EL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO nos habla de
la desgracia que preocuparon tanto los espíritus: Los galileos que fueron
masacrados mientras presentaban su ofrenda a Dios y de los 18 muertos
cuando la caída de la torre de Siloe. Y nosotros mismos, pensemos en todas esas
catástrofes que afectan y golpean nuestro mundo: el sismo de Haití, el sismo
reciente de Chile, las víctimas de la violencia, los accidentes o las
enfermedades. En la época de Jesús había la costumbre de pensar que todo
aquello ocurría por el pecado de las víctimas. Y a nosotros mismos, nos
sucede que en ocasiones escuchamos de personas que sufren grandes pruebas, o que
se enferman y se preguntan: “ Qué le he hecho yo a Dios para sufrir tanto?
“ por qué me pasa esto? Ni porque hubiera matado un cura”.
La Biblia nos dice
que Dios no tiene la culpa. Las desgracias no son un castigo de Dios por nuestras
faltas, Entonces, por qué tanto sufrimiento? En las sagradas Escrituras,
encontramos el Libro de Job que formula esta pregunta de la manera más aguda:
Job enumera las respuestas que los hombres han inventado o se les ha ocurrido
después de que el mundo es mundo. Aquellos que rodean a Job, familiares y
amigos buscan a hacerle entender a Job que todos sus sufrimientos son causados
por sus pecados y que él debe aguantar. Pero la conclusión es clara: El
sufrimiento no es consecuencia del pecado y Dios viene hacia Job solo para
hacerle reconocer o tener en claro dos cosas: Primero que el dominio de
los eventos se le escapa, segundo que él ha de vivir todo aquello que le sucede
sin perder jamás la confianza en su creador.
Delante del horror de la masacre y la
catástrofe de la Torre de Siloé, la gente se vuelve hacia Jesús para preguntarle y obtener
una respuesta clara y ella es categórica: No hay ninguna relación
entre el sufrimiento y el pecado. Otro día, se le preguntará lo mismo a
Jesús a propósito del ciego de nacimiento: Quién ha pecado para que este haya
nacido así? él o sus padres? y Jesús responderá: Ni él ni sus padres. Así,
Jesús deja abierta la difícil cuestión de la relación entre el sufrimiento y la
desgracia y el pecado personal. Una sola cosa es segura: DIOS es amor, Él no es
un justiciero sin corazón.
Lo vemos en la
Primera Lectura del Éxodo, Dios ha visto la miseria de su pueblo y llama a Moisés
para liberarlo.
Este mismo Dios ve
todos los sufrimientos que afectan hoy a la humanidad: y continúa llamándonos a todos para construir
un mundo más justo y fraternal , un mundo abierto al compartir y a la acogida
del otro. Nuestro Dios se reconoce, se refleja en aquel o aquella que sufre,
que tiene hambre, que es extranjero. A través del pobre, es a Jesús a quien
acogemos o rechazamos: El mismo nos lo dice: "Cada vez que ustedes lo hicieron con el más pequeño de entre los míos,
es a mí que me lo hicieron" (Mt 25).
Este es un llamado
urgente que se nos hace en este tiempo de cuaresma. Hemos de tomar en serio las
Palabras de Jesús: "Si ustedes no se
convierten, ustedes perecerán como ellos". No, no es una amenaza, no
es Dios que nos va hacer perecer (morir), somos nosotros que iremos a nuestra
perdición. Es por eso que Jesús nos pide no diferir para mañana nuestra
conversión. La muerte puede llegarnos de imprevisto. El peligro más grave es el
de la muerte eterna, que puede separarnos definitivamente de Dios. Cada
uno entonces, está invitado a convertirse a cambiar de comportamiento. Dios
quiere nuestra felicidad. Él espera de nosotros una vida bella y fructífera.
Pero si somos sordos a su llamado y rechazamos su invitación, somos nosotros
que construimos nuestra propia infelicidad.
Jesús desarrolla
su enseñanza contándonos la historia de la higuera que no producía ningún
fruto. Después de 3 años, el árbol no ha dado ningún higo y arriesga de ser
cortado. El administrador pide un tiempo (una tregua) un año para poder darle
todos los cuidados a la higuera y que le permitirán entonces dar fruto.
Nosotros hoy, somos esa higuera, que debe ser la alegría y el orgullo de su
propietario. Nuestro Dios está impaciente de darnos lo mejor de Él mismo, pero hace
prueba de una grande paciencia cuando espera el retorno de sus hijos alejados
(pródigos).
Después del 13 de
febrero hemos entrado al tiempo de cuaresma. El Señor esperaba este tiempo con
avidez. Su único deseo es el de entrar en nuestro corazón y reinar. Vamos a
permitírselo abriéndole la puerta de nuestro corazón. El tiene más
"ganas" "interés que nosotros. Cuando hombres, mujeres, niños
retornan a Dios, cuando ellos vuelven a frecuentar la oración y los sacramentos,
cuando ellos comparten con los más pobres, la cuaresma es para ellos un verdadero
momento de felicidad y de regocijo.
Gracias Señor
por esta oportunidad que tu nos das, Bendito seas por tu amor, tu paciencia, tu
misericordia.
Permítenos
escuchar tu llamado, tu invitación a convertirnos y a volver a ti. Que estés
con nosotros para que seamos siempre verdaderos testigos de tu amor en el mundo
de hoy. Amen
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Gustavo Quiceno