Para entender
(comprender) bien este evangelio, debemos recordar lo que acaba de ocurrir: la
muchedumbre (la gran cantidad de gente) está muy impresionada y maravillada por
todo lo que hace Jesús. El acaba de sanar a todos los enfermos y ha
multiplicado los panes para alimentar a toda esa multitud que le rodea.
Con aquellos milagros, la fama, el reconocimiento de Jesús está garantizado.
Pero sabemos muy bien que aquello no le interesa a Jesús, eso de hacerse famoso
no le pica. La popularidad no le atrae. Entonces una vez llega el
atardecer, el maestro se retira para orar por largo tiempo. Jesús quiere
quedarse con el Padre en un dialogo de corazón a corazón y no
perderse del camino, salirse de su verdadera misión que es otra cosa muy
diferente.
Todo esto es
importante para nosotros: Vivimos en un mundo donde muchos corren tras lo
maravilloso. Uno llama a quienes
tienen poder. Es un signo de
debilidad en la fe.
Hoy, Cristo quiero
reencaminarnos hacia lo esencial. Por ello, somos invitados a unirnos a su
oración y a beber de su fuente que es el amor. Cristo, El mismo pasaba largas
noches en oración. Y es alimentándonos de la palabra de Cristo y de la
Eucaristía que podremos estar en comunión con El.
Es necesario que
entendamos muy bien la pregunta que Jesús dirige a sus discípulos. ¿Quién soy
yo? ¿Quién dice (piensa) la gente que soy yo? Y ustedes, mis discípulos, qué
dicen ustedes. Para la multitud, las respuestas son muy diversas. Algunos
piensan que Jesús no es otro que Juan Bautista resucitado; otros lo toman por
el profeta Elías. En sus respuestas, hay ya un punto positivo: Es la idea de la
resurrección. Se le toma por Juan Bautista o por otro profeta. Una parte del
pueblo judío, estaba entonces preparado (listo) para escucharle el mensaje de
la resurrección de Pascua.
Pedro responde con
espontaneidad: “Tu eres el Mesías de Dios”, aquel que ha sido ungido, aquel que
posee el Espíritu de Dios y que viene instaurar el Reino de Dios. De otro lado,
la multiplicación de los panes para Pedro es la mejor prueba: El Reino de Dios
ya está presente. Bien seguro, Pedro ha dado la buena respuesta, pero no ha
comprendido todo lo que eso comporta (que consecuencias trae, significa). El
imagina un rey triunfante que va reunir la multitud de la gente de Israel y
liberarlo, al pueblo de la ocupación romana. Es a causa de este malentendido
que Jesús prohíbe fervientemente a sus discípulos de no decirlo a nadie.
Si, Pedro tiene razón
al decir que Jesús es el Mesías. Y nosotros lo proclamamos junto con él, pero
no es el Mesías que creemos. Jesús anuncia un Mesías que sufre: “Es necesario
que el hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los Ancianos, los
jefes sacerdotales y los escribas, que sea asesinado y al tercer día
resucitara”. Cristo entonces quiere incitar a los discípulos a no opinar como
el común de la gente. Él quiere ABRIRLES los ojos para que descubran su
verdadera misión, una misión de servicio y no de poder.
La misma pregunta se
nos formula a todos: ¿Quién es Jesús? ¿Qué dice la gente alrededor de nosotros
y del mundo? Y los Medios de Comunicación cómo hablan, ¿qué dicen de
Jesús? Todos hemos escuchado propósitos (opiniones, ideas) sorprendentes
que no tienen nada que ver con la fe de los cristianos. Vivimos en un mundo,
donde muchos no saben casi o nada al respecto. Ellos son competentes en
diversos campos, más para aquello relativo a la fe de los cristianos, ellos no
han seguido o no han estado totalmente al corriente. Y sabemos muy bien que los
Medios de Comunicación comparten esta ignorancia. No sirve de nada lamentarse
por ello.
La verdadera cuestión es
preguntarnos: ¿Quién es Jesús para nosotros? Es una invitación muy fuerte a ir
al corazón (centro) de la fe y verdaderamente ponerla en el núcleo de
nuestra existencia. Jesús nos llama a un corazón a corazón con El en la
oración. Es absolutamente necesario para poder resistir en medio de las
tempestades de este mundo.
Si nosotros nos
dejamos guiar por Él, seguramente nos conducirá por los caminos que no habíamos
previsto. El mismo nos advierte: “Aquel
que quiera salvar su vida la perderá y aquel que pierde su vida por mí la
salvara”. Un cristiano no busca primero su triunfo personal, ni su
comodidad, ni su seguridad. Un discípulo de Cristo, es aquel que arriesga todo.
Su verdadera prioridad es Jesucristo, es el Reino de Dios. Para adquirir ese
tesoro, él está dispuesto a sacrificar todo el resto.
Cuando Jesús nos
invita a tomar su cruz cada día, Él no quiere decir que esto será el viernes
santo, las lágrimas y la muerte atroz a cada instante. Él quiere simplemente
recordarnos que cada día, como su maestro, el discípulo dará su vida en
pequeñas dosis.
Tomar su cruz,
significa que primero se ha de cumplir cada día con las tareas propias de
manera responsable. Es rechazar la idea o el gesto de aplastar los otros y de
rechazarlo por hacerse a sí mismo un buen puesto, un buen lugar (buena plaza).
Tomar su cruz es moderar los apetitos, es aceptar de poseer menos para que
otros tengan un poco más; es librar combates que llevaran a recibir golpes,
combates por la justicia, la verdad, el respeto de las personas. Si queremos
estar en comunión con Cristo, no podemos olvidar que Él ha venido no para ser
servido sino para dar la vida por la salvación (salud, bienestar) de toda la
humanidad. Es sobre este camino que nosotros escogemos (hacemos la
opción) de seguirle.
Hoy, señor Jesús
tu nos invitas a reconocerte en el pan de la Eucaristía. Con Pedro y los apóstoles,
nosotros sabemos que Tu eres el Enviado del Padre de los Cielos. Con toda la
Iglesia, sabemos que tú eres el Hijo de Dios. Cada uno de nosotros te admira
como un protector, un hermano, un amigo. Danos la posibilidad de seguirte cada
día allá donde nos llevas, sobre este camino donde uno salva su vida
perdiéndola.
Traducción del francés,
De diversas fuentes.
SUGERENCIAS
PASTORALES
De catholic.net
1.
La mejor respuesta se da con la vida. La cuestión Jesucristo no es un problema
que a base de pensar y pensar logramos solucionar de alguna manera. Menos aún,
una cuestión obsoleta, carente de importancia, que sea indiferente el que se
resuelva o no. En realidad, es la única cuestión que vale absolutamente la
pena, y que además no puede resolverse sino con la vida. Porque está claro que
el que Jesucristo haya aceptado ser un Mesías de cruz, el que decir Jesús
equivalga a decir Hijo de Dios, sobrepasa nuestros esquemas mentales y nuestra
misma capacidad de raciocinio, y jamás el hombre conquistará esas verdades de
nuestra fe a golpe de silogismos. Sólo cuando el hombre comienza a recorrer el
camino estrecho de la cruz, y, fijos los ojos en Jesús, sigue las huellas de su
historia, descubre que la cuestión Jesucristo camina al mismo paso que la
cuestión hombre, y que sólo resolviendo la primera queda también resuelta la
segunda. Quien sabe por experiencia lo que es el sufrimiento y percibe el valor
redentor del mismo tanto para el sujeto que sufre como para la persona o las
personas por las que se sufre, entonces está en condiciones de captar un
poquito al menos la razón de un Mesías de dolores. Quien vive su condición de
hijo de Dios, la grandeza de su dignidad filial y la actitud de obediencia
propia de un hijo, estará en grado de responderse a sí mismo quién es
Jesucristo y de poder proclamarlo con convicción ante los demás. En pocas
palabras, si vivimos enteramente como cristianos, no habrá ni siquiera necesidad
de preguntarnos quién es Jesucristo, porque nuestra vida será nuestra respuesta.
2."Ora
para entender, entiende para orar". Los misterios de la fe se conocen
mejor en la capilla que en el escritorio, se conocen mejor con la oración que
con el estudio, aunque ambos sean necesarios. Dios es El único que tiene la
llave de los misterios. Sólo Él puede abrirnos ese sagrario de su corazón. La
inteligencia, cuando está abierta a la fe, nos prepara y nos pone ante el
sagrario del misterio. La inteligencia, una vez que Dios nos ha permitido
entrar en el misterio, nos ayuda a darle vueltas y a captar algún que otro
átomo de su realidad superior e infinita. Pero únicamente la oración, si es
humilde, constante, confiada, mueve a Dios a abrirnos el sagrario del misterio.
Dentro de ese sagrario, el alma se extasía y el entendimiento comienza a
navegar por mares desconocidos. La teología más auténtica es la que se hace no
sólo desde la fe, sino sobre todo desde la oración, desde la inteligencia
orante y adorador del misterio. Igualmente, la predicación más verdadera es la
que ha pasado las verdades de la fe por el horno de la meditación. En las cosas
de Dios, el que ora entiende, y el que no, no entiende nada, o casi nada. Si
los cristianos orásemos más y mejor, los problemas de fe disminuirían en gran
número o desaparecerían por completo. En un mundo que a veces parece sin
sentido, la oración puede encontrarle sentido. ¡Vale la pena!
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Gustavo Quiceno