Como a los discípulos nos puede pasar que muy a menudo busquemos ser los más
grandes. Jesús nos invita entonces a hacernos servidores, y a acogerle.
Lecturas
PRIMERA LECTURA
LECTURA
DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 2, 12.17-20
Se dijeron los impíos: "Acechemos al justo,
que nos resulta incomodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara
nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a
Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas
y solo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es
diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si
fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloria de tener por
padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace
su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará, y lo librará del poder de
sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para
comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenamos a muerte
ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él."
Palabra de Dios
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SALMO RESPONSORIAL
SALMO
53
R.-
EL SEÑOR SOSTIENE MI VIDA.
Oh Dios, sálvame por tu
nombre,
sal por mi con tu poder.
Oh, Dios, escucha mi
súplica,
atiende a mis palabras. R.-
Porque unos insolentes se
alzan contra mí,
y hombres violentos me
persiguen a muerte
sin tener presente a Dios. R.-
Pero Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio
voluntario
dando gracias a tu nombre
que es bueno. R.-
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SEGUNDA LECTURA
LECTURA
DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 2, 14-18
¿De que le sirve a uno decir que tiene fe, si no
tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una
hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les
dice: “Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo
necesario para el cuerpo: ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene
obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: "Tu tienes fe y yo tengo
obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe."
Palabra de Dios
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ALELUYA 2 Tes 2, 14
Dios nos llamó por medio del Evangelio, para que
sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo
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EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se
marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se
enterase porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:
-- Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de
los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo
preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó:
-- De que discutíais por el camino
Ellos no contestaron, pues por el camino habían
discutido quien era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les
dijo:
-- Quien quiera ser le primero, que sea el último
de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos,
lo abrazó y les dijo:
-- El que acoge a un niño como éste en mi nombre,
me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha
enviado.
Palabra del Señor.
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A guisa de introducción:
niños de hoy vs
niños del tiempo de Jesús
Jesús nos invita a “ser como niños” y a menudo alguien nos
grita: “deje de ser niño! Madure que está
muy grandecito!” Qué ironías,
qué complejidad en la comprensión de los
términos y la diferencia de contextos.
Se nos dificulta entender lo que
quería decir cuando ha tomado aquel niño entre sus brazos y lo propone como
ejemplo de lo que se debía hacer para llegar a ser “grande” en nuestro mundo.
Y es más, es necesario decir de entrada que
cuando Jesús pone este niño en el centro para clarificar su mensaje no se
estaba refiriendo al “rey” o al “mimado” en que se ha convertido el infante de
nuestros días y de nuestra sociedad occidental.
Los niños en el mundo de hoy están
en el centro de las preocupaciones de nuestra sociedad y de algunos movimientos
o asociaciones pro-infantiles.
El niño ha llegado ha convertirse
en el rey en un mundo donde todo gira alrededor suyo. Ha llegado a ser el tipo
o modelo de consumidor que las marcas buscan seducir … y ha tomado tal
importancia que el chaval llega hasta influir y orientar en el gusto de sus
propios padres.
No puede uno esconder la
“rabiecita” de constatar como tantos niños de nuestro entorno familiar,
pequeños hijos de amigos son quienes “manipulan”, toman decisiones y hacen lo
que quieren con el beneplácito inmaduro, “idiota” e “inconsciente” de sus
progenitores y hasta de sus instructores o mal llamados “maestros”. No se dan
cuenta los cuervos que están criando y más cuando los dejan avanzar en gestos
de egoísmo, de irrespeto al otro, de hacer valer su fuerza y su “poder” mismo
en situaciones injustas (en el juego, en la vida diaria de colegio, con sus
compañeritos y hermanos, sus vecinos…)
“Esos locos bajitos”, los llama en
una de sus canciones más sabias el legendario cantautor español JOAN MANUEL
SERRAT…Pero como él dice en su mensaje cantado, es responsabilidad de sus padres y adultos que
los crían el producto final y depende de como les domestiquen:
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Un niño aprende rápidamente.
Desde sus primeras interacciones con el otro, muy temprano comprende que el
primero en llegar es el primero en ser servido. Ya sea para obtener lo mejor de
un refrigerio, el más bello juguete, el mejor lugar, el niño sabe que debe
llegar primero, gritar muy fuerte y o más fuerte que los otros, y mismo en
algunas ocasiones “empujar” o “estrujar”
al otro para obtener lo que él quiere.
Ante este hecho, nuestra fibra
parental nos incita a intervenir. Viene la delicada pero necesaria tarea de
educar nuestro niño por el bien de él
mismo y de los demás. Es necesario
arrancarlo de la tiranía del egoísmo y de la rivalidad que tiene tendencia a
eliminar el otro, a considerarlo como un adversario (el relato de Caín y Abel,
simboliza y explica esta realidad humana).
“El primero en llegar, primero en
ser servido”, llega a ser entonces “Primer servido, esta bien así, pero déjale
a los demás”.
Qué diferencia de los niños “mimados” de hoy a
los infantes de la época de Jesús…Los
niños en ese tiempo y en todo el mundo de Oriente, no contaban para nada. Eran
los primeros entre los “despreciados”. No son el objeto de ninguna
consideración, sino más bien de continuos desprecios y rechazos. En la
tradición de la Biblia, ellos son más bien
un símbolo de debilidad e insignificancia que de inocencia. Ellos representaban entonces
a todos aquellos que no contaban para nada en la sociedad, que no tenían poder,
ni dinero, ni palabra.
Jesús abraza este niño que no
cuenta, le da una marca de deferencia y de estima, y llega hasta identificarse
con este pequeño ser, “débil” e “insignificante”. No solo se identifica con este niño, sino con
todos los despreciados, los no reconocidos, los seres anónimos, los
abandonados, los marginados de la sociedad:
“aquel que acoge en mi nombre (retengamos la precisión “en mi nombre”,
superemos y o cambiemos la filantropía
por el “espíritu de Jesús”) un niño como
éste, es a MI quien acoge”…Y más aun! A través de mi, él acoge al Padre que
me ha enviado.
La verdadera grandeza consiste en
servir.
La lógica del Reino va todavía
más lejos. Jesús afirma que para ser el primero hay que llegar a ser el
servidor de todos.
El testimonio de su vida prueba
que eso no solamente es posible sino que también es liberador. Así el
privilegio del primero, consiste en dejar subir los otros, sobre la misma
escala de la DIGNIDAD.
He aquí todo un aprendizaje, una
apuesta a retener, una esperanza a concretizar.
Vemos entonces que el gesto de
Jesús es completamente revolucionario y tiene un valor de protesta a la cual
deberíamos abrirnos hoy…
En un mundo donde la consigna es
“cada quien para si mismo”, dejémonos interpelar por la realeza de Cristo que
consiste antes que nada en ponerse al servicio de los otros.
Aproximación psicológica del evangelio:
La inocencia infantil antes de ser contaminada por la sabiduría adulta
Comprendiendo el contexto en el
cual Jesús pone al niño como ejemplo, uno se pregunta enseguida en qué
o por qué un niño puede dar un ejemplo de grandeza. Si los niños no tenían
instrucción y no sabían nada. EL no tenia ningún ejemplo para dar aparte su
ingenuidad. No comprendemos tampoco en qué los niños podrían darnos lecciones
en asuntos o materia de fe. Como se
podría ser grande ante los ojos de Dios comportándose como un niño?
Los niños no son adultos en
miniatura. Ellos no piensan como adultos, y tampoco reaccionan como ellos.
Ellos tienen comportamientos que les son propios. Ellos tienen particularmente
una facultad de maravillarse y sorprenderse que no tienen los adultos. Como
contrapartida, los adultos tienen el saber y la ciencia. Ellos cuentan también
con la sabiduría, o al menos eso se piensa.
Hoy, como ayer, a los niños se
les imparte una educación religiosa para que puedan adquirir las nociones
elementales de la fe. Para hacer parte de una comunidad cristiana y antes de
tener acceso a responsabilidades en la Iglesia y tomar parte en la Santa Cena
(o Eucaristía) de manera oficial, es
necesario haber hecho todas las etapas del catecismo.
Los adultos legítimamente
competentes son los encargados de enseñar a los niños y son a la vez maestros y
los guardianes de la tradición. Era la
misma situación en la época de Jesús. Era necesario conocer los 616 artículos
de la ley o al menos los 10 mandamientos que era necesario respetar para poder
crecer en la fe. Es a propósito de este
punto que Jesús parece estar en desacuerdo con nosotros y los adultos de su
tiempo. Parece que critica o protesta el hecho que para ser un hombre de fe sea
necesario haber adquirido la experiencia cerca de los más sabios que por si
mismo
El niño más que el adulto sabe
observar lo que ocurre en él. Él descubre muy rápido que su corazón esta
habitado por pensamientos buenos y pensamientos malos. Él sabe cuáles
sentimientos recorren su alma. Él tiene un sentido la belleza, de la justicia, de aquello que es
recto. Pero él no sabe poner un nombre sobre el origen de esos fenómenos, no
sabe que Dios trabaja en él, pero constata los
efectos en su inocencia. Por lo tanto, muy pronto, los adultos
intervienen para explicarle esos misterios y para indicarle el buen camino a
seguir y el niño pierde su candor.
Muy rápido también, sus padres y
después sus maestros van a enseñarle dominar el impulso de sus emociones y
ellos van a enseñarle al mismo tiempo todo lo que es necesario saber sobre
Dios, sobre el pecado, sobre la ley y el niño pasa de la espontaneidad infantil
a la razón del adulto.
El niño va entonces aprender lo
que los hombres saben después de siglos sobre Dios, y es así como él llegara a
ser un adulto bien educado y un creyente honesto de cara a Dios.
Mas Jesús percibe que las cosas
van muy rápido y que uno no se detiene ni se da el tiempo suficiente a esta inocencia que le
permite escuchar a Dios y de referenciarlo mismo antes que se le enseñe a
hacerlo.
Así pues, sin que los adultos, padres o educadores lo
recuerden, su primer contacto con Dios se ha hecho a partir de observaciones y
de experiencias de vida interior que ellos han hecho cuando eran niños y que
las han guardado para si mismos debido a la incapacidad que tenían para poderla
expresar.
Este Dios total al interior de
ellos mismos ha cedido el lugar muy rápido a un Dios exterior a ellos
mismos y quien tenia las apariencias que
el mundo de los adultos le habían bien querido dar.
Cualquiera que sea el modo
en que los niños escuchen hablar de Dios
por los adultos, esto ocurre siempre de la misma manera. Los adultos dan una
información sobre Dios sin preocuparse por dar importancia a las experiencias
que puede haber tenido el pequeño niño en su vida interior.
Jesús sabe bien, en cuanto a Él y por su vivencia, que son las experiencias de la vida interior que
nos llevaran los unos y los otros a un conocimiento personal de Dios. Él invita
entonces a aquellos que lo escuchan a descender al fondo de ellos mismos con la
misma inocencia o ingenuidad que lo haría un niño que no sabe aun como expresarse
y que descubre que “eso” habla en su interior, mismo si no sabe que es Dios
quien se le manifiesta.
Como lo hizo Samuel de niño en el
santuario (1 Samuel 3-10).
Dios nos invita a redescubrir una
espontaneidad interior que ha sido alterada por aquello que la educación ha
aportado al niño y que hace de Dios una realidad exterior a él mismo. Siendo ya
adulto, el hombre no sabe mas escuchar cuando Dios le habla en lo más profundo
de su alma. Jesús no desprecia por lo tanto la enseñanza de la ley, él no
rechaza la tradición transmitida por los “padres”, ellos son guías
indispensables para hacernos progresar en sabiduría. Pero él también dice que nosotros no podemos
progresar en la fe si no tratamos de conversar con Dios en nuestra intimidad
con Él, allí donde nadie puede acompañarnos ni venir con nosotros.
Si hoy muchos hombres y mujeres
se alejan de Dios, la razón es porque se les ha enseñado a referirse a un Dios
que habla al exterior de ellos mismos o a través de textos y tradiciones. Ellos
descubren que ese Dios, no esta en adecuación con el mundo moderno.
Aquellos que se desesperan por no
encontrar en el Dios que predican los hombres el camino de su salvación, de todos modos lo encontrarán si tratan de rencontrar un
corazón de niño que se maraville por la acción de Dios escuchando lo que Él les
dice de ellos mismos en lo más profundo de su persona.
REFLEXIÓN CENTRAL
PRIMERA LECTURA: Sb 1, 17-20:
Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de
él.
Solemos decir que las vidas
hablan. Y así es. Y la expresión de la vida es múltiple, como es múltiple la
expresión del habla. Nuestra vida puede hacer reír y puede hacer llorar; puede
agradar y puede irritar. Podemos conmover y podemos desafiar; podemos aplaudir
y podemos acusar; podemos orientar y podemos perturbar. Nuestra conducta no
pasa desapercibida: miramos y se nos mira; juzgamos y se nos juzga; el
comportamiento humano deja su impronta en el ambiente que lo rodea. El «qué
dirán», el «qué pensarán», juega aún todavía un papel importante. Las vidas,
las conductas hablan. Hasta el estarse parado puede ser un gesto significativo.
Ahí están las señales de tráfico.
Dios habla «haciendo». Es la
«historia de la salvación». Nuestras palabras reciben su sentido en las
acciones que las acompañan. Es nuestra «historia de salvación». Un día nos
juzgarán por las obras, no por las palabras. Y aquéllas, no éstas, definen
nuestra postura religiosa o no religiosa, cristiana o no cristiana, delante de
Dios y de los hombres. Pío e impío, bueno y malo, justo e injusto, son los
términos más comunes para señalar las posturas más elementales respecto a Dios
y respecto a los hombres. Dos conductas opuestas, dos «hablares» contrarios,
dos posturas extremas. Se hieren mutuamente, no se soportan.
La liturgia de hoy ha elegido
unos párrafos del libro de la Sabiduría. La Sabiduría desciende de Dios y
retorna a Dios. Todo lo conoce, todo lo penetra, todo lo dispone, todo lo
juzga. Es comunicativa y es buena. Es amiga de hacer el bien y se ofrece al
hombre como compañera: quiere dirigirlo y quiere salvarlo. A su luz podemos
examinarnos y comprender el orden del mundo. ¿Qué hace el justo? ¿Cuál es su
vida? Cuál es su meta? Y el impío ¿ en qué se entretiene? ¿cuáles son sus
caminos? ¿cuáles sus intenciones? Y Dios ¿cómo actúa en consecuencia?. El justo
y el injusto cruzan sus caminos, enfrentan sus miradas y extreman las posturas.
Es el contexto próximo de la lectura.
La conducta del justo afea el
comportamiento del impío. Reprocha su pensar mundano, es reprensión a sus
yerros y condena su desenfreno. El justo sigue un camino que trastorna al
malvado. Su confianza filial en Dios lo pone en ridículo. Su seguridad y aplomo
lo irritan y lo enfurecen. La sencillez de su vida lo acusa y condena. Es
insoportable, es un insulto. La vida del fiel se le antoja un desafío.
La reacción puede ser violenta:
sarcasmo, indignación, persecución y muerte. Se hace inevitable la prueba:
Veamos si… Sigue la tortura: Lo condenaremos a muerte… No se limita a
provocarlo de forma pasiva - su vida impía es una constante provocación injusta
-, lo hace de forma activa:…Comprobando el desenlace de su vida.
Posturas así, radicalmente
opuestas y antagónicas, han de existir siempre. Cuente el justo con la prueba.
La reacción violenta ha de venir de una forma u otra. Es imposible mantener por
largo tiempo un equilibrio de indiferencia. Son dos vidas que se insultan. La
diferencia está en que el justo, apoyado en Dios, se muestra dispuesto a
recibir la injuria y el impío, por el contrario, a realizarla. El mejor
ejemplo, Cristo, el Justo por excelencia. El «éxito» descansa en las manos de
Dios. Y Dios no olvida a su justo.
Mirémonos en Cristo y
comprenderemos el misterio de nuestra justicia.
SALMO RESPONSORIAL: Sal 53,
3-6.8:
El Señor sostiene mi vida.
Salmo de súplica con acción de
gracias; así algunos. Otros: salmo de acción de gracias donde se repite la
súplica proferida en el momento de la tribulación. Aquí, en la liturgia,
desprovisto del versillo que hace referencia explícita a la acción de gracias,
se ha convertido la composición en salmo de súplica. El «justo», perseguido a
muerte por los «insolentes», acude a Dios en demanda de ayuda: «Sálvame»,
«escúchame», «atiende»… La confianza sostiene su clamor, y surge espontáneo el
propósito de un sacrificio y de la acción de gracias. El estribillo lo expresa
a su manera.
En la misa, Sacrificio y Acción
de Gracias por excelencia, recordamos al Justo, perseguido y condenado a muerte
por los «injustos». Ahí nos encontramos nosotros: dimos muerte al Justo y el
Justo murió por nosotros. El es nuestra esperanza, él es nuestra súplica.
SEGUNDA LECTURA: St 3,16-4,3:
Los que
procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia.
En el versillo 13 ha comenzado
una nueva sección. Se alarga hasta el 4, 12. Santiago presenta una serie de
pensamientos de tipo proverbial, poco unidos entre sí, pero por su talante como
proyectiles de carga explosiva. Estilo incisivo.
Santiago quiere combatir el
espíritu mundano que se ha introducido en algunas de las comunidades
cristianas. El egoísmo y la envidia las están devorando. La paz, la serenidad,
el equilibrio y la armonía, que debieran ser el distintivo de los fieles de
Cristo, brillan, como suele decirse por su ausencia. Se han esfumado, y en su
lugar se han presentado, feroces, las peleas, las luchas y el deseo de placer.
Ha desaparecido la «sabiduría» cristiana; esa «sabiduría» superior que atina en
todo y por todo: la actitud debida, la palabra justa, el gesto oportuno. Todo
lo contrario, los corazones rebosan de codicia, de sensualidad, de envidia. Los
auténticos móviles del «sabio» se han desvanecido, no queda rastro de ellos.
¿Quién busca la paz? ¿Quién trabaja por la justicia? ¿Quién practica la
misericordia? La ambición lo absorbe todo. Hasta tal punto que ni siquiera la
oración saben formular. Sí están en necesidad ¿Por qué no piden reverentemente?
Y sí piden y no alcanzan ¿no es porque sus peticiones están impregnadas de
deseos de placer, de ambición y codicia? ¿Quién les va a escuchar? En el fondo
no piden lo necesario con humildad y reverencia, sino lo que piensan satisface
sus pasiones.
Parece ser que en ciertas
comunidades la situación social de sus miembros era desequilibrada. Unos
nadando en la abundancia, muy pocos; otros, muchos, hundidos en la pobreza. Los
primeros no atienden a las aspiraciones de los segundos, y éstos no saben salir
de su condición con holgura y honradez cristianas. No los mueve, al parecer, la
necesidad sino el deseo de placer. Los bienes. Los bienes de consumo. ¡Cuántas
guerras y atropellos traen!
TERCERA LECTURA: Mc 9, 29-36:
El que quiera ser el primero sea el servidor de todos.
Después de la Confesión de Pedro,
Jesús se dedica a al instrucción de sus discípulos. Han desaparecido de su
programa las prolongadas charlas al pueblo. Parece evitar las aglomeraciones.
Se esconde. Camina por lugares poco frecuentados por las gentes. Unos lo han
rechazado por completo; otros no le comprenden lo más mínimo. La vida de Jesús
cambia de rumbo. Ahora dirige sus enseñanzas al reducido grupo que le sigue de
cerca. Son los «suyos». Son los únicos que le aceptan, aunque de forma
imperfecta. A ellos les confía su «Misterio», su «misión». Pero los discípulos
no comprenden la confidencia de Jesús. Rebota en sus mentes. ¿Qué es eso de «ser
entregado», de «morir», de «resucitar» después? La figura de Jesús les es cada
vez más misteriosa. No se atreven a preguntarle. Su mente, en realidad, juega
todavía con las categorías y criterios humanos. No han comprendido -no pueden
comprender- que la muerte de Jesús, el Mesías, se debe a una disposición divina
y que tal Disposición encierra el «Misterio» de Salvación para los hombres.
Están muy lejos de adivinar que Jesús, precisamente a través de su «pasión», va
a «revelarse» Salvador de forma insospechada. Todavía no han podido echar fuera
de sí la idea-esperanza de un reino terreno y político. La discusión en el
camino lo manifiesta a las claras. ¿Era, quizás, el temor al desengaño lo que
les impedía preguntar al Maestro? De todo un poco. Los discípulos necesitaban
una instrucción, y Jesús se la estaba impartiendo cuidadosamente. Había que
ganar tiempo. Era su último viaje. Dejaba para siempre la verde Galilea. Iba
camino de Jerusalén; allí tendría lugar el desenlace «misterioso» de su vida.
Jesús prepara a sus discípulos.
Mientras Jesús hablaba del
próximo cumplimiento de su Misión como Mesías, los discípulos discutían
repartiéndose los puestos del nuevo reino. ¡Que lejos estaban del pensar y
querer del Maestro! Marcos subraya la dolorosa ironía. Embotados, tardos de
entendimiento, infantiles en sus deseos y mundanos en sus pensamientos. Ellos
mismos parecen reconocerlo. Enmudecen a la pregunta del Señor. Jesús,
continuando la tarea de Maestro, les imparte una importante lección. Podemos
desdoblarla en dos momentos:
1). Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos. Es precisamente lo que Jesús va a «cumplir» en
Jerusalén. Jesús es el Siervo de Yahvé que da la vida por la salvación de
todos. San Juan lo expondrá con toda claridad en el relato del «Lavatorio de
los pies». Jesús es el mejor ejemplo; el ejemplo, sin más.
El niño impotente, consciente de
su insignificancia, sujeto a todos por necesidad, es el ideal. El discípulo
debe llegar a esa conciencia de pequeñez, de nulidad, de inferioridad respecto
a todos. Debe servir, admirar, respetar a todos como a superiores, como a
personas de gran valía. Esa es su vocación; no, buscar honores, títulos vanos,
prebendas y beneficios personales. Todo lo contrario, servicio, dedicación y
respeto a los demás.
2). Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí…Quien
acoge a un siervo del Señor, por más siervo que sea, por más despreciable e
insignificante que parezca, acoge nada menos que al Señor de la salvación. Y
quien lo acoge a él, acoge a Dios. ¿Es posible? ¿No es maravilloso? Así es. Son
criterios que trastornan el mundo entero. ¡Que lejos se hallaban los discípulos
de entenderlo! ¿Y nosotros? ¿Lo hemos entendido plenamente? Miremos a los
santos. Ellos sí que lo han entendido bien.
CONSIDERACIONES
El evangelio de hoy continúa el
pensamiento del Domingo pasado. Par ser más exactos, lo repite e ilustra: el
Misterio de Cristo que muere y resucita.
Jesús anuncia, por segunda vez,
el desenlace de su vida. Todos los evangelistas señalan la importancia del
acontecimiento. Marcos subraya el misterio. El pensamiento debe centrarse,
pues, en ese magno Suceso: el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesús. Jesús va a ser entregado y condenado; después resucitará. La celebración
eucarística lo «recuerda» en «sacramento». En torno a él, como parte del Misterio,
se abrazan los cristianos.
La lectura primera ilumina, desde
lejos, el misterio, describiendo la conducta del malvado contra el justo
piadoso. Observamos que el impío no soporta una vida religiosa auténtica. La
vida religiosa sana le da en el rostro. Su luz le hiere los ojos y los irrita;
y su corazón vomita por sus labios desprecio, sarcasmo y violencia. ¿No le
aconteció así a Cristo? ¿No se le «objetó» en la cruz si eres hijo de Dios,
baja de ahí, y creeremos en ti ? Es la clásica prueba. Ningún justo se libra de
ella.
Tampoco Jesús, justo por
excelencia.
El justo pone en manos de Dios,
como Jesús, su destino. Se somete a la voluntad divina con paciencia y
resignación. Sabe vencer al mal con el bien, sabe orar por el enemigo y sabe
bendecir, siendo maldecido. La vida del justo, anodina y baldía a los ojos del
mundo, obtiene su plenitud en las manos de Dios. Somos, como Jesús,
instrumentos de salvación. Dios resucitará nuestros cuerpos mortales y cubrirá
de gloria las señales de la agresión. Es mejor padecer la violencia que
realizarla. Es el sentir cristiano.
Existe un antagonismo, en raíz
irreductible, entre el justo y el impío. El justo ha de sufrir por serlo. Risas,
desprecios, sarcasmos, violencia… No debe extrañarnos que se nos persiga.
También lo hicieron con Cristo. Hay mucho en el mundo que se opone a la
voluntad de Dios, y por tanto, a la conducta del justo: envidias, codicia,
ambición, sensualidad, afán de poder… Muchos se han de soliviantar al paso,
sereno y acusador, de una conducta sana e irreprochable. Son dos mundos que se
oponen, y es de maravillarse que no choquen. Es nuestro destino, como también
lo fue el de Jesús. Pero no estamos solos. Dios está con nosotros; Dios escucha
nuestra oración. El salmo nos ofrece una muy bella. La misma celebración
eucarística, es una hermosa súplica en Cristo Jesús.
El cristiano, ya lo hemos
indicado, se inserta en el Misterio de Cristo. Ahora Cristo es el gran Siervo.
Su pasión y la muerte son la perfecta expresión de la más acabada obediencia
del Padre y del más profundo amor a los hombres. San Juan lo refiere muy bien
en la escena del Lavatorio de los pies. Jesús lava y limpia. La muerte de Jesús
tiene ese efecto: limpia, lava, sana, salva. Nosotros debemos, como siervos,
lavarnos, en su nombre, los pies unos a otros: servicio fraternal mutuo. Servir
y amar; amar y servir. Es una de las enseñanzas del evangelio de hoy. ¿Cuál es
nuestra postura? ¿Lo entendemos bien? Nos sonreímos de la poca inteligencia de
los discípulos al escuchar a Jesús. ¿No se repetirá la historia en nosotros?
¿Qué buscamos con tantas idas y venidas? ¿Los primeros puestos, nuestra
comodidad, nuestro provecho personal? Convendría repasar el himno a la caridad
de I Corintios 13.
En cada hermano hay un misterio
que empalma con el sacrosanto Misterio de Cristo, muerto por nosotros. ¿Lo
advertimos? ¿Lo veneramos? ¿Qué hay al respecto, de admiración y veneración al
hermano? Porque no es al hombre a quien aceptamos y recibimos, sino a Dios en
último término. Llevamos a Cristo, llevamos a Dios. ¡Qué atención al hermano!
Y ahora la segunda lectura con su
lenguaje incisivo. No es necesario insistir mucho en sus palabras. Leamos con
detenimiento esas líneas. Envidias, ambición, codicia, afán de placer… ¿No es
esto lo que divide las familias, deteriora las comunidades cristianas y
destroza la vida religiosa? ¿No será que la celebración eucarística no nos
impregna suficientemente del sentir de Cristo y que nuestra oración no arranca
de un corazón limpio y sano? Pidamos a Dios limpie nuestro corazón.
La celebración eucarística es el
Sacrificio, la Acción de Gracias y la gran súplica. Nosotros nos ofrecemos como
«sacrificio» y «servicio»; adoramos a Dios por su providencia; rogamos por su
asistencia.
OBJETIVO DE VIDA
PARA LA SEMANA
·
Le doy la oportunidad a una persona de
“ocupar el primer lugar”, cuando esto podría corresponderme por derecho.
·
Cuando presto un servicio, con
anterioridad, seré consciente de
hacerlo con todo el amor del que soy
capaz.
· En mi
comunidad o mi medio donde vivo acogeré con mucha atención a una
persona con la que tenga tendencia a ser
negligente o poco amable.
Oración
Avanzar, buscar a ser el mejor, ocupar el primer lugar,
es una lucha diaria y necesaria,
Señor.
Yo vivo en un mundo donde se me exige
demostrar cuanto valen mis fuerzas y
mis capacidades.
Debo luchar para triunfar y salir adelante.
Por lo tanto, hoy, al escuchar
que son los más débiles que son los más grandes, me siento culpable y no
muy orgulloso.
Tu me obligas a tomar conciencia…Qué es lo esencial? Lo más importante?
Como es que yo evaluó la grandeza de las personas?
Que es lo que acojo verdaderamente en mi vida?
Estoy totalmente preocupado por mis ambiciones,
que no soy siempre sensible a las necesidades de los más débiles.
A veces pareciera que no los veo…
Tu Señor, Tu el más grande,
Tu has privilegiado los más pequeños y los más débiles;
has decido darles el primer lugar en tu Reino.
Dime cual niño me corresponde a mi
acoger?
Es acaso ese hombre de la calle sin abrigo
que previniendo una ola de frio ,
prepara su casa de cartón
detrás un viejo edificio de mi ciudad?
O esta tía que sufre de Alzheimer
o aquel viejo tío que no cesa de repetir las mismas cosas?
O es ese joven , victima de acoso y manoteo en el colegio?
o quizás aun mi viejo colega de trabajo que se muere en el hospital
Y que desearía que yo lo visite?
Señor, yo quiero también ocupar el primer lugar en tu Reino.
Yo te lo pido., permíteme contemplar los más vulnerables
Y abrirles mi corazón…
Amen.
REFERENCIAS:
HTTP://BETANIA.ES Para las lecturas
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Gustavo Quiceno