NADA MENOS QUE LA SANTIDAD
Cualquiera que ambicione ser canonizado algún día por la Iglesia, sin duda que no merecería serlo. Pero un cristiano que renunciara del mismo modo a la santidad sería un buen triste creyente.
El género “biografía de santos”, que se ha conocido durante una buena parte del siglo XX, tenía tendencia a idealizar sus vidas en menosprecio de una realidad más compleja hecha de retrocesos y de progresos, de combates y victorias, de dudas y de certitudes. Uno veía la santidad sobre todo como una cuestión de virtud y por consecuencia de moral.
Ahora, la primera lectura de este día, nos dice que la única verdadera razón para llegar a ser santo no es de orden moral, sino de orden teologal: “Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, yo soy santo”.
Nuestra vocación es todo aquello que hay entre lo más grande, porque ella consiste en imitar a Dios. Puede imaginarse un modelo más inspirador? Siguiendo la misma línea, el evangelio de este día nos propone un ideal no menos grande ni menos exigente: la santidad llega a ser imitación de Jesús en el servicio a los pobres y pequeños y la acogida concreta de Jesús en la persona misma de esos pobres y pequeños.
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Gustavo Quiceno