Un llamado que cambia todo
Son pocos o “raros” esos momentos en nuestra vida que se puedan llamar “decisivos” (Yo, por ejemplo me acuerdo del día que partí para el seminario, el día que me ordené sacerdote, o el día que decidí venirme del África…y venir a Canadá...)
Mas, existen situaciones donde uno tiene la impresión de hallarse con la vida entera entre las manos para lanzarla para cualquier lado. De igual modo así fue el momento vivido por Levi cuando de repente resuena en sus orejas el llamado que lo llevaría a decidir el resto de su vida: “sígueme” .
Seguir a Cristo para estar con Él.
Estar con Él para escucharlo.
Escucharlo para conocerlo.
Conocerlo para amarlo.
Amarlo hasta seguirle.
Confiar en Él hasta el punto de
poner la propia vida entre sus manos.
Poner los propios pasos sobre los suyos y su alma en la suya.
No hacer más que uno con Él.
Para lo mejor y para lo peor.
Un gran llamado que exige una gran respuesta.
2
Fuente: Catholic.net Autor: P. Clemente González
Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: Sígueme. El se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores? Mas él, al oírlo, dijo: No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Reflexión:
Dios respeta en su integridad al hombre, y cuando llama a un alma a su servicio, en su solemne poder, ni la violenta, ni la atosiga, sino que con paciencia y amor la deja casi andar a la deriva o al vaivén de las circunstancias. No es fácil, por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.
San Mateo era un cobrador de impuestos, un pecador ante los ojos de todo el pueblo. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y vio a un hombre. Un hombre que podía hacer mucho por el Reino de los Cielos. Y le llamó con todo el amor y misericordia de su corazón para ser uno de sus apóstoles, de sus íntimos.
Todos hemos recibido la vocación a la vida cristiana. Dios nos ha creado para prestarle un servicio concreto, cada uno de nosotros. Tenemos una misión, como eslabones de una cadena. Decía el Cardenal Newman: "No me ha creado para nada. Haré bien el trabajo, seré un ángel de la paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar si obedezco sus mandamientos. Por tanto confiaré en él quienquiera que yo sea, dondequiera que esté. Nunca me pueden desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. En la duda, mi duda puede servirle. Si estoy apenado, mi pena puede servirle. Él no hace nada en vano. ¡El sabe lo que hace!"
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Gustavo Quiceno