« El Papa
Juan XXIII ha dejado en la memoria de todos la imagen de un rostro sonriente y
de dos brazos abiertos para abrazar el mundo entero ».
(Juan Pablo II)
Nunca he ocultado mi admiración profunda
en mis conversaciones, aunque quizás poco manifiesta en mis artículos escritos
por el papa Juan XXIII.
La primera
referencia que tuve de su nombre fue a comienzos de los 80, y cercano al
centenario de su nacimiento, que pasó desapercibido para mí en ese momento (25 noviembre
de 1981), justo en aquellos días de finales de ese noviembre y con 12 años yo había
terminado mi escuela primaria y seguramente ya estaba decidido por mis padres
donde iría, y por ende mi matricula estaría
sentada en el Instituto Juan XXIII, que señalaría mis inicios en la educación secundaria
dentro de aquel claustro.
El nombre
claro que al principio no me decía nada, solo sabía mínimamente que había sido
un papa, alguien muy importante dentro de la Iglesia hacia algún tiempo, y esto
porque quizás el Padre Antonio Maria Hincapié, fundador y rector del colegio
que llevaba su nombre (Juan XXIII) nos daba fugaces pinceladas de su obra y
milagros.
Así pues
un conocimiento más profundo de la vida
del pontífice lo adquiriría después, en 1988, justo cuando decidí interesarme más intensamente por la historia de la Iglesia y
de sus papas. Además de la lectura de libros biográficos, enciclopédicos e históricos
sobre él, me toco más que nada los
testimonios de compañeros seminaristas, sacerdotes profesores y lo que retenía
de documentales sobre su vida. Estando
en el noviciado en 1991, tuve la oportunidad de leer apartes de su famosa autobiografía: "Diario de un alma".
Junto al
Papa Juan Pablo I (Albino Luciani) y Juan Pablo II (karol Wojtyla) es Juan
XXIII (Angelo Roncalli ) quien completa el trio de mis pontífices admirados y o
amados, y que han influido profundamente en mi vocación sacerdotal en los últimos
20 años.
Lo que más
me ha llamado la atención desde siempre de Juan XXIII, es su sencillez
descollante, su bondad, su optimismo y su alegría. Una de las primeras anécdotas
que escuche de él a finales de los 90 fue esta (palabras más, palabras menos):
Dicen que
pocos días después de haber sido nombrado papa, su cardenal acompañante lo
abordo una noche, una vez dejo el oratorio o la pequeña capilla poco antes de
las 12 donde se encontraba el Santo sacramento y le dijo: «Su excelencia, debo
decirle que su santidad Pio XII, acostumbraba velar y orar hasta las 2 de la mañana, yo noto que usted se
va a dormir un poco más temprano…» A lo que nuestro buen papa le responde con sumo respeto y amabilidad: “mire
su excelencia, antes de partir yo le digo a Jesús, Jesús, Tu sigue cuidando de tu Iglesia, ella te
pertenece, Tu eres el dueño de toso esto, yo por mi parte me siento cansado y me voy a
dormir…Hasta mañana!”
ANGELO GIUSEPPE RONCALLI, nació el 25
de noviembre de 1881, en Sotto Il Monte, pequeño país de la provincia de
Bérgamo…siendo el cuarto de trece hermanos y hermanas y el tercero entre los
hijos varones.
La familia Roncalli tenía fama de
gran religiosidad y los hijos fueron educados en el ejemplo y disciplina
familiares: Rosario y oración en familia, amor y concordia que acompañaban el
duro trabajo en el campo…
Recibió la confirmación y la primera
comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió
hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes
espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos
en el «Diario del alma».
Aquélla, sin duda, fue la escuela
primera en la que Angelo fue forjando su personalidad, con la que luego
cautivaría a sus feligreses y al mundo entero: sencillo, inmensamente generoso
y amable, a la vez que vital y exigente, vino a ser como un padre para todos
sus hermanos.
En su infancia, conjugando sus
estudios con los trabajos agrícolas, Angelo asistió a la escuela de su pueblo.
Cumplidos los 17 años, al escuchar el
llamado de Dios para servirle como sacerdote, ingresó al seminario en Bérgamo.
Debido a su buen aprovechamiento, le fue concedida dos años más tarde una beca,
que le permitió continuar sus estudios teológicos en el Instituto San
Apolinario, en Roma. En 1904 terminaba sus estudios de teología, siendo
ordenado ese mismo año. Su primera misa la oficiaría en la Basílica de San
Pedro, en Roma.
Pronto volvió a su diócesis, en Bérgamo,
donde trabajó como secretario de su obispo (1905−1914). Al mismo tiempo se
desempeñaba como profesor de historia de la Iglesia y de apologética en el
Seminario de su ciudad.
La primera guerra mundial interrumpió
sus labores habituales, pues fue llamado a dar su apoyo en la pastoral sanitaria,
siendo incorporado posteriormente al cuerpo de capellanes militares.
Terminada la guerra, el padre
Roncalli volvió a sus antiguas ocupaciones, aunque pocos años más tarde, en 1921,
el Papa Benedicto XV lo llamó a Roma para trabajar en la Congregación para la
propagación de la Fe.
En 1925 recibía la ordenación
episcopal de manos de S.S. Pío XI, quien desde entonces lo introduciría a las tareas
diplomáticas nombrándolo Visitador Apostólico −y desde 1931, Delegado
Apostólico en Bulgaria.
Nueve años después, en 1934, sería
nombrado Delegado Apostólico para Grecia y Turquía. Su lugar de residencia,
hasta 1937, sería Estambul, y posteriormente, Atenas. En esta última ciudad
pasaría la mayor parte de la segunda guerra mundial, donde con ayuda de la
Santa Sede y en contacto estrecho con la Iglesia Ortodoxa, se dispuso a prestar
una significativa ayuda a la población nativa.
Aquellos años vividos en el Cercano
Oriente le permitieron tener significativos contactos con miembros de las Iglesias
Orientales, contactos que sin duda hicieron más cercanas las relaciones con la
Sede de Pedro.
Su fructífera labor en Estambul hizo
que Pío XII le enviase como Nuncio a Francia, en diciembre de 1944.
Sus denodados esfuerzos por apoyar al
episcopado local le permitieron a la vez desarrollar nuevos métodos pastorales.
Como Nuncio intercedió para que los prisioneros de guerra recibiesen un trato
digno, logrando que aquellos que se preparaban para el sacerdocio, pudiesen
seguir sus cursos de teología en Chartres.
En los años en los que permanece en
París, el Nuncio conquistará Francia mediante su acogedora amabilidad, su
comportamiento modesto y su caridad que abarca a todos sin hacer diferencias,
así que llega a declarar abiertamente: "A menudo me encuentro más a gusto
entre ateos o comunistas que entre algunos católicos fanáticos y
fundamentalistas". Tiene relaciones de amistad y contactos con toda clase
de gente, incluso con parlamentarios y hombres del Gobierno que pertenecen a
partidos contrarios a la Iglesia, multiplica los contactos humanos mediante su
brillante y prudente conversación, rebosante de calor humano. Por poner un
ejemplo en una recepción diplomática, el Nuncio Roncalli se da cuenta que el
embajador soviético está arrinconado y con cierto enfado. Se le acerca y
empieza a hablarle de una manera muy rara para un diplomático:
"Excelencia"- le dijo- "nosotros pertenecemos a dos campos
opuestos; pero tenemos en común algo importante: la barriga. Ambos estamos un
poco redondos…". Bolgomolov suelta una carcajada muy alegre y el hielo se
rompe.
En 1952 fue nombrado Observador
Permanente de la Santa Sede ante la ONU.
En enero del año siguiente fue
nombrado cardenal y patriarca de Venecia, en donde, paternal y bondadosamente,
siempre espontáneo y cercano en el trato con la población y con el clero, con
un notable celo pastoral supo conducir a la grey encomendada a su cuidado por
el camino de la virtud cristiana.
Tras la muerte de Pío XII, fue
elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su
pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una
auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente,
sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia
corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos,
recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un
exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus
encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó
una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el
Concilio ecuménico Vaticano II.
Para S.S. Juan XXIII cuatro habían de
ser los principales propósitos de este gran Concilio:
Buscar una profundización en la
conciencia que la Iglesia tiene de sí misma.
Impulsar una renovación de la Iglesia
en su modo de aproximarse a las diversas realidades modernas, mas no en su
esencia.
Promover un mayor diálogo de la
Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo.
Promover la reconciliación y unidad
entre todos los cristianos.
Visitó muchas parroquias de su
diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un
reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un
profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en
la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor.
Falleció la tarde del 3 de junio de
1963.
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de
septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de
octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio
Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
Cuanto más avanzaba en la vida y en
la santidad, tanto más conquistaba a todos con su sabia sencillez.
Se cuenta que uno de los primeros
actos del papa al día siguiente de su elección, fue invitar a los periodistas
encargados de comunicar al mundo sus hechos y gestas (gestos) de moderarse a la
hora de emplear fórmulas de veneración protocolaria.
La sencillez fue destacable a lo
largo de la vida del “Papa de la sonrisa”, del papa bueno, del “papa Juan”,
como gustaba que le llamara el pueblo de Roma.
Siendo Monsenor Roncalli, Nuncio
Apostólico en Francia , gozó de una gran
popularidad por su espíritu de acogida, su labor infatigable visitando las
provincias eclesiales, atento siempre y listo para manifestar la presencia del
Padre común a quien él representaba.
Se ganaba los corazones por su
sonriente delicadeza al acoger. El seducía las inteligencias por la sabiduría,
la lucidez de sus juicios.
Frases célebres
del Papa bueno:
«Lo que
más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la
verdad y la bondad»
«No es el
evangelio el que ha cambiado, somos nosotros que lo comprendemos mejor»
«Basta la
preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la
construcción del futuro»
«Las pocas
cosas que he aprendido de vosotros en casa -escribió a sus padres- son aún las
más valiosas e importantes, y sostienen y dan vida y calor a las muchas cosas
que he aprendido después».
El Papa Juan XXIII y los judíos
Joseph D'Hippolito
Fuente de prensa:
Por casi 60 años una airosa controversia
empañó la respuesta de la iglesia Católica Romana con respecto al Holocausto.
De todas maneras, un evento reciente que pasó desapercibido ilustra otra parte
de la historia.
El 10 de Julio en las cercanías de
Buenos Aires, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg bautizó un jardín de
infantes con el nombre de Monseñor Angelo Roncalli. El jardín de infantes,
parte de las adyacencias del Centro de la Comunidad Raoul Wallenberg, asiste a
chicos de familias pobres. Entre quienes presidieron el acto estaba el Cardenal
Walter Kasper, presidente de la Comisión Pontifical Vaticana para su
Integración con la Comunidad Judía.
Roncalli – quien se convertiría en el
Papa Juan XXIII – jugó un rol principal al salvar las vidas de miles de judíos
mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la
Segunda Guerra Mundial.
”Demasiada tinta y sangre se han
derramado en la tragedia judía en aquellos años”, dijo Chaim Barlas, quién
trabajó muy cerca de Roncalli como cabeza del Comité de la Agencia Judía de
Rescate en Palestina. ”Pero de los pocos hechos heroicos logrados en el rescate
de Judíos, uno de ellos pertenece el delegado apostólico Monseñor Roncalli,
quien trabajó infatigablemente en su favor.”
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg
pidió al Museo del Holocausto en Israel la designación de Roncalli como ”Justo
entre las Naciones”, un honor reservado a los no judíos que ayudaron judíos
durante el Holocausto. El Rabino Simon Moguilevsky, jefe de rabinos en Buenos
Aires, definió a Roncalli como, ”Un verdadero hombre enteramente creado a la
imagen de Dios.”
Dado su comportamiento ejemplar
Roncalli ganó el premio mucho antes del Holocausto. Como representante del
Vaticano en Bulgaria de 1925 a 1934, trabajó activamente no sólo para servir
las necesidades de la pequeña comunidad católica de Bulgaria sino también para
reducir la intensa sospecha de la apabullante mayoría Ortodoxa.
Hay tres ejemplos claros. Nueve días
antes del arribo de Roncalli a Bulgaria, un grupo de terroristas intentaron
asesinar al Rey Boris III colocando una bomba en la cúpula de Sofía, la
principal Catedral Ortodoxa. La explosión quebró la cúpula y esta se esparció
sobre los fieles, matando a 150 y causando heridas a otros 300.
Roncalli visitó a los heridos en un
hospital católico que ofreció cuidados gratuitos a todos, sin importar credo.
Boris quedó tan impresionado que recibió a Roncalli a los pocos días – un gesto
significativo, dado que Roncalli no poseía status diplomático; su título
oficial era ”Visitador Papal”. El monarca probaría ser indispensable para
Roncalli veinte años más tarde.
En Julio de 1924, Roncalli visitó un
pueblo donde el sentimiento anti-católico estalló en violencia. Como Lawrence
Elliott escribió en su biografía, ”Me llamarán Juan”: ”Él devolvió resplandores
de hostilidad con amor. Luego predicó un sermón tan amistoso y absolutamente
lleno de buenos deseos que el Vice Prefecto Ortodoxo, un anti Católico dueño de
un salvaje carácter, lo visitó para pedirle disculpas.”
En 1928, una serie de terremotos
devastó la parte Central de Bulgaria. Roncalli personalmente dirigió la
distribución de alimentos y frazadas en las zonas más arrasadas, y hasta durmió
en tiendas de campaña junto a los sin techo, ”consolándolos con su presencia
cuando no tenía nada más que ofrecer”, escribió Elliott. Roncalli también
solicitó fondos papales y privados para una gran cocina que alimentó a todos
los damnificados por casi dos meses.
Seis años más tarde, el Vaticano
envió a Roncalli a Estambul como delegado apostólico de Turquía y Grecia.
Aunque no tenía ningún acercamiento diplomático con el gobierno secular de
Turquía, Roncalli desarrolló relaciones cordiales con diplomáticos y oficiales
siendo el único representante del Vaticano. Estos contactos resultaron vitales
cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, entonces la neutralidad de Estambul
se convirtió en un nido de intriga diplomática y espionaje.
La primera vez que Roncalli escuchó
el ruego de Judíos en las zonas ocupadas por los Nazis, fue cuando se encontró
con Judíos refugiados en Polonia, en Septiembre de 1940 – los ayudó a escapar
hacia Palestina, por entonces una colonia Inglesa.
”Estamos lidiando con uno de los
misterios más grandes en la historia de la humanidad”, escribió Roncalli sobre
el Holocausto. ”Pobre niños de Israel. Diariamente escuchó sus quejidos a mi
alrededor. Son familiares y comparten la tierra de Jesús. Que el Salvador
Divino venga en su ayuda y los ilumine.”
Roncalli incluso transmitió su rabia
a los Alemanes. Rechazó al embajador Alemán Franz von Papen, un devoto Católico
que sugirió que el Papa Pío XII, conocido anti-Comunista, debía demostrar
públicamente su apoyo por la invasión Alemana a la Unión Soviética.
”Y qué debo decirle al Santo Padre”,
contestó Roncalli, ”de los miles de Judíos que han muerto en Alemania y Polonia
a manos de sus compatriotas?”
Sin embargo, hasta von Papen resultó
útil. Roncalli escribió al tribunal de Nüremberg que von Papen – uno de los
últimos cancilleres de la República de Weimar que a duras penas escapó a la
muerte en una purga Nazi en 1934 – ”me dio la oportunidad de salvar 24.000
vidas Judías.”
Con el aumento de la persecución
racial, Roncalli apuró sus actividades. En Enero de 1943 trasladó el pedido de
Berlas al Vaticano, preguntando si algún otro país neutral podía garantizar
asilo a Judíos, para informar al gobierno Alemán que la Agencia Judeo-Palestina
tenía 5.000 certificados de inmigración disponibles y para solicitar a la Radio
del Vaticano que difundiera que ayudar a los Judíos era un acto de misericordia
aprobado por la iglesia.
Aunque el Vaticano se negó, Roncalli
permaneció firme. Con la ayuda de Boris, rey de Bulgaria, un reclutante del eje
Aliado, Roncalli utilizó la Cruz Roja para salvar de la ejecución a miles de
Judíos Eslovacos que habían sido deportados a Bulgaria.
En Febrero de 1944, Roncalli tuvo dos
encuentros con el Rabino Isaac Herzog, Gran Rabino de Jerusalem. Herzog le
pidió que interceda por 55.000 judíos presos en Rumania, otro país del eje
Aliado. Aunque Roncalli notificó a Roma, solo 750 refugiados Judíos – 250
huérfanos – se salvaron al llegar su barco a Jerusalem.
”Los márgenes de habilidad de
Roncalli ahora eran una cruel apariencia”, escribió Peter Hebblethwaite en su
biografía. ”Quedaba muy poco lugar para maniobrar.”
Sin embargo en 1944, Roncalli lanzó
su apuesta más arriesgada.
Ese verano, Roncalli recibió a Ira
Hirschmann, una enviada especial de la Junta de Refugiados de Guerra Americana
e inmigrante Húngara. Alemania invadió a Hungría en Marzo, y Hirschmann aportó
notas sobre estadísticas y testigos de las purgas anti-Semitas.
”Roncalli escuchó atento mi relato
del ruego desesperado de los Judíos en Hungría”, señaló más tarde Hirschmann.
Luego acercó su silla y preguntó en voz baja, ”¿Tiene algún contacto con
personas en Hungría para colaborar?”.
El monseñor había oído reportes sobre
monjas Húngaras que distribuían certificados de bautismo a Judíos, en su
mayoría niños. Oficiales Nazis reconocieron los certificados como legítimos y
les permitieron dejar Hungría sin ser molestados. Roncalli planeó reforzar y
expandir la operación – sin importar si los Judíos eran realmente bautizados.
Hirschmann lo apoyó.
”Estaba claro que Roncalli consideró
el plan antes de mi arribo”, recordó Hirschmann, ”y que creó un ambiente en el
cual pude probar mis credenciales, mi discreción y mi habilidad para llevar a
cabo la operación.”
Roncalli utilizó correos
diplomáticos, representantes del papado y a las Hermanas de Nuestra Señora de
Zion para transportar y emitir certificados de bautismo, certificados de
inmigración y visas – muchas de ellas falsas – a judíos de Hungría. En un
informe del 16 de Agosto de 1944, Roncalli ilustra al nuncio papal en Hungría
la intensidad de la ”Operación Bautismo”:
”Dado que los ‘Certificados de
inmigración’ que le enviamos en Mayo han contribuido a salvar las vidas de los
Judíos a los que estaban destinados, he aceptado de la Agencia Judía en
Palestina tres paquetes más, rogando que su excelencia los entregue a la
persona a la que estaban destinados, Mr. Miklos Krausz.”
Miklos Krausz era Moshe Kraus,
secretario en Budapest de la Agencia Judeo Palestina.
La ”Operación Bautismo” demostró ser
tan efectiva que cuando los Soviéticos tomaron Budapest en Febrero de 1945,
”unos 100.000 judíos (200.000 en toda Hungría) resultaron ilesos”, escribió
Elliott.
Para esa época, Roncalli se
encontraba en su tercer mes como nuncio papal en Francia, considerada como la
posición más buscada en el cuerpo diplomático del Vaticano. En 1952, Pío XII lo
nombró Cardenal y Patriarca de Venecia. Seis años más tarde, Roncalli se
convirtió en el Papa Juan XXIII y reinó hasta su muerte en 1963.
El pontificado de Juan XXIII es más
conocido por el Segundo Concilio del Vaticano, que él inició para modernizar
las prácticas y actitudes Católicas. Un resultado de ese Concilio fue la
encíclica Nostra Aetate (”En nuestro tiempo”), que enfatizaba en las raíces
Judeo Cristianas y fue pensado para reparar siglos de hostilidad entre ambas
creencias. Algunos extractos:
”Dado que el patrimonio espiritual
común a Cristianos y Judíos es tan grande, esta sagrada asamblea quiere
recomendar y promover el entendimiento mutuo y el respeto que es el fruto,
sobre todo, de los estudios teológicos y bíblicos como así también del diálogo
fraternal.”
”Aunque la iglesia sea el nuevo
pueblo de Dios, los Judíos no deben ser presentados como excluidos o acusados
por Dios, como si ello saliera de las sagradas escrituras.”
”Además, en su rechazo de toda
persecución contra cualquier hombre, la Iglesia, consciente del patrimonio que
comparte con los Judíos y movida no por razones políticas sino por el amor
espiritual de los Evangelios, denigra odios, persecuciones, muestras de
anti-Semitismo, dirigido en contra de los Judíos en cualquier momento y por
cualquier persona.”
Aunque Juan XXIII murió antes de que
el documento se hiciera público, expresa teológicamente la valerosa actitud que
demostró dos décadas atrás.
”Para Roncalli, quien se refirió al
virtual genocidio Judío Europeo como seis millones de crucifixiones”, escribió
Elliott, la misión para salvar Judíos de las manos de Hitler,”no fue de una
sola persona, pero sí obligatoria en cualquiera que clamara amar a Dios y a la
humanidad.”
Traducción: Enrique Borst
Entrevista
al sobrino nieto del pontífice, el periodista y ensayista Marco Roncalli
ROMA, martes, 21 noviembre 2006
(ZENIT.org).- La historia del beato Papa Juan XXIII es todavía centro de un
intenso debate y de numerosos lugares comunes que deforman su figura
intelectual y espiritual.
Para hacer claridad sobre el tema, se
acaba de publicar el libro en italiano de Marco Roncalli «Juan XXIII – Angelo
Giuseppe Roncalli. Una vida en la historia» («Giovanni XXIII – Angelo Giuseppe
Roncalli. Una vita nella storia»), de la Editorial Mondadori.
El autor es el sobrino nieto del Papa
Juan XXIII, quien entre otras cosas ha sido también editor de la
correspondencia (1933-1962) entre Loris Francesco Capovilla, Giuseppe De Luca e
Angelo Giuseppe Roncalli, publicada este año por Ediciones de Historia y
Literatura (http://www.storiaeletteratura.it).
La importante biografía del beato
Angelo Giuseppe Roncalli será presentada en el teatro «Alle Grazie» de Bérgamo,
Italia, el próximo 24 de noviembre por el arzobispo Loris Capovilla, que fue
secretario del Papa Juan XXIII, y por monseñor Gianni Carzaniga, presidente de
la Fundación Papa «Giovanni XXIII».
Para profundizar en toda la aventura
humana y espiritual de Angelo Giuseppe Roncalli y explorar las reales
expectativas del Papa sobre los problemas de la fe y el anuncio del Evangelio,
Zenit ha entrevistado a Marco Roncalli.
–¿Cuáles son los lugares comunes que
pretende desmentir sobre la historia humana y espiritual del beato y amadísimo
pontífice Juan XXIII?
–Marco Roncalli: Diría que son
muchos. Emergen con claridad si se revisan con atención todas las fuentes de
Angelo Roncalli, en especial aquellas inéditas: pienso en ciertos cuadernos
juveniles, en las agendas o diarios, en algunos epistolarios y colecciones de
homilías, pero me refiero también a documentación relativa a su figura, que ha
emergido en varios archivos y conocida por pocos especialistas en los congresos
más recientes.
Y podemos empezar desde lejos.
Pensemos en el gastado cliché de un Roncalli campesino, casi depositario de una
sabiduría ancestral. Es verdad que las raíces son importantes, su familia
también, pero no olvidemos que entró siendo niño en el seminario y aquella fue
su nueva familia. El seminario formó al hombre y al hombre de Iglesia.
En suma, la extracción social de
Roncalli no es un hecho secundario (si bien común a gran parte del clero
septentrional italiano a comienzos del siglo XX): derivan probablemente de allí
cierta tenacidad y constancia, unidas a un fuerte sentido práctico y al respeto
de los tiempos necesarios en cada ciclo (emblemáticamente, el momento de la
«siembra» y el de la «cosecha» o la «fidelidad a la tierra»), todos elementos
de su carácter. Y de ahí deriva también una cierta armonía entre naturaleza y
sobrenaturaleza, un modo de vivir el presente mirando al futuro con una
confianza incondicional en la providencia de Dios. Pero, repito, el cliché de
Roncalli producto exclusivo de una cultura campesina, o del chico del campo
llegado a Papa que no olvida a los «últimos», como si justo las raíces de
Roncalli «sic et simpliciter» pudieran explicarnos todo, no se sostiene por sí
solo. En cambio, empezando por los años del seminario, sin romper o atenuar el
lazo con los suyos y su tierra, madura pronto en él la conciencia de ser
miembro de la Iglesia universal. Elegido Papa, dijo enseguida que su familia
era el mundo.
Otro cliché es el de un Roncalli
demasiado sencillo, mientras que quien estudia su vida tiene ante sí una figura
compleja, pero una figura en la que la cultura ha tenido un papel importante,
los estudios, los encuentros con escritores, filósofos, teólogos, etc., a lo
largo de toda la vida.
Así, explorando los archivos,
encontramos a un jovencísimo Roncalli que es ciertamente el conocido hasta
ahora por «Diario de un alma», su compendio espiritual, pero también un
seminarista muy sensible, atento a los horizontes más vastos de la cultura de
su tiempo. Lo vemos en el alba del siglo XX, consciente de la relación
problemática entre tradición y renovación, de la necesidad de una progresiva
atención de la Iglesia a las nuevas instancias culturales.
Quien, por ejemplo, lee un cuaderno
suyo de apuntes inéditos titulado «Ad omnia», ve cómo se interroga no sólo
sobre el fenómeno del «modernismo», una tempestad a través de la cual pasa
también él, sino también sobre el «americanismo»: monseñor John Spalding, John
Ireland, el cardenal James Gibbons, con sus hipótesis eclesiológicas, su
concepción de la confrontación ineludible entre el cristianismo y la
modernidad.
Otro punto: a menudo se ha hecho
pasar al Papa Juan por un Papa débil, que sufría. En cambio, basta leer sus agendas
o diarios para darse cuenta de cuánto sabía moverse con decisión. Algunos
biógrafos han dicho que Juan XXIII leía en el último minuto textos preparados
por otros. Es totalmente falso. Varias notas de diario documentan jornadas
enteras dedicadas a escribir de su puño y letra discursos. Escribe por ejemplo
el 28 de junio de 1962: «Jornada de vigilia de San Pedro: dedicada totalmente a
preparar el discurso en San Pedro después de las Vísperas. Me costó un poco el
componerlo, palabra por palabra como hago, y todo yo mismo en estas
circunstancias. Pero en fin, aunque no siempre esté encantado conmigo mismo,
estoy contento de cumplir una función, y de transmitir al clero y a los fieles
un sentimiento que es totalmente mío. Papa lo soy por voluntad del Señor que me
es buen testimonio: pero ser un papagallo que repite de memoria el pensamiento
y la voz de otros verdaderamente me mortifica».
Ciertamente había nacido –por
utilizar un eslogan– «para bendecir y no para condenar», pero su ser humilde o
amable no equivalía a ser débil o acomodaticio. Ciertamente era menos
«decisionista» que su predecesor, sin embargo dejaba a un lado la mansedumbre
cuando se convertía en una coartada para los demás.
Pienso en mayo de 1962, cuando tenía
lugar la llama crisis de la exégesis bíblica, y dada la inactividad de la
homónima comisión, por no hablar de las fricciones respecto al trabajo del
cardenal Agostino Bea, cada vez más activo en la preparación del Concilio,
escribió al cardenal Eugenio Tisserant una carta que parece un ultimátum: «O la
comisión bíblica se mueve, trabaja y provee, sugiriendo al Santo Padre medidas
oportunas a las exigencias de la hora actual; o vale la pena que se disuelva y
la autoridad superior provea ‘in Domino’ a una reconstitución de este
organismo. Pero es necesario absolutamente quitar la impresión sobre las
incertezas que circulan por aquí y por allá, y no honran a nadie, de temores
acerca de posturas netas que conviene tomar sobre orientaciones de personas y
escuelas […] Sería motivo de gran consuelo si con la preparación del concilio
ecuménico se pudiera lograr una comisión bíblica de tal resonancia y dignidad
que se convirtiera en punto de atención y de respeto para todos nuestros
hermanos separados que, abandonando la Iglesia católica, se refugiaron como
refugio y salvación bajo las sombras del Libro sagrado, diversamente leído e
interpretado».
Este dato emerge también en las
relaciones con sus colaboradores. Cuando alguno hacía algo que no le gustaba
aún atento a salvaguardar las relaciones, no temía darlo a entender a su
interlocutores.
Sucedió especialmente con el cardenal
Alfredo Ottaviani, pero también con el cardenal Angelo Dell’Acqua. ¿Un ejemplo?
Este último, al día siguiente de la
crisis del gobierno italiano del invierno de 1961 centrada en Fanfani– se dio
cuenta de que el Papa está más bien frío con él. ¿Motivo? Se vino a saber que
el sustituto de la Secretaría de Estado Dell’Acqua había comido en casa de
Fanfani y la cena familiar se convirtió gracias a los chismes de la Curia, en
un encuentro para la definición del equipo de Gobierno con el papel relevante
de Dell’Acqua. La pronta clarificación del sustituto fue ocasión para que el
Papa se desmarcara de las cuestiones políticas italianas: «¡Me habían dicho
otra cosa y lo siento! Nosotros no podemos ocuparnos en cuestiones que
corresponden exclusivamente al estado italiano; no somos nosotros quienes
debemos intervenir en esta materia, ¡compilar una lista! Estaba dispuesto a
retirarle mi amistad».
Los ejemplos con Ottaviani son más
numerosos. Y así Juan XXIII interviene directamente ante Ottaviani, cuando está
preocupado de la identidad del Santo Oficio que corre el riesgo de no ser ya
como escribe en su diario ese «monasterio de estrechísima clausura, dejado a su
tarea, severo ciertamente pero reservadísimo, en cuanto concierne a la
vigilancia, la custodia, la defensa de la doctrina y de los preceptos del
Señor», que deja de ser la «Suprema Congregación de la que el Papa es el
verdadero Superior» y «de cuya autoridad todo debe depender y de derecho y de
hecho depende, al menos en los asuntos más importantes y significativos», sino
el «baluarte» en torno al cual, aún en la perspectiva de defender los valores
cristianos, se acaba por hacer política de poca monta…
También recientemente se ha hablado
de un Papa ingenuo ante Nikita Jruchov [secretario en ese momento del Partido
Comunista de la Unión Soviética, ndr.]. Leemos lo que escribe Juan XXIII en el
diario el 20 de septiembre de 1961, después de que por primera vez, comentando
el radiomensaje papal del 10 de septiembre, el líder soviético hablaba bien del
Papa. Este es su comentario íntimo: «Por la tarde en la televisión dan la
noticia de Jruchov, el déspota de Rusia, sobre mis llamamientos a los hombres
de estado por la paz: respetuosas, calmadas, comprensibles. Creo que es la
primera vez que las palabras que invitan a la paz de un Papa hayan sido
tratadas con respeto. Creerse la sinceridad de las intenciones de quien tiene a
gala profesarse ateo y materialista, aunque hable bien de la palabra del Papa,
es otra cosa. Mientras tanto, mejor esto que el silencio o el desprecio. ”Deus
vertat monstra in bonum”». ¿Puede bastar?
REFERENCIAS
http://www.youtube.com/watch?v=zMJWd4JaQS4
http://www.chasque.net/umbrales/rev109/juan23.html
http://www.alfayomega.es/alfayome/menu/pasados/revistas/2000/sep2000/num225/enport/enport01.htm
http://www.chasque.net/umbrales/rev109/juan23.html
http://www.alfayomega.es/alfayome/menu/pasados/revistas/2000/sep2000/num225/enport/enport01.htm
Acá se pueden ver dos videos gratis de películas completas sobre la vida de Juan XXIII: