jueves, 24 de noviembre de 2011

25 de noviembre del 2011: En los 130 años del nacimiento del Papa Juan XXIII


« El Papa Juan XXIII ha dejado en la memoria de todos la imagen de un rostro sonriente y de dos brazos abiertos para abrazar el mundo entero ». 
                                                                                                     (Juan Pablo II)


                                                                                                     
Nunca he ocultado mi admiración profunda en mis conversaciones, aunque quizás poco manifiesta en mis artículos escritos por el papa Juan XXIII.  

La primera referencia que tuve de su nombre fue a comienzos de los 80, y cercano al centenario de su nacimiento, que pasó desapercibido para mí en ese momento (25 noviembre de 1981), justo en aquellos días de finales de ese noviembre y con 12 años yo había terminado mi escuela primaria y seguramente ya estaba decidido por mis padres donde iría,  y por ende mi matricula estaría sentada en el Instituto Juan XXIII, que señalaría mis inicios en la educación secundaria dentro de aquel claustro.

El nombre claro que al principio no me decía nada, solo sabía mínimamente que había sido un papa, alguien muy importante dentro de la Iglesia hacia algún tiempo, y esto porque quizás el Padre Antonio Maria Hincapié, fundador y rector del colegio que llevaba su nombre (Juan XXIII) nos daba fugaces pinceladas de su obra y milagros.

Así pues un  conocimiento más profundo de la vida del pontífice lo adquiriría después, en 1988, justo cuando decidí interesarme más  intensamente por la historia de la Iglesia y de sus papas. Además de la lectura de libros biográficos, enciclopédicos e históricos sobre él,  me toco más que nada los testimonios de compañeros seminaristas, sacerdotes profesores y lo que retenía de documentales sobre su vida.  Estando en el noviciado en 1991, tuve la oportunidad de leer apartes de su famosa autobiografía: "Diario de un alma".

Junto al Papa Juan Pablo I (Albino Luciani) y Juan Pablo II (karol Wojtyla) es Juan XXIII (Angelo Roncalli ) quien completa el trio de mis pontífices admirados y o amados, y que han influido profundamente en mi vocación sacerdotal en los últimos 20 años.

Lo que más me ha llamado la atención desde siempre de Juan XXIII, es su sencillez descollante, su bondad, su optimismo y su alegría. Una de las primeras anécdotas que escuche de él a finales de los 90 fue esta (palabras más, palabras menos):

Dicen que pocos días después de haber sido nombrado papa, su cardenal acompañante lo abordo una noche, una vez dejo el  oratorio o la pequeña capilla poco antes de las 12 donde se encontraba el Santo sacramento y le dijo: «Su excelencia, debo decirle que su santidad Pio XII, acostumbraba velar y orar  hasta las 2 de la mañana, yo noto que usted se va a dormir un poco más temprano…» A lo que nuestro buen papa  le responde con sumo respeto y amabilidad: “mire su excelencia, antes de partir yo le digo a Jesús, Jesús,  Tu sigue cuidando de tu Iglesia, ella te pertenece, Tu eres el dueño de toso esto,  yo por mi parte me siento cansado y me voy a dormir…Hasta mañana!”


ANGELO GIUSEPPE RONCALLI, nació el 25 de noviembre de 1881, en Sotto Il Monte, pequeño país de la provincia de Bérgamo…siendo el cuarto de trece hermanos y hermanas y el tercero entre los hijos varones.

La familia Roncalli tenía fama de gran religiosidad y los hijos fueron educados en el ejemplo y disciplina familiares: Rosario y oración en familia, amor y concordia que acompañaban el duro trabajo en el campo…

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma».

Aquélla, sin duda, fue la escuela primera en la que Angelo fue forjando su personalidad, con la que luego cautivaría a sus feligreses y al mundo entero: sencillo, inmensamente generoso y amable, a la vez que vital y exigente, vino a ser como un padre para todos sus hermanos.

En su infancia, conjugando sus estudios con los trabajos agrícolas, Angelo asistió a la escuela de su pueblo.

Cumplidos los 17 años, al escuchar el llamado de Dios para servirle como sacerdote, ingresó al seminario en Bérgamo. Debido a su buen aprovechamiento, le fue concedida dos años más tarde una beca, que le permitió continuar sus estudios teológicos en el Instituto San Apolinario, en Roma. En 1904 terminaba sus estudios de teología, siendo ordenado ese mismo año. Su primera misa la oficiaría en la Basílica de San Pedro, en Roma.

Pronto volvió a su diócesis, en Bérgamo, donde trabajó como secretario de su obispo (1905−1914). Al mismo tiempo se desempeñaba como profesor de historia de la Iglesia y de apologética en el Seminario de su ciudad.

La primera guerra mundial interrumpió sus labores habituales, pues fue llamado a dar su apoyo en la pastoral sanitaria, siendo incorporado posteriormente al cuerpo de capellanes militares.

Terminada la guerra, el padre Roncalli volvió a sus antiguas ocupaciones, aunque pocos años más tarde, en 1921, el Papa Benedicto XV lo llamó a Roma para trabajar en la Congregación para la propagación de la Fe.

En 1925 recibía la ordenación episcopal de manos de S.S. Pío XI, quien desde entonces lo introduciría a las tareas diplomáticas nombrándolo Visitador Apostólico −y desde 1931, Delegado Apostólico en Bulgaria.

Nueve años después, en 1934, sería nombrado Delegado Apostólico para Grecia y Turquía. Su lugar de residencia, hasta 1937, sería Estambul, y posteriormente, Atenas. En esta última ciudad pasaría la mayor parte de la segunda guerra mundial, donde con ayuda de la Santa Sede y en contacto estrecho con la Iglesia Ortodoxa, se dispuso a prestar una significativa ayuda a la población nativa.

Aquellos años vividos en el Cercano Oriente le permitieron tener significativos contactos con miembros de las Iglesias Orientales, contactos que sin duda hicieron más cercanas las relaciones con la Sede de Pedro.

Su fructífera labor en Estambul hizo que Pío XII le enviase como Nuncio a Francia, en diciembre de 1944.

Sus denodados esfuerzos por apoyar al episcopado local le permitieron a la vez desarrollar nuevos métodos pastorales. Como Nuncio intercedió para que los prisioneros de guerra recibiesen un trato digno, logrando que aquellos que se preparaban para el sacerdocio, pudiesen seguir sus cursos de teología en Chartres.

En los años en los que permanece en París, el Nuncio conquistará Francia mediante su acogedora amabilidad, su comportamiento modesto y su caridad que abarca a todos sin hacer diferencias, así que llega a declarar abiertamente: "A menudo me encuentro más a gusto entre ateos o comunistas que entre algunos católicos fanáticos y fundamentalistas". Tiene relaciones de amistad y contactos con toda clase de gente, incluso con parlamentarios y hombres del Gobierno que pertenecen a partidos contrarios a la Iglesia, multiplica los contactos humanos mediante su brillante y prudente conversación, rebosante de calor humano. Por poner un ejemplo en una recepción diplomática, el Nuncio Roncalli se da cuenta que el embajador soviético está arrinconado y con cierto enfado. Se le acerca y empieza a hablarle de una manera muy rara para un diplomático: "Excelencia"- le dijo- "nosotros pertenecemos a dos campos opuestos; pero tenemos en común algo importante: la barriga. Ambos estamos un poco redondos…". Bolgomolov suelta una carcajada muy alegre y el hielo se rompe.

En 1952 fue nombrado Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU.
En enero del año siguiente fue nombrado cardenal y patriarca de Venecia, en donde, paternal y bondadosamente, siempre espontáneo y cercano en el trato con la población y con el clero, con un notable celo pastoral supo conducir a la grey encomendada a su cuidado por el camino de la virtud cristiana.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II.

Para S.S. Juan XXIII cuatro habían de ser los principales propósitos de este gran Concilio:

Buscar una profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma.

Impulsar una renovación de la Iglesia en su modo de aproximarse a las diversas realidades modernas, mas no en su esencia.

Promover un mayor diálogo de la Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo.

Promover la reconciliación y unidad entre todos los cristianos.

Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor.

Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
Cuanto más avanzaba en la vida y en la santidad, tanto más conquistaba a todos con su sabia sencillez.

Se cuenta que uno de los primeros actos del papa al día siguiente de su elección, fue invitar a los periodistas encargados de comunicar al mundo sus hechos y gestas (gestos) de moderarse a la hora de emplear fórmulas de veneración protocolaria.

La sencillez fue destacable a lo largo de la vida del “Papa de la sonrisa”, del papa bueno, del “papa Juan”, como gustaba que le llamara el pueblo de Roma.

Siendo Monsenor Roncalli, Nuncio Apostólico  en Francia , gozó de una gran popularidad por su espíritu de acogida, su labor infatigable visitando las provincias eclesiales, atento siempre y listo para manifestar la presencia del Padre común a quien él representaba.

Se ganaba los corazones por su sonriente delicadeza al acoger. El seducía las inteligencias por la sabiduría, la lucidez de sus juicios.

Frases célebres del Papa bueno:

«Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad»

«No es el evangelio el que ha cambiado, somos nosotros que lo comprendemos mejor»

«Basta la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la construcción del futuro»

«Las pocas cosas que he aprendido de vosotros en casa -escribió a sus padres- son aún las más valiosas e importantes, y sostienen y dan vida y calor a las muchas cosas que he aprendido después».




El Papa Juan XXIII y los judíos

Joseph D'Hippolito

Fuente de prensa: 

Por casi 60 años una airosa controversia empañó la respuesta de la iglesia Católica Romana con respecto al Holocausto. De todas maneras, un evento reciente que pasó desapercibido ilustra otra parte de la historia.

El 10 de Julio en las cercanías de Buenos Aires, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg bautizó un jardín de infantes con el nombre de Monseñor Angelo Roncalli. El jardín de infantes, parte de las adyacencias del Centro de la Comunidad Raoul Wallenberg, asiste a chicos de familias pobres. Entre quienes presidieron el acto estaba el Cardenal Walter Kasper, presidente de la Comisión Pontifical Vaticana para su Integración con la Comunidad Judía.

Roncalli – quien se convertiría en el Papa Juan XXIII – jugó un rol principal al salvar las vidas de miles de judíos mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial.

”Demasiada tinta y sangre se han derramado en la tragedia judía en aquellos años”, dijo Chaim Barlas, quién trabajó muy cerca de Roncalli como cabeza del Comité de la Agencia Judía de Rescate en Palestina. ”Pero de los pocos hechos heroicos logrados en el rescate de Judíos, uno de ellos pertenece el delegado apostólico Monseñor Roncalli, quien trabajó infatigablemente en su favor.”

La Fundación Internacional Raoul Wallenberg pidió al Museo del Holocausto en Israel la designación de Roncalli como ”Justo entre las Naciones”, un honor reservado a los no judíos que ayudaron judíos durante el Holocausto. El Rabino Simon Moguilevsky, jefe de rabinos en Buenos Aires, definió a Roncalli como, ”Un verdadero hombre enteramente creado a la imagen de Dios.”

Dado su comportamiento ejemplar Roncalli ganó el premio mucho antes del Holocausto. Como representante del Vaticano en Bulgaria de 1925 a 1934, trabajó activamente no sólo para servir las necesidades de la pequeña comunidad católica de Bulgaria sino también para reducir la intensa sospecha de la apabullante mayoría Ortodoxa.

Hay tres ejemplos claros. Nueve días antes del arribo de Roncalli a Bulgaria, un grupo de terroristas intentaron asesinar al Rey Boris III colocando una bomba en la cúpula de Sofía, la principal Catedral Ortodoxa. La explosión quebró la cúpula y esta se esparció sobre los fieles, matando a 150 y causando heridas a otros 300.

Roncalli visitó a los heridos en un hospital católico que ofreció cuidados gratuitos a todos, sin importar credo. Boris quedó tan impresionado que recibió a Roncalli a los pocos días – un gesto significativo, dado que Roncalli no poseía status diplomático; su título oficial era ”Visitador Papal”. El monarca probaría ser indispensable para Roncalli veinte años más tarde.

En Julio de 1924, Roncalli visitó un pueblo donde el sentimiento anti-católico estalló en violencia. Como Lawrence Elliott escribió en su biografía, ”Me llamarán Juan”: ”Él devolvió resplandores de hostilidad con amor. Luego predicó un sermón tan amistoso y absolutamente lleno de buenos deseos que el Vice Prefecto Ortodoxo, un anti Católico dueño de un salvaje carácter, lo visitó para pedirle disculpas.”

En 1928, una serie de terremotos devastó la parte Central de Bulgaria. Roncalli personalmente dirigió la distribución de alimentos y frazadas en las zonas más arrasadas, y hasta durmió en tiendas de campaña junto a los sin techo, ”consolándolos con su presencia cuando no tenía nada más que ofrecer”, escribió Elliott. Roncalli también solicitó fondos papales y privados para una gran cocina que alimentó a todos los damnificados por casi dos meses.

Seis años más tarde, el Vaticano envió a Roncalli a Estambul como delegado apostólico de Turquía y Grecia. Aunque no tenía ningún acercamiento diplomático con el gobierno secular de Turquía, Roncalli desarrolló relaciones cordiales con diplomáticos y oficiales siendo el único representante del Vaticano. Estos contactos resultaron vitales cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, entonces la neutralidad de Estambul se convirtió en un nido de intriga diplomática y espionaje.

La primera vez que Roncalli escuchó el ruego de Judíos en las zonas ocupadas por los Nazis, fue cuando se encontró con Judíos refugiados en Polonia, en Septiembre de 1940 – los ayudó a escapar hacia Palestina, por entonces una colonia Inglesa.

”Estamos lidiando con uno de los misterios más grandes en la historia de la humanidad”, escribió Roncalli sobre el Holocausto. ”Pobre niños de Israel. Diariamente escuchó sus quejidos a mi alrededor. Son familiares y comparten la tierra de Jesús. Que el Salvador Divino venga en su ayuda y los ilumine.”

Roncalli incluso transmitió su rabia a los Alemanes. Rechazó al embajador Alemán Franz von Papen, un devoto Católico que sugirió que el Papa Pío XII, conocido anti-Comunista, debía demostrar públicamente su apoyo por la invasión Alemana a la Unión Soviética.

”Y qué debo decirle al Santo Padre”, contestó Roncalli, ”de los miles de Judíos que han muerto en Alemania y Polonia a manos de sus compatriotas?”

Sin embargo, hasta von Papen resultó útil. Roncalli escribió al tribunal de Nüremberg que von Papen – uno de los últimos cancilleres de la República de Weimar que a duras penas escapó a la muerte en una purga Nazi en 1934 – ”me dio la oportunidad de salvar 24.000 vidas Judías.”

Con el aumento de la persecución racial, Roncalli apuró sus actividades. En Enero de 1943 trasladó el pedido de Berlas al Vaticano, preguntando si algún otro país neutral podía garantizar asilo a Judíos, para informar al gobierno Alemán que la Agencia Judeo-Palestina tenía 5.000 certificados de inmigración disponibles y para solicitar a la Radio del Vaticano que difundiera que ayudar a los Judíos era un acto de misericordia aprobado por la iglesia.

Aunque el Vaticano se negó, Roncalli permaneció firme. Con la ayuda de Boris, rey de Bulgaria, un reclutante del eje Aliado, Roncalli utilizó la Cruz Roja para salvar de la ejecución a miles de Judíos Eslovacos que habían sido deportados a Bulgaria.

En Febrero de 1944, Roncalli tuvo dos encuentros con el Rabino Isaac Herzog, Gran Rabino de Jerusalem. Herzog le pidió que interceda por 55.000 judíos presos en Rumania, otro país del eje Aliado. Aunque Roncalli notificó a Roma, solo 750 refugiados Judíos – 250 huérfanos – se salvaron al llegar su barco a Jerusalem.

”Los márgenes de habilidad de Roncalli ahora eran una cruel apariencia”, escribió Peter Hebblethwaite en su biografía. ”Quedaba muy poco lugar para maniobrar.”

Sin embargo en 1944, Roncalli lanzó su apuesta más arriesgada.

Ese verano, Roncalli recibió a Ira Hirschmann, una enviada especial de la Junta de Refugiados de Guerra Americana e inmigrante Húngara. Alemania invadió a Hungría en Marzo, y Hirschmann aportó notas sobre estadísticas y testigos de las purgas anti-Semitas.

”Roncalli escuchó atento mi relato del ruego desesperado de los Judíos en Hungría”, señaló más tarde Hirschmann. Luego acercó su silla y preguntó en voz baja, ”¿Tiene algún contacto con personas en Hungría para colaborar?”.

El monseñor había oído reportes sobre monjas Húngaras que distribuían certificados de bautismo a Judíos, en su mayoría niños. Oficiales Nazis reconocieron los certificados como legítimos y les permitieron dejar Hungría sin ser molestados. Roncalli planeó reforzar y expandir la operación – sin importar si los Judíos eran realmente bautizados. Hirschmann lo apoyó.

”Estaba claro que Roncalli consideró el plan antes de mi arribo”, recordó Hirschmann, ”y que creó un ambiente en el cual pude probar mis credenciales, mi discreción y mi habilidad para llevar a cabo la operación.”

Roncalli utilizó correos diplomáticos, representantes del papado y a las Hermanas de Nuestra Señora de Zion para transportar y emitir certificados de bautismo, certificados de inmigración y visas – muchas de ellas falsas – a judíos de Hungría. En un informe del 16 de Agosto de 1944, Roncalli ilustra al nuncio papal en Hungría la intensidad de la ”Operación Bautismo”:

”Dado que los ‘Certificados de inmigración’ que le enviamos en Mayo han contribuido a salvar las vidas de los Judíos a los que estaban destinados, he aceptado de la Agencia Judía en Palestina tres paquetes más, rogando que su excelencia los entregue a la persona a la que estaban destinados, Mr. Miklos Krausz.”

Miklos Krausz era Moshe Kraus, secretario en Budapest de la Agencia Judeo Palestina.

La ”Operación Bautismo” demostró ser tan efectiva que cuando los Soviéticos tomaron Budapest en Febrero de 1945, ”unos 100.000 judíos (200.000 en toda Hungría) resultaron ilesos”, escribió Elliott.

Para esa época, Roncalli se encontraba en su tercer mes como nuncio papal en Francia, considerada como la posición más buscada en el cuerpo diplomático del Vaticano. En 1952, Pío XII lo nombró Cardenal y Patriarca de Venecia. Seis años más tarde, Roncalli se convirtió en el Papa Juan XXIII y reinó hasta su muerte en 1963.

El pontificado de Juan XXIII es más conocido por el Segundo Concilio del Vaticano, que él inició para modernizar las prácticas y actitudes Católicas. Un resultado de ese Concilio fue la encíclica Nostra Aetate (”En nuestro tiempo”), que enfatizaba en las raíces Judeo Cristianas y fue pensado para reparar siglos de hostilidad entre ambas creencias. Algunos extractos:

”Dado que el patrimonio espiritual común a Cristianos y Judíos es tan grande, esta sagrada asamblea quiere recomendar y promover el entendimiento mutuo y el respeto que es el fruto, sobre todo, de los estudios teológicos y bíblicos como así también del diálogo fraternal.”

”Aunque la iglesia sea el nuevo pueblo de Dios, los Judíos no deben ser presentados como excluidos o acusados por Dios, como si ello saliera de las sagradas escrituras.”

”Además, en su rechazo de toda persecución contra cualquier hombre, la Iglesia, consciente del patrimonio que comparte con los Judíos y movida no por razones políticas sino por el amor espiritual de los Evangelios, denigra odios, persecuciones, muestras de anti-Semitismo, dirigido en contra de los Judíos en cualquier momento y por cualquier persona.”

Aunque Juan XXIII murió antes de que el documento se hiciera público, expresa teológicamente la valerosa actitud que demostró dos décadas atrás.
”Para Roncalli, quien se refirió al virtual genocidio Judío Europeo como seis millones de crucifixiones”, escribió Elliott, la misión para salvar Judíos de las manos de Hitler,”no fue de una sola persona, pero sí obligatoria en cualquiera que clamara amar a Dios y a la humanidad.”

Traducción: Enrique Borst


Entrevista al sobrino nieto del pontífice, el periodista y ensayista Marco Roncalli

ROMA, martes, 21 noviembre 2006 (ZENIT.org).- La historia del beato Papa Juan XXIII es todavía centro de un intenso debate y de numerosos lugares comunes que deforman su figura intelectual y espiritual.

Para hacer claridad sobre el tema, se acaba de publicar el libro en italiano de Marco Roncalli «Juan XXIII – Angelo Giuseppe Roncalli. Una vida en la historia» («Giovanni XXIII – Angelo Giuseppe Roncalli. Una vita nella storia»), de la Editorial Mondadori.

El autor es el sobrino nieto del Papa Juan XXIII, quien entre otras cosas ha sido también editor de la correspondencia (1933-1962) entre Loris Francesco Capovilla, Giuseppe De Luca e Angelo Giuseppe Roncalli, publicada este año por Ediciones de Historia y Literatura (http://www.storiaeletteratura.it).

La importante biografía del beato Angelo Giuseppe Roncalli será presentada en el teatro «Alle Grazie» de Bérgamo, Italia, el próximo 24 de noviembre por el arzobispo Loris Capovilla, que fue secretario del Papa Juan XXIII, y por monseñor Gianni Carzaniga, presidente de la Fundación Papa «Giovanni XXIII».

Para profundizar en toda la aventura humana y espiritual de Angelo Giuseppe Roncalli y explorar las reales expectativas del Papa sobre los problemas de la fe y el anuncio del Evangelio, Zenit ha entrevistado a Marco Roncalli.

–¿Cuáles son los lugares comunes que pretende desmentir sobre la historia humana y espiritual del beato y amadísimo pontífice Juan XXIII?

–Marco Roncalli: Diría que son muchos. Emergen con claridad si se revisan con atención todas las fuentes de Angelo Roncalli, en especial aquellas inéditas: pienso en ciertos cuadernos juveniles, en las agendas o diarios, en algunos epistolarios y colecciones de homilías, pero me refiero también a documentación relativa a su figura, que ha emergido en varios archivos y conocida por pocos especialistas en los congresos más recientes.

Y podemos empezar desde lejos. Pensemos en el gastado cliché de un Roncalli campesino, casi depositario de una sabiduría ancestral. Es verdad que las raíces son importantes, su familia también, pero no olvidemos que entró siendo niño en el seminario y aquella fue su nueva familia. El seminario formó al hombre y al hombre de Iglesia.

En suma, la extracción social de Roncalli no es un hecho secundario (si bien común a gran parte del clero septentrional italiano a comienzos del siglo XX): derivan probablemente de allí cierta tenacidad y constancia, unidas a un fuerte sentido práctico y al respeto de los tiempos necesarios en cada ciclo (emblemáticamente, el momento de la «siembra» y el de la «cosecha» o la «fidelidad a la tierra»), todos elementos de su carácter. Y de ahí deriva también una cierta armonía entre naturaleza y sobrenaturaleza, un modo de vivir el presente mirando al futuro con una confianza incondicional en la providencia de Dios. Pero, repito, el cliché de Roncalli producto exclusivo de una cultura campesina, o del chico del campo llegado a Papa que no olvida a los «últimos», como si justo las raíces de Roncalli «sic et simpliciter» pudieran explicarnos todo, no se sostiene por sí solo. En cambio, empezando por los años del seminario, sin romper o atenuar el lazo con los suyos y su tierra, madura pronto en él la conciencia de ser miembro de la Iglesia universal. Elegido Papa, dijo enseguida que su familia era el mundo.

Otro cliché es el de un Roncalli demasiado sencillo, mientras que quien estudia su vida tiene ante sí una figura compleja, pero una figura en la que la cultura ha tenido un papel importante, los estudios, los encuentros con escritores, filósofos, teólogos, etc., a lo largo de toda la vida.

Así, explorando los archivos, encontramos a un jovencísimo Roncalli que es ciertamente el conocido hasta ahora por «Diario de un alma», su compendio espiritual, pero también un seminarista muy sensible, atento a los horizontes más vastos de la cultura de su tiempo. Lo vemos en el alba del siglo XX, consciente de la relación problemática entre tradición y renovación, de la necesidad de una progresiva atención de la Iglesia a las nuevas instancias culturales.

Quien, por ejemplo, lee un cuaderno suyo de apuntes inéditos titulado «Ad omnia», ve cómo se interroga no sólo sobre el fenómeno del «modernismo», una tempestad a través de la cual pasa también él, sino también sobre el «americanismo»: monseñor John Spalding, John Ireland, el cardenal James Gibbons, con sus hipótesis eclesiológicas, su concepción de la confrontación ineludible entre el cristianismo y la modernidad.

Otro punto: a menudo se ha hecho pasar al Papa Juan por un Papa débil, que sufría. En cambio, basta leer sus agendas o diarios para darse cuenta de cuánto sabía moverse con decisión. Algunos biógrafos han dicho que Juan XXIII leía en el último minuto textos preparados por otros. Es totalmente falso. Varias notas de diario documentan jornadas enteras dedicadas a escribir de su puño y letra discursos. Escribe por ejemplo el 28 de junio de 1962: «Jornada de vigilia de San Pedro: dedicada totalmente a preparar el discurso en San Pedro después de las Vísperas. Me costó un poco el componerlo, palabra por palabra como hago, y todo yo mismo en estas circunstancias. Pero en fin, aunque no siempre esté encantado conmigo mismo, estoy contento de cumplir una función, y de transmitir al clero y a los fieles un sentimiento que es totalmente mío. Papa lo soy por voluntad del Señor que me es buen testimonio: pero ser un papagallo que repite de memoria el pensamiento y la voz de otros verdaderamente me mortifica».

Ciertamente había nacido –por utilizar un eslogan– «para bendecir y no para condenar», pero su ser humilde o amable no equivalía a ser débil o acomodaticio. Ciertamente era menos «decisionista» que su predecesor, sin embargo dejaba a un lado la mansedumbre cuando se convertía en una coartada para los demás.

Pienso en mayo de 1962, cuando tenía lugar la llama crisis de la exégesis bíblica, y dada la inactividad de la homónima comisión, por no hablar de las fricciones respecto al trabajo del cardenal Agostino Bea, cada vez más activo en la preparación del Concilio, escribió al cardenal Eugenio Tisserant una carta que parece un ultimátum: «O la comisión bíblica se mueve, trabaja y provee, sugiriendo al Santo Padre medidas oportunas a las exigencias de la hora actual; o vale la pena que se disuelva y la autoridad superior provea ‘in Domino’ a una reconstitución de este organismo. Pero es necesario absolutamente quitar la impresión sobre las incertezas que circulan por aquí y por allá, y no honran a nadie, de temores acerca de posturas netas que conviene tomar sobre orientaciones de personas y escuelas […] Sería motivo de gran consuelo si con la preparación del concilio ecuménico se pudiera lograr una comisión bíblica de tal resonancia y dignidad que se convirtiera en punto de atención y de respeto para todos nuestros hermanos separados que, abandonando la Iglesia católica, se refugiaron como refugio y salvación bajo las sombras del Libro sagrado, diversamente leído e interpretado».

Este dato emerge también en las relaciones con sus colaboradores. Cuando alguno hacía algo que no le gustaba aún atento a salvaguardar las relaciones, no temía darlo a entender a su interlocutores.

Sucedió especialmente con el cardenal Alfredo Ottaviani, pero también con el cardenal Angelo Dell’Acqua. ¿Un ejemplo?

Este último, al día siguiente de la crisis del gobierno italiano del invierno de 1961 centrada en Fanfani– se dio cuenta de que el Papa está más bien frío con él. ¿Motivo? Se vino a saber que el sustituto de la Secretaría de Estado Dell’Acqua había comido en casa de Fanfani y la cena familiar se convirtió gracias a los chismes de la Curia, en un encuentro para la definición del equipo de Gobierno con el papel relevante de Dell’Acqua. La pronta clarificación del sustituto fue ocasión para que el Papa se desmarcara de las cuestiones políticas italianas: «¡Me habían dicho otra cosa y lo siento! Nosotros no podemos ocuparnos en cuestiones que corresponden exclusivamente al estado italiano; no somos nosotros quienes debemos intervenir en esta materia, ¡compilar una lista! Estaba dispuesto a retirarle mi amistad».

Los ejemplos con Ottaviani son más numerosos. Y así Juan XXIII interviene directamente ante Ottaviani, cuando está preocupado de la identidad del Santo Oficio que corre el riesgo de no ser ya como escribe en su diario ese «monasterio de estrechísima clausura, dejado a su tarea, severo ciertamente pero reservadísimo, en cuanto concierne a la vigilancia, la custodia, la defensa de la doctrina y de los preceptos del Señor», que deja de ser la «Suprema Congregación de la que el Papa es el verdadero Superior» y «de cuya autoridad todo debe depender y de derecho y de hecho depende, al menos en los asuntos más importantes y significativos», sino el «baluarte» en torno al cual, aún en la perspectiva de defender los valores cristianos, se acaba por hacer política de poca monta…

También recientemente se ha hablado de un Papa ingenuo ante Nikita Jruchov [secretario en ese momento del Partido Comunista de la Unión Soviética, ndr.]. Leemos lo que escribe Juan XXIII en el diario el 20 de septiembre de 1961, después de que por primera vez, comentando el radiomensaje papal del 10 de septiembre, el líder soviético hablaba bien del Papa. Este es su comentario íntimo: «Por la tarde en la televisión dan la noticia de Jruchov, el déspota de Rusia, sobre mis llamamientos a los hombres de estado por la paz: respetuosas, calmadas, comprensibles. Creo que es la primera vez que las palabras que invitan a la paz de un Papa hayan sido tratadas con respeto. Creerse la sinceridad de las intenciones de quien tiene a gala profesarse ateo y materialista, aunque hable bien de la palabra del Papa, es otra cosa. Mientras tanto, mejor esto que el silencio o el desprecio. ”Deus vertat monstra in bonum”». ¿Puede bastar?



REFERENCIAS




Acá se pueden ver dos videos gratis  de  películas completas sobre la vida de Juan XXIII:






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Gustavo Quiceno