sábado, 6 de marzo de 2010

Marzo 7 del 2010 : TERCER DOMINGO DE CUARESMA CICLO C






EL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO nos habla de la desgracia que preocuparon tanto los espíritus: Los galileos que fueron  masacrados mientras presentaban su ofrenda a Dios y de los 18 muertos cuando la caída de la torre de Siloe. Y nosotros mismos, pensemos en todas esas catástrofes que afectan y golpean nuestro mundo: el sismo de Haití, el sismo reciente de Chile, las víctimas de la violencia, los accidentes  o las enfermedades. En la época de Jesús había la costumbre de pensar que todo aquello ocurría por el pecado de las víctimas. Y a nosotros mismos, nos sucede  que en ocasiones escuchamos de personas que sufren grandes pruebas, o que se enferman y se preguntan: “ Qué le he hecho yo a Dios para sufrir  tanto? “ por qué me pasa esto? Ni porque hubiera matado un cura”.

La Biblia nos dice que Dios no tiene la culpa. Las desgracias no son un castigo de Dios por nuestras faltas, Entonces, por qué tanto sufrimiento? En las sagradas Escrituras, encontramos el Libro de Job que formula esta pregunta de la manera más aguda: Job enumera las respuestas que los hombres han inventado o se les ha ocurrido después de que el mundo es mundo. Aquellos que rodean a Job, familiares y amigos buscan a hacerle entender a Job que todos sus sufrimientos son causados por sus pecados y que él debe aguantar. Pero la conclusión es clara: El sufrimiento no es consecuencia del pecado y Dios viene hacia Job solo para hacerle reconocer o tener en claro  dos cosas: Primero que el dominio de los eventos se le escapa, segundo que él ha de vivir todo aquello que le sucede sin perder jamás la confianza en su creador.

Delante del horror de la masacre y la catástrofe de la Torre de Siloé, la gente se vuelve hacia Jesús para preguntarle  y obtener una respuesta clara  y ella es categórica: No hay ninguna relación  entre el sufrimiento y el pecado. Otro día, se le preguntará lo mismo a Jesús a propósito del ciego de nacimiento: Quién ha pecado para que este haya nacido así? él o sus padres? y Jesús responderá: Ni él ni sus padres. Así, Jesús deja abierta la difícil cuestión de la relación entre el sufrimiento y la desgracia y el pecado personal. Una sola cosa es segura: DIOS es amor, Él no es un justiciero sin corazón.

Lo vemos en la Primera Lectura del Éxodo, Dios ha visto la miseria de su pueblo y llama a Moisés para liberarlo.

Este mismo Dios ve todos los sufrimientos que afectan hoy a la humanidad: y  continúa llamándonos a todos para construir un mundo más justo y fraternal , un mundo abierto al compartir y a la acogida del otro. Nuestro Dios se reconoce, se refleja en aquel o aquella que sufre, que tiene hambre, que es extranjero. A través del pobre, es a Jesús a quien acogemos o rechazamos: El mismo nos lo dice: "Cada vez que ustedes lo hicieron con el más pequeño de entre los míos, es a mí que me lo hicieron" (Mt 25). 

Este es un llamado urgente que se nos hace en este tiempo de cuaresma. Hemos de tomar en serio las Palabras de Jesús: "Si ustedes no se convierten, ustedes perecerán como ellos". No, no es una amenaza, no es Dios que nos va hacer perecer (morir), somos nosotros que iremos a nuestra perdición. Es por eso que Jesús nos pide no diferir para mañana nuestra conversión. La muerte puede llegarnos de imprevisto. El peligro más grave es el de la muerte eterna, que puede separarnos definitivamente  de Dios. Cada uno entonces, está invitado a convertirse a cambiar de comportamiento. Dios quiere nuestra felicidad. Él espera de nosotros una vida bella y fructífera. Pero si somos sordos a su llamado y rechazamos su invitación, somos nosotros que construimos nuestra propia infelicidad.

Jesús desarrolla su enseñanza contándonos la historia de la higuera que no producía ningún fruto. Después de 3 años, el árbol no ha dado ningún higo y arriesga de ser cortado. El administrador pide un tiempo (una tregua) un año para poder darle todos los cuidados a la higuera y que le permitirán entonces dar fruto. Nosotros hoy, somos esa higuera, que debe ser la alegría y el orgullo de su propietario. Nuestro Dios está impaciente de darnos lo mejor de Él mismo, pero hace prueba de una grande paciencia cuando espera el retorno de sus hijos alejados (pródigos).

Después del 13 de febrero hemos entrado al tiempo de cuaresma. El Señor esperaba este tiempo con avidez. Su único deseo es el de entrar en nuestro corazón y reinar. Vamos a permitírselo abriéndole la puerta de nuestro corazón. El tiene más "ganas" "interés que nosotros. Cuando hombres, mujeres, niños retornan a Dios, cuando ellos vuelven a frecuentar la oración y los sacramentos, cuando ellos comparten con los más pobres, la cuaresma es para ellos un verdadero momento de felicidad y de regocijo.

Gracias Señor por esta oportunidad que tu nos das, Bendito seas por tu amor, tu paciencia, tu misericordia.

Permítenos escuchar tu llamado, tu invitación a convertirnos y a volver a ti. Que estés con nosotros para que seamos siempre verdaderos testigos de tu amor en el mundo de hoy. Amen



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Gustavo Quiceno