El sacramento de la alegría (O el gozo de volver a casa)
09.03.11 | 09:00. Archivado en Religión
Los antecedentes:
confesionario
¿Por qué los católicos de hoy se
confiesan poco o nada? Es incompleto responder que se ha perdido religiosidad y
fervor. En mi opinión queda muchísima gente auténtica, que se siente Iglesia y
que tiene verdadera "determinación de progresar", pero a la que la
rutina y las formas caducas le hacen daño. Se hace necesario profundizar y
recuperar el origen, la autenticidad del Evangelio.
Los católicos sabemos que este
sacramento es fuente de vida y fue instituido por Cristo. Pero sabemos
igualmente que "las formas" han sido establecidas por la Jerarquía
conforme a las luces y circunstancias de cada época. Tales formas, por tanto,
pueden cambiarse. La práctica actual se centra en la "confesión de
boca" y el "cumplimiento de la penitencia". Las denominaciones
empleadas lo confirman: confesión, confesarse, sacramento de la penitencia.
Sin embargo, la esencia de este
sacramento está en la vuelta al Padre, en la conversión, en la elección del
bien y consiguiente rechazo del mal. Es lo que en la formulación tradicional se
ha llamado "contrición de corazón" y "propósito de la
enmienda", relegados hoy al secreto personal.
Muchos católicos pensamos que
deberían replantearse las fórmulas y privilegiar la esencia del sacramento
dejando la "confesión vocal" para quien la necesite y quiera
ejercerla. La praxis del sacramento, individual o comunitaria, debería basarse
en un buen análisis de la interioridad y en una manifiesta actitud de cambio,
que desemboque en la absolución individual o colectiva. Nadie sentiría invadida
su dignidad personal, ni surgirían frenos, aprensiones o vergüenzas. Sería
sencillamente la celebración de una fiesta, la inmersión en lo mejor de uno
mismo, el gozo de volver a mi fidelidad interior. Y, desde ahí, seguir
caminando con fuerzas renovadas. Ése me parece el genuino sentido de la
conversión evangélica de la que nos hemos distanciado.
Sé lo importante que es para el
ser humano hablar "de corazón a corazón", por eso prefiero el
sacramento individualizado, pero con el acento en la voluntad de cambio, no en
la retahíla de pecados. Cuando abro el corazón a alguien de confianza, mis
errores y mis sombras saldrán como gazapos asustados, sin que centre mi
esfuerzo en las cuadrículas rotas sino en mi aspiración a mejorar. (Habría que
preguntarse aquí si nuestros sacerdotes de hoy tienen el "perfil
humano" necesario para inspirar confianza, pero no puedo desviarme).
Prodigo 2
Cuando volvió el hijo pródigo, el
Padre "salió corriendo, se le echó al cuello y le cubrió de besos"
(Lc 15,21). Cuando el harapiento pródigo comenzó a musitar: "he pecado
contra el cielo y contra ti, no merezco llamarme hijo tuyo", el Padre le
interrumpió devolviéndole la dignidad de hijo (anillo, túnica, sandalias) y
convocando una fiesta. No hay preguntas sobre lo que hizo o dejo de hacer, ni
mucho menos con quién, cuántas veces o de qué manera. Sólo besos, abrazos y
festejo "porque ha vuelto a vivir". Este sacramento debería llamarse,
con toda propiedad, "sacramento de la alegría".
En el episodio de la adultera no
se pide explicación del pecado ni siquiera expresión de arrepentimiento. Jesús
la exime del juicio y le salva la vida: "¿Dónde están tus acusadores?
¿Ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más"
(Jn 8,10).
La intervención de Cristo frente
al pecado nunca exige acusaciones, nunca agrede la sensibilidad personal, sino
que libera, perdona, motiva y orienta gratuitamente. ¿No sería posible recoger
tales actitudes en la formulación canónica del mal llamado "sacramento de
la penitencia"? ¿Por qué es necesaria la vergonzante desnudez de todos los
pecados? No se me oculta la finalidad pedagógica del relato acusatorio y el
pertinente consejo del confesor. Pero estoy convencido de que la eficacia de
los sacramentos se basa en la actitud interior del receptor y esa actitud es la
que hay que provocar, ayudar y consolidar, sin centrarse en la "lista de
pecados", como se hace actualmente. La formación moral hay que darla
fuera del sacramento.
Zaqueo
A Zaqueo tampoco se le pide nada
y mucho menos la confesión de sus culpas. Bastó la curiosidad, un mínimo
acercamiento, para que Jesús tomara la iniciativa: "Baja que hoy me
hospedaré en tu casa" (Lc 19,5). No le pidió que pusiera en orden su vida.
Sólo le miró y le sintió digno de ser su anfitrión. Es decir, reconoció su
fondo positivo, no le juzgó, no le humilló, le amó y confió en él. Ante esa
actitud del Señor surgió lo mejor del estafador Zaqueo: "La mitad de mis
bienes se la doy a los pobres y, si a alguien he defraudado, le devolveré
cuatro veces más" (Lc 19,8). ¿No sería más eficaz y evangélico un
"sacramento de la alegría" en el que nos ayudaran a reencontrarnos
con lo mejor de nosotros mismos y ejercitarlo, en vez de coleccionar pecados?
En la primera y última confesión
del Buen Ladrón no hay propósito de la enmienda porque ya no hay tiempo, ni
petición de perdón. Sólo la intuición de que Aquél era bueno y ante Él nace una
adhesión instintiva: "Acuérdate de mí cuando estés en tu reino" (Lc
23,42). Bastó esa mínima "actitud de cambio", de distinción entre el
bien y el mal, para oír la respuesta inefable de la Misericordia: "Conmigo
en el paraíso estarás hoy", sin rendición de cuentas, sin requisitos
formales, sin exigencia alguna, pura y simple misericordia para quien la intuye
y solicita.
lágrimas de Pedro
Por fin, la gran apostasía de
Pedro. Una vez más Jesús se sitúa en lo positivo del hombre y, sin juicios,
sumerge a Pedro en el agua limpia del fondo: "¿Me quieres más que
éstos?" (Jn 21,15). La respuesta no es la vocalización de su pecado, ni siquiera
de su llorado arrepentimiento. Lo que importa es la expresión, la ratificación,
la evidencia de lo positivo que late en su corazón: "Sí Señor, Tú sabes
que te quiero".
¿Se parecen nuestras rutinarias
ringleras a estas confesiones?
continuará....
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Gustavo Quiceno