Celebramos estos días 1o y 2 de Noviembre dos de
las más grandes fiestas del año litúrgico: LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS y LA
FIESTA DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.
Al comienzo de noviembre, recordamos toda esta
larga cadena de testigos que nos han precedido…
Los psicólogos afirman que el recuerdo de aquellos
que han sido importantes en nuestra vida contribuyen a construir nuestra
identidad. Las personas que hemos olvidado no tienen verdadera influencia sobre
nosotros, mientras que aquellos de quienes nos acordamos y que han jugado un
rol o papel importante en nuestra vida, continúan influyendo en nosotros después
su partida.
El año litúrgico abre el gran libro de los
recuerdos. Nos acordamos de personajes importantes de la historia del
cristianismo: Pedro, Pablo, Agustín, Tomas de Aquino, Francisco de Asís, Teresa
de Ávila, Juan de la Cruz, la Madre Teresa, San Martin de Porres, Santa Mariana
de Jesús, Santa Kateri Tekakwita, Martin Luther King, y tantos otros…Pero, también
están las personas menos conocidas, que han ejercido una influencia
determinante en nosotros: nuestros padres, nuestros abuelos, algunos
educadores, vecinos, colegas de trabajo…personas sencillas, que han marcado
nuestra vida…Estas personas son como faros que iluminan nuestras vidas. Ellas
han sido guías y nos han ayudado a enfrentar los obstáculos de la vida. Son
ellos quienes nos han permitido llegar a ser lo que somos hoy. Nosotros no
hemos sido creados de una sola vez y enteros (de una sola pieza). Nosotros
somos el fruto de una familia, de una parroquia, de un barrio, vereda, pueblo o ciudad.
En el cristianismo, tenemos la excelente tradición
de orar por aquellos que nos han precedido. Y en nuestras oraciones, no
separamos los ricos de los pobres, los hombres de las mujeres, los buenos de
los menos buenos.
Nosotros oramos por todos…
Esta primera semana de noviembre es nuestra semana
de recordar, y evocar con gratitud aquellos que han vivido antes que nosotros.
Las celebraciones de noviembre son así también una
excelente preparación para nuestra propia muerte. Nuestro mundo moderno hace todo lo posible por
borrar o hacernos olvidar la muerte de nuestros espíritus. Los medios están llenos
(ante todo) de informaciones
superficiales, livianas, lights, después de violencia y agresividad…y se trata siempre de
la muerte de los otros. Se nos presenta sin parar anuncios comerciales que
prometen la eterna juventud. No tenemos sino que utilizar sus productos
milagrosos para parecer diez años más jóvenes.
Nosotros los cristianos, no creemos en una muerte
cruel donde se termina con la tumba, en el cementerio. Nosotros creemos en un paraíso
donde la vida se transforma y cambia. Creemos que la muerte es una entrada, un
pasaje y o una puerta abierta hacia la eternidad. En el libro del profeta Isaías,
encontramos este bello texto: “El Señor enjugara todas las lagrimas de nuestros
rostros…sobre su santa montana, él preparará una fiesta de abundante comida…Él hará
desaparecer la muerte para siempre…Alegrémonos en la salud del Señor”.
Nosotros viviremos entonces la paz del Reino de
Dios donde: “ El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al
cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La
vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león
también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido
de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No
cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro santo” (Isaías 11,6-9).
Y san Juan agrega en el Apocalipsis : Después vi un cielo nuevo y
una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido,
y el mar no existe ya. [2] Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que
bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para
recibir a su esposo. [3] Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la
morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su
pueblo y él será Dios-con-ellos; [4] él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya
no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado.»
Hay esperanza en plenitud en estas fiestas de
noviembre.
Esto nos recuerda que la muerte no es el final de
todo.
Esto también nos recuerda que el tiempo que se nos
da es un don precioso y que hemos de utilizar lo mejor posible.
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Gustavo Quiceno