Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos
de los Apóstoles (6, 8-10; 7, 54-59)
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y señales entre la gente. Algunos judíos de la sinagoga llamada “de los Libertos”, procedentes de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no podían refutar la sabiduría inspirada con que hablaba. Al oír estas cosas, los miembros del sanedrín se enfurecieron y rechinaban los dientes de rabia contra él.
Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.
Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven,
llamado Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración:
“Señor Jesús, recibe mi espíritu”.
Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz:
“Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Diciendo esto, se durmió en el Señor.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 30
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Sé tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio, la muralla que me salve. Tú, que eres mi fortaleza y mi defensa, por tu nombre, dirígeme y guíame.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. Tu misericordia me llenará de alegría, porque has visto las angustias de mi alma.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Líbrame de la mano de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame por tu misericordia.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (10, 17-22)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los injurien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque, en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes.
El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre, a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin se salvará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
SAN ESTEBAN: El primer testigo de Jesús
Es curioso, y no deja de
ser admirable que al día siguiente de la navidad (nacimiento de JESUCRISTO),
celebremos al primer mártir, es decir, a su primer testigo que da la vida por
la causa de la Buena Noticia (evangelio) que el pequeño del pesebre origina…
San Esteban (griego:
Stephanos, «corona», )? fue diácono, considerado el protomártir (primer mártir
cristiano).
La figura de San Esteban
se encuadra a principios del siglo I, momento en el que el Cristianismo era
considerado una secta más del Judaísmo. Según los Hechos de los Apóstoles,
Esteban era el líder de los siete diáconos nombrados por los apóstoles en
defensa de los judíos helenistas, esto es, aquellos judíos de la diáspora que
hablaban griego a pesar de vivir en Jerusalén. Desde esta posición, Esteban
denunciará las preferencias que la Iglesia daba a los judíos hebreos frente a
los judíos helenistas, condenando a su vez el uso del Templo de Jerusalén como
asiento de la idolatría contraria a la Ley de Moisés y afirmando que sólo Jesús
estaba llamado a espiritualizar el culto del templo.
Estas ideas chocarán con
los intereses materiales de la casta sacerdotal y con las creencias del pueblo
judío, lo que acabará incomodando a los fariseos de algunas sinagogas, quienes
acusarán a Esteban ante el Sanedrín de blasfemia contra Moisés y contra Yahveh.
La asamblea lo considerará culpable y Esteban será lapidado a las afueras de
Jerusalén mientras, según la tradición, este oraba por sus verdugos, diciendo:
"Señor, no les tomes en cuenta este pecado". Entre los participantes
se encontrará el futuro San Pablo, aunque las fuentes nos dicen que
aparentemente no participó en el apedreamiento, sino que se limitó a cuidar la
ropa de los que lo hacían.
A la muerte de Esteban,
el grupo de los helenistas se dispersará por Palestina y Antioquía, donde la
prédica se hará incluso a los paganos. El martirio de San Esteban supondrá el
final del Cristianismo como secta del Judaísmo, al separar el culto cristiano
del culto judío practicado en Jerusalén. Los helenistas sentarán las bases del
Cristianismo concebido como una religión universal, no exclusivamente judía,
concepto que más tarde llevará a su máxima expresión San Pablo y que se ratificará
en el Concilio de Jerusalén.
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Gustavo Quiceno