Cordial saludo! Mis bendiciones para ustedes y todos los suyos…
Desde hace cierto tiempo les envío una reflexión de las lecturas de la Palabra de Dios de cada domingo. Algunas veces transmito mucho desde mi experiencia, en otras, escojo algunas reflexiones que me gustan, mismo en lengua francesa, las traduzco con mucho gusto y se las comparto…
El contenido total en sí, cada semana puede ser muy largo, pero noten que yo separo las reflexiones, y en ocasiones les envío en un mismo correo (y que publico en mi blog: http://gusqui.blogspot.com ) hasta 4 reflexiones distintas.
No están obligados a leerlas todas, aunque lo ideal sería sacar el tiempo para hacerlo, por eso las enumero y digo las fuentes de donde las saco para que si quieren, vayan ustedes mismo a las fuentes, al pozo y beban más de esas aguas benditas y reconfortantes.
Por ejemplo para este segundo domingo de cuaresma, en torno al evangelio de la transfiguración les comparto, como siempre una aproximación sicológica de Jean-Luc Hetu, Padre quebequense de la Orden de la Santa Cruz.
Luego viene la de servicios bíblicos latinoamericano que siempre se inspira de acuerdo a la realidad de Latinoamérica.
Y en tercer lugar les comparto una de las homilías del Padre Gustavo Vélez “Calixto”.
Si van a la misa, estas reflexiones les ayudarán a comprender más a fondo el mensaje que Dios y la Iglesia quiere transmitirnos, sino van, estas mismas les acercarán a la puerta y les darán luces para su vida cotidiana.
Buena semana!
A guisa de introducción:
TRANSFIGURACIÓN (del griego, metamoŒrfosis que significa cambio de forma). A diferencia de las metamorfosis paganas (aparición de dioses en figura terrena, o bien, transformación de hombres en seres divinos por tomar forma celestial), Jesucristo se transfiguró ante tres de sus discípulos, solo seis días después del primer anuncio de su pasión (Mc 9.2–9//). La tradición ha fijado en el Tabor la ubicación del monte en cuya cima se realizó la transfiguración.
La clave de la interpretación se halla en la voz divina. Esta no se dirige a Jesús (cf. la voz del bautismo, Mc 1.11), sino a Pedro, Jacobo y Juan. Contra el trasfondo de Sal 2.7, la voz les presenta a Jesús como el Hijo amado de Dios ( Hijo de Dios), como el Mesías, y al hacerlo confirmaba la reciente confesión de Pedro (Mc 8.29; cf. 9.1). Luego, con las palabras «a Él oíd», la voz divina alude al Profeta escatológico al que, se-gún la promesa de Dt 18.15, el pueblo prestará atención y obediencia. En otras palabras, el hecho de emprender Jesús el camino de la pasión (cf. Mc 8.31s), en vez del camino dictado por la expectativa popular, (Mc 8.32s) no impide que Él sea el Mesías, el Hijo del Hombre glorioso (Dn 7.13; para el «secreto mesiánico» implicado en Mc 9.9,).
La aparición de Moisés y Elías puede simbolizar el respaldo de la Ley y los profetas al mesiazgo de Jesús (cf. Lc 9.31 «hablaban de su partida [literalmente, éxodo], que iba Jesús a cumplir en Jerusalén»), pero más probablemente es como precursores del Mesías que figuran aquí brevemente. Son removidos, y Jesús queda solo, cuando Pedro urge una prolongación del goce celestial que sugiere la igualdad entre Moisés, Elías y Jesús. La blancura y brillo, que son propios de los seres del cielo, afectan a Jesús en su persona y en sus vestidos (cf. Dn 7.9; 10.5; Hch 1.10; Ap 3.4s, etc.); Lc 9.32 lo identifica como «la Gloria de Jesús».
(Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.)
Abrir nuestros ojos a su presencia
Quizás muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de estar en el mismo lugar, un momento, una hora o varios días con alguien que sabemos o intuimos tiene mucha sabiduría en su interior (o es muy competente o docto en alguna cosa) : lo ideal un estudioso de la biblia (teólogo, sacerdote, pastor de alguna iglesia…) o un humanista (filosofo, literato, cantautor, psicólogo, licenciado en alguna ciencia… ). De pronto los vimos y escuchamos furtivamente en una conferencia o charla en el colegio, la universidad.
Es más, de pronto hemos tenido la oportunidad de descubrir esos mismos personajes en la vida cotidiana, de encontrarlos en nuestro mismo lugar de alojamiento…Y nos sucede que (como me ha pasado a mi) de hablar de todo y de nada durante varias comidas , sin darnos cuenta de sus competencias. No es sino después que ya no están con nosotros o que se han ido que tomamos conciencia de su reputación, del pozo de sabiduría que llevan en el interior, y que lo más probable era que los podíamos haber aprovechado más para crecer, para aprender.
En nuestras familias y comunidades puede suceder algo semejante, que este con nosotros bajo el mismo techo o tengamos la facilidad de ir a su encuentro , un tío o tía ya en la edad de oro, en sus años de madurez y plenitud, del cual podríamos aprender tantas cosas, no solo evocar recuerdos sino escuchar sus consejos y experiencias de vida y deducir o concluir lo que podría servirnos para nuestra propia vida. Y cuanto lo desaprovechamos!
Afortunadamente, mientras y cuando pude, yo aproveché a mis abuelos para conocer mucho sobre la historia de la familia y aun hoy, cuando puedo me acerco a tíos y primos mayores, colegas y hermanos sacerdotes para que me compartan su experiencia vital. Hoy día con la facilidad de las grabadoras de voz en celulares y i-pods todo se hace más fácil.
Lo bueno, ideal y correcto es interesarnos sobre el terreno y el momento de las preocupaciones de las personas que nos presentan, poco debe importar las primeras impresiones. Hemos de acoger de manera simple como un regalo cada persona que la vida nos permite cruzar.
Hay cualquier cosa de la experiencia profunda vivida por los 3 discípulos de Jesús en el evangelio de este domingo. Pedro, Santiago y Juan descubren su identidad, más allá de las apariencias.
Este momento de la transfiguración nos invita a ir más allá de los propósitos superficiales que debilitan o atenúan en nuestros días la gloria y luz de Jesús.
Renovemos nuestra mirada. Admiremos en todo su esplendor Aquel que nuestro Dios y Padre designa como su Hijo Bien o Muy Amado, presente en el centro de nuestra cotidianidad.
Una aproximación psicológica: (1)
Desfigurado y transfigurado
El relato de la Transfiguración esta trenzado de símbolos bíblicos que de modo difícil nos permiten comprender en plenitud la vivencia humana y espiritual de Jesús al momento de esta experiencia. La preocupacion de Mateo esta en otra parte: Manifestar la divinidad de Jesús en el instante mismo en que comienza a ser rechazado por los hombres.
Si queremos por lo menos arriesgar un comentario sobre la vivencia de Jesús, podemos recurrir a la reflexión del Eclesiastés sobre la alternancia fundamental que ritma toda vida humana:
Hay un momento para cada cosa bajo el cielo:
Un tiempo para callar y un tiempo para hablar,
Un tiempo para sembrar y otro tiempo para arrancar lo plantado,
Un tiempo para llorar y un tiempo para reír (Ecl 3,1 ss)
Ahora, el itinerario de Jesús consiste en discernir sin cesar, al ritmo de lo que vive, cuál es el “tiempo” que el Padre abre ante Él.
El “tiempo para callarse”, es el silencio del anonimato guardado hasta el “tiempo” de su compromiso público. Pero es también el silencio de sus extensos momentos de soledad para la oración. Y es en fin el silencio guardado en las circunstancias donde las palabras sobrarían, de manera simple: “Pilato dice a Jesús : De dónde eres tú? Pero Jesús nada le responde (Jn 19,9) ; “Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio…Qué dices tu?... Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo…” (Jn 8,3ss).
El “tiempo para hablar”, es el tiempo de la transfiguración, el tiempo para dejar pasar a través nuestra figura aquello que nos habita en profundidad: la ternura de Jesús hacia la mujer adúltera, la posición clara que el expone ante Pilato, las parábolas, las controversias, y en lo que respecta el relato de la transfiguración, la luz, el fervor y la intensidad de la fe que están concentrados en el fondo de su ser. Esta transfiguración parece haber llenado (colmado) a los 3 discípulos de un bienestar a la vez apaciguador –pleno de confianza y traumático, bienestar que Pedro quería prolongar (alargar) : “Qué bueno es estar aquí!”. Pero Jesús quiere guardar su docilidad de base de cara a la alternancia del tiempo: “hay un tiempo para planta y otro tiempo para arrancar lo plantado”, hay un tiempo para recibir de Dios semilla y crecimiento y un tiempo para recibir de Él sufrimiento y desarraigo. Y de hecho, en el evangelio, el episodio de la Transfiguración está situado en el momento cuando Jesús de manera más intensa toma conciencia del sufrimiento que le espera, pero también sabe (intuye) el más allá de este sufrimiento: “hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír”, “ustedes estarán afligidos, pero su tristeza se cambiara en alegría” (Jn 16,20).
La transfiguración: experiencia de expresión (y o manifestación), donde Jesús deja salir, y comparte con sus discípulos, la lucidez y la obediencia de su fe.
Hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo:
Un tiempo para invitar a la libertad y un tiempo
para pagar con su vida (su persona),
un tiempo para sentir la comunión de Dios
y un tiempo para experimentar su abandono,
un tiempo para hacer la fiesta y un tiempo
para caer en tierra presa de soledad,
un tiempo para ser desfigurado y un tiempo
para ser transfigurado,
un tiempo para celebrar la vida de Jesús,
y un tiempo para vivir e ir tras suyo.
Nosotros también estamos llamados a la transfiguración (2)
“Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”, escribió San Ireneo. La transfiguración , en efecto, ilumina y aclara la pregunta mas importante de nuestros corazones humanos: TIENE SENTIDO LA VIDA?
Muchas cosas humanas tienen un sentido en sí mismas: la amistad, el amor, la cultura, el progreso, la justicia y tantos valores conocidos por todos. Pero también hay muchas cosas sin sentido: un niño que sufre y que va a morir, esas masacres de personas, aquel huracán o este terremoto y tsunami que acaban de pasar en Japón y que mata tanta gente.
Uno se hace la pregunta: Quién o qué va a decidir o determinar el sentido o sin sentido? Es la muerte, la destrucción, el mal que están al final de todo?
La respuesta de nuestra fe es la misma respuesta de Jesús: el ser humano, por frágil que él sea, no es para terminar dentro de un hoyo, enterrado. El hombre está destinado a ser transfigurado en Dios. Nuestro bautismo nos hace comulgar (comunicar) a la vida de Jesús resucitado.
En su evangelio, San mateo osa utilizar la misma palabra para decirnos que “el rostro de Jesús se iluminó (y brilló) como el sol” (Mt 17,2) y que los justos brillarán como el sol (Mt 13,43). Tal cual es la densidad eterna que toma cada uno de nuestros actos humanos. Nuestras opciones (decisiones) no son indiferentes, ellas tienen un peso de eternidad…
¡Qué bueno estar aquí! (3)
(De Calixto: http://tejasarriba.org)
“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó a un monte. Allí se transfiguró delante de ellos”. San Mateo, cap. 17.
Detrás de bambalinas, los maquilladores realizan su trabajo con esmero de artistas. En poco tiempo transfigura a cada personaje de la telenovela. Allí la dama encopetada y orgullosa, el galán intruso, la importuna muchacha del servicio, el mensajero malicioso, la abuela porfiada y vivaracha. Los afeites y los ropajes todo lo pueden.
Más tarde, un proceso a la inversa devolverá aquellos comediantes a la vida real: Una sufrida ama de casa, el estudiante de sistemas, la dirigente de un grupo de oración, una profesora de idiomas, el contador de una empresa, la vendedora de seguros.
Todos los evangelistas, menos el cuarto, nos cuentan la transfiguración del Señor. Un acontecimiento que tuvo lugar en la cima de un monte, cuyos únicos testigos fueron Pedro, Santiago y Juan, su hermano.
Pero este hecho no consistió en que el Maestro se vistiera de galas y colores. Tampoco fue un despojo de su condición mortal para mostrarse sólo como Dios. Según la tradición judía nadie podría ver a Dios sin morir. Consistió, ante todo, en que el Señor hizo sentir a estos discípulos, en su mente y probablemente también en los ojos, quién era El. En otras palabras, les ofreció una experiencia fuerte y profunda de su condición de Hombre Dios, de Mesías.
Aquellos hombres asustados, al relatar más tarde lo sucedido, hablaron de luz y de colores: “Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos”. Contaron de Moisés y de Elías que hablaban con Jesús. Y de una voz del cielo: “Este es mi hijo predilecto”.
La teología nos presenta la fe cristiana como “una experiencia personal de Dios por medio de Jesucristo”. Ha de ser personal, aunque pudo iniciarse dentro de un grupo. Casi siempre en familia. Pero luego es necesario que yo, como persona única e irrepetible, haga consciente esa experiencia. Acepte dentro de mí la presencia y la acción de ese Dios que me ama. De ahí los distintos senderos que conducen a la fe. Las variadas historias de quienes comprometimos la vida con Jesucristo.
Sin embargo, es frecuente que la experiencia religiosa se mantenga en estado de hibernación y no alcance a transformar al creyente. Y de otro lado, muchos se preguntan: ¿Por qué Dios no se me manifiesta?
La pregunta está mal planteada. El Señor se ha comprometido a mostrarse. Es el proceso de la revelación, desde los tiempos de Abraham.
Pero de nuestra parte no estamos atentos a sus signos.
Porque la fe - dice un autor- exige las mismas actitudes que el sueño: Cerrar los ojos para contemplar otros paisajes. Y abrir las manos, separándolas de tantas cosas relativas.
Jesús desea que yo me transfigure, pero no por afeites y ropajes para esta comedia de la vida. Tampoco abandonando mi identidad, esas huellas digitales del alma. Seguiré siendo el mismo, con un temperamento, una historia y la propia colección de cicatrices. Pero la experiencia de Dios me habrá convertido en hombre nuevo. Y podré exclamar como Pedro allá en el monte: “Qué bueno estar aquí”.
De servicios Koinonia.org (4)
Gn 12,1-4ª: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios
Salmo responsorial 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de
ti
2 Tim 1,8b-10: Dios nos llama y nos ilumina
Mt 17,1-9: La transfiguración
Abraham y Sara pertenecían a un clan de pastores seminómadas, de los muchos que buscaban pastos para sus rebaños lejos de las ciudades-estado que, por los años 1800 aC. se estaban organizando en Mesopotamia y a lo largo de las costas del Mediterráneo. Abraham fue uno de los muchos grupos que emigraban, lo mismo que hoy, «buscando la vida». En ese andar luchando por la vida descubrieron el llamado de Dios a dejarlo todo y fiarse de su promesa de vida. Dios promete a Abraham que será padre de un pueblo numeroso y que tendrá una tierra, la “tierra prometida”. Es lo que anhelan sus corazones, lo que necesitan para vivir una vida humana y digna. Hoy son muchas las “minorías abrahámicas” que siguen escuchando el llamado de Dios, que les invita a buscar nuevas formas de “vida prometida” para todos los hijos de Dios. Hoy también hay muchísimos desplazados por el sistema neoliberal globalizado, que crea marginación y expulsa a los más débiles de sus tierras. Son los nuevos Abrahán y Sara, que lo dejan todo en busca de la vida digna que se les está negando.
A Abraham se le considera «padre en la fe» de tres religiones importantes: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
La segunda carta de Timoteo nos asegura que la Palabra de Dios no está encadenada. Ella hace su propio camino en medio de los muchos caminos del pueblo. Aunque hagamos muchas lecturas interesadas de ella, el Espíritu siempre encontrará las formas de echarla a volar, sobre todo en manos de los que buscan mejores situaciones de vida en dignidad y justicia, como Abrahán y Sara, o como los desplazados de hoy. Todos ellos, minorías abrahámicas o mayorías desplazadas, están pronunciando con su vida el rechazo a este sistema excluyente que ha perdido la brújula, y que podría encontrarla con la Buena Noticia de Jesucristo.
La escena de la transfiguración que nos relatan los evangelios es también un símbolo de esas otras muchas experiencias de transfiguración que todos experimentamos. La vida diaria se vuelve gris, monótona, cansada, y nos deja desanimados, sin fuerzas para caminar. Pero he aquí que hay momentos especiales, con frecuencia inesperados, en que una luz prende en nuestro corazón, y los ojos mismos del corazón nos permiten ver mucho más lejos y mucho más hondo de lo que estábamos mirando hasta ese momento. La realidad es la misma, pero nos aparece transfigurada, con otra figura, mostrando su dimensión interior, esa en la que habíamos creído, pero que con el cansancio del caminar habíamos olvidado. Esas experiencias, verdaderamente místicas, nos permiten renovar nuestras energías, e incluso entusiasmarnos para continuar marchando luego, ya sin visiones, pero «como si viéramos al Invisible».
Todos necesitamos esas experiencias, como los discípulos de Jesús la necesitaron. Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús en el Tabor de Galilea. Necesitamos buscar nuestro Tabor particular, las fuentes que nos dan fuerzas, las formas con las que nos arreglamos para lograr renovar nuestro compromiso primero, siendo la oración, sin duda, el más importante.
REFERENCIAS:
1.Introduccion del Pequeno Misal "Prions en Eglise" (traduccion del frances)
2. HETU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
Diversas fuentes, mismo personal.
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Gustavo Quiceno