente al golfo de Sorrento, como en el Caruso de Lucio Dalla.
Era una suerte de anarquista contemporáneo –en desuso-, siempre en lucha por la libertad (“Yo te nombro libertad” fue uno de sus piezas célebres en los setenta, con reminiscencias de Paul Eluard), por la intimidad y dignidad humanas. Era un trovador (término también en desuso) del amor y de lo contestatario, dos asuntos que, bien mirados, se complementan. Al amor sí que le cantó, sin cursilerías ni demagogias. Lo hizo de amores contrariados, de amores retardados, de amores a primera vista y de amores entre los cuales jamás se ha pronunciado un “te quiero”.
Como todos los napolitanos, Pagliaro nació cantando. Su padre, agente textil, quería que fuera arquitecto, pero al joven Gian Franco (nombres que asumió después), le gustaban las letras y la filosofía. Cuando a los dieciséis años llegó con su valija de inmigrante al barrio Caballito, de Buenos Aires, le dijeron en la barra que tenía buena voz. Y un productor (siempre hay un Colón de todas las cosas) le aconsejó que cantara en castellano con acento italiano. Y así comenzó su camino –que sigue abierto- por las protestas y las irreverencias. Apareció en listas negras en los negros años de la dictadura argentina. “Soy un bocón compulsivo, con pasaporte italiano”, dijo alguna vez.
Pagliaro cantó contra la intolerancia y la represión y cuestionó no sólo a la derecha sino a la izquierda. En la Balada del boludo (letra de Isidoro Blaisten) recomendaba no dar la espalda al llanto ni comprar “ningún tílburi en desuso”. En septiembre último, en una veloz visita que hizo a Medellín, lo invitamos al Centro de Historia de Bello, donde nos contó (y cantó) de su vida y obra. Y de sus raíces poéticas que se hunden (o hundían) en Ungaretti, Quasimodo, Montale Leopardi, pero también en Guillén y Neruda y Vallejo. “Fernando Pessoa –me dijo una vez- me abrió el corazón y la cabeza”.
Pudo haber sido el último romántico de una generación, pero, a su vez, el último de los cantores irreverentes de un mundo que se idiotiza con la robotización, el facilismo y la uniformidad de los discursos. Era dueño de sus dudas y un vendedor de jardines y arco iris: “vendo semillas y otras esencias que hacen milagros en la conciencia”.
Gian Franco Pagliaro, que también tenía el corazón mirando al sur, se fue a los setenta años a encontrarse con la luz. O con Jacques Brel y Georges Brassens, de los que aprendió palabras y actitudes. Se fue el juglar que supo, con Pessoa, que el poeta es un fingidor, “que llega a fingir que es dolor, el dolor que en verdad se siente”. Honor a su memoria.
Elespectador.com| Elespectador.com
se fue un grande, un amigo, que nunca tratamos personalmente, pero no era necesario, porque los sentimientos son similares y alli estan, y era nuestra voz, la de el, que nos expresaba totalmente, y nos seguira representando eternamente, porque siempre fue mas arriba de todos. adios amigo, hasta siempre, te queremos, gracias por todo lo que nos diste y nos seguiras dando eternamente.
ResponderBorrarpastor.
parocas@nodosud.com.ar