La publicidad, sea en la televisión, en las revistas o los diarios, nos
presenta sin cesar las creaturas de ensueño para vender tal o cual producto de
belleza o de consumo corriente.
Las colecciones de los grandes diseñadores hacen alusión al encanto sensual
de los maniquíes profesionales que valorizan las nuevas tendencias de la moda
para el próximo otoño.
Muchos adolescentes caen bajo el encanto de esta o aquella cantante o
actriz de belleza insolente y hacen todo por parecérseles en su manera de
vestir, en la imitación de sus maneras, de su peinado o su maquillaje.
Al igual que ustedes, yo circulo en las calles de nuestras ciudades,
Al igual que ustedes miro la publicidad entre los programas televisivos de
la noche,
como ustedes hojeo las revistas en la sala de espera de mi odontólogo,
al igual que ustedes (mismo, si soy sacerdote) no soy insensible a la
belleza de un rostro femenino, a su sonrisa, a su encanto.
Ciertamente, yo veo mujeres bellas y seductoras, en las cortas pausas publicitarias, en un
pasaje de una película en el cine o la televisión.
Es necesario seducir un público para vender una nueva crema de belleza, una
nueva marca de yogurt, la ultima película que causará sensación, el DVD que
será el hit del verano. Esta es la ley del mercado.
La imagen de la mujer que nos fabrican los medios de comunicación con el
mito de la eterna juventud
·
Con
la piel siempre tersa,
·
Con
tinte brillante y claro,
·
Con
aire deportivo y emancipada,
·
Audaz
y refinada,
Todo esto no estará más bien deformando la verdadera feminidad o si ustedes
prefieren, disimulando detrás de las apariencias o mascaras lo más precioso que
hay en la vida de una mujer: su corazón?
Porque si todo, no es más que juego o ley de seducción, qué pasa cuando
esto desaparece?
Lo que yo no alcanzo a percibir sea
·
En
la pequeña o grande pantalla,
·
O
en cualquier revista y en las fotos de prensa,
Es la belleza del corazón, la belleza interior. Esta belleza que muchos de
nosotros hemos percibido en la mirada de nuestras madres después de los
primeros instantes de nuestra vida hasta hoy.
Yo creo profundamente que esta mirada del corazón es la que hace realmente
bella a una mujer, y aun más cuando esta se convierte en mamá.
Yo me convenzo aun más que esa mirada no se apaga con la muerte y tengo la firme convicción que la mirada de
una madre es eterna porque ella no puede quitar de sus ojos el fruto de su
carne y de su ternura, ya sea que esté en la tierra o en el cielo.
María, nunca ha sido elegida reina de belleza y sin embargo, el Padre
Eterno cuyo amor es todo poderoso la ha escogido como soberana y la Iglesia nos
pide reconocerla como tal.
Si ustedes sienten curiosidad de recorrer los evangelios, verán que la
joven chica de Nazaret, nunca revindicó ni buscó ninguna pretensión ni ningún
titulo, que ella nunca se puso por adelante ni buscó ningún reconocimiento. Ella
permaneció humilde y fiel en su lugar.
Pero Dios que ve el corazón de cada uno ha sabido al mirar el corazón de
María y que poseía todo lo que Él preveía para acoger y amar su hijo.
Dios no buscaba solamente un cuerpo de mujer para el nacimiento de su hijo
en el mundo, sino ante todo un corazón para que le amara infinita y tiernamente.
Es en María que Él lo ha encontrado.
En esta etapa de nuestra historia donde la búsqueda de células embrionarias
puede llevar a hacer de la vida una “mercancía”, o un “producto comercial”,
·
Que
uno podrá escoger, comprar o pedir en función de sus necesidades, de su
satisfacción,
·
Que
uno podrá poseer como se posee una residencia secundaria, una cuenta bancaria o
un vehículo.
Es urgente y necesario recordar que es el corazón y el
cuerpo de una mujer que de manera indisociable, son los solos capaces de dar a
un recién nacido en el seno de un hogar unido, todo lo que es necesario para
llegar a ser a su turno hombre o mujer enteramente con un cuerpo, un espíritu y
un corazón y adquirir de este modo plenamente su dignidad humana.
Crear, fabricar en laboratorio la materia viva sin amor, es crear y fabricar
un cuerpo sin alma y sin objetivo.
María al ajustar su vida con base en la confianza que Dios le da y sobre la
fe que ella deposita en Él, encarna la maternidad perfecta cuando el amor de la
más bella de las creaturas se une al amor de su Creador.
De estos dos amores,
·
Donde
la divinidad se sumerge en la humanidad la más sublime que sea,
·
Donde
la eternidad diviniza la vida humana, surge el Hijo Eterno del Padre por el
cual “Todos nosotros reviviremos”.
Al decir “Si” a Dios, María le da su vida
·
Como
ella ama y
·
Como
ella lo ama
De acuerdo, con la inteligencia y la pureza de su corazón. Y Dios toma ese
« SI » para dársenos a nosotros sin límites en este recién nacido que
la Madre del bello amor va a parir.
Jesús nunca olvidaría que Él ha sido amado profundamente por el corazón de
una madre admirable. El conserva hasta en la gloria celestial esas miradas de
amor con las cuales María le ha cubierto después de su nacimiento hasta la
cruz.
El recuerda que cada fibra, cada célula de su cuerpo de hombre, han sido
modelados por el Si “Sin condición que su madre ha consentido al Ángel el día
de la Anunciación.
Dios Creador y padre nunca olvidará que María ha dado todo de si misma para
consagrar con José toda su existencia al servicio de este Hijo que muchas veces
les ha desconcertado pero al que ellos han amado apasionadamente.
Entonces,
ahora nosotros podemos comprender
·
Que
este cuerpo que ha dado todo y que ha llevado dentro la Vida y la Luz del mundo
·
Que
este corazón que tanto ha amado
No podían conocer la corrupción de la muerte sino más bien que debían
recibir una gloria imperecedera, la del amor eterno del Padre, del Hijo y del
Espíritu que han acogido María en su unión eterna con su alma y su cuerpo,
asociándola a su Gloria Divina.
María es como un puente entre el cielo y nosotros. Ella es la primera que
ha partido para abrirnos la ruta después de su Hijo. Es lo que ella ha
comenzado a hacer, con la frescura de su juventud, visitando primero su prima
Elizabeth. Es lo que ella continua haciendo hoy visitando el Pueblo de Dios,
nuestras familias, nuestras casas, nuestras comunidades cristianas. Su misión
solo se acabará al final de los tiempos
cuando todos nosotros estemos unidos en Cristo.
·
Porque
con Jesús, ella ha aprendido amar a toda
la familia humana
·
Porque
el corazón de su Hijo unido íntimamente a las pulsaciones del suyo durante 9
meses y ha dilatado su corazón de madre a las dimensiones del mundo.
Dejarla entrar a nuestra casa, es dejar entrar la felicidad, la alegría, la
luz, la vida, pero sobretodo dejar entrar su Hijo.
La soberanía gloriosa de María es la soberanía del amor. Ella no la
conserva de manera egoísta como una recompensa suprema por los servicios
prestados a los proyectos de Dios, sino que ella la comparte con toda la
Iglesia y en particular con todas las madres para
· Ayudarles
a acoger y a maravillarse de su maternidad,
·
Descubrir
que nada hay en el mundo más bello, ni más grande que dar la vida,
·
Hacer
cantar en el corazón de todas las madres, su Magníficat como un himno de acción
de Gracias a la vida, a la familia, al amor y sobretodo a Dios.
Deseo terminar esta reflexión con las magnificas palabras que el Siervo de
Dios, Juan Pablo II pronunció con
ocasión del Angelus en la Plaza de San Pedro, el domingo 27 de agosto de 1989:
“Glorificada en el Cielo”, La Virgen está, con su corazón de Madre, al
servicio de la redención operada por Cristo;
“Madre de la vida”, ella está cerca de toda mujer que da a luz; ella
permanece cerca de cada fuente bautismal donde nacen del agua y del Espíritu
miembros de Cristo;
“Salud de los enfermos”, ella está presente allí donde la vida languidece,
golpeada por el dolor o la enfermedad;
“Madre de misericordia”, ella llama aquel que ha caído para que vuelva a
las fuentes de la vida;
“Refugio de los pecadores”, ella indica a quienes se han alejado, el camino
que conduce a Cristo;
“Virgen de los dolores”, al lado de su hijo agonizante, ella permanece allí
donde la vida se apaga.
Invoquémosla con la Iglesia: “Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. AMEN.
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Gustavo Quiceno