JESÚS EN CASA DE SIMON EL FARISEO
El Domingo del Amor y del Perdón
Cuando Jesús de Nazaret, ante la miopía espiritual y social del fariseo Simón, perdona a la pecadora pública, está haciendo un acto de amor supremo avalado por el gran amor que también demuestra la mujer. Es todo un gran mensaje de amor y perdón muy especial para estos tiempos en los que el amor está cada vez más ausente y el perdón apenas aparece. Sigamos a Jesús, durante todo este Tiempo Ordinario, en su permanente lección de amor y de concordia.
MONICIÓN A LAS LECTURAS
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La importancia de este relato la demuestra el hecho de que lo narren los cuatro evangelistas, aunque con detalles muy diferentes en cada caso. Efectivamente, es un relato clave, porque nos demuestra con un hecho concreto, la actitud de Jesús para con los pecadores; pero también la actitud de aquellos fariseos cumplidores que no eran capaces de ver más allá de sus narices o mejor, más allá de lo que manda la Ley.
Los fariseos identificaban al pecador con su pecado. Jesús ve el valor de la persona humana más allá de las apariencias, que puedan hacernos pensar que esa persona es despreciable.
Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.
Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso.
Simón contempla la escena horrorizado. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús.
Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego le invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús sólo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Todos los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por casi todos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor.
Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran.
No son pocas las preguntas que nos podemos hacer:
· ¿dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús?
· ¿a quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él?
· ¿qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente?
· ¿con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?
· ¿quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?
Comentarios de Pedro Olalde
El perdón es el tema de hoy. ¿Tienes experiencia de perdonar? ¿Has gozado siendo perdonado por Dios? ¿Te has sincerado con alguien en alguna ocasión?
El perdón es un gran regalo de Dios Padre, con el que uno se siente profundamente liberado. Estamos llamados a perdonar y a recibir perdón.
En el evangelio de hoy, Lucas trae un ejemplo muy aclaratorio. Jesús ha aceptado la invitación de ir a comer a casa del fariseo Simón. Él alternaba con todos: con descreídos recaudadores y con piadosos fariseos.
El fariseo Simón tenía algunos principios religiosos claros y sencillos: el mundo se divide en buenos y malos. Los buenos son los que cumplen la Ley y los pecadores son los que cometen faltas notorias. Dios ama a los buenos y no ama a los pecadores, sino que se aparta de ellos. Simón es bueno y se aparta de los pecadores. Jesús no se aparta de los pecadores, luego Jesús no se guía por el Espíritu de Dios.
No lo condenemos: toda una corriente bíblica invitaba a los justos a separarse de los pecadores, y se pensaba que la “impureza” de unos contaminaba a los demás.
Jesús demuestra que esa necesidad de segregarse, así como también el deseo de castigar a los pecadores, ignora tanto la sabiduría de Dios como la realidad del corazón humano. Dios sabe que el hombre necesita tiempo para probar el bien y el mal, para madurar su orientación definitiva. Por eso, a Él no le cuesta olvidar nuestros pecados y desórdenes, si, a pesar de ellos o por medio de ellos, llegamos al amor verdadero.
Simón falla en algo muy básico: está cerrado al mundo de la ternura, del amor y del perdón. Sólo está abierto a la Ley. La imagen que tiene de Dios es de un gran contable que va anotando las buenas obras y los méritos de cada uno. Así que no tiene conciencia de deber nada a Dios, pues se lo ha ganado todo a pulso.
Desde nuestra condición de seres limitados nos abrimos al amor gratuito de Dios, a su ternura y a su perdón. Tomamos conciencia de este gran regalo de Dios, y estimulados por la fe, creemos que la mayor lotería es que caemos divinamente a Dios. Y tratamos de vivir esta experiencia como gracia, alabando a Dios por semejante don. Al mismo tiempo, damos nuestro amor y perdón a todos, gratuitamente.
Jesús no dice a la mujer: “Yo te perdono tus pecados”, sino “Tus pecados están perdonados”. Sencillamente, Jesús constata algo que ya ha sucedido. Esto nos hace pensar que el perdón brota de lo hondo del corazón. Siempre que nosotros, con la ayuda de Dios, decidimos romper con una situación de pecado, Dios nos da su abrazo de paz, en reconocimiento del cambio operado en nuestro corazón.
Por eso, lo más difícil es llegar a la decisión de romper con el pecado, porque la ternura y el perdón de Dios nunca fallan.
REFLEXIONAR SOBRE NOSOTROS MISMOS
Por Pedro Juan Díaz
1.- Hoy la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre nosotros mismos. Esto no es una novedad, porque siempre lo hace. Pero hoy se ve reflejado de manera especial en los diálogos, tanto de la primera lectura como del Evangelio. El profeta Natán lo hace con el rey David en la primera lectura y Jesús lo hace con el fariseo, que le ha invitado a comer a su casa, en el Evangelio.
La primera lectura se nos queda un poco corta. Comienza en el versículo 7, saltándose el nudo de la trama y llevándonos directamente al desenlace. Todos sabemos que el pecado del rey David fue que se “encaprichó” de una mujer, Betsabé, casada con un soldado suyo, Urías, al que mandó a la guerra para que lo mataran y quedarse con su mujer, a la que había dejado embarazada. Natán, para hacerle descubrir su pecado, le cuenta un cuento, que empezaría más o menos así:
2.- “Había en la ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía rebaños en cantidad. El pobre sólo tenía una corderilla que comía, dormía y vivía con él. Vamos, que rea como de la familia. Un día le llegó un huésped al rico, y para obsequiarle, no se le ocurrió cosa mejor que robar y matar la cordera del pobre”. El rey David, muy justo él, monta en cólera y dice al profeta que le diga quién es ese hombre, para que caiga sobre él todo el peso de la ley. Natán le dice a David: “Ese hombre eres tú. Dios puso en tus brazos a todas las mujeres de Israel, y tú mataste a Urías para quedarte con la suya”. Natán le encara con su pecado para provocar el arrepentimiento del rey y lo consigue. “¡He pecado contra el Señor!”, dice David. “El Señor ha perdonado ya tu pecado”, contesta Natán.
3.- En el Evangelio ocurre algo parecido. Jesús ha entrado en casa de un fariseo y se ha sentado a su mesa. Una mujer, pecadora, se acerca, le lava los pies con sus lágrimas y se los seca con sus cabellos. Que una mujer enseñara sus cabellos ya era un signo de provocación. Pero si además, siendo pecadora, se atrevía a entrar en casa de un “justo” y “contagiarle” su pecado tocándolo, eso era más escandaloso aún. Esta acción de la mujer provoca la reacción del fariseo, que empieza por dudar de Jesús, que permite esa acción: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora”.
Jesús, al igual que Natán en la primera lectura, va a hacer reflexionar al fariseo para poder entender esa situación. Y lo hace también con un cuento, o parábola, que dice así: “Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos euros y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos ¿Cuál de los dos lo amará más?”. El fariseo contesta: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. “¡Correcto!”, le dice Jesús.
4.- Esta mujer, definida como pecadora por la sociedad, no puede relacionarse ni con los demás ni con Dios. Pero su acercamiento a Jesús y sus atrevidos gestos nos dejan ver su arrepentimiento y su gran agradecimiento, porque Jesús, con su acogida y con su trato, le ha hecho sentirse una persona nueva. La mujer responde agradecida porque ha conocido el verdadero rostro de Dios, que libera y levanta a las personas que están hundidas. “Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor –dice Jesús-; pero al que poco se le perdona, poco ama”. El que no es capaz de reconocer su pecado, no puede sentirse agradecido por el perdón y amar con todas sus fuerzas. Esta es la gran lección que Natán le da a David y Jesús al fariseo.
5.- Pero “para rematar la faena”, llega Pablo y le habla a los Gálatas, una comunidad amenazada por un grupo que presiona para que ellos, que antes eran paganos, comiencen a cumplir las leyes judías como requisito necesario para su salvación. Pablo les viene a decir que el amor no nace de cumplir ninguna ley, sino de la experiencia vital de encontrar a Dios en tu propia vida. En las primeras líneas repite hasta tres veces la misma expresión: “el hombre no se justifica por cumplir la ley”; y añade otras tantas veces: “sino por creer en Cristo Jesús”. Blanco y en botella… es leche, de toda la vida.
6. El perdón, el amor, la acogida, el respeto, la dignidad de las personas, no se pueden adquirir a base de “cumplir”. La fe nos da algo más. La fe es la que nos ayuda a reconocer que Dios está en nosotros: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”. Es ese Dios el que nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos ha acogido tal y como somos, nos respeta y valora nuestra dignidad por encima de todas las leyes. Esa es la experiencia que nos lleva a la acción. Esa es la fe que nos lleva al compromiso. Y lo demás son sucedáneos.
7.- ¿Por qué venimos a la Eucaristía cada domingo? ¿Para “cumplir”? Más bien para dar gracias, que eso es lo que verdaderamente significa la Eucaristía. Damos gracias a Dios por su Hijo Jesús que entregó su vida por nosotros sin esperar nada a cambio. Damos gracias a Dios porque nos ha amado desde el primer momento de nuestra vida y lo seguirá haciendo durante toda la eternidad. Damos gracias a Dios por lo que somos y tenemos, por su amor, su perdón, su acogida, su respeto, porque nos hace libres, porque somos su mejor obra, porque no consentirá nunca que nuestra dignidad sea menospreciada. Tenemos tantos motivos para darle gracias a Dios… Por eso venimos a la Eucaristía, por eso la celebramos en comunidad, y por eso nos sentimos enviados y comprometidos a extender esta Buena Noticia allá donde estemos. ¿Son esas tus motivaciones para estar hoy aquí?